Con referentes tradicionales ingleses como El quinteto de la muerte, una comedia de misterio con una de las diosas del celuloide y uno de sus mejores cómicos: Kim Novak y el polifacético Jack Lemmon.
Título original: The
Notorious Landlady
Año: 1962
Duración: 123 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Richard Quine
Guion: Blake Edwards, Larry Gelbart
Música: George Duning
Fotografía: Arthur E. Arling
Reparto: Kim Novak, Jack Lemmon, Fred Astaire, Estelle Winwood, Maxwell
Reed, Lionel Jeffries, Doris Lloyd, Philippa Bevans, Henry Daniell.
Está claro que Jack Lemmon no es
un galán romántico, luego su aparición en pantalla junto a una actriz tan
inconmensurable como Kim Novak nos asegura que los feos vamos a empatizar
inmediatamente con ese diplomático «gris», pero simpático, bienhumorado, noble,
lleno de bueno sentimientos y dispuesto a enamorarse hasta las cachas, ¡y cómo
no!, de la casera que primero lo rechaza y luego lo acoge en su mansión,
próxima a la embajada usamericana en Londres y permanentemente vigilada por
Scotland Yard, sin discreción ninguna, aunque nuestro adorable ingenuo ni se dé
cuenta, por supuesto. Si tras este esbozo inicial de La misteriosa dama de
negro no se intuye la paternidad de Blake Edwards en el guion es que no se
han visto sus películas. De hecho, estamos ante una película casi «familiar»,
porque Quine colaboró con Edwards, Lemmon y Novak en no pocas películas. De
hecho, Kim Novak rodó su primera película, La casa número 322, a las órdenes
de Quine, quien estaba enamoradísimo de ella, pero nunca fue correspondido.
Así pues, a nadie puede extrañarle que
esta película no solo tenga un guion excelente, sino que la pareja protagonista
disfrute en escena y esa perfecta química se le transmita al espectador en cada
escena. Si añadimos que Quine le permitió a su musa que diseñara su vestuario
para la película, ya cerramos el círculo de esa obra familiar en la que la
presencia de un actor como Fred Astaire, que parece dispuesto a arrancarse a
bailar en cada uno de sus movimientos, sea recorriendo un pasillo, entrando en
su despacho o subiendo las escaleras de la misteriosa mansión, acaba redondeándolo.
La película fue un éxito, pero fue también
la última colaboración de Quine con Novak y Edwards, aunque en el recuerdo
quedan títulos imperecederos como Encuentro en París, una comedia «deliciosa»
e ingeniosa, y, sobre todo, Un extraño en mi vida, un potentísimo melodrama.
En todo caso, lo importante es que, a pesar de su extensión, pasa de las dos
horas, Quine nos regala una película muy británica que apenas se rodó en
Inglaterra, por cierto, y cuyas últimas y maravillosas escenas de auténtico
cine mudo del mejor slapstick se rodaron en Big Sur, California, donde Kim
Novak se construyó poco después una casa sobre el mar para «retirarse», cuando
esa geografía de Henry Miller se convirtió en la costa de moda para las
celebridades y los peregrinos de la era Acuario.
Una supuesta viuda ha sido absuelta del
asesinato de su marido porque no ha sido hallado el cadáver del mismo. No
obstante, todo Londres la tiene proscrita porque la consideran culpable, por
esos juicios populares paralelos que tanto daño hacen a la verdadera justicia.
El primer gag es el de una familia que, ignorando a quién pertenece la casa que
quieren alquilar, huyen aterrorizados nada más verla, aunque no la haya visto
el espectador, claro. El segundo buscador de una habitación con derecho a
cocina es Bill, el diplomático recién llegado, a quien Novak, haciéndose pasar
por la sirvienta, quiere disuadir de alquilarla. La insistencia de Bill tiene
éxito y, descubierto el engaño, convence a la «casera» de que se llevarán bien.
El título en inglés es mucho más explícito, como suele ser su tradición, que
los «embellecedores» títulos en español: The notorious landlady («La
casera conocida», podríamos traducir), lo cual implica una dimensión pública de
ella, merced al juicio, a la que él es completamente ajeno, y de ahí la extraña
salida al restaurante, por ejemplo.
La película está construida sobre la
intriga que despierta el caso que ella hubo de afrontar en el juicio, y si a
ello se suma la estrecha vigilancia de Scotland Yard, quienes no desesperan de
encontrar el cadáver del marido, enseguida el espectador se deja arrastrar a
ciertos elementos, como una pistola en un cajón o la existencia de una puerta
cerrada a cal y canto que pondrán sobre aviso al inocente Bill de que algo
esconde ella, que no es honesta con él. Añadamos que, avanzada la película,
después de una escena tan hilarante como la de la cena romántica en el jardín
de la casa, que acaba en un incendio que han de sofocar los bomberos, el embajador,
jefe de Bill, junto con el inspector de Scotland Yard, y con el fin de reafirmar
los vínculos tradicionales entre ambos países…, le piden a Bill que se
convierta en los ojos y oídos en el interior de la casa para «atrapar» a la
sospechosa del asesinato del marido, algo frente a lo que protesta Bill con
todas sus energías, por supuesto.
De más está decir que Kim Novak aparece
hermosísima en toda la película, lo cual es uno de los principales objetivos de
Quine en el rodaje, dada su devoción por la actriz. Estamos ya en 1962, a punto
de entrar en la revolución juvenil de las costumbres y de la sexualidad que
supuso la década prodigiosa de los 60, concluida con el Mayo del 68 francés,
pero aún la película se mueve con esquemas puritanos de décadas anteriores,
como ocurre en la escena en que Lemmon irrumpe en el cuarto de baño y Novak
está desnuda en la bañera, razón por la que él cierra herméticamente los ojos y
se da la vuelta…
Si los espectadores quieren disfrutar un
buen rato del mejor cine de humor inteligente, con actores magníficos, no deben
dudarlo: esta es «su» película. Los guros del guion, abundantes a lo largo del
metraje, me los reservo, porque van empujando la trama hacia una salida completamente
inesperada, y de la que solo adelantaré que, en un momento dado, irrumpe, de
nuevo, en la vida de ella el marido del que se creía que había fallecido…. Y,
como ahora se dice, yo ahí lo dejo. Ver actuar a Jack Lemmon y a Kim Novak —¡a
quién no se le ha grabado a belleza y fuego su participación en Vértigo,
de Hitchcock!— es, por sí mismo, un verdadero espectáculo. Si, además, la trama
tiene la solvencia cómica de Blake Edwards y un refinado sentido de la realización,
como el de Quine, no diré que se trata de la película perfecta, pero sí una
altamente recomendable.
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