Una vida
apasionada, pendenciera y virtuosa pincel en mano…
Título original: L'ombra di
Caravaggio
Año: 2022
Duración: 118 min.
País: Italia
Dirección: Michele Placido
Guion: Sandro Petraglia,
Fidel Signorile, Michele Placido
Reparto: Riccardo Scamarcio;
Louis Garrel; Isabelle Huppert; Micaela Ramazzotti; Tedua;
Vinicio Marchioni; Lolita
Chammah; Brenno Placido; Lorenzo Bianchi; Alessandro Haber;
Maurizio Donadoni; Moni
Ovadia; Lorenzo Lavia; Michele Placido; Gianfranco Gallo; Gianluca Gobbi; Duccio
Camerini; Carlo Giuseppe Gabardini; Lea Gavino; Michelangelo Placido; Tommaso
de Bacco; Pietro Micci; Alberto Onofrietti; Sebastiano Lo Monaco; Guia Jelo; Davide
Paganini.
Música: Planetoid
Fotografía: Michele
D'Attanasio.
Hace años,
Derek Jarman ya hizo un biopic sobre Caravaggio, en el que aparecía una
desconocida Tilda Swinton, en su casi debut cinematográfico, pues ese mismo año
hizo tres papeles, ninguno, claro está, de la envergadura de los que vinieron
después. La película parecía un trasplante a Inglaterra de la figura del pintor
milanés, y, salvo algunas escenas pictóricas de relieve, la obra era muy
desigual y excesivamente experimental. Hay otras, pero esas no las he visto, la
de Jarman sí, porque ya me llamó la atención su Sebastiane, rodada en
latín, acaso lo más significativo de una obra de culto para el mundo gay.
El actor y
director Michele Placido ha dirigido lo que puede y debe entenderse como una
superproducción europea a la mayor gloria de uno de los más célebres pintores
del Barroco, y creador de la corriente conocida como «tenebrismo», en la que el
juego del claroscuro se acentúa de un modo extraordinario, creando un contraste
visual de dramático impacto en el observador de sus cuadros.
Supongo al cabo de la calle sobre la
biografía del pintor a quienes lean estas líneas, pero la película se centra en
sus últimos años, con sus constantes huidas debido al carácter temperamental y
pendenciero del pintor, quien llegaba a las manos y las armas blancas por un quítame
allá esas pajas. Pintor de nobles y de cardenales, fue, también, un artista muy
discutido, porque su vida personal transcurría en los más bajos ambientes de la
sociedad y se complacía en llevar como modelos a sus lienzos a delincuentes,
prostitutas, enfermos y personajes castigados por la vida y la miseria, como se
manifiesta en bastantes secuencias de la película.
Un valor definitivo de la película es la
prodigiosa ambientación de época gracias a los decorados, el vestuario y el maquillaje,
lo que unido a una fotografía deliberadamente «oscura», que acentúa el lado
lumpen de la historia, tanto en los interiores como en los exteriores, recrea
la vida de Caravaggio con lo que toda parece presumir que intachable fidelidad.
La narración recorre los hitos fundamentales de sus últimos años, su condición
de «pintor favorito» de las jerarquías sociales y eclesiásticas, y pone el
acento en la «persecución» inquisitorial que sufre, porque algunas autoridades
religiosas consideran un acto profano que los altares de media Italia tengan
obras cuyos modelos no fueron, precisamente, modelos de santidad ninguna. La
figura del inquisidor que persigue «a sangre y fuego» a cuantos se han
relacionado con el pintor para estrechar el cerco sobre él antes de que pueda
llegar un indulto papal para su crimen, por el que hubo de exiliarse a Nápoles,
primero y a Malta, después, donde incluso fue nombrado caballero de su famosa
Orden, aunque posteriormente le despojaran del nombramiento. La interpretación
de Louis Garrel como espantado y seducido admirador de Caravaggio potencia la
película espectacularmente, muy por encima, incluso, del propio protagonista,
que, aunque ajustado físicamente al semblante desgarrado de Michelangelo
Merisi, que podemos apreciar en sus propios cuadros, tiene un repertorio
gestual muy limitado, y carece, en muchos momentos, de verdadera identificación
con el pintor.
Aunque la vida del artista es suficientemente
conocida, la narración se concibe como una persecución implacable en la que la
todopoderosa máquina inquisidora funciona como autoridad represora implacable,
lo que crea una ritmo persecutorio que va ganando en intensidad.
Si hay un elemento que decepciona en el
visionado de la película es, curiosamente, aquello en lo que debía de haber
sobresalido: la realización pictórica de obras tan famosas como las de Caravaggio
y que todos tenemos en mente. Su amor por la escenografía, sus composiciones teatrales
y la elección de los modelos sí están presentes, pero ni rastro del modo
compulsivo y directo como Merisi abordaba la pintura directamente con el óleo,
sin pasar por boceto previo ninguno, algo que no deja de ser sorprendente,
teniendo en cuenta la depuración de las
figuras y el detallismo realista del cuerpo humano y de todos los elementos
materiales.
Se trata, así pues, de una película
biográfica que no aspira a recontar toda la vida del pintor, pero que sí lo retrata
como fue y como vivió: temperamental y en los márgenes de la sociedad, amante
de los cuerpos y los rostros maltratados por la vida, de los que supo extraer
un arte que cautiva a cualquier espectador, quienes, allá donde estemos de
Italia siempre aspiramos a ver los caravaggios que haya allá donde estemos.
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