Las postrimerías y probable magnicidio del segundo Secretario General de las Naciones Unidas: Dag Hammarskjöld, quien creyó firmemente en la verdadera misión de la ONU.
Título original: Hammarskjöld
Año: 2023
Duración: 114 min.
País: Suecia
Dirección: Per Fly
Guion: Per Fly, Ulf Ryberg
Reparto: Mikael Persbrandt; Francis Chouler; Cian Barry; Hakeem
Kae-Kazim; Colin Salmon; Richard Brake; Sara Soulié; Adam Neill; Thure
Lindhardt; Zak Rowlands; Sven Ahlström; Mattias Nordkvist; Bjorn Steinbach; Brian
Caspe; Michael Xavier; Vasili Mishchenko; Caspar Phillipson; Christophe Guybet;
Urs Rechn; David James; Philippe De Grossouvre; Jordan Duvigneau; Jacques
Adriaanse; Sanna Sundqvist; Martin Munro; Rory Acton Burnell; Norman Anstey; Lucas
Lynggaard Tønnesen; Clayton Boyd; Edvin Endre;
Wandile Molebatsi; Rob van Vuuren; Wayne Harrison; Gavin Werner; Andre
Jacobs.
Música: Raymond Enoksen
Fotografía: John Christian
Rosenlund.
Héroe cívico
nacional en los países escandinavos, esta película rescata la figura política
del segundo secretario de las Naciones Unidas: Dag Hammarskjöld, elegido por
las potencias dominadoras del organismo como un burócrata competente de quien
se esperaba que no se inmiscuyera en los conflictos que sembraban las potencias
ya enfrentadas en la Guerra Fría. Ese rol se cumplió durante su primer mandato,
pero en el segundo Hammarskjöld se significó como valedor incondicional de los
procesos de descolonización, pretendiendo que las potencias, tanto las
colonizadoras de origen como las que se repartían las áreas de influencia de su
hegemonía ideológica, Usamérica y la Unión Soviética, dejaran de interferir en
el destino de esos pueblos. La película se centra en los últimos años de vida
del Secretario General y su intento de asegurar un proceso de descolonización
del Congo belga en el que no prevalecieran los enormes intereses que tenían los
belgas y otras potencias en las riquezas minerales de ese país y,
concretamente, en la región de Katanga, cuya independencia del resto del país
alientan para perseverar en la propiedad y explotación de esas riquezas.
Las extraños designios
del azar han querido que, después de Historia de una monja, de Zinnemann,
rodada un año antes de la concesión belga de la independencia al Congo, vuelva
de nuevo, cinematográficamente, a este país para, concedida ya la independencia,
observar cómo el juego de intereses y la maldad política del capital sin
escrúpulos influye decisivamente en la deriva política de un país con una
historia de nepotismo y tiranía que da pie al uso generalizado de un concepto «cleptocracia»,
que aún no ha abandonado los usos políticos del continente africano, sometido
siempre a un tipo u otro de presión colonial: antes, europea; ahora, rusa y
china.
La película
sigue fielmente los pasos biográficos del personaje, desconocido para todos cuanto
nacimos en la década de los 50 y cuya memoria es justo recuperar, porque
Hammarskjöld es representado en la película como un fervoroso creyente en los
designios pacifistas con que fue creado el organismo internacional que
presidió. Sorprende, con todo, un cierto grado de ingenuidad que lleva a
despreciar la idea de que sus comunicaciones estén intervenidas por la CIA o de
que el prestigio de su cargo impida que haya quien atente contra su persona,
aunque es consciente de que puede ser objeto de una campaña de difamación para
arruinar su carrera y su independencia. Es muy interesante esta suerte de
thriller político que tiene como protagonista a un defensor de la paz que
intenta conseguir militarmente que Moise
Tshombe, el líder de la Katanga independiente deponga sus pretensiones y pueda
reintegrarse la rica provincia a la República del Congo, cuyo primer ministro
Patrice Lumumba, dispuesto también a usar la fuerza para reducir a la provincia
rebelde, es asesinado en Katanga con la complicidad belga y, se da a entender,
que también de la CIA, porque el honesto político congoleño cometió el error de
estrechar lazos políticos y militares con la Unión Soviética, lo que, sin duda,
fue la línea roja que las otras potencias no estaban dispuestas a permitir que
se cruzase.
La película
tiene una doble vertiente. Por un lado, la vida política del mandatario, las
escandalosas reuniones de los Comités de Seguridad y otras sesiones plenarias;
por el otro, su vida privada, en la que destacan, aparte de las reflexiones
espirituales y políticas que escribe permanentemente, la resurrección de una
verosímil, pero no documentada, relación amorosa homosexual no materializada,
en forma de un compatriota y amigo suyo que aparece en Nueva York por motivos
editoriales. Los guionistas se basan en algunas cartas del protagonista que
podrían indicar esa tendencia, que de ningún modo intentó vivir el diplomático,
no solo porque fuera delito en aquella época, sino porque anteponía su trabajo
a su propia vida personal. El retrato de un hombre solitario, exquisito,
meticuloso, soltero…, puede dar pie a esa interpretación y, desde el punto de
vista dramático de la película, añade un cierto interés, aunque quizás hubieran
sido más interesantes las citas de su obra, muy reconocida: Marcas en el
camino. Viendo su biografía, por cierto, me ha venido a la memoria la
biografía de otro eminente político, el ministro de Asuntos Exteriores de la
República de Weimar, Walther Rathenau, asesinado por la organización Consol, de
extrema derecha, cuyos autores fueron honrados por los nazis. También fue un
fino pensador y escritor, amén de hombre distinguido y exquisito, de quien hay
una visión novelística en la obra cumbre del siglo XX europeo: El hombre sin
atributos, de Robert Musil.
Estamos ante una
muestra de cine político muy interesante, no solo por el día a día de un Secretario
General de la ONU, sino por el choque brutal entre las utopías políticas y la real
politik, entre los buenos sentimientos y los sucios intereses, entre la
honestidad y las cloacas de todos los poderes. No estoy muy seguro de que Hammarskjöld
supiera que iba camino de una encerrona que acabaría con su vida, pero está
claro que, ante la mera posibilidad, decidió asumir con todas sus consecuencias
su labor en pro de la paz, porque iba al encuentro del congoleño secesionista, Moise
Tshombe, para negociar la reunificación del Congo. De toda la película, rodada
con un estilo clásico que destaca la vivencia interior del protagonista, confieso
que lo más emocionante, al menos para mí, han sido las imágenes finales
documentales de todo un país detenido para honrar al político mediante un
minuto de silencio cumplido a rajatabla. Que le concedieran a título póstumo el
Premio Nobel de la Paz, solo venía a certificar el recuerdo imborrable que un
funcionario ejemplar, un político honesto y un defensor de la paz, frente al vampirismo
de los poderes de todo tipo, había dejado en su país y en todos los
escandinavos en general. Las interpretaciones, sobre todo la del protagonista,
sobre quien recae el peso de la película, Mikael Persbrandt, añaden un alto
grado de verosimilitud a la acción, e incluso las réplicas de Lumumba y Kennedy
nos permiten no distraernos en el juego de los parecidos para asumir sus roles
políticos en aquellos momentos en que se abrían caminos hacia una redefinición
de las áreas de influencia geoestratégicas de las superpotencias, frente a la
que el Movimiento de Países no Alineados poco pudo hacer. Son muy interesantes
las evocaciones juveniles del protagonista y muy de agradecer este curso de
realismo político que el director de la cuarta temporada de la magnífica serie Borgen
nos ha impartido.
P.S. Me ha estado dando vueltas, mientras escribía esta crítica, el recuerdo de una película que vi a mis 15 años, Último tren a Katanga, con Rod Taylor, que no me importaría volver a ver. Por lo que he leído al respecto, se muestra bastante neutral en lo concerniente al conflicto político, aunque en aquel avispero de mercenarios cabían todas las grandezas y las miserias. Leyendo me he enterado, además, de que es una de las películas favoritas de Quentin Tarantino, porque las dosis de testosterona de la película son hiperextraordinarias. Recuerdo, eso sí, que la película fue un gran éxito de taquilla en España.
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