miércoles, 21 de agosto de 2024

«Después del diluvio», de Jacinto Esteva o el desvarío.

 

El dudoso arte de «a lo que saliere»…o el guion in progress

 

Título original: Después del diluvio

Año: 1970

Duración: 101 min.

País:  España

Dirección: Jacinto Esteva

Guion: Jacinto Esteva, Mijanou Bardot, Francisco Rabal, Francisco Viader, Manuel Requena, Francisco Ruiz Campos

Reparto: Mijanou Bardot; Francisco Rabal; Luis Ciges; Francisco Viader; Romy.

Música: Joan Manuel Serrat y Tete Montoliu

Fotografía: Juan Amorós.

 

          De verdad, no entiendo por qué un prometedor documentalista, al estilo de la magnífica obra fotográfica de Cristina Rodero, decide abandonar tan fértil campo para cultivar la ficción que se empantana a bien poco de comenzar una narración sin historia. Supongo que serán muchos los mensajes subliminales y simbólicos que hacen de esta película algo que a los progres de entonces, ¡nada menos que en 1968!, debía de incendiarles las meninges… El caso es que, y como he acreditado a lo largo de estos años, yo soy capaz de ver hasta lo invisible, y aun lo infumable; pero este disparate sin pies ni cabeza, un experimento colectivo sobre la nada en el interior de una campana neumática, no hay, sencillamente, por dónde cogerlo. He tenido la sonrojante sensación de una vergüenza ajena que el propio director no parece haber sentido en ningún momento al rodar algo tan tosco, desangelado y absurdo, sobre todo absurdo, pero sin ningún rudimento de lo mucho que aportó a la literatura, y sobre todo a las artes escénicas,  la corriente literaria del absurdo.

          Hubo un tiempo en el que el cine apenas necesitó historias que contar, porque se creaba a partir de situaciones que apenas exigían soporte argumental, salvo el esqueleto de lo que podría entenderse como una narración. Y sí, son esos años que van del 68 al 78, una década llena de disparates como este que los propios jóvenes de la época nos tragábamos hasta casi con reverencia. Y ahí hubo de todo, desde directores como Ferreri hasta jóvenes como Fassbinder, pasando por autores de tanto prestigio como Godard o Louis Malle. No se trataba tanto de un cine «contra» el sistema, como de un cine «ajeno» al sistema, en teoría, y, aunque tarde y mal,  el sistema también acabó exhibiendo estas películas. Para esta «joyita», en una plataforma cinéfila como Filmaffinity solo constan 40 espectadores y ninguna crítica. Si publico esta, será la primera y única.

          Dos hombres pasean por un bosque calcinado. Parecen camaradas o amigos, a pesar de la diferencia de edad. En un momento dado comienzan a hostigarse mutuamente y peleando peleando caen en una charca, cercana a la destartalada casa en la que viven, y acaban riendo, después de los golpes, con generosidad. Más tarde, los dos hombres, de quien se desconoce todo, encuentran el coche de una francesa que ha huido de una cena de la alta sociedad en la Costa Brava. Los dos hombres, poseídos por una furia repentina, destrozan salvajemente el coche, en un claro anticipo de lo que décadas más tarde dominaría la escena teatral catalana bajo el nombre de Fura dels Baus. A la orgía destructiva le sigue el descubrimiento de la mujer que, en su huida ha atravesado un pueblo en el que un aldeano, Luis Ciges, ¡nada menos!, pretende violarla. Pedro y Mauricio son una pareja extraña. Pedro, mayor que Mauricio, parece llevar la voz cantante y pagana de la factura de los bienes que consumen. No se me pregunte por qué, pero en una mesa del comedor, situados al estilo medieval, o de la nobleza inglesa, la mujer en una esquina y los dos hombres juntos en la otra, Pedro, Paco Rabal, comienza a recitar, con hiperbólico dramatismo, la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández. Lo hace con una violencia arrebatada que va más allá del sentimiento propio de la orfandad en que nos deja la amistad perdida. Con todo, no suena mal, en la voz ronca y aguardentosa de Paco Rabal, un actor para un roto y un descosido, con papeles memorables a lo largo de sus casi seis décadas de dedicación profesional ininterrumpida en el mundo del cine-.

          La tensión entre los dos hombres, porque Pedro es quien se lleva a la francesa a su lecho, se resuelve con la huida de la francesa y Mauricio, quienes se desplazan al Londres tan de moda, Carnaby Street…, en aquellos finales de los 60. Como si fuera un reportaje turístico, los dos jóvenes, supuestamente enamorados, pasean por la ciudad, frecuentan los pubs, ella encuentra a sus amigos y… sorprendentemente, no tarda en aparecer  Pedro como un paleto borracho que recorre la ciudad buscando a los «traidores». Cuando, finalmente, se produce el encuentro, los dos hombres se reconcilian y abandonan a la francesa para volver a su extraña vida en el bosque calcinado.

          Como estoy convencido de que tras esta crítica nadie va a perder ni un minuto de su sagrado tiempo en seguir las peripecias sin contexto de tan inexplicables personajes, déjenme añadir el final, violando todos los códigos éticos que tengo a honra respetar en este Ojo: ella vuelve y los mata con dos disparos de escopeta —hay que recordar que Pedro, mientras vive con ellos, la enseña a disparar—. Cuando tal cosa sucede, ha de reseñarse que ambos personajes se han retado el uno al otro a vestirse con ropas de mujer del vestuario teatral que guardan bajo llave en una de las habitaciones de la casa. Y ahí, disfrazados y muertos en tierra quedan los dos miembros de una pareja que, por azares insospechados, han optado por vestirse de mujer e iniciar una danza, así travestidos, por los alrededores de la casa, una secuencia que recuerda notablemente un tremendo cuadro De José Gutiérrez Solana, en quien acaso haya podido inspirarse Jacinto Esteva, aunque dudo mucho de que lo tuviese como un referente estético.

          Y así se acaba esta historia sin historia, muy apta para que hermeneutas especializados le saquen punta a tantísimo mensaje trascendental como se supone que alberga una película construida, muy modernamente, a través del trabajo de improvisación de los actores y el director. Si algún valiente se atreve con ella, déjeme comentario, por favor. Estaré encantado de intercambiar opiniones al respecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario