jueves, 18 de julio de 2024

«La ambición de los hombres», de Lars Kraume o el compromiso moral del cine político.

 

La crónica del genocidio de los hereros por parte de la Alemania colonial o la necesaria revisión crítica del pasado.

 

Título original:  Der vermessene Mensch

Año:  2023

Duración: 116 min.

País:  Alemania

Dirección: Lars Kraume

Guion: Lars Kraume

Reparto: Leonard Scheicher; Girley Jazama; Peter Simonischek; Sven Schelker; Max Koch;

Ludger Bökelmann; Leo Meier; Anton Paulus; Tilo Werner; Corinna Kirchhoff.

Música: Christoph Kaiser, Julian Maas

Fotografía: Jens Harant.

 

          Henos aquí ante una película insobornablemente crítica con el pasado colonial alemán. El guion mezcla la aventura personal de un aspirante a antropólogo, hijo de un antropólogo famoso, compañero del catedrático para quien él trabaja como auxiliar en la universidad, y la historia de opresión de la etnia herero en la zona de la actual Namibia, dominada, en su momento, por los alemanes. La vertiente académica de la historia va a servir de vehículo para, a través del conflicto entre esa etnia y los colonos alemanes, acercarnos a uno de los genocidios menos conocidos de nuestro pasado y para el que no ha habido reparación material ninguna. El hijo del antropólogo, protagonista de la historia, es un personaje con escasa personalidad pero respetuoso con los postulados científicos, hasta que la defensa de estos se convierte en el principal obstáculo para la conquista de sus aspiraciones académicas, pero, para explicar ese cambio «interesado», hemos de asistir al relato de una aventura individual que lo lleva, junto con su principal competidor académico, a investigar sobre el terreno, en Namibia, y bajo la protección del ejército alemán, cuyas órdenes, respecto de etnias como los hereros o los nama, solo pasa por la captura para usar a los hombres como fuerza de trabajo y, para los demás, el exterminio sin contemplaciones.

          Hay, sí, un hilo narrativo emotivo que pasa por la atracción que siente el protagonista por la mujer herero que sabe hablar alemán porque se lo han enseñado en una misión humanitaria cuyo poder de asilo se ve radicalmente alterado por la decisión del general Lothar von Trotha, quien, en la lucha contra los hereros diezmó su población hasta casi un 70%, muchos de los cuales murieron por deshidratación cuando los hizo retroceder hacia el desierto, hechos que aparecen en la película como uno de esos momentos de mayor crueldad, cuando los soldados alemanes protegen los pozos para que los herero ni se acerquen a ellos…

          Tras su contacto y análisis científico con y de Kezia, la mujer herero que puede comunicarse con él, Alexander Hoffman llega a la conclusión, muy transgresora en aquellos momentos, de que no hay razas inteligentes y razas atrasadas, teniendo todos la oportunidad de desarrollar sus habilidades racionales. A partir de ese momento, el acercamiento a Kezia se mezcla, desde la admiración, con un afecto que parece deslizarse hacia el enamoramiento, aunque Kezia rechaza enérgicamente la aproximación física del representante de la raza opresora, cuando este, en la despedida, simplemente pretende estrechar sus manos. ¿Qué hace Kezia en Berlín? Pues nada más ni menos que participar en una feria sobre el mundo africano en el que ella, junto con otros  miembros de su tribu y de otras similares, posan con sus vestidos y armas o ejecutan sus danzas sagradas, teniendo de fondo el decorado de la vida salvaje, con la exhibición de fieras salvajes disecadas. Su presencia allí se debe a la promesa de mantener una entrevista con el Káiser para evitar la acción represora del ejército alemán, la apropiación de tierras por parte de los colonos y para evitar, finalmente, la guerra entre ambos pueblos, sus tribus y el alemán. Aunque suavizada, esa feria recordaba totalmente la terrible fotografía de la exhibición en Bélgica, en jaulas, de niños congoleños, para solaz de los belgas.

          Sí, desde esa perspectiva, propia del XIX, en el que arranca la película, la raza blanca solo anda afanada en demostrar científicamente su superioridad sobre las otras, y de ahí el método analítico de medirlo todo para buscar explicaciones matemáticas que den razón de dicha superioridad. Uno tiene la sensación de que toda esa ciencia bastarda es algo así como el fundamento de la superioridad racial del nazismo, porque, si no, no se explica de dónde podría haber salido, conceptualmente.

          La primera parte berlinesa nos muestra la lucha de un idealista comprometido con una posición científica inapelable, pero que solo le depara la imposibilidad de competir con otros para conseguir un puesto de profesor en la universidad. Su desplazamiento a Namibia para hacer «trabajo de campo» va a ponerle en contacto, sin embargo, con la barbarie premeditada del ejército alemán y con situaciones que amenazan su propia supervivencia por mor de los enfrentamientos armados. Y aunque no pierde la esperanza de volver a encontrarse con Kezia, a quien sigue por cuantos lugares cree él que pueden darle noticia de ella, incluidos los campos de concentración donde retienen como prisioneros a muchos hereros, ¡otro precedente de una ideología asesina que en aquel momento ni siquiera había sido formulada!, Hoffman se dedica, con no pocas penalidades y riesgos, a buscar materiales y restos humanos que pueda enviar a Berlín para que se prosiga el estudio de las razas «inferiores».

          El paisaje desértico de Namibia, de una aterradora belleza, va a enmarcar la aventura de Hoffman en el género del western, no solo por el propio paisaje, sino por la supervivencia en la naturaleza y por el enfrentamiento, con una estética que nos recuerda no poco a Indiana Jones —también antropólogo, no lo olvidemos—, no solo con los herero que desconfían de él, sino también con su propio jefe universitario, quien anda por aquellos lares debido a una conferencia que le han invitado a impartir en lo que luego devendría, políticamente, la República Sudafricana.

          A pesar de lo que algunos espectadores puedan intuir, a partir de este resumen, no hay aquí ni el más mínimo atisbo del discurso woke, sino una indagación honesta y necesaria en el pasado tiránico y genocida de un imperio, el alemán, cuya destrucción colonizadora no es diferente de la de otros países europeos en África, aunque sí, acaso, menos conocida.

          No voy a decir ni una palabra de un final. Los dejo «expuestos» a él, sin palabra de consuelo ni de crítica. Que cada cual saque sus propias conclusiones…

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