Función de noche: Vidas dramáticas de
cómicos: Lola Herrera o una muchachita de Valladolid…se desnuda en el camerino.
Título original: Función de noche
Año: 1981
Duración: 90 min.
País: España
Directora: Josefina Molina
Guión: Josefina Molina, José Sámano (Novela:
Miguel Delibes)
Música: Alejandro Massó
Fotografía: Teodoro Escamilla
Reparto: Lola Herrera, Daniel Dicenta, Natalia
Dicenta, Daniel Dicenta Herrera, Luis Rodríguez Olivares, Margarita Forrest,
Jacinto Bravo, Francisco Teres, Santiago de las Heras, Antonio Cava, Demetrio
Sánchez, Juana Ginzo
Quizá haga más de quince años que vi Función de noche, sin haber visto la representación teatral sobre Cinco horas con Mario, una excelente
novela de Delibes, y seguí sin querer ver la representación, tras haber visto
la película, porque la película-documento, más que propiamente “documental”, de
Josefina Molina me pareció magistral. Ayer volví a verla en esa joya de
programa que es la Historia del cine español que nos ofrece La 2 en dosis
diaria. ¿Por qué me vendrían a la memoria Nueve
cartas a Berta, de Patino o La tía
Tula, de Picazo? Sin duda porque Lola Herrera, en su desnudo integral de
jovencita de provincias que se casa con un hombre pedestalizado, sin reunir
especiales méritos para ello, desde la casi absoluta ignorancia de qué sean el
matrimonio y la vida sexual, ofrece un testimonio vital que va más allá de la
sociología e incluso de la psicología. Es una mujer que tiene necesidad de
hablar, de decir, y de ser escuchada. Y bien puede decirse que de lo que más se
asusta es de lo que llega a verbalizar, la confesión de sus limitaciones y de
sus fiascos, con el acerbo y punzante dolor que ello implica. No hace mucho que
hemos visto Birdman, de Iñárritu, y
hace mucho que vimos Opening night, de Casavetes, historias de vidas
truncadas en el escenario y el espacio del teatro. En Función de noche, nos reducimos aún más: al camerino. En él, en el
ínterin de aquel suplicio que para los actores fueron las dos sesiones diarias,
la actriz Lola Herrera se reúne con quien fue su marido durante seis años y
padre de sus dos hijos, Daniel Dicenta, y juntos analizan su fracaso
matrimonial. La situación, resuelta técnicamente con la realización a través de
los falsos espejos, tiene un desasosegante aire de experimento de laboratorio,
algo que se acentúa cuando Daniel Dicenta comienza a utilizar la toalla para
restañar el sudor que el ambiente provoca, al margen, claro está, de la posible
incomodidad que le supongan, aun habiendo pasado tanto tiempo desde su
separación, las revelaciones de su ex. Ambos, a medida que se va acumulando la
tensión emocional se sienten atrapados en ese espacio, lo que consigue desasosegar
por contagio al espectador. La confesión, porque ese sería el género literario
al que pertenecería si fuera una obra escrita, tiene tal poder de verdad que ni
la afectación que siempre he oído en la voz de Lola Herrera ni algunos gestos
acaso excesivamente teatrales que se permite en la representación logran
restarle credibilidad y emoción. Es una mujer que ha sufrido y que le revela a
su marido la verdad de su sufrimiento y la causa de su desgraciada vida, que
tiene su origen en la falta de una educación desde la que comprender y aceptar realidades
de tanta enjundia como la sexualidad, el amor, el matrimonio y la maternidad. Hacia
la mitad del camino de la vida, Lola Herrera tiene 46 años cuando ruedan Función de noche, es estremecedor oír la
confesión de una persona que ha vivido su vida como un fracaso constante, aun
siendo una actriz de éxito. Pero su vida personal constituye un ejemplo de
insatisfacción total: se ha entregado tanto a los demás y ha vivido tan poco
para ella misma que, alcanzada esa edad fronteriza, recapacita y se percata del
vacío desolador en que se halla y desde el que se ve sin fuerzas para iniciar
una nueva vida. A lo largo del diálogo, en el que el exmarido adopta una
actitud demasiado distanciada, como si ya hubiera superado, aunque no sea así,
aquella experiencia, se levanta ante los espectadores una vida en común que
dejó de tener lo de “común” casi desde la misma noche de bodas, una gran
catástrofe. Poco a poco irán surgiendo los desencuentros, las incomprensiones,
los silencios insalvables, las resignaciones, las humillaciones, los secretos,
los malentendidos…, un desfile de los fantasmas habituales en las relaciones de
pareja que acaban mal porque, acaso, no se tuvo en su momento el valor de
hablar sin tapujos para verle a la verdad su cara de hereje y obrar en
consecuencia. El origen de la película es la representación que durante una
década hizo Lola Herrera por toda España de la función teatral en la que se
adaptó la novela de Miguel Delibes Cinco
horas con Mario, una radiografía de la vida de pareja de la España de la
posguerra con la que la actriz se fue identificando hasta, como le dice a su
exmarido, ponerle a Mario su rostro y verlo a él en el ataúd, en vez de al
personaje de Delibes. La aparición de un personaje como el de Juana Ginzo,
locutora emblemática de la SER y voz histórica de la Ama Rosa de Sautier Casaseca, amiga íntima de Herrera que
representa justo lo contrario de lo que es la actriz, una mujer liberada que ha
decidido aceptarse y no vivir pendiente de la “reputación”, de la opinión
ajena, le permite al espectador salir por breves momentos de ese laberinto
emocional del camerino, donde parece que se esté celebrando una ceremonia ritual
cuyo final nos asusta, porque intuimos lo peor. La película alterna la escena
del camerino con fragmentos de la representación, pero ahí no hay descanso
alguno para el espectador, sino un incremento de la angustia, porque se suman
la persona y el personaje con idéntico drama de la insatisfacción y la culpa.
Las breves filmaciones con los hijos de la pareja permiten, también, introducir
una distancia que nos permita retomar fuerzas para continuar con atención el
duelo de sentimientos en el que no se ahorran, los pacíficos contendientes las
puyas más envenenadas, como la frase feliz que podría ser el reclamo para el
público amante de las emociones fuertes: “Yo nunca he tenido un orgasmo en mi
vida”, ni con su marido ni con nadie. Lo que provoca una reacción
defensiva/herida por parte de su marido, quien ha sido engañado por la
representación que la actriz ha hecho de los mismos durante su vida conyugal. Por
lo escrito, se advierte enseguida la indudable influencia que en Josefina
Molina tuvo una película como Secretos de
un matrimonio, de Bergman, una de sus grandes obras, cuyo título original
aún se acerca más a la obra de Molina: Escenas de la vida conyugal, pues
Herrera y Dicenta van repasando su vida matrimonial a partir de ciertas escenas
que, según ellos, fueron determinantes para el rumbo de su unión.
Independientemente de dicha influencia, la película-documento de Josefina
Molina me parece una contribución importantísima para algo que tanto haría para
evitar la violencia machista contra la mujer en el seno de las relaciones
familiares o de pareja: la educación afectiva. Función de noche es una película
que deberían ver inexcusablemente todas las parejas, de cualquier edad, de
cualquier lugar.