domingo, 15 de agosto de 2021

«Stardust», de Gabriel Range o la cara oscura del astro.

 

El De profundis de David Bowie antes de renacer, eterna ave fénix, como Ziggy Stardust. 

Título original: Stardust

Año: 2020

Duración: 109 min.

País:  Reino Unido

Dirección: Gabriel Range

Guion: Christopher Bell, Gabriel Range

Música: Anne Nikitin

Fotografía: Nicholas D. Knowland

Reparto: Johnny Flynn, Jena Malone, Marc Maron, Aaron Poole, Roanna Cochrane, Anthony Flanagan, Lara Heller, Jorja Cadence, Annie Briggs, Ryan Blakely, Allie Dunbar, Drew Moss, Derek Moran, Myles Dobson, Jeremy Legat, Jennifer Murray, Milan Carmona, Olivia Carruthers, Brendan J. Rowland.

 

         No era de extrañar que los herederos de Bowie se opusieran a este biopic que caricaturiza en parte sí, al ídolo musical mundial en que se convirtió con sus muchas metamorfosis, y la prohibición de usar su música lastra sobremanera el resultado final. No obstante, haber escogido aquel momento decisivo de su vida en que hubo de renacer como el ave fénix para poder seguir alimentando la creación de su propio mito y competir en igualdad de condiciones con luminarias de la música pop de la talla de la que brillaban en aquellos momentos supone, para los espectadores, el acercamiento a ese lado oscuro de la fama en la que aún no se sabe si esta acabará llegando ni en qué medida, de las muchas que tiene su caprichosa vara de medir.

         Tras el relativo éxito de Space Oddity, ahora, ya, un clásico de la música pop, renovada por la versión que hizo Chris Hadfield , un astronauta, en uno de sus vuelos, y que ha sido vista por decenas de millones de personas en todo el mundo, David Bowie entró en una especie de callejón oscuro en el que no parecía acabar de encontrar el camino musical que quería seguir. La película lo coge en ese momento en que aún no es la estrella que llegaría a ser, pero habiendo conseguido establecerse como músico en un ambiente tan sumamente competitivo como el de Gran Bretaña, donde surgen cantantes y grupos por cada esquina, casi como las amapolas en mayo; en ese momento en que parece renovarse, a causa del internamiento de su hermanastro e iniciador musical, Terry Burn, en un siquiátrico, sus dudas acerca de su propia salud mental, porque su tendencia a desafiar las convenciones parece acercarse mucho a esa rebeldía de Terry contra el mundo, que tanto lo impresiona y que aquí se expresa perfectamente cuando su psiquiatra le invita a verlo participar en una reunión de grupo que, por aquellos años, finales de los 60, comenzaron a hacerse populares en la psiquiatría, como Ken Kesey nosmostró en Alguien voló sobre el nido del cuco.

         ¿Cómo salir del impasse en el que ha entrado el autor, sin un claro respaldo de su productor, sin una línea clara de actuación y tras un matrimonio —del que nacería su único hijo, Duncan, director de cine— en el que su mujer parece llevar las riendas de su propio proyecto artístico? ¡Una gira por Usamérica!  Y aquí es donde la película da ese giro potente hacia el retrato de una estrella emergente que pareciera no tener nada que decir, salvo el de una pose estilística en la que se acentúa el androginismo del autor mediante el uso de trajes femeninos, particularmente uno que le sienta al protagonista que ni diseñado por su peor enemigo, pero que, y en eso la película parece apartarse, por mor de la intensificación del dramatismo de la desorientación del personaje, ligeramente de la realidad, cayó en gracia a los periodistas usamericanos que lo entrevistaron en lo que resulta ser, al final, un tour de promoción, más que un tour de trabajo, porque, por atávicas razones que el personaje no acaba de entender, le está vedado actuar profesionalmente en el país.

El periodista de la casa discográfica que le sirve de chófer durante la gira por diferentes estados, en los que este ha de ir tratando de conseguir citas que permitan promocionar el trabajo de Bowie, casi un desconocido en Usamérica, es el «antagonista» de un personaje que se siente estafado, porque está bastante más por debajo del estatus de estrella del rock de lo que él podía llegar a imaginar: se ha de alojar en la casa familiar del promotor y, cuando viajan, lo hacen en hospedajes de tercera. Eso sí, el hombre se empeña en conseguir lo mejor para él porque cree en él y en su potencial; el cantante, sin embargo, es ajeno a esos esfuerzos y está hipercentrado en su propia rumiadura, muy, pero que muy perdido, tanto en su presente como en la influencia de su pasado inmediato que se le cruza constantemente por la mente, desorientándolo aún más. Solo cuando el chófer se eleva, mediante acertadas reflexiones de tipo moral y estético a la condición de persona digna de ser tratada de tú a tú, sin el «protocolo» artístico que se gasta como estrella sin brillo donde está, y a ese respecto son humillantes dos «intervenciones» musicales que le consigue, en las que el artista naufraga en el mar de la indiferencia ambiente que lo rodea; solo en ese momento, la historia parece progresar hacia lo que será el devenir del artista: su asistencia a un concierto de Lou Reed y el desdén con que es tratado por Warhol parecen devolverle a la crudeza de una realidad en la que, por aquel entonces, Davir Bowie aún no era «nadie». El «sé otra persona, si tan difícil e insoportable te resulta ser «tú mismo», de su promotor, es la clave de bóveda de lo que lleva al cantante, a la vuelta a Inglaterra, a forjar una de sus muchas máscaras, ni la mejor ni la más duradera, pero una sin la que es difícil entender su evolución: Ziggy Stardust, invención que daría pie al álbum que lo entroniza en ese lugar de excepción de la música pop del que no se movió, ya, hasta su fallecimiento:  The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.

La puesta en escena de la película, con esa función de contraste con sus sueños de estrellato es magnífica, y tiene momentos verdaderamente cómicos, del mismo modo que son biográficamente muy estimulantes para el espectador el roce de Bowie con la enfermedad mental y una desorientación que tiene más de fase vital que de penumbra artística. En cualquier caso, ya dije al principio que la imposibilidad de usar la música supone un terrible lastre para la película, pero esta tiene los suficientes ingredientes biográficos como para que los espectadores la sigan con notable interés, y agradecidos por la novedad de ese enfoque bastante desconocido, imagino, excepto entre los devotos del artista.

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