Ópera prima con una hermosa historia de amor, de
devoción por la música y de dolorosa soledad.
Título original: Coda
Año: 2019
Duración: 96 min.
País: Canadá
Dirección: Claude Lalonde
Guion: Louis Godbout
Fotografía: Guy Dufaux
Reparto: Patrick Stewart, Katie Holmes, Giancarlo Esposito, Abdul
Ayoola, Letitia Brookes, Don Anderson, Drew Davis, Nicholas Haze, Beat Marti,
Silvana Sanchez, Patrick Ryan, Paul Van Dyck, Catherine St-Laurent.
Me he enterado, después de verla,
de que Coda es la ópera prima del guionista Claude Lalonde, y me ha
sorprendido porque no lo parece en absoluto, puesto que se trata de una obra
redonda e íntima, perfectamente construida, magníficamente realizada y de
indudable interés no solo para los amantes de la música, sino sobre todo del
cine, porque el ejercicio de sobriedad estilística realizado por Lalonde lo
convierte en un consumado director simplemente con su primera obra, llena de
tanta pasión por la música como por el propio cine.
Vaya por delante, para los aficionados a
otros tipos de películas más «movidas», que Coda es la antítesis de ese tipo de
cine. Aquí se nos ofrece una historia singular, la de un célebre pianista, en
la élite del arte musical, que sufre repentinamente de ansiedad y, al poco, de
un miedo escénico que lo lleva a ver el teclado como un desafío ante el que cae
derrotado. A ese respecto, ¡qué ilustrativa es la pesadilla en la que ve el
teclado con un reparto anárquico de las notas y los bemoles o sostenidos, es decir,
entre las teclas blancas y las negras! El horror que le produce ver alterado el
instrumento al que ha dedicado toda su vida lo despierta como si volviera
propiamente del infierno. De hecho, de lo que no tardamos en enterarnos es de
que la personalidad esquiva y huidiza del pianista se debe al fallecimiento de
su esposa, una confidencia que le arranca la periodista que irrumpe en su vida
con una capacidad perturbadora solo propia del desasosegante sentimiento
amoroso que rebrota en un corazón afligido y ajeno a esas llamaradas que tanto
iluminan, a veces, como calcinan, de ahí los grandes esfuerzos del pianista por
proteger su intimidad. Pero «ella», la «agente provocadora», que diría Gimferrer,
en su calidad de periodista cultural tiene un gran objetivo: elucidar el «misterio»
que encierra tan elusivo personaje, y no parará hasta conseguirlo. El modo como
ella, finalmente, entra en la vida de él, aunque muy tímidamente, se produce
cuando el célebre músico es invitado a «estrenar» una línea de pianos de la
casa Steinway, ante la prensa especializada, y él sufre un ataque de pánico escénico
que le impide siquiera acercarse al instrumento. La madura periodista, que fue
pianista hasta que se disuadió de que no pasaría de mediocre aprendiza, con
firme resolución, se sienta en el taburete y comienza a tocar la parte de la mano
izquierda de la famosa Habanera de Carmen, cuya letra conviene recordar porque
está muy vinculada con el desarrollo de la historia. Gracias a ella, pues, el
pianista sale del paso y, desde entonces, se inicia una relación que se
centrará en la entrevista que le había pedido y que le había negado. Entonces
comenzamos a entender la vida del pianista, su solitaria niñez y cómo la música
fue su verdadera tabla de salvación personal, así como los músicos románticos
sus verdaderos amigos, sin los que no podría entender su propia vida.
La historia transcurre con tanta lentitud
como la propia personalidad metódica,
solitaria y tranquila del personaje
exige, porque, sumido en esa crisis que lo va apartando de la actuación en público,
porque él sabe que no rinde a su verdadero nivel, e incluso tiene algún lapsus
de memoria que lo deja en silencio en medio de una pieza ante el público, su
vida va reduciéndose a una suerte de resignación ante o que intuye como el
final de su carrera, y de ahí el título de la película, «coda», esa «adición brillante»
a su biografía cono concertista y como persona, porque la relación con la periodista
va estrechándose poco a poco hasta que ambos se vuelven «inseparables».
Al tiempo que ella va entrando en la vida
de él y conociendo lo que él le deja conocer, el pianista, un excelente Patrick
Stewart, en un papel muy alejado de Professor Xavier, que lo ha hecho conocido en todo el mundo,
lleno de sensibilidad y capacidad de transmisión de un padecimiento tan físico
como entrañado, el pánico escénico, va descubriendo en ella una aliada que le
permite superar ese estado de ansiedad y le permite cumplir con los compromisos
que su agente, espléndido Giancarlo Esposito, siempre en mi memoria por Breaking
Bad,le organiza, una agenda que él atiende con una profesionalidad
impecable. El mundo de ella, muy dominado por su vivencia de las teorías
nietzscheanas de la imposibilidad de vivir sin música, que es el motto
con que arranca la película, y la teoría del eterno retorno, sencillamente
explicada a partir del encuentro de Nietzsche con una roca monumental en el
entorno de Sils-Maria, adonde acaba trasladándose el pianista una vez ha pasado
aquello de lo que ni siquiera sugeriré qué pueda ser, acaba siendo el del
pianista, y la intensidad melancólica con que lo vive se relaciona con los
descubrimientos sobre su vida que la periodista ha hecho por una indiscreción
de su agente, que su esposa se suicidó…
La película, quiero insistir mucho en
ella, es una película psicológica, rodada con un tempo lento y fotografiada
bellísimamente en escenarios naturales de indescriptible belleza, como suelen
decir las guías turísticas… Con esa puesta en escena, está claro que la música
adquiere un relieve muy distinto del de la mera ejecución en una sala de
conciertos, y ahí está para demostrarlo el lied de Schubert, de Viaje de
invierno, que se interpreta delicadamente en la película.
El repertorio musical de la película es
incomparable, porque no hay pieza que suene que no se le entre a uno por los
senderos del espíritu mejor dispuesto a acoger cuantas emociones nos generan
esas notas, interpretadas en la película, por cierto, por Serhiy Salov, quien
presta sus manos a las artríticas de Stewart. Chopin, Schumann, Bach, Beethoven,
Liszt, Schubert, Rachmaninov, Bach, Scriabin… Un puro éxtasis sonoro y visual,
esta Coda delicada de Claude Lalonde, en efecto. Una de esas películas
que le dejan a uno satisfecho por haber visto una obra de arte en la que este
ocupa un lugar preeminente en la vida de los personajes.
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