miércoles, 20 de octubre de 2021

«El indulto», de José Luis Sáenz de Heredia, la tradición de la tragedia rural.

 

Sobre un relato de Emilia Pardo Bazán, un excelente guion de Sáenz de Heredia para una realización acerada y casi expresionista en una pequeña comunidad agraria.

 

Título original:  El indulto

Año: 1961

Duración: 90 min.

País:  España

Dirección: José Luis Sáenz de Heredia

Guion: José Luis Sáenz de Heredia. Historia: Emilia Pardo Bazán.

Música: Salvador Ruiz de Luna

Fotografía: Cecilio Paniagua

Reparto: Pedro Armendáriz, Concha Velasco, Manuel Monroy, Eulália del Pino, Antonio Garisa, Rafaela Aparicio, Xan das Bolas, José María Caffarel, Ángel del Pozo, Luis Induni, María Isbert, José María Lado, Guadalupe Muñoz Sampedro.

 

         A horas extemporáneas en La 2, en la Noche del cine español, los programadores invierten el orden de interés de las películas emitidas y primero nos largan la insufrible Malena es un nombre de tango y, después, para sorpresa de este espectador, un muy sólido drama que toma como pretexto un breve cuento de la grandísima escritora que fue Doña Emilia Pardo Bazán, cuyos cuentos reunidos bajo el título Un destripador de antaño, en Alianza Editorial, contiene auténticas joyas narrativas. El cuento que sirve de base a la película está muy modificado en esta, sobre todo por la incorporación de un personaje, el hermano del asesino, que hace mucho más compleja la historia y plantea un conflicto moral de primera magnitud, porque, como ya se intuyen quienes lean estas líneas, el hermano del asesino está enamorado de su cuñada.

         Sáenz de Heredia es un autor muy vinculado al régimen franquista, y es reconocido, sobre todo, por su genial Historias de la radio, realizada cinco años antes, pero esa vinculación no impide que, como en esta cinta sucede, su posición moral ante la violencia contra la mujer y ante las relaciones amorosas extramatrimoniales al margen de la iglesia y de las leyes vaya bastante más allá de lo que, en la España rural del comienzo de la década de los 60, era permisible.

         La historia arranca con una secuencia que parece propia de un funeral: todos los presentes visten de negro, estamos en la sacristía de una iglesia, una mujer joven sentada en una silla y su madre y otro hombre junto a ella esperan que ella firme lo que todo parece indicar que es una «capitulación» en toda regla, aceptando, incluso, la pena capital, aunque, en realidad, se trata de las «capitulaciones» de un matrimonio arreglado con una condición: que el esposo renuncie a la cohabitación con la esposa con quien ha acordado casarse para recibir unos dineros que, más tarde, el esposo se gastará en Barcelona con su querida. A título incidental, cabe reseñar el modo como se habla de Barcelona en la película, algo así como la ciudad del pecado y la lujuria consentida socialmente, la meca del liberalismo erótico en la España franquista, y con mayor énfasis si se contempla desde una aldea pequeña, un medio que aparece perfectamente fotografiado en la película, sobre todo cuando la mujer huye de su marido, de noche, por las calles del pueblo. Hemos de apresurarnos a decir que el marido no solo acaba reclamando lo que le «pertenece», que su mujer viva en su casa, sino que, frente a los tratos económicos que han acabado perjudicándole, establecidos con la madre de su mujer, una mujer que sabe lo que le conviene y no está dispuesta a ceder frente al «macho» que ha usado para darle a su hija un estatus en el pueblo que la deje a salvo de las habladurías ¡o algo peor, si llegado el caso!, a que puede dar lugar su relación con su cuñado, quien trabaja de jefe de estación, el marido, en un forcejeo con ella, acaba matándola, asesinato que descubre la hija, quien sale huyendo de la casa y reclamando una ayuda que se materializa, finalmente, en la detención del marido y el envío a prisión, tras un juicio que lo condena a 12 años de cárcel. La boda de Alfonso XII, estupendamente representada en la película, así como la vida cotidiana del marido en la cárcel, donde acaba traicionando un intento de asonada y de escapada del penal, le granjean un indulto que supone, para los enamorados, quienes aún guardan las apariencias de la estrecha relación que los une, una amenaza de primera magnitud. Todo se complica cuando el hermano recibe la visita de un trabajador de la cárcel que le trae un mensaje: su hermano ha fallecido, asesinado por los compinches de a quienes él traicionó en el intento de motín. Como se advierte, esa otra muerte en la historia parece el remedio mágico para todo, porque ya no necesitarán ni siquiera iniciar el trámite para el divorcio. Curiosamente, en el relato de Pardo Bazán, cuando aparece la palabra «divorcio», otra mujer del pueblo, de las que se turnan para proteger a la protagonista, pregunta qué cosa es eso del «divorcio»…

         Supongo que los más avezados lectores de estas críticas habrán intuido ya que de muerte del salvaje marido nada de nada, que hay un malentendido, sobre si intencionado o no me abstengo de decir nada, y que el bruto marido salvaje, interpretado a la perfección por el actor mejicano Pedro Armendáriz, ha de acabar apareciendo como por arte de magia, ¿no? Pues creo que no satisfaré la duda, que prefiero dejarles con ella…, porque la película bien merece un visionado que yo hice quedándome en vela hasta las tantas, pero que, con eso de los podcasts, cualquiera puede ver a una hora más sensata. Reconozco que comencé a verla por curiosidad y acabó enganchándome de tal manera que me fue imposible irme a dormir sin ver el sufrimiento de quien entonces aparecía en los títulos de crédito como «Conchita» Velasco, muy joven, pero ya con las excelentes maneras que siempre tuvo, a pesar de la dificultad intrínseca del papel. La magistral puesta en escena, que confiere un realismo carpetovetónico a la película, es obra de Siegfried Burman, toda una institución en el cine y el teatro españoles. La realización de Sáenz de Heredia, muy atenta al juego de los primeros planos que nos muestran el dolor y la angustia de los personajes, así como sus muchas incertidumbres, está hecha con una técnica casi expresionista en que el blanco y negro se contrasta poderosamente para marcar esas alternativas emocionales que nos acompañarán hasta el sorprendente final de la película que, por supuesto, me abstengo de revelar. Ya antes había visto algunas tragedias rurales en ese programa dedicado al cine español que me parecieron muy notables, como, sobre todo, Condenados, de Manuel Mur Oti, que es una joya total, y reconozco que hay todo un acervo de películas acaso aún por descubrir y que quizás sean tan interesantes como esta de Sáenz de Heredia.

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