Sobre un
relato de Emilia Pardo Bazán, un excelente guion de Sáenz de Heredia para una
realización acerada y casi expresionista en una pequeña comunidad agraria.
Título original: El indulto
Año: 1961
Duración: 90 min.
País: España
Dirección: José Luis Sáenz
de Heredia
Guion: José Luis Sáenz de
Heredia. Historia: Emilia Pardo Bazán.
Música: Salvador Ruiz de
Luna
Fotografía: Cecilio Paniagua
Reparto: Pedro Armendáriz,
Concha Velasco, Manuel Monroy, Eulália del Pino, Antonio Garisa, Rafaela
Aparicio, Xan das Bolas, José María Caffarel, Ángel del Pozo, Luis Induni,
María Isbert, José María Lado, Guadalupe Muñoz Sampedro.
A horas extemporáneas
en La 2, en la Noche del cine español, los programadores invierten el orden de
interés de las películas emitidas y primero nos largan la insufrible Malena
es un nombre de tango y, después, para sorpresa de este espectador, un muy
sólido drama que toma como pretexto un breve cuento de la grandísima escritora
que fue Doña Emilia Pardo Bazán, cuyos cuentos reunidos bajo el título Un
destripador de antaño, en Alianza Editorial, contiene auténticas joyas
narrativas. El cuento que sirve de base a la película está muy modificado en
esta, sobre todo por la incorporación de un personaje, el hermano del asesino,
que hace mucho más compleja la historia y plantea un conflicto moral de primera
magnitud, porque, como ya se intuyen quienes lean estas líneas, el hermano del
asesino está enamorado de su cuñada.
Sáenz de
Heredia es un autor muy vinculado al régimen franquista, y es reconocido, sobre
todo, por su genial Historias de la radio, realizada cinco años antes,
pero esa vinculación no impide que, como en esta cinta sucede, su posición
moral ante la violencia contra la mujer y ante las relaciones amorosas extramatrimoniales
al margen de la iglesia y de las leyes vaya bastante más allá de lo que, en la
España rural del comienzo de la década de los 60, era permisible.
La historia
arranca con una secuencia que parece propia de un funeral: todos los presentes
visten de negro, estamos en la sacristía de una iglesia, una mujer joven
sentada en una silla y su madre y otro hombre junto a ella esperan que ella
firme lo que todo parece indicar que es una «capitulación» en toda regla,
aceptando, incluso, la pena capital, aunque, en realidad, se trata de las «capitulaciones»
de un matrimonio arreglado con una condición: que el esposo renuncie a la
cohabitación con la esposa con quien ha acordado casarse para recibir unos
dineros que, más tarde, el esposo se gastará en Barcelona con su querida. A
título incidental, cabe reseñar el modo como se habla de Barcelona en la película,
algo así como la ciudad del pecado y la lujuria consentida socialmente, la meca
del liberalismo erótico en la España franquista, y con mayor énfasis si se
contempla desde una aldea pequeña, un medio que aparece perfectamente
fotografiado en la película, sobre todo cuando la mujer huye de su marido, de
noche, por las calles del pueblo. Hemos de apresurarnos a decir que el marido
no solo acaba reclamando lo que le «pertenece», que su mujer viva en su casa,
sino que, frente a los tratos económicos que han acabado perjudicándole,
establecidos con la madre de su mujer, una mujer que sabe lo que le conviene y
no está dispuesta a ceder frente al «macho» que ha usado para darle a su hija
un estatus en el pueblo que la deje a salvo de las habladurías ¡o algo peor, si
llegado el caso!, a que puede dar lugar su relación con su cuñado, quien
trabaja de jefe de estación, el marido, en un forcejeo con ella, acaba matándola,
asesinato que descubre la hija, quien sale huyendo de la casa y reclamando una
ayuda que se materializa, finalmente, en la detención del marido y el envío a
prisión, tras un juicio que lo condena a 12 años de cárcel. La boda de Alfonso
XII, estupendamente representada en la película, así como la vida cotidiana del
marido en la cárcel, donde acaba traicionando un intento de asonada y de
escapada del penal, le granjean un indulto que supone, para los enamorados, quienes
aún guardan las apariencias de la estrecha relación que los une, una amenaza de
primera magnitud. Todo se complica cuando el hermano recibe la visita de un
trabajador de la cárcel que le trae un mensaje: su hermano ha fallecido,
asesinado por los compinches de a quienes él traicionó en el intento de motín.
Como se advierte, esa otra muerte en la historia parece el remedio mágico para todo,
porque ya no necesitarán ni siquiera iniciar el trámite para el divorcio. Curiosamente,
en el relato de Pardo Bazán, cuando aparece la palabra «divorcio», otra mujer
del pueblo, de las que se turnan para proteger a la protagonista, pregunta qué
cosa es eso del «divorcio»…
Supongo que los
más avezados lectores de estas críticas habrán intuido ya que de muerte del
salvaje marido nada de nada, que hay un malentendido, sobre si intencionado o
no me abstengo de decir nada, y que el bruto marido salvaje, interpretado a la
perfección por el actor mejicano Pedro Armendáriz, ha de acabar apareciendo como
por arte de magia, ¿no? Pues creo que no satisfaré la duda, que prefiero
dejarles con ella…, porque la película bien merece un visionado que yo hice
quedándome en vela hasta las tantas, pero que, con eso de los podcasts,
cualquiera puede ver a una hora más sensata. Reconozco que comencé a verla por
curiosidad y acabó enganchándome de tal manera que me fue imposible irme a
dormir sin ver el sufrimiento de quien entonces aparecía en los títulos de
crédito como «Conchita» Velasco, muy joven, pero ya con las excelentes maneras
que siempre tuvo, a pesar de la dificultad intrínseca del papel. La magistral puesta
en escena, que confiere un realismo carpetovetónico a la película, es obra de
Siegfried Burman, toda una institución en el cine y el teatro españoles. La
realización de Sáenz de Heredia, muy atenta al juego de los primeros planos que
nos muestran el dolor y la angustia de los personajes, así como sus muchas
incertidumbres, está hecha con una técnica casi expresionista en que el blanco
y negro se contrasta poderosamente para marcar esas alternativas emocionales
que nos acompañarán hasta el sorprendente final de la película que, por
supuesto, me abstengo de revelar. Ya antes había visto algunas tragedias
rurales en ese programa dedicado al cine español que me parecieron muy
notables, como, sobre todo, Condenados, de Manuel Mur Oti, que es una
joya total, y reconozco que hay todo un acervo de películas acaso aún por
descubrir y que quizás sean tan interesantes como esta de Sáenz de Heredia.
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