Melodrama y crimen en los bajos fondos
londinenses: Maldad encubierta o un
magnífico Tod Browning que anticipa Freaks
en The unholy three.
Título
original: The Blackbird
Año:
1926
Duración:
86 min.
País:
Unidos Estados Unidos
Director:
Tod Browning
Guión: Joseph Farnham, Waldemar Young
(Historia: Tod Browning)
Música: Película muda / Versión restaurada: Robert
Israel
Fotografía:
Percy Hilburn (B&W)
Reparto: Lon Chaney, Owen Moore,
Renée Adorée, Doris Lloyd, Andy MacLennan, William Weston
Título original: The Unholy Three
Año: 1925
Duración:
86 min.
País:
Estados Unidos
Director: Tod Browning
Guión: Waldemar Young (Novela:
Clarence Aaron 'Tod' Robbins)
Música:
Película muda
Fotografía:
David Kesson (B&W)
Reparto: Lon Chaney, Mae Busch, Matt
Moore, Victor McLaglen, Harry Earles, Matthew Betz, Edward Connelly, William
Humphrey, E. Allyn Warren
Hacía tiempo que no me plantaba ante una película
muda, lo confieso. Quizás la última fuera El
amo de la casa, de Dreyer, que debería de ser pasada en las escuelas como
parte del aprendizaje imprescindible de la igualdad de sexos, y más ahora que
los comportamientos machistas vuelven a tener preeminencia en una generación en
la que casi deberían aparecer como excepción en vez de como regla. Dejando de
lado fervores de secta, no diré que las películas mudas son el “auténtico”
cine, como se suele argumentar, atendiendo a que se nos cuenta la historia a
través de las imágenes, porque, en ese caso, serían totalmente prescindibles
los cartelones con las leyendas que nos permiten seguir la trama en líneas
generales, sin equivocaciones de bulto, y porque las actuaciones de los actores
y actrices suelen tener un punto de histrionismo que no se compadece con el
naturalismo interpretativo al que nos ha acostumbrado el sonoro; pero sí es
cierto que el esfuerzo sintético narrativo a que obliga el cine mudo permite
una planificación en la que no suele sobrar ningún plano, pues todos ellos
suelen ser imprescindibles para asegurar la correcta e inequívoca recepción de
la historia narrada.
En mi
filmoteca de segunda mano he encontrado dos películas del prolífico y versátil
Tod Browning, al que se hace mal en reducir a una sola película, Freaks, porque, como ocurre en estas dos
cintas, es un director potente y de amplio recorrido genérico. Tanto Maldad encubierta como The unholy
three (nombrarla por el título en español, El trío fantástico, casi da repelús…) son dos películas sobre
delincuentes en las que la aparición del hombre de las mil caras, Lon Chaney,
condiciona la trama, decantándola hacia una desarrollo previsible que no
impide, sin embargo, conseguidos momentos de intriga y de genuino suspense. La
primera funciona como una película “de ambientes” en la que dos rateros, uno de
barriada y el otro de altos vuelos, un dandy, se disputan el amor de una actriz
de variedades que presenta un espectacular número de guiñol. El desdoblamiento
de Chaney en dos personalidades opuestas, El
obispo, un clérigo inválido, generoso y solidario, respetado por sus
conciudadanos en ese ambiente de degradación social del Londres marginal de comienzos de siglo, y su
hermano delincuente, un Chaney dueño de un repertorio de gesticulaciones y
miradas llenas de una expresividad poderosa, repartida en un abanico de
emociones que van desde la chulería despótica hasta el más enternecido de los
desvalimientos amorosos, permite al espectador disfrutar de una trama casi de
vodevil, si no se tratara de un drama, atendiendo a los constantes cambios de
personalidad del protagonista, secundado eficazmente por su rival. El retrato
del café cantante donde se desarrolla buena parte de la acción, casi toda ella
en interiores, por cierto, ofrece un verismo muy notable. Ya desde el comienzo
de la película el director nos ofrece una significativa galería de rostros que recuerda
la técnica de los primeros planos de Eisenstein, toda una declaración de
intenciones. El ambiente del público, irrespetuoso con algunas artistas y
obsequioso con otras, más la presencia de gente de la alta sociedad mezclándose
con la “chusma” e ignorantes de su destino: ser atracados por el propio
anfitrión que allí los ha llevado, permite al espectador entender perfectamente
al protagonista, de quien aún está enamorada una antigua novia que trata de
redimir a su expareja, con nulos resultados. La caracterización del “Obispo”
está muy lograda y el retorcimiento corporal que la provoca acabará teniendo
una importancia decisiva en la trama, porque a resultas de una caída inevitable,
dada la caracterización, se precipitará el desenlace dramático de la historia.
Me ha sorprendido muy gratamente la facilidad de Browning para los encuadres,
porque en ninguno de cuantos recuerdo me parece que haya nada anodino, de igual
modo que cada plano contribuye, además, a la creación del vigoroso ritmo
narrativo que el director imprime a la película-
En The unholy three, aun tratándose también
de una historia de ambiente delictivo de poca monta, la aparición inicial de un
circo lleno de extravagantes atracciones que preludia lo que será, años más
tarde, la médula de su película más famosa, permite sospechar que podemos
llevarnos una sorpresa mayúscula. No es así, porque la trama, en exceso
convencional, solo parcialmente sabe sacar provecho de la participación de un
enano-niño, en quien, sin embargo, recae el peso de algunas de las secuencias
más hitchcockianas de la película. La trama, sin embargo, tiene una perspectiva
moral muy curiosa, porque la rivalidad amorosa que se establece llega a
alcanzar una dimensión moral sorprendente, porque el protagonista, el
ventrílocuo al que representa Chaney, es capaz de renunciar a su profundo amor
en beneficio del rival, de quien se confiesa enamorada la coprotagonista, por
más que resulte inverosímil que así suceda teniendo en cuenta el papanatas de
marca mayor de quien se enamora, aunque su honradez es lo que más atractivo lo
hace, sin duda. El clímax que se produce durante el juicio en el que el falso
culpable de un robo y un asesinato puede ser condenado a muerte, con el
ventrílocuo intentando convencer al juez de la inocencia del acusado, hablando
a través de él como de su marioneta, tiene enorme mérito cinematográfico, a lo
que contribuye un juego de plano contraplano que permite escenificar la
desesperación del ventrílocuo hasta que llega el momento sublime de la
confesión a pleno pulmón de su culpabilidad relativa en todo el asunto.
Se
trata, en cualquier caso, de dos películas muy estimables no solo desde la
óptica del cinéfilo, sino desde la del espectador común, quien, a través de
ellas, se reconciliará con una época del cine, el cine mudo, en la que se
rodaron no pocas obras maestras del género, como, para este crítico, la inmortal
Avaricia, de Erich. Von Stroheim, por
ejemplo, sin mencionar las muchas muestras excelentísimas de otros grandes como
Eisenstein, Griffith, Murnau, Pabst y tantos más.
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