domingo, 24 de octubre de 2021

«Coda», de Claude Lalonde o la humanidad de los virtuosos.

 

Ópera prima con una hermosa historia de amor, de devoción por la música y de dolorosa soledad.

 

Título original: Coda  

Año: 2019

Duración: 96 min.

País:  Canadá

Dirección: Claude Lalonde

Guion: Louis Godbout

Fotografía: Guy Dufaux

Reparto: Patrick Stewart, Katie Holmes, Giancarlo Esposito, Abdul Ayoola, Letitia Brookes, Don Anderson, Drew Davis, Nicholas Haze, Beat Marti, Silvana Sanchez, Patrick Ryan, Paul Van Dyck, Catherine St-Laurent.

 

         Me he enterado, después de verla, de que Coda es la ópera prima del guionista Claude Lalonde, y me ha sorprendido porque no lo parece en absoluto, puesto que se trata de una obra redonda e íntima, perfectamente construida, magníficamente realizada y de indudable interés no solo para los amantes de la música, sino sobre todo del cine, porque el ejercicio de sobriedad estilística realizado por Lalonde lo convierte en un consumado director simplemente con su primera obra, llena de tanta pasión por la música como por el propio cine.

Vaya por delante, para los aficionados a otros tipos de películas más «movidas», que Coda es la antítesis de ese tipo de cine. Aquí se nos ofrece una historia singular, la de un célebre pianista, en la élite del arte musical, que sufre repentinamente de ansiedad y, al poco, de un miedo escénico que lo lleva a ver el teclado como un desafío ante el que cae derrotado. A ese respecto, ¡qué ilustrativa es la pesadilla en la que ve el teclado con un reparto anárquico de las notas y los bemoles o sostenidos, es decir, entre las teclas blancas y las negras! El horror que le produce ver alterado el instrumento al que ha dedicado toda su vida lo despierta como si volviera propiamente del infierno. De hecho, de lo que no tardamos en enterarnos es de que la personalidad esquiva y huidiza del pianista se debe al fallecimiento de su esposa, una confidencia que le arranca la periodista que irrumpe en su vida con una capacidad perturbadora solo propia del desasosegante sentimiento amoroso que rebrota en un corazón afligido y ajeno a esas llamaradas que tanto iluminan, a veces, como calcinan, de ahí los grandes esfuerzos del pianista por proteger su intimidad. Pero «ella», la «agente provocadora», que diría Gimferrer, en su calidad de periodista cultural tiene un gran objetivo: elucidar el «misterio» que encierra tan elusivo personaje, y no parará hasta conseguirlo. El modo como ella, finalmente, entra en la vida de él, aunque muy tímidamente, se produce cuando el célebre músico es invitado a «estrenar» una línea de pianos de la casa Steinway, ante la prensa especializada, y él sufre un ataque de pánico escénico que le impide siquiera acercarse al instrumento. La madura periodista, que fue pianista hasta que se disuadió de que no pasaría de mediocre aprendiza, con firme resolución, se sienta en el taburete y comienza a tocar la parte de la mano izquierda de la famosa Habanera de Carmen, cuya letra conviene recordar porque está muy vinculada con el desarrollo de la historia. Gracias a ella, pues, el pianista sale del paso y, desde entonces, se inicia una relación que se centrará en la entrevista que le había pedido y que le había negado. Entonces comenzamos a entender la vida del pianista, su solitaria niñez y cómo la música fue su verdadera tabla de salvación personal, así como los músicos románticos sus verdaderos amigos, sin los que no podría entender su propia vida.

La historia transcurre con tanta lentitud como la  propia personalidad metódica, solitaria  y tranquila del personaje exige, porque, sumido en esa crisis que lo va apartando de la actuación en público, porque él sabe que no rinde a su verdadero nivel, e incluso tiene algún lapsus de memoria que lo deja en silencio en medio de una pieza ante el público, su vida va reduciéndose a una suerte de resignación ante o que intuye como el final de su carrera, y de ahí el título de la película, «coda», esa «adición brillante» a su biografía cono concertista y como persona, porque la relación con la periodista va estrechándose poco a poco hasta que ambos se vuelven «inseparables».

Al tiempo que ella va entrando en la vida de él y conociendo lo que él le deja conocer, el pianista, un excelente Patrick Stewart, en un papel muy alejado de Professor Xavier,  que lo ha hecho conocido en todo el mundo, lleno de sensibilidad y capacidad de transmisión de un padecimiento tan físico como entrañado, el pánico escénico, va descubriendo en ella una aliada que le permite superar ese estado de ansiedad y le permite cumplir con los compromisos que su agente, espléndido Giancarlo Esposito, siempre en mi memoria por Breaking Bad,le organiza, una agenda que él atiende con una profesionalidad impecable. El mundo de ella, muy dominado por su vivencia de las teorías nietzscheanas de la imposibilidad de vivir sin música, que es el motto con que arranca la película, y la teoría del eterno retorno, sencillamente explicada a partir del encuentro de Nietzsche con una roca monumental en el entorno de Sils-Maria, adonde acaba trasladándose el pianista una vez ha pasado aquello de lo que ni siquiera sugeriré qué pueda ser, acaba siendo el del pianista, y la intensidad melancólica con que lo vive se relaciona con los descubrimientos sobre su vida que la periodista ha hecho por una indiscreción de su agente, que su esposa se suicidó…

La película, quiero insistir mucho en ella, es una película psicológica, rodada con un tempo lento y fotografiada bellísimamente en escenarios naturales de indescriptible belleza, como suelen decir las guías turísticas… Con esa puesta en escena, está claro que la música adquiere un relieve muy distinto del de la mera ejecución en una sala de conciertos, y ahí está para demostrarlo el lied de Schubert, de Viaje de invierno, que se interpreta delicadamente en la película.

El repertorio musical de la película es incomparable, porque no hay pieza que suene que no se le entre a uno por los senderos del espíritu mejor dispuesto a acoger cuantas emociones nos generan esas notas, interpretadas en la película, por cierto, por Serhiy Salov, quien presta sus manos a las artríticas de Stewart. Chopin, Schumann, Bach, Beethoven, Liszt, Schubert, Rachmaninov, Bach, Scriabin… Un puro éxtasis sonoro y visual, esta Coda delicada de Claude Lalonde, en efecto. Una de esas películas que le dejan a uno satisfecho por haber visto una obra de arte en la que este ocupa un lugar preeminente en la vida de los personajes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario