martes, 8 de marzo de 2022

«Crimen al atardecer», de Basil Dearden y «Front Page Story» y «Midnight Episode» de Gordon Parry, el excelente cine británico de los 50.

 


Título original:  Sapphire

Año: 1959

Duración: 92 min.

País: Reino Unido

Dirección: Basil Dearden

Guion: Janet Green. Diálogos: Lukas Heller

Música: Philip Green

Fotografía: Harry Waxman

Reparto: Nigel Patrick, Michael Craig, Yvonne Mitchell, Paul Massie, Bernard Miles, Olga Lindo, Earl Cameron, Gordon Heath, Jocelyn Britton, Harry Baird, Orlando Martins, Rupert Davies, Yvonne Buckingham.

 

Título: Front Page Story

Año: 1954

Duración: 99 min.

País: Reino Unido

Dirección: Gordon Parry

Guion: Jack Howell, Jay Lewis. Novela: Robert Gaines

Música: Jackie Brown

Fotografía: Gilbert Taylor (B&W)

Reparto: Jack Hawkins, Elizabeth Allan, Eva Bartok, Derek Farr, Michael Goodliffe, Martin Miller, Walter Fitzgerald, Patricia Marmont, Joseph Tomelty, Jenny Jones, Stephen Vercoe, Helen Haye, Michael Howard, John Stuart.

 

Título original: Midnight Episode

Año: 1950

Duración: 78 min.

País: Reino Unido

Dirección: Gordon Parry

Guion: Rita Barisse, Paul V. Carroll, David Evans, William Templeton, Reeve Tyler. Novela: Georges Simenon

Música: Mischa Spoliansky

Fotografía: Hone Glendinning (B&W)

Reparto: Stanley Holloway, Leslie Dwyer, Reginald Tate, Meredith Edwards, Wilfrid Hyde-White, Joy Shelton, Raymond Young, Leslie Perrins, Sebastian Cabot, Campbell Copelin, Natasha Parry.

 

El conflicto racial en un policiaco muy estimable de Basil Dearden y las miserias y grandezas del periodismo, más una estimable adaptación de Simenon, a cargo de Gordon Parry.

         ¡Qué distinto es el cine policiaco inglés del usamericano! A pesar de su eterna rivalidad vecinal, se acerca más al francés que al transoceánico, porque hay en el desarrollo de sus tramas un realismo apegado al normal desenvolvimiento de la vida que nos resulta enormemente cercano, al margen, claro está, de que los niveles de violencia de los policiacos ingleses son siempre mucho menores que los de los usamericanos.

Basil Dearden es un autor volcado en el cine con trasfondo social, ya sea la persecución de la homosexualidad, ya la delincuencia juvenil en barrios degradados, ya los serios problemas de conciencia sobre decisiones trascendentales que implican una prueba de fuego para los propios principios, ya los problemas derivados del racismo congénito de una sociedad como la inglesa, a pesar de su Imperio. En esta ocasión se mezcla el racismo con un asesinato, porque la joven asesinada, aparentemente blanca, es hija de un matrimonio mixto en el que el hijo nació negro y la hija blanca, un dato con el que ella jugaba en ambas direcciones, dado que frecuentaba ambientes y locales propiamente de negros, pero se enamora de un joven blanco cuya familia ignora que ella no es blanca, algo que llega a su conocimiento muy poco antes de que asesinen a la joven y la depositen en un parque de la ciudad, lejos de donde realmente fue asesinada. Antes de apuntar algunos aspectos notables del proceso de investigación, quiero destacar dos detalles técnicos que convierten la película en un codiciado objeto de deseo: el color y la fotografía cálida de un Londres usualmente nublado y en parte neblinoso que consigue una textura casi aterciopelada. Son numerosísimos los encuadres del coche de policía que recorre los escenarios donde se mueven los sospechosos, y siempre la puesta en escena de los escenarios reales de la ciudad otorga un plus estético a la película muy notable. Hay interiores, cierto, pero buena parte de ellos pertenecen a los barrios suburbiales o de clase trabajadora, como donde vive el principal sospechoso: el joven con quien se iba a casar y que había recibido una beca para ir a estudiar fuera. Que la joven estuviera embarazada de tres meses aparece como un posible motivo que hubiera podido tener el joven para no perder la oportunidad de desarrollarse profesionalmente, pero no parece que lo hubiera sabido antes de que se produjese la muerte violenta de ella. La película tiene la mas clásica de las estructuras posibles: una investigación policial que sondea en los círculos sociales en que se movía la joven para descubrir al asesino. Poco a poco, el superintendente de Scotland Yard va reuniendo pruebas que en modo alguno tienen un carácter concluyente, pero a lo largo de su inquisición va descubriendo que el racismo por activa o por pasiva opera en ambos sentidos. Abrirse paso en ese mundo de prejuicios no es fácil, por eso la investigación parece moverse en círculos que se agotan en sí mismos, sin posibilidad de un sato cualitativo que conduzca hasta el asesino o los asesinos. Como es tradicional en la escuela británica, las actuaciones son determinantes para el buen éxito de la historia. No hay personaje que no contribuya a despistarnos ni tampoco que se libre de nuestras sospechas. Esa amplitud de posibilidades solo podía resolverse de un modo insospechado, pero conectado con el tema esencial de la película, el recelo de los hombres blancos hacia los negros y viceversa, aunque en el seno de cada grupo no son menores los enfrentamientos que en el interior de cada grupo, como advertimos enseguida cuando unos se cubren a otros, todos frente a la policía, que encarnaría algo así como la única instancia de verdad objetiva a la que pueden agarrarse los espectadores para saber a qué han de atenerse. Nigel Patrick, el investigador jefe tiene mucho que ver con el éxito de la película, que fue galardonada con el BAFTA —a los que equivalen nuestros Goya—a la mejor película en 1960. Añádase que, junto con William Wyler, for Ben-Hur, Basil Dearden ganó el premio de New York Film Critics Circle Awards, y tendremos una excelente perspectiva para valorar la importancia de una película que, como otras de tan excelente director, quizás no han tenido el eco que sin duda merecen. En mi Ojo hay diversas críticas de sus películas que pueden contribuir al conocimiento de un director, a mi modo de ver decisivo en el cine británico de la década de los 50.

Gordon Parry, el otro director que hoy doy a conocer, imagino, a no pocos aficionados, tuvo una carrera corta, pero intensa y singular. Me he tropezado con dos películas suyas que, por distintas razones, merecen la atención, a mi modesto entender, de los espectadores. No hace mucho, criticaba en mi Ojo la película El cuarto poder, de Richard Brooks, una suerte de apología del periodismo como uno de los pilares de la democracia. Front Page Story guarda cierta relación con la película de Brooks, porque también en esta el editor de un diario tiene totalmente abandonada a su esposa, quien ni siquiera tiene la oportunidad de comunicarle a su marido, en el despacho de este, que ha decidido abandonarlo y emprender un viaje sola a París. La responsabilidad del editor en todo lo concerniente a las noticias que han de ofrecer a sus lectores una imagen de lo que realmente está sucediendo en el país, tratando de combinar las exclusivas con el interés humano, pero sin caer en el sensacionalismo se manifestará a través, básicamente, de tres historias: una joven  enferma que deja sus hijos sin otro amparo que la caridad oficial; un científico que comparte secretos atómicos con la URSS en plena guerra fría y una joven acusada del asesinato de su esposo enfermo y a quien un jurado ha de declarar culpable o inocente. Las historias tienen gancho suficiente como para, además, mostrar el modo como las viven los periodistas, y ahí hay una denigración del amarillismo y una justificación de la labor periodística que rayan, ambas, a gran altura. El periodismo por dentro y la intensidad con que se ejerce dicha profesión, que tanto absorbe la vida de quienes a ella se dedican es, en estos tiempos de descrédito de la profesión, una loa que, emocionando como emociona, no sé si es un gran epitafio brillante del mismo o una invitación a su mejor práctica como nexo de unión entre sus lectores y la realidad.

Midnight Episode tiene, de entrada, una virtud poderosa: se basa en un relato de Georges Simenon, lo cual no solo incita a la visión de la misma, sino que promete una trama bien construida en la que encontraremos, a buen seguro, más de una sorpresa. En este caso se trata de la interpretación maravillosa de Stanley Holloway, un clásico de las comedias de la Ealing, como Passport to Pimlico, de Henry Cornelius o  The Lavender Hill Mob, del estupendísimo Charles Crichton. La historia mezcla la comedia y la película policiaca, porque arranca con el descubrimiento que hace un marginado, que se gana la vida declamando piezas clásicas en la cola de los asistentes a un teatro, de un cadáver en un coche. Se acerca al bar de enfrente a pedir ayuda, pero, cuando vuelve con el portero uniformado, el coche arranca y se pierde por el final de la calle. En el suelo ha quedado, sin embargo, una cartera llena de dinero que el protagonista recoge, esconde y de la que extrae algunos billetes para devolverlos a la policía, en el bien entendido de que si no aparece el legítimo propietario, esos billetes volverían a su propiedad. A partir de ese momento, los caminos de la investigación se bifurcan, por un lado, el indigente, por el otro la policía. No son excluyentes, pero viajan de forma paralela a lo largo de la película, sembrando de dudas el terreno para que los espectadores, como pasa, no sepan realmente a qué atenerse. Se trata de una película sin excesivas pretensiones, pero muy bien llevada a través dela andanzas de ese «intelectual venido a menos» cuyas maneras de gran señor contrastan poderosamente con su indigencia. Ello permite no pocos momentos de excelente humor y unas ideas y venidas en la trama que desconciertan al más intuitivo de los espectadores. A título anecdótico cabe reseñar que una de los protagonistas es Natasha Parry, quien se casaría con el reconocidísimo director de escena teatral Peter Brooks.

Siguiendo con la recuperación de directores olvidados y cinematografías, como la inglesa, que exigen un detallado escrutinio, esta entrega nos depara tres películas que estoy convencido que sorprenderán a los buenos aficionados al mejor cine. ¡Anímense!

 

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