Condenados:
Una tragedia griega con guion de western en la meseta manchega y con banda
sonora de Beethoven: Aurora Bautista como nunca antes vista.
Título
original: Condenados
Año:
1953
Duración:
90 min.
País:
España
Director:
Manuel Mur Oti
Guión:
Manuel Mur Oti (Obra: José Suárez Carreño)
Música:
Ludwig van Beethoven
Fotografía:
Manuel Berenguer (B&W)
Reparto:
Aurora Bautista, Carlos Lemos, José Suárez, Félix Fernández, Anibal Vela,
Eugenio Domingo, Antonio Diaz del Castillo, Pedro Ignacio Paul
No es lo mismo que ¡Qué
grande es el cine!, de Garci, por supuesto, pero la historia del cine español
que han programado en La 2 me está permitiendo conocer películas que, de otro
modo, no dejarían de ser referencias en las historias o proyecciones casi
clandestinas en las filmotecas o fragmentos seleccionados en YouTube. Condenados, de Manuel Mur-Oti es la última que he visto y me ha dejado clavado
en la butaca, porque me ha parecido algo a medias entre increíble y
maravilloso: un drama calderoniano con estructura de western y ambientada en La
Mancha con el telón de fondo de una explotación agraria y ganadera llevada por
una mujer cuyo marido purga pena de cárcel por haber asesinado dejándose llevar
por los celos. Maldita la hacienda desde entonces, la casa de “el condenado”,
la llaman, un forastero se pone a las órdenes de la “ama” para sacar adelante
unas tierras a punto de perderse. La contenida tensión erótica y amorosa entre
la mujer fiel a su marido, al “amo”, y el nuevo capataz, ascenderá desde el “ama”
hasta el nombre propio de ella, “Aurelia”, por quien Juan, el capataz va
sintiendo una pasión destructora que acabará con él. El regreso de José, el
marido de Aurelia, un expresivo Carlos Lemos que vive obsesionado por unos
celos que lo atormentaron antes del asesinato y después, en la cárcel; celos
que vuelven a comérselo vivo con la representación figurada de su deshonra,
porque su esposa siempre le ha sido fiel, a pesar de las crecientes libertades que
se permite para con el salvador de su hacienda, si bien nunca llega a darle las
esperanzas que él otro tiene, sin embargo, por fehacientes. Se trata de un trío
clásico, pero la fuerza de las interpretaciones y el uso de un blanco y negro
potentísimo, con unos claroscuros que rozan el expresionismo, a veces, nos
ofrece una película intensísima y digna no solo de un mayor conocimiento
popular, sino de un aprecio crítico que debería compartir con otras obras como Cielo negro, cuyo final debería estar
entre los antológicos del cine español y Orgullo,
otro western de ambiente español de una fuerza extraordinaria e inequívoca
ascendencia fordiana. Solo el recuerdo de estas tres películas debería bastar
para colocar a Mur-Oti a la misma altura que cineastas tan prestigiosos como
Berlanga o Bardem, por poner un ejemplo reciente.
Aunque
no es actriz de mi gusto, si bien borda su papel de católica reprimida en La tía Tula, de Miguel Picazo, la actuación de Aurora
Bautista me ha impresionado, por más que en las escenas finales se deje llevar
por un dramatismo sobreactuado que no impiden valorar su trabajo total dentro
de la excelencia interpretativa. Su naturalidad, la capacidad seductora de sus
gestos, su mirada y su sonrisa, que van haciendo crecer en el capataz la pasión
que lo devora, consiguen hacer creíble el personaje hasta el punto de entender
su decisión final, difícil de aceptar en aquella época de intachable moral
franquista, pero ahí queda, como una licencia poética que engrandece el círculo
que se cierra en la acción catártica. Carlos Lemos, de tan blandengue estampa
facial, compone, sin embargo, un marido atormentado y lleno de verdad, en el
que relampaguean los fuegos diabólicos de los celos con una intensidad malsana
que eleva el dramatismo del relato y prefigura un estallido de ira que, sin
embargo, no llega a producirse, al menos en la forma como, en lo no narrado, lo
condujo al penal. El trío lo completa un actor de cierta tosquedad
interpretativa, José Suárez (imprescindible en Brigada criminal y Calle
Mayor), tan o más famoso en su época que el propio Paco Rabal, que se mete
dentro de la piel de un hombre campo, con cierta rudeza, pero con una
delicadeza amorosa que se ve impelido a reprimir, aun a pesar de que vive la consumación
constante en un fuego que su “ama”, después “Aurelia” para avivar, o así tal se
lo parece a él.
La
música de Beethoven, única que suena a lo largo de toda la cinta, parece un uso
más propio de un experimento que la que podría esperarse para una película como
Condenados, si bien contribuye
poderosamente a la descripción bucólica de una naturaleza que ha de ser domada,
a enfatizar ciertas escenas llenas de diversas tensiones y a crear el pathos
dramático propio de una tragedia calderoniana como la que se nos ofrece.
En
resumen, para quienes les gusten las tragedias bien narradas y mejor
interpretadas, Condenados se
convertirá en una película inolvidable.
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