miércoles, 14 de abril de 2021

«1864», de Ole Bornedal, o la auténtica memoria histórica…

 

La terrible Guerra de los Ducados entre Dinamarca y Prusia o los males del nacionalismo diabólico que no cesa su obra de alienación y destrucción… urbi et orbi.

 

Título original: 1864

Año: 2014

Duración: 60 min.

País: Dinamarca

Dirección: Ole Bornedal

Guion: Ole Bornedal, Tom Buk-Swienty

Música: Marco Beltrami

Fotografía: Dan Laustsen

Reparto: Jens Sætter-Lassen, Jakob Oftebro, Marie Tourell Søderberg, Sarah-Sofie Boussnina, Pilou Asbæk, Sidse Babett Knudsen, Rasmus Bjerg, Peter Plaugborg, Helle Fagralid, Søren Malling, Ole Dupont, Barbara Flynn, Louise Mieritz, Collin Wagner, Nicolas Bro. 

 

         Pura coincidencia que un 14 de abril de 2021, fecha en que los españoles recordamos un fracaso histórico de tan trágica magnitud como la Segunda República, me ponga a escribir la crítica de una serie que en la fecha del título de la misma recuerda otro fracaso histórico tan trágico como el nuestro, la Guerra de los Ducados, entre Dinamarca y la confederación austro-prusiana, aunque no supusiera, en Dinamarca, una guerra civil, como sí ocurrió en nuestro país. Con  todo, y dada nuestra actualidad política, he de reconocer que el fenómeno de exaltación y alienación nacionalista de las élites danesas que condujeron a la guerra contra Prusia tiene su exacto reflejo, ¡sin las trágicas consecuencias del nórdico, afortunadamente!, en la explosión del delirio nacionalista de los supremacistas catalanes que han abogado por una declaración de independencia del estado colonial español que los “reprime, tortura y explota”, da igual el orden de los factores,  y que duró apenas 8 exiguos segundos. Para mayor abundamiento, los condados en disputa entre daneses y prusianos eran los de Schleswig–Holstein, hoy unidos y entonces separados, precisamente donde la Justicia de ese land decidió que no devolvía a la Justicia española al fugado Puigdemont. Todo esto me lleva a la primera reflexión: ¿cuándo seremos capaces de afrontar en España episodios de nuestro pasado tan lamentables como este de la Guerra de los Ducados para los daneses,y con idéntico espíritu crítico y, por ello mismo, benéficamente liberador? Por lo que vivimos, más da la impresión de que los intentos ideológicos de «imponer» una memoria histórica sectaria van, desgraciadamente, en la dirección contraria.

         La serie es excepcional desde el punto de vista de la calidad técnica, de la producción e incluso de la realización, porque, al ser, de hecho, una miniserie de 8 capítulos de una hora, se percibe enseguida el esmero con que se ha diseñado la larga película y se nos ha contado, con precisión y elocuencia, el núcleo básico del conflicto y el desgarro social que supuso aquella loca aventura de lanzarse a la guerra contra Prusia por creerse una nación “escogida” por el Altísimo para manifestar toda su gloria en un solo país: Dinamarca. Que el «iluminado» Presidente de Gobierno, Monrad, fuera, además, obispo, con episodios de mesianismo delirante, quién sabe si herencia de un padre que padeció la locura, contribuyó lo suyo a encender, junto con una élite en la que destaca una actriz que promueve su causa, interpretada a la perfección por la protagonista de Borgen, esa otra grandísima serie política danesa, Sidse Babett Knudsen, la hoguera del narcisismo nacionalista en la que acabaron todos achicharrados. Bueno, unos más que otros, porque la serie no nos engaña al respecto: los sacrificados son siempre los mismos, el pueblo llano; los sacrificadores, quienes guardan a buen recaudo sus bienes y sus posiciones sociales de privilegio.

         La historia se centra en dos hermanos que tienen una relación triangular sentimental con la hija de los administradores del barón de su localidad, para quienes ellos acaban trabajando. En un ambiente rural en el que la vida cotidiana está tan próxima a la naturaleza, los ecos de Novecento, de Bertolucci, o de Jules et Jim, de Truffaut, de Pelle, el Conquistador, de Bille August y, en las escenas de los jóvenes aristócratas, aun de películas como The Riot Club, de  Lone Scherfig, entre otras, asoman enseguida para los espectadores con antecedentes. Ese triangulo amoroso en el que cada cual no solo es muy distinto de los otros, sino que acabarán, cada uno, teniendo destinos muy diversos, logra captar enseguida el interés de los espectadores, porque ira acompañando a la acción a lo largo de toda la película, con las suficientes tramas paralelas como para crear un microcosmos que refleje a la perfección lo que supuso para los daneses aquel dramático 1864.

         Con una estructura alterna de dos tiempos alejados, el presente del siglo XXI y el pasado del siglo XIX, la narración va tomar como fuente la memoria escrita por la protagonista, Inge, la amada por los dos hermanos, que oirá su nieto de labios de una joven conflictiva, sin oficio ni beneficio, que acepta un trabajo social, cuidar del viejo, como única salida para una vida sumida en el caos y con una vida familiar desestructurada. Ya se verá que incluso esas dos historias, la del nieto y la de su cuidadora acaban teniendo cierta relación. Pero lo importante es la minuciosa descripción de un modo de vida, la de la Dinamarca rural del XIX, con una estructura de poder en la que los terratenientes disponen casi de un poder omnímodo, aquí encarnado en un personaje, el hijo del barón, pusilánime y despótico, interpretado con todos los matices imprescindibles por el magnífico actor que, en Borgen, desempañaba el cargo de asesor de prensa de la Primera Ministra, Pilou Asbæk, y a quien ciertos espectadores conocerán por su participación en una serie que no he visto ni creo que vea: Juego de tronos. Esa minuciosidad de la puesta en escena, tanto en los episodios de paz como en las numerosas escenas bélicas, rodadas con un verismo estremecedor que invitaban, a veces, a desviar la mirada de los horrores de la guerra, son grandes éxitos de la serie, que no escatima en ningún momento el contraste ilustrador entre las élites que se niegan a negociar con los prusianos y la matanza que provocan en un campo de batalla en el que ambas naciones se enfrentan con tácticas muy rudimentarias, buscando, tras la criba de las armas de fuego, el cuerpo a cuerpo librado con las bayonetas como si de una lucha medieval se tratara. En el plano bélico, que ocupa buena parte del metraje, se advierte ya, por el uso de las trincheras y los bombardeos, la crueldad de la Primera Guerra Mundial, con la que se encontraría Europa apenas medio siglo después, y en la que los daneses, escarmentados por esta derrota de 1864, se declararon neutrales. En ese sentido, son también impactantes las escenas de los hospitales con el aluvión incesante de heridos mortales por los que poco o nada puede hacerse y en el que la protagonista, Inge, tiene su hijo de Laust, uno de los dos hermanos, quien le ocultó su unión con ella a su hermano, lo que provoca, a su vez,  una dramática riña entre ambos, la cual forma parte del hilo narrativo que parte de las primeras imágenes de los tres en la infancia, cuando empiezan a perfilarse las personalidades de cada uno.

         Puede parecer un contrasentido calificar esta larga y excelente película de «lírica», dado el peso que tiene la tragedia político-militar, pero lo cierto es que son muy abundantes esos momentos que nos permiten recrearnos en una variada gama de sentimientos y de relaciones que son descritas, con el marco incomparable de una naturaleza a la que se presta especial atención, y no solo al vuelo de la alondra, un motivo recurrente que enlazará pasado y presente de una juventud que sirvió de carne de cañón a los delirios místico-políticos de unas élites que jugaban a la guerra con palabras que, en el frente de batalla, descuartizaban los cuerpos. El amor, en muchas de sus manifestaciones, la lealtad, el compañerismo, la solidaridad, la abnegación, etc., son muchos de los valores que forman parte de la trama con especial intensidad, de ahí que el contraste con el desastre militar sea tan acusado.

         Capítulo aparte merece la perspectiva político-cultural de las élites danesas que se sienten llamadas a la recuperación de dos ducados que en su tiempo les pertenecieron y sin los cuales parece que esté incompleta la «Gran Dinamarca» que asume en su ideología la condición de pueblo elegido por Dios para manifestar su gloria sobre la Tierra. Los discursos inflamados e incendiarios, la pasión por la patria, la «danesidad», permítaseme el neologismo, de todas esas gentes embobadas por grandezas que no se corresponden de ninguna de las maneras con la realidad serán los motores de la gran derrota. Muy significativo es que sea el rey de los daneses quien, con una diplomacia al margen de los poderes políticos de los partidos, se ofrece al Káiser como aliado para la Gran Alemania que entre él y  Bismarck están construyendo.

         Insisto, 1864 es una serie que se ha de ver, porque, como ocurre con Borgen, y ya lo dejé escrito, es mucho lo que, como país, hemos de aprender los españoles de un proyecto de esa envergadura y naturaleza. La autocrítica, pero una autocrítica lúcida, que vaya más allá del revisionismo interesado de la memoria histórica es, sin lugar a dudas, una de nuestras grandes asignaturas pendientes. ¡Ojalá la creación de alguna serie sobre nuestro rico pasado como esta de Dinamarca sobre el suyo nos ayude a entendernos mejor y a rebajar la crispación social que nos obnubila y puede llegar a perdernos!

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