La terrible
Guerra de los Ducados entre Dinamarca y Prusia o los males del nacionalismo
diabólico que no cesa su obra de alienación y destrucción… urbi et orbi.
Título original: 1864
Año: 2014
Duración: 60 min.
País: Dinamarca
Dirección: Ole Bornedal
Guion: Ole Bornedal, Tom Buk-Swienty
Música: Marco Beltrami
Fotografía: Dan Laustsen
Reparto: Jens Sætter-Lassen,
Jakob Oftebro, Marie Tourell Søderberg, Sarah-Sofie Boussnina, Pilou Asbæk,
Sidse Babett Knudsen, Rasmus Bjerg, Peter Plaugborg, Helle Fagralid, Søren
Malling, Ole Dupont, Barbara Flynn, Louise Mieritz, Collin Wagner, Nicolas Bro.
Pura coincidencia
que un 14 de abril de 2021, fecha en que los españoles recordamos un fracaso
histórico de tan trágica magnitud como la Segunda República, me ponga a escribir
la crítica de una serie que en la fecha del título de la misma recuerda otro
fracaso histórico tan trágico como el nuestro, la Guerra de los Ducados, entre
Dinamarca y la confederación austro-prusiana, aunque no supusiera, en
Dinamarca, una guerra civil, como sí ocurrió en nuestro país. Con todo, y dada nuestra actualidad política, he
de reconocer que el fenómeno de exaltación y alienación nacionalista de las
élites danesas que condujeron a la guerra contra Prusia tiene su exacto
reflejo, ¡sin las trágicas consecuencias del nórdico, afortunadamente!, en la
explosión del delirio nacionalista de los supremacistas catalanes que han
abogado por una declaración de independencia del estado colonial español que
los “reprime, tortura y explota”, da igual el orden de los factores, y que duró apenas 8 exiguos segundos. Para
mayor abundamiento, los condados en disputa entre daneses y prusianos eran los
de Schleswig–Holstein, hoy unidos y entonces separados, precisamente donde la
Justicia de ese land decidió que no devolvía a la Justicia española al
fugado Puigdemont. Todo esto me lleva a la primera reflexión: ¿cuándo seremos
capaces de afrontar en España episodios de nuestro pasado tan lamentables como
este de la Guerra de los Ducados para los daneses,y con idéntico espíritu
crítico y, por ello mismo, benéficamente liberador? Por lo que vivimos, más da
la impresión de que los intentos ideológicos de «imponer» una memoria histórica
sectaria van, desgraciadamente, en la dirección contraria.
La serie es
excepcional desde el punto de vista de la calidad técnica, de la producción e
incluso de la realización, porque, al ser, de hecho, una miniserie de 8 capítulos
de una hora, se percibe enseguida el esmero con que se ha diseñado la larga
película y se nos ha contado, con precisión y elocuencia, el núcleo básico del
conflicto y el desgarro social que supuso aquella loca aventura de lanzarse a
la guerra contra Prusia por creerse una nación “escogida” por el Altísimo para
manifestar toda su gloria en un solo país: Dinamarca. Que el «iluminado» Presidente
de Gobierno, Monrad, fuera, además, obispo, con episodios de mesianismo
delirante, quién sabe si herencia de un padre que padeció la locura, contribuyó
lo suyo a encender, junto con una élite en la que destaca una actriz que
promueve su causa, interpretada a la perfección por la protagonista de Borgen,
esa otra grandísima serie política danesa, Sidse Babett Knudsen, la hoguera del
narcisismo nacionalista en la que acabaron todos achicharrados. Bueno, unos más
que otros, porque la serie no nos engaña al respecto: los sacrificados son
siempre los mismos, el pueblo llano; los sacrificadores, quienes guardan a buen
recaudo sus bienes y sus posiciones sociales de privilegio.
La historia se
centra en dos hermanos que tienen una relación triangular sentimental con la
hija de los administradores del barón de su localidad, para quienes ellos acaban
trabajando. En un ambiente rural en el que la vida cotidiana está tan próxima a
la naturaleza, los ecos de Novecento, de Bertolucci, o de Jules et
Jim, de Truffaut, de Pelle, el Conquistador, de Bille August y, en
las escenas de los jóvenes aristócratas, aun de películas como The Riot Club,
de Lone Scherfig, entre otras, asoman
enseguida para los espectadores con antecedentes. Ese triangulo amoroso en el
que cada cual no solo es muy distinto de los otros, sino que acabarán, cada uno,
teniendo destinos muy diversos, logra captar enseguida el interés de los
espectadores, porque ira acompañando a la acción a lo largo de toda la película,
con las suficientes tramas paralelas como para crear un microcosmos que refleje
a la perfección lo que supuso para los daneses aquel dramático 1864.
Con una
estructura alterna de dos tiempos alejados, el presente del siglo XXI y el
pasado del siglo XIX, la narración va tomar como fuente la memoria escrita por
la protagonista, Inge, la amada por los dos hermanos, que oirá su nieto de
labios de una joven conflictiva, sin oficio ni beneficio, que acepta un trabajo
social, cuidar del viejo, como única salida para una vida sumida en el caos y con
una vida familiar desestructurada. Ya se verá que incluso esas dos historias,
la del nieto y la de su cuidadora acaban teniendo cierta relación. Pero lo
importante es la minuciosa descripción de un modo de vida, la de la Dinamarca
rural del XIX, con una estructura de poder en la que los terratenientes disponen
casi de un poder omnímodo, aquí encarnado en un personaje, el hijo del barón, pusilánime
y despótico, interpretado con todos los matices imprescindibles por el magnífico
actor que, en Borgen, desempañaba el cargo de asesor de prensa de la
Primera Ministra, Pilou Asbæk, y a quien ciertos espectadores conocerán por su
participación en una serie que no he visto ni creo que vea: Juego de tronos.
Esa minuciosidad de la puesta en escena, tanto en los episodios de paz como en
las numerosas escenas bélicas, rodadas con un verismo estremecedor que
invitaban, a veces, a desviar la mirada de los horrores de la guerra, son
grandes éxitos de la serie, que no escatima en ningún momento el contraste
ilustrador entre las élites que se niegan a negociar con los prusianos y la
matanza que provocan en un campo de batalla en el que ambas naciones se
enfrentan con tácticas muy rudimentarias, buscando, tras la criba de las armas
de fuego, el cuerpo a cuerpo librado con las bayonetas como si de una lucha
medieval se tratara. En el plano bélico, que ocupa buena parte del metraje, se
advierte ya, por el uso de las trincheras y los bombardeos, la crueldad de la
Primera Guerra Mundial, con la que se encontraría Europa apenas medio siglo
después, y en la que los daneses, escarmentados por esta derrota de 1864, se
declararon neutrales. En ese sentido, son también impactantes las escenas de
los hospitales con el aluvión incesante de heridos mortales por los que poco o
nada puede hacerse y en el que la protagonista, Inge, tiene su hijo de Laust,
uno de los dos hermanos, quien le ocultó su unión con ella a su hermano, lo que
provoca, a su vez, una dramática riña
entre ambos, la cual forma parte del hilo narrativo que parte de las primeras
imágenes de los tres en la infancia, cuando empiezan a perfilarse las
personalidades de cada uno.
Puede parecer
un contrasentido calificar esta larga y excelente película de «lírica», dado el
peso que tiene la tragedia político-militar, pero lo cierto es que son muy abundantes
esos momentos que nos permiten recrearnos en una variada gama de sentimientos y
de relaciones que son descritas, con el marco incomparable de una naturaleza a
la que se presta especial atención, y no solo al vuelo de la alondra, un motivo
recurrente que enlazará pasado y presente de una juventud que sirvió de carne
de cañón a los delirios místico-políticos de unas élites que jugaban a la
guerra con palabras que, en el frente de batalla, descuartizaban los cuerpos.
El amor, en muchas de sus manifestaciones, la lealtad, el compañerismo, la
solidaridad, la abnegación, etc., son muchos de los valores que forman parte de
la trama con especial intensidad, de ahí que el contraste con el desastre
militar sea tan acusado.
Capítulo aparte
merece la perspectiva político-cultural de las élites danesas que se sienten
llamadas a la recuperación de dos ducados que en su tiempo les pertenecieron y
sin los cuales parece que esté incompleta la «Gran Dinamarca» que asume en su
ideología la condición de pueblo elegido por Dios para manifestar su gloria
sobre la Tierra. Los discursos inflamados e incendiarios, la pasión por la
patria, la «danesidad», permítaseme el neologismo, de todas esas gentes
embobadas por grandezas que no se corresponden de ninguna de las maneras con la
realidad serán los motores de la gran derrota. Muy significativo es que sea el
rey de los daneses quien, con una diplomacia al margen de los poderes políticos
de los partidos, se ofrece al Káiser como aliado para la Gran Alemania que
entre él y Bismarck están construyendo.
Insisto, 1864
es una serie que se ha de ver, porque, como ocurre con Borgen, y ya lo
dejé escrito, es mucho lo que, como país, hemos de aprender los españoles de un
proyecto de esa envergadura y naturaleza. La autocrítica, pero una autocrítica
lúcida, que vaya más allá del revisionismo interesado de la memoria histórica
es, sin lugar a dudas, una de nuestras grandes asignaturas pendientes. ¡Ojalá
la creación de alguna serie sobre nuestro rico pasado como esta de Dinamarca
sobre el suyo nos ayude a entendernos mejor y a rebajar la crispación social
que nos obnubila y puede llegar a perdernos!
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