domingo, 21 de julio de 2024

«Killer Joe», de William Friedkin, drama social sin contemplaciones.

 

Un violentísimo thriller familiar despiadado y bañado en irresistible humor negro.

 

Título original: Killer Joe

Año: 2011

Duración: 103 min.

País: Estados Unidos

Dirección: William Friedkin

Guion: Tracy Letts

Reparto:  Matthew McConaughey; Emile Hirsch; Thomas Haden Church; Gina Gershon; e

Juno Temple; Marc Macaulay; Gralen Bryant Banks; Carol Sutton; Danny Epper; Jeff Galpin; Scott A. Martin; Gregory C. Bachaud; Charley Vance.

Música: Tyler Bates

Fotografía: Caleb Deschanel.

         

          ¡Menuda sorpresa, la de este thriller «sucio» del casi octogenario
William Friedkin! Del mismo guionista y autor, Tracy Letts, había dirigido antes Bug, un escalofriante relato de la soledad, la incomunicación y la paranoia, criticado preceptivamente en este Ojo.

          Esta entrega de tan excelente y bien avenido tándem nos sumerge en una historia ambientada en los infraestratos sociales usamericanos, que aparecen ante nosotros como el reverso del famoso y supuestamente seductor «sueño americano», de tan difícil acceso, al menos para los sórdidos personajes de esta historia, que viven entrampados, bajo mínimos, y en lo que tiene toda la apariencia de ser un contenedor al estilo de los que preconizaba la sectaria alcaldesa Colau para resolver el gran problema de la vivienda en Barcelona.

          La historia es tan tremenda que gana su verosimilitud a partir de la vida «al límite» del protagonista, sin oficio ni beneficio, de esta historia de perdedores canónicos. Un padre, casado en segundas nupcias, convive con sus dos hijos, una hija perdida en su mundo de debilidad mental y emocional, y un hijo que, entrampado en deudas con violentos mafiosillos, es fidelísimo creyente de que el azar del hipódromo le resuelva la vida. Este hijo, magnífica la interpretación de Emile Hirsch, cuya actuación en la película de Tarantino Érase una vez en Hollywood me pasó desapercibida, que va y viene y actúa, en el seno de la familia, como el único con dos dedos de frente y cierto nivel de razonamiento, aunque se jacta de ello y consigue que el padre, un zumbado integral, llegue a odiarlo, va a embarcar a toda la familia en una terrible aventura: contratar a un liquidador, Killer Joe, para asesinar a su madre y exesposa de su padre, a fin de cobrar el seguro de vida de 50.000$ que, según él, solo tiene una beneficiaria: su hermana, a quien, nada más nacer, su madre intentó matar para deshacerse de ella, un trauma del que, evidentemente, la hermana  nunca se ha recuperado.

          A partir de tan tremendo planteamiento, toda la trama girará en torno al asesinato de un personaje, la madre, a quien solo conocemos a través de la visión distorsionada de los otros, cuyos relatos no la favorecen, ciertamente. Y poco después hace su aparición el Príncipe de las Tinieblas que va a convertirse en el ángel vengador de la familia y va a asumir un protagonismo absoluto. En efecto, hablamos de Joe, el «liquidador», el killer profesional que, por la módica cantidad de 25.000$ se encargará del «trabajo». Para acentuar aún más el retrato de la Usamérica degradada, Joe compagina dos profesiones aparentemente irreconciliables: la de policía y la de asesino a sueldo en sus muchas horas libres. La estampa del personaje, de negro integral y riguroso, con sombrero de ala ancha y una voz de terciopelo, incapaz de alterarse ni un decibelio cuando amenaza con la más terrible de las venganzas, una voz en las antípodas de su agresividad presencial, remite al mundo del western, pero, salvo en la apariencia, ni roza el género. El mundo de los asesinos a sueldo, con un toque de psicópata, forma parte de la realidad Usamericana desde siempre, y, en determinadas circunstancias, un sicario profesional es un «tesoro».

          El hijo de la familia, que recibe una paliza descomunal por no haber pagado a tiempo sus deudas, una espectacular huida de los malos que se resuelve en el ardid ingenioso de sus perseguidores, quienes apagan las motos y avanzan empujándolas con los pies, para «confiar» al evadido y poder reducirlo hasta que llega el jefe, quien lo trata con infinita cortesía para decirle que, si no paga, será lo última que haga en vida, y le anuncia que los dos orangutanes que trabajan a su servicio, le van a dar una paliza para que no se le olvide.

          A partir de aquí, se acelera el trato con Joe, pero las complicaciones derivadas del reparto y el pago de un «anticipo» imprescindible para llevar a cabo el plan de hacer desaparecer a su madre entorpecen la negociación. Sin embargo, cuando están en un tris de romperse y seguir el killer su camino, emerge la figura de la hermana, de la que se encapricha el pistolero, lo cual va a generar una nueva línea narrativa que enfrenta, esta vez, al hermano y al pistolero, pues ambos pretenden ejercer su poder sobre la ingenua joven, una magnífica interpretación de Juno Temple, a quien hemos visto con placer, once años más tarde, en la serie La oferta, de Dexter Fletcher, una serie excepcional sobre la producción de El Padrino, de Coppola. La escena del encuentro romántico entre Joe y Dottie, la hermana, tiene un lirismo y un erotismo tan marcados y de excelente resultado como, más tarde, será cruel y desgarrador la escena de una felación con un muslo de pollo de KFC, ¡inolvidable!, y aterradora al mismo tiempo. Pero eso pertenece ya al desenlace y ahí no me está permitido decir nada, porque, una vez asesinada la madre y descubierto que el beneficiario del seguro no es la hija, Dottie, sino el segundo marido de ella, quien la engaña con la mujer de su ex, todo se complica de tal manera que se ha de ver, no merece la pena que yo cometa la villanía de «rebajarlo» con una narración escrita.

          Si la película en sus inicios tiene a la familia como núcleo central de la degradación de un modo de vida que deja poco o ningún camino a quienes sueñan con la riqueza desde la desidia académica y profesional, el final es una declaración de guerra a la impostura de ese ideal que alimenta la sociedad a otros niveles de propaganda. A su manera, ¡y menuda manera!, recuerda en parte al desenlace de La boda de los pequeños burgueses, de Brecht.

          Por esos azares de las teclas aporreadas, no había mencionado que el Príncipe de las Tinieblas está interpretado por Matthew McConaughey, en uno de sus mejores trabajos, si no el mejor, aunque su breve escena en El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese, que casi le roba el protagonismo a DiCaprio con tan breve aparición, pertenece a la antología del arte interpretativo. En cualquier caso, la presencia del pistolero del Far West reconvertido en maquinal psicópata con una dignidad profesional que lo lleva a desentrañar el juego que han querido jugar con él, deja boquiabiertos a los espectadores. Anuncio, para paladares delicados, que hay unas dosis de violencia extrema difíciles de contemplar, pero incardinadas en la trama tan lógicamente como deslumbrantes son las imágenes que ha conseguido Friedkin para materializarla.

          Lamentaría equivocarme, pero creo que esta película irá creciendo en la estima de los públicos, a poco que se vaya corriendo la voz de la excelencia de la trama y de las interpretaciones, porque la de la figura del padre, a cargo de Thomas Haden Church, un ser con tan pocas luces como las que parece haber heredado su hija Dottie, es magistral, y bien está que no la pase por alto. Atentos a la escena de su presencia ante el Notario y la manga de la chaqueta…

         

No hay comentarios:

Publicar un comentario