Título original: The Father
Año: 2020
Duración: 97 min.
País: Reino Unido
Dirección: Florian Zeller
Guion: Florian Zeller, Christopher Hampton. Obra: Florian Zeller
Música: Ludovico Einaudi
Fotografía: Ben Smithard
Reparto: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Imogen Poots, Rufus Sewell,
Olivia Williams, Mark Gatiss, Evie Wray, Ayesha Dharker.
Título original: Une vie
démente
Año: 2020
Duración: 87 min.
País: Bélgica
Dirección: Raphaël Balboni,
Ann Sirot
Guion: Raphaël Balboni, Ann
Sirot
Fotografía: Jorge Piquer
Rodriguez
Reparto: Jo Deseure, Jean Le
Peltier, Lucie Debay, Gilles Remiche.
Dos aproximaciones a las dos caras de la demencia senil: la depresión y la euforia: Una obra mayor, El padre; una obra amable, Loca por la vida.
Reconozco que,
por proximidades familiares, me daba un cierto reparo ir a ver El padre,
porque contemplar procesos de deterioro cognitivo que vas viendo cada día en
seres próximos y queridos no plato de buen gusto. Finalmente, claro, lo que se
ha de ver se ve, y aunque no me veía con ánimos para hacer la crítica, la contemplación
reciente de una obra en cierto modo parecido a El padre , Loca por la
vida, me ha animado a juntar ambas y hacer una crítica.
El comienzo de El
padre nos llenó de escalofríos a mi Conjunta y a mí, porque advertimos en los
detalles de esos compases iniciales ciertas manifestaciones que se corresponden
con la situación actual de su madre, aunque ni de lejos está próxima al deterioro
que manifiesta el protagonista de la película, pero que esos detalles pudieran
ser un aviso de lo por venir era ya suficiente para generar congoja y profundo
temor. Hay algunos críticos a los que la película más les parece del género de
terror psicológico que propiamente del cine de patologías incurables y
abnegaciones filiales varias. Lo primero que se ha de reconocer es la impecable
estructura de la historia y el hecho relativamente novedoso de haber escogido
el punto de vista del enfermo para contarnos la historia tal y como él la ve,
lo cual no puede sino generar desconcierto en unos espectadores que, con los
súbitos cambios de identificación que hace el padre, no saben propiamente a qué
atenerse, ni cuáles son sus hijas reales, ni si el piso donde vive es propio o
de los hijos y ni tan siquiera si su enfermedad tiene el alcance que parece
tener, dada la relativa autonomía individual de que es capaz el personaje,
cuyas salidas lúcidas nos engañan una y otra vez.
A pesar de ese
laberinto de suplantaciones, lo que queda claro es la fragilidad del
protagonista, su dependencia de otros y la escasa ductilidad de carácter que lo
lleva a rechazar a las diferentes personas que contrata la hija para tenerlo
atendido mientras ella trabaja y prepara su salida del país, porque ella
también ha de intentar seguir con su propia vida. El conflicto es universal:
los padres se pierden en la niebla de una demencia que los desconecta cada vez
más de la vida, aislándolos en un mundo reducidísimo en el que, además,
pretenden ser autosuficientes, y los hijos asisten impotentes al triste espectáculo
de la degeneración que aleja a esos frágiles seres de ellos, hasta que llega el
punto de no retorno en que no son absolutamente nadie para quien acaso un día
lo fueron todo.
La película
está básicamente rodada en interiores, en una casa de espectaculares
dimensiones y bellamente amueblada que permite unos movimientos de cámara, unas
perspectivas y unos encuadres que permiten lograr un ritmo cinematográfico que
potencia el juego de falsas identidades que vive el anciano. Y aquí entra la
prodigiosa interpretación de un oscarizado Anthony Hopkins que pone sobre los
planos una suerte de sabiduría infinita para lograr unos registros de «ausencia»
solo comparables a los de la «seducción» de una nueva cuidadora que, como sus
predecesores, acabará también fracasando, porque el protagonista ha de defender
la realidad en la que vive frente a la que le quieren «vender» como la
auténticamente real. Sus vidas ficticias son para él su vida, y aun como
cantante y bailarín es capaz de reconocerse ante una nueva extraña que invade
sus «posesiones». Frente a él, Olivia Colman, una actriz llena de recursos, le
da una réplica perfecta en la que se mezclan la compasión, la desesperación, el
amor y la decepción a partes iguales.
La película
esta llena de detalles que nos permiten ir atando cabos sobre las confusiones
del protagonista, y vamos descubriendo, poco a poco, intentando salir de su
prisión, las líneas maestras del quién es quién y de cuál será el futuro de ese
hombre aislado en su penumbra, pero aún lleno de una vitalidad que él confunde
con la estabilidad mental.
El desenlace de
la película hay que verlo para darse cuenta exactamente del dolor que hay detrás
de esas demencias seniles que nos arrebatan a quienes, aun siéndonos tan
queridos, nos ignoran completamente. Ya
digo, aun a pesar de ciertos golpes cómicos iniciales, la historia toma pronto
la senda de la tristeza y la compasión, que ya no deja hasta ese final.
Loca por la
vida, aun tratando el tema de la demencia senil, no está enfocada desde ese
tono «de postrimerías» desde el que se enfoca El padre, y hay, en todo el
desarrollo de la película, aun a pesar de lo que les hace cambiar a la pareja
protagonista su vida, un desarrollo hasta cierto punto de comedia ligera que se
resuelve del mejor modo posible: integrando esa demencia en la vida cotidiana
de la pareja, quienes, en una casa con jardín, se las ingenian para «seguirle
la corriente» a la madre y aceptarla «como
es».
Una mujer
activa, a la que le pirra interferir en la vida de su hijo, comprándoles cosas,
comienza a tener confusiones y olvidos de los que se acaba enterando el hijo.
Así, resulta que la mujer está jubilada y, al mismo tiempo, trabajando como
encargada en una galería de arte que organiza exposiciones, de lo cual se acaba
derivando, por hacerlo sin comunicarlo al Sistema de Salud, una multa de 30.000
€. La alegría con la que la mujer gasta el dinero, sumada a ciertas confusiones
inexplicables llevan al hijo a solicitar una revisión psicológica de la madre:
unas entrevistas que son de lo mejorcito de la película, porque a través de
ellas se advierte con plausible claridad el proceso de deterioro mental de la
madre.
Diagnosticada,
comienza el baile de la selección de candidatos para tratarla, hasta dar con el
que parece idóneo, porque es capaz de imponerle límites a la demencia expansiva
y arrolladora de la madre, una suerte de hiperactividad insufrible, casi
imposible de soportar, de tal modo que, burlando la vigilancia, la madre es
capaz de escaparse y de colarse en la casa de unos vecinos para poder satisfacer
un capricho gastronómico que en casa le está prohibido. La desesperación del
hijo único va en aumento día tras día, porque la capacidad de la madre para
hacer trastadas, como si de una criatura se tratara, es infinita. De hecho, él
y su mujer estaban dispuestos a ser padres, pero, al final, él se echa para
atrás porque el estado de su madre se le representa una carga insoportable de
llevar si, al mismo tiempo, ha de afrontar la responsabilidad de la paternidad.
Y en esas se debaten los protagonistas: si seguir o no con su vida, tal como la
tenían proyectada o lamentar que la enfermedad mental de la progenitora se
convierta en la realidad que anula las demás realidades.
Ya digo que el
tono de comedia, que potencia el lado gracioso de las reacciones de la madre,
como cuando le pide a una mujer por la calle el número de teléfono para que quede
con su hijo, que es «un buen partido», permite ver la enfermedad de la madre
desprovista de las aristas más desagradables de cualquier enfermedad mental, excepto
la de la desesperación del hijo, que se ve arrollado por esa suerte de ciclón
hiperactivo atolondrado en que se ha convertido su madre. Gracias a ese tono
amable la cinta se ve con gusto y los directores potencian la comicidad de las
escenas con una narración ágil que no se pierden en momentos muertos. La
narración fluye muy dosificadamente hacia un final que acaso peca de ingenuo o
de «buenista», pero que entra, desde luego, no solo en lo verosímil, sino
incluso en las tendencias psiquiátricas que piden «normalizar» socialmente
ciertos trastornos relativamente benignos que no deberían exigir el aislamiento
radical de los enfermos, su segregación de la comunidad.
Dada la índole
e cada una de estas películas, diría que forman, juntas, una estupenda sesión doble de humanidad frágil
que deberíamos ver con mucha atención y mayor empatía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario