El dudoso arte
de «a lo que saliere»…o el guion in progress…
Título original: Después del
diluvio
Año: 1970
Duración: 101 min.
País: España
Dirección: Jacinto Esteva
Guion: Jacinto Esteva,
Mijanou Bardot, Francisco Rabal, Francisco Viader, Manuel Requena, Francisco
Ruiz Campos
Reparto: Mijanou Bardot;
Francisco Rabal; Luis Ciges; Francisco Viader; Romy.
Música: Joan Manuel Serrat y
Tete Montoliu
Fotografía: Juan Amorós.
De verdad, no
entiendo por qué un prometedor documentalista, al estilo de la magnífica obra
fotográfica de Cristina Rodero, decide abandonar tan fértil campo para cultivar
la ficción que se empantana a bien poco de comenzar una narración sin historia.
Supongo que serán muchos los mensajes subliminales y simbólicos que hacen de
esta película algo que a los progres de entonces, ¡nada menos que en 1968!,
debía de incendiarles las meninges… El caso es que, y como he acreditado a lo
largo de estos años, yo soy capaz de ver hasta lo invisible, y aun lo
infumable; pero este disparate sin pies ni cabeza, un experimento colectivo
sobre la nada en el interior de una campana neumática, no hay, sencillamente,
por dónde cogerlo. He tenido la sonrojante sensación de una vergüenza ajena que
el propio director no parece haber sentido en ningún momento al rodar algo tan
tosco, desangelado y absurdo, sobre todo absurdo, pero sin ningún rudimento de
lo mucho que aportó a la literatura, y sobre todo a las artes escénicas, la corriente literaria del absurdo.
Hubo un tiempo
en el que el cine apenas necesitó historias que contar, porque se creaba a partir
de situaciones que apenas exigían soporte argumental, salvo el esqueleto de lo
que podría entenderse como una narración. Y sí, son esos años que van del 68 al
78, una década llena de disparates como este que los propios jóvenes de la época
nos tragábamos hasta casi con reverencia. Y ahí hubo de todo, desde directores
como Ferreri hasta jóvenes como Fassbinder, pasando por autores de tanto prestigio
como Godard o Louis Malle. No se trataba tanto de un cine «contra» el sistema,
como de un cine «ajeno» al sistema, en teoría, y, aunque tarde y mal, el sistema también acabó exhibiendo estas
películas. Para esta «joyita», en una plataforma cinéfila como Filmaffinity
solo constan 40 espectadores y ninguna crítica. Si publico esta, será la
primera y única.
Dos hombres
pasean por un bosque calcinado. Parecen camaradas o amigos, a pesar de la
diferencia de edad. En un momento dado comienzan a hostigarse mutuamente y peleando peleando caen en una charca, cercana a la destartalada casa en la que
viven, y acaban riendo, después de los golpes, con generosidad. Más tarde, los
dos hombres, de quien se desconoce todo, encuentran el coche de una francesa
que ha huido de una cena de la alta sociedad en la Costa Brava. Los dos hombres,
poseídos por una furia repentina, destrozan salvajemente el coche, en un claro
anticipo de lo que décadas más tarde dominaría la escena teatral catalana bajo
el nombre de Fura dels Baus. A la orgía destructiva le sigue el descubrimiento
de la mujer que, en su huida ha atravesado un pueblo en el que un aldeano, Luis
Ciges, ¡nada menos!, pretende violarla. Pedro y Mauricio son una pareja
extraña. Pedro, mayor que Mauricio, parece llevar la voz cantante y pagana de
la factura de los bienes que consumen. No se me pregunte por qué, pero en una
mesa del comedor, situados al estilo medieval, o de la nobleza inglesa, la
mujer en una esquina y los dos hombres juntos en la otra, Pedro, Paco Rabal, comienza
a recitar, con hiperbólico dramatismo, la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel
Hernández. Lo hace con una violencia arrebatada que va más allá del sentimiento
propio de la orfandad en que nos deja la amistad perdida. Con todo, no suena
mal, en la voz ronca y aguardentosa de Paco Rabal, un actor para un roto y un
descosido, con papeles memorables a lo largo de sus casi seis décadas de dedicación
profesional ininterrumpida en el mundo del cine-.
La tensión
entre los dos hombres, porque Pedro es quien se lleva a la francesa a su lecho,
se resuelve con la huida de la francesa y Mauricio, quienes se desplazan al Londres
tan de moda, Carnaby Street…, en aquellos finales de los 60. Como si fuera un
reportaje turístico, los dos jóvenes, supuestamente enamorados, pasean por la
ciudad, frecuentan los pubs, ella encuentra a sus amigos y… sorprendentemente,
no tarda en aparecer Pedro como un
paleto borracho que recorre la ciudad buscando a los «traidores». Cuando,
finalmente, se produce el encuentro, los dos hombres se reconcilian y abandonan
a la francesa para volver a su extraña vida en el bosque calcinado.
Como estoy
convencido de que tras esta crítica nadie va a perder ni un minuto de su
sagrado tiempo en seguir las peripecias sin contexto de tan inexplicables
personajes, déjenme añadir el final, violando todos los códigos éticos que
tengo a honra respetar en este Ojo: ella vuelve y los mata con dos disparos de
escopeta —hay que recordar que Pedro, mientras vive con ellos, la enseña a
disparar—. Cuando tal cosa sucede, ha de reseñarse que ambos personajes se han
retado el uno al otro a vestirse con ropas de mujer del vestuario teatral que
guardan bajo llave en una de las habitaciones de la casa. Y ahí, disfrazados y
muertos en tierra quedan los dos miembros de una pareja que, por azares
insospechados, han optado por vestirse de mujer e iniciar una danza, así
travestidos, por los alrededores de la casa, una secuencia que recuerda
notablemente un tremendo cuadro De José Gutiérrez Solana, en quien acaso haya
podido inspirarse Jacinto Esteva, aunque dudo mucho de que lo tuviese como un
referente estético.
Y así se acaba
esta historia sin historia, muy apta para que hermeneutas especializados le saquen
punta a tantísimo mensaje trascendental como se supone que alberga una película
construida, muy modernamente, a través del trabajo de improvisación de los actores
y el director. Si algún valiente se atreve con ella, déjeme comentario, por
favor. Estaré encantado de intercambiar opiniones al respecto.
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