viernes, 29 de octubre de 2021

«La misteriosa dama de negro», de Richard Quine, con guion de Blake Edwards.


Con referentes tradicionales ingleses como El quinteto de la muerte, una comedia de misterio con una de las diosas del celuloide y uno de sus mejores cómicos: Kim Novak y el polifacético Jack Lemmon. 

Título original: The Notorious Landlady

Año: 1962

Duración: 123 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Richard Quine

Guion: Blake Edwards, Larry Gelbart

Música: George Duning

Fotografía: Arthur E. Arling

Reparto: Kim Novak, Jack Lemmon, Fred Astaire, Estelle Winwood, Maxwell Reed, Lionel Jeffries, Doris Lloyd, Philippa Bevans, Henry Daniell.

 

         Está claro que Jack Lemmon no es un galán romántico, luego su aparición en pantalla junto a una actriz tan inconmensurable como Kim Novak nos asegura que los feos vamos a empatizar inmediatamente con ese diplomático «gris», pero simpático, bienhumorado, noble, lleno de bueno sentimientos y dispuesto a enamorarse hasta las cachas, ¡y cómo no!, de la casera que primero lo rechaza y luego lo acoge en su mansión, próxima a la embajada usamericana en Londres y permanentemente vigilada por Scotland Yard, sin discreción ninguna, aunque nuestro adorable ingenuo ni se dé cuenta, por supuesto. Si tras este esbozo inicial de La misteriosa dama de negro no se intuye la paternidad de Blake Edwards en el guion es que no se han visto sus películas. De hecho, estamos ante una película casi «familiar», porque Quine colaboró con Edwards, Lemmon y Novak en no pocas películas. De hecho, Kim Novak rodó su primera película, La casa número 322, a las órdenes de Quine, quien estaba enamoradísimo de ella, pero nunca fue correspondido.

Así pues, a nadie puede extrañarle que esta película no solo tenga un guion excelente, sino que la pareja protagonista disfrute en escena y esa perfecta química se le transmita al espectador en cada escena. Si añadimos que Quine le permitió a su musa que diseñara su vestuario para la película, ya cerramos el círculo de esa obra familiar en la que la presencia de un actor como Fred Astaire, que parece dispuesto a arrancarse a bailar en cada uno de sus movimientos, sea recorriendo un pasillo, entrando en su despacho o subiendo las escaleras de la misteriosa mansión, acaba redondeándolo.

La película fue un éxito, pero fue también la última colaboración de Quine con Novak y Edwards, aunque en el recuerdo quedan títulos imperecederos como Encuentro en París, una comedia «deliciosa» e ingeniosa, y, sobre todo, Un extraño en mi vida, un potentísimo melodrama. En todo caso, lo importante es que, a pesar de su extensión, pasa de las dos horas, Quine nos regala una película muy británica que apenas se rodó en Inglaterra, por cierto, y cuyas últimas y maravillosas escenas de auténtico cine mudo del mejor slapstick se rodaron en Big Sur, California, donde Kim Novak se construyó poco después una casa sobre el mar para «retirarse», cuando esa geografía de Henry Miller se convirtió en la costa de moda para las celebridades y los peregrinos de la era Acuario.

Una supuesta viuda ha sido absuelta del asesinato de su marido porque no ha sido hallado el cadáver del mismo. No obstante, todo Londres la tiene proscrita porque la consideran culpable, por esos juicios populares paralelos que tanto daño hacen a la verdadera justicia. El primer gag es el de una familia que, ignorando a quién pertenece la casa que quieren alquilar, huyen aterrorizados nada más verla, aunque no la haya visto el espectador, claro. El segundo buscador de una habitación con derecho a cocina es Bill, el diplomático recién llegado, a quien Novak, haciéndose pasar por la sirvienta, quiere disuadir de alquilarla. La insistencia de Bill tiene éxito y, descubierto el engaño, convence a la «casera» de que se llevarán bien. El título en inglés es mucho más explícito, como suele ser su tradición, que los «embellecedores» títulos en español: The notorious landlady («La casera conocida», podríamos traducir), lo cual implica una dimensión pública de ella, merced al juicio, a la que él es completamente ajeno, y de ahí la extraña salida al restaurante, por ejemplo.

La película está construida sobre la intriga que despierta el caso que ella hubo de afrontar en el juicio, y si a ello se suma la estrecha vigilancia de Scotland Yard, quienes no desesperan de encontrar el cadáver del marido, enseguida el espectador se deja arrastrar a ciertos elementos, como una pistola en un cajón o la existencia de una puerta cerrada a cal y canto que pondrán sobre aviso al inocente Bill de que algo esconde ella, que no es honesta con él. Añadamos que, avanzada la película, después de una escena tan hilarante como la de la cena romántica en el jardín de la casa, que acaba en un incendio que han de sofocar los bomberos, el embajador, jefe de Bill, junto con el inspector de Scotland Yard, y con el fin de reafirmar los vínculos tradicionales entre ambos países…, le piden a Bill que se convierta en los ojos y oídos en el interior de la casa para «atrapar» a la sospechosa del asesinato del marido, algo frente a lo que protesta Bill con todas sus energías, por supuesto.

De más está decir que Kim Novak aparece hermosísima en toda la película, lo cual es uno de los principales objetivos de Quine en el rodaje, dada su devoción por la actriz. Estamos ya en 1962, a punto de entrar en la revolución juvenil de las costumbres y de la sexualidad que supuso la década prodigiosa de los 60, concluida con el Mayo del 68 francés, pero aún la película se mueve con esquemas puritanos de décadas anteriores, como ocurre en la escena en que Lemmon irrumpe en el cuarto de baño y Novak está desnuda en la bañera, razón por la que él cierra herméticamente los ojos y se da la vuelta…

Si los espectadores quieren disfrutar un buen rato del mejor cine de humor inteligente, con actores magníficos, no deben dudarlo: esta es «su» película. Los guros del guion, abundantes a lo largo del metraje, me los reservo, porque van empujando la trama hacia una salida completamente inesperada, y de la que solo adelantaré que, en un momento dado, irrumpe, de nuevo, en la vida de ella el marido del que se creía que había fallecido…. Y, como ahora se dice, yo ahí lo dejo. Ver actuar a Jack Lemmon y a Kim Novak —¡a quién no se le ha grabado a belleza y fuego su participación en Vértigo, de Hitchcock!— es, por sí mismo, un verdadero espectáculo. Si, además, la trama tiene la solvencia cómica de Blake Edwards y un refinado sentido de la realización, como el de Quine, no diré que se trata de la película perfecta, pero sí una altamente recomendable.

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