miércoles, 2 de diciembre de 2020

«El hombre de las mil caras», de Alberto Rodríguez o el más difícil todavía…

 

Un recorrido vigoroso por las cloacas del Poder, de la impostura y de la picaresca de altos vuelos…

 

Título original: El hombre de las mil caras

Año: 2016

Duración: 123 min.

País:  España

Dirección: Alberto Rodríguez

Guion: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos (Libro: Manuel Cerdán)

Música: Julio de la Rosa

Fotografía: Alex Catalán

Reparto: Eduard Fernández, José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura, Luis Callejo, Emilio Gutiérrez Caba, Tomás del Estal, Israel Elejalde, Pedro Casablanc, Enric Benavent, Christian Stamm, Philippe Rebbot, Alba Galocha, Jimmy Shaw, Craig Stevenson, Miguel García Borda, Santiago Molero, Rafael Sandoval, Ramón Rados, Mireia Portas, Jöns Pappila, Ricardo Reguera, Gilles Treton, Jim Arnold, Leticia Etala, Marcos Ruiz, Miko Jarry, Agustín Galiana, Chacha Huang, Eric Tu, Mar García, Itziar Atienza, José Manuel Poga, Ramón Ibarra, Esteban Ciudad, Javier Varela, Félix Granado, Natxo Molinero.

 

         Reconozco que, en su día, me condicionó tanto la figura plúmbea y anodina de Paesa, que no acertaba a imaginar que con ella se hubiera podido hacer una película que me llamara la atención e incluso  que me llegara a gustar. Venía de ver La isla mínima y, mea culpa, no quería que un fantoche como Paesa me indigestara un recuerdo tan magnífico como el de esa película brillantísima. La peripecia de Roldán y la del propio Paesa fue lectura asidua de muchos durante mucho tiempo, lo suficiente como para haber «visto» esa película con todo lo que tenía de esperpento, orgías de Roldán incluidas, tal y como aparecieron en Interviú. Hice mal, ahora lo sé y me arrepiento por no haber confiado en un autor tan sólido como Alberto Rodríguez.

         Mi satisfacción actual no ha aumentado por el error que cometí, porque, si hubiera dejado de lado la pereza y los prejuicios, la hubiera alabado como me dispongo a hacerlo ahora. Quienes hayan visto  The laundromat: Dinero sucio, titulada también La lavandería, de Steven Soderbergh, rodada con posterioridad a la presente, reconocerán inmediatamente el ritmo trepidante que ambas, a su vez, quizá aprendieron en aquella locura de película de Spielberg que fue Atrápame si puedes, tan flojita, por cierto. La presencia de un personaje inventado como colaborador de Paesa, tan bien «llevado» por Jose Coronado, que es además el narrador de la historia, nos permite coger esa distancia crítica con el personaje, al que se respeta, teme y se compadece casi a partes iguales. Lo cierto, no obstante, es que el director ha sabido encontrarle el punto a la historia, tan alocada, es cierto, pero tan medida.

Las andanzas de un pícaro como Paesa, capaz de embaucar al lucero del alba, amén de a los torpes servicios secretos y policía españoles, nos pone en contacto con una realidad sórdida, poco aireada y perfectamente imaginada y representada, tanto en sus papeles estelares. Roldán y Belloch, por ejemplo, como en papeles secundarios cuya presencia aporta toneladas de verosimilitud a la historia, como el representado por Emilio Gutiérrez Caba. Partir de un hecho real y conocidísimo podría dar a entender que, sabiéndolo todo de la historia, ningún aliciente podría tener esta misma. Sucede justo lo contrario: el espectador, que tras tanto tempo transcurrido, ha perdido no pocos cabos de aquel suceso, se regocija con cada nueva aparición que le va refrescando los extremos de una historieta que asombró al mundo y a la que Alberto Rodríguez ha sabido extraer todo lo que tiene de thriller político, de esperpento costumbrista y de comedia de altos vuelos. Es cierto que Eduard Fernández contribuye lo suyo a potenciar la figura anodina de Paesa, aunque, para ser sinceros, la película quizá debiera de haberse titulado El hombre de una sola cara y de los mil embustes, porque, seguramente atendiendo a su inequívoca discreción anodina, Fernández interpreta su personaje más con la voz que propiamente con el gesto, como el jugueteo constante con el encendedor permite comprobar, por ejemplo. Sí, decididamente, Paesa cae dentro del concepto de «antihéroe», del embaucador genial capaz de venderle un misil a ETA con rastreador para que la policía os descubra, como de quedarse, mediante casi inverosímiles transacciones bancarias, con el dinero de Roldán y de sacarle, además, 300 millones de las antiguas pesetas al Estado por la entrega de Roldán, y todo ello para poder seguir, tanto tiempo después, vivito y coleando, y acaso disfrutando de los «ahorros» tan bien gestionados…

Cualesquiera peros de inverosimilitud que se le quieran poner a la película, se diluyen ante el poderío fílmico desplegado por Rodríguez, con una producción con exteriores en París y Singapur, y otros ficticiamente representados en estudio, pero que le conceden a la película ese aire casi de producción internacional muy logrado. No contento con esos objetivos cubiertos, Rodríguez aún es capaz de hacer un ejercicio de análisis psicológico de la vida matrimonial de Paesa, porque su compinche, Coronado, un piloto con un amor en cada aeropuerto, le pone el contrapunto a esa necesidad de «retirada» al hogar que parecer ir buscando constantemente el personaje, una vez puestos a buen recaudo los dineros que la permitan, por supuesto. En fin, que se trata de una película con buenas dosis de historicidad y no menos de ficción, pero ambas vertientes se suman para ofrecernos una película llena de secuencias magníficas que no excluyen, por supuesto, la excelente recreación, algo tensa, sin embargo, de Carlos Santos como el prófugo Roldán -¡un Brahms por medio magnífico!-, pronto aquejado de la nostalgia del «emigrante» separado de su familia… En resumen, una delicia que verán con mayor gusto, sin duda, quienes vivieron como presente aquellos acontecimientos, sobresalto tras sobresalto informativo.

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