Un intenso thriller sobre la corrupción y la venganza en el Japón postbélico.
Título original: Warui yatsu hodo yoku nemuru (The Bad Sleep Well)
Año: 1960
Duración: 150 min.
País: Japón
Dirección: Akira Kurosawa
Guion: Akira Kurosawa, Ryuzo
Kikushima, Hideo Oguni, Shinobu Hashimoto, Eijiro Hisaito
Música: Masaru Satô
Fotografía: Yuzuru Aizawa
Reparto: Toshirô Mifune,
Takeshi Katô, Masayuki Mori, Takashi Shimura, Kô Nishimura, Kamatari Fujiwara,
Gen Shimizu, Kyôko Kagawa, Tatsuya Mihashi, Chishu Ryu.
¡Qué gozada, descubrir
una película tan impresionante como este thriller perfecto de Kurosawa! Es
bueno, para el aficionado al cine, saber que, de los grandes maestros, ¡y
Kurosawa es uno de ellos, sin discusión posible!, siempre puede hallar alguna película
medio olvidada, o de las que se consideran «menores», que lo deslumbre. Ese ha
sido el caso. Estoy tan conmovido por la obra maestra que acabo de ver que ni
siquiera acierto a organizar una crítica que permita transmitir a los lectores
el carrusel de emociones de todo tipo que me ha acompañado durante las dos
horas y medias que, he de confesarlo, se pasan en un suspiro. Y ese estado
alterado no me deja discriminar si debo fiar mi atención en la fotografía en
blanco y negro, con una textura casi tangible, en la música, un prodigio de creación
de atmósferas, en las interpretaciones, al margen de la magnífica de Mifune,
con un elenco de secundarios que le dan vida incluso a la muerte o los
poderosos encuadres que ha escogido Kurosawa para sus planos, especialmente, al
margen de la maestría inicial de la celebración nupcial, cuando aún nos movemos
entre personajes de los que no sabemos nada de nada, de aquellos tomados en las
ruinas de una fábrica que enlazan el presente de corrupción con la heroica
participación de dos de los personajes en el conflicto bélico que, paradoja de
paradojas, añoran desde el conocimiento de la corrupción generalizada que ha
sustituido el antiguo modo de vida, cuando era impensable la occidentalización
del país, tal y como efectivamente se produjo tras perder la guerra. No hay
plano, en esa fábrica destrozada y abandonada, que no merezca ser estudiado por
quienes quieran dedicarse al oficio de narrar mediante imágenes.
Aunque la película
se anuncia como una libérrima versión del Hamlet chespiriano, lo cierto
es que la compleja historia familiar del protagonista, un hijo de aquellos que
tan desacertadamente se llamaban hace mucho tiempo «naturales», se acerca más
al western y a la todopoderosa y adrenalínica venganza como motor de la acción.
Ese hijo, fruto del adulterio del padre —el padre a quien el hijo llama «tío»—,
se suicida un día tirándose desde el séptimo piso de las oficinas de una
empresa implicada en una red de corrupción de la que se lucran desde el
presidente de la corporación hasta los de las filiales, pasando por cargos
intermedios que también tienen su «pellizco». El hijo urde un plan, entonces,
que pasa por llegar a secretario del presidente y, tras enamorar a su hija,
tullida de un pie por un accidente del que fue responsable su hermano, entrar
en la familia y acorralar a quien fue el último responsable de la muerte de un
padre de quien, por otro lado, guarda un recuerdo ambivalente.
El fastuoso
comienzo de la película, con la celebración de una boda en la que el brindis
del cuñado es una amenaza de muerte al novio si hace infeliz a la hermana
tullida, y en la que irrumpe la policía para llevarse un sospechoso al que
interrogarán, es lo suficientemente impactante como para que, desde ese
momento, no deseemos otra cosa que saber qué se está tramando y quién ha urdido
un plan que pretende sacara la luz a los responsables de la corrupción. La
aparición de un doble pastel de boda, el típico de varios pisos que parten los
novios, y otro que reproduce el edificio desde el que se suicidó el padre con
una rosa en la ventana desde la que saltó. Si añadimos, además, que los
periodistas siguen desde una sala vecina todo lo que ocurre en el comedor, con
planos en los que da toda la impresión de que estos asistan a un espectáculo
teatral, podemos inferir, creo yo que con cierto fundamento, cómo fue forjándose
en la «visión» de Buñuel El ángel exterminador, dos años posterior a
esta crónica de las miserias humanas de la alta burguesía japonesa. De hecho, es
a través de los comentarios de los periodistas que vamos conociendo a los
personajes de la trama que en seguida ocuparán el ligar preeminente en la
narración.
El rescate, por parte del vengador «enmascarado»,
de un empleado al que la dirección de la empresa, para cortar el hilo de la investigación
policial, le sugiere que se suicide, permite avanzar la trama y generar un
desconcierto absoluto, vía apariciones fantasmagóricas, que permiten al urdidor
ir cobrándose presas. Las imágenes en la cumbre de un volcán al interior del
cual el empleado ha decidido lanzarse, con la súbita y casi mágica aparición de
su interesado salvador para impedirlo, constituyen una auténtica exploración
del dramatismo patético de un ser humano que se debate entre el miedo a la
muerte y el cumplimiento de una orden perentoria de la superioridad, con todo
el peso que la devoción hacia una firma comercial comporta en el Japón, casi
incomprensible desde el punto de vista occidental. Ese testigo de las
corruptelas, capaz de incriminar a sus jefes, asiste a su propio entierro, una
vez que se han encontrado sus enseres junto a la cumbre del volcán y se da por
hecho su suicidio.
La trama está perfectamente trabada, y en
ella la historia del matrimonio del vengador con la hija del empresario
adquiere, de repente, un valor de altísimo melodrama, cuando, en el sórdido y
degradado espacio de las ruinas bélicas, y con un murete alargado entre ambos,
los dos esposos acaban fundiéndose en su primer beso matrimonial, después de
que el vengador se haya desentendido emocionalmente de ella. Un perfecto movimiento
sincrónico de ambos que acaban sentados y ocupando el lado contrario al suyo
para derribar la frontera que el marido había levantado hasta que, por
conversaciones a las que ya asistirá el espectador, ele protagonista descubre
que está profundamente enamorado de con quien se ha casado por otros motivos.
La prudencia me impide seguir
desarrollando la historia, so pena de arruinarle sorpresas de poderoso calibre
a los futuros espectadores, pero la poderosa intensidad de las tragedias
chespirianas se dan cita en esta historia de familias destrozadas, de difíciles
amores y de adicción a la venganza. Sí
me gustaría destacar, porque cuando la historia es tan poderosa cuesta algo fijarse
en los detalles, la calidad insuperable de un blanco y negro que, sobre todo en
la puesta en escena de la fábrica en ruinas, consigue momentos que, a mí
particularmente, me ha recordado Alemania, año cero, de Rossellini, y
que Kurosawa debió de ver con insólita atención y tan deslumbrado por la
genialidad del italiano como ahora he descubierto yo esta película del japonés.
Recomendaría encarecidamente que quienes
se sientan compelidos por esta crítica para ver la película, lo hagan en la
versión original con subtítulos, no solo por amor filológico a las lenguas, que
también, sino porque en la interpretación de los actores es fundamental la voz para
vehicular las múltiples pasiones que se dan cita en esta película que va de lo íntimo
y familiar a lo éxtimo y social con una facilidad asombrosa para crear un
pathos que nos atrapa poderosamente. Ignoro qué lugar le reservan los críticos profesionales
a esta joya del thriller familiar y político, pero, en la línea de la
extraordinaria El perro rabioso, a mí me parece que ha de ocupar un
lugar de privilegio. La perfección formal de todos sus ingredientes: luz, música,
fotografía, interpretaciones, historia, puesta en escena, etc. es tan total que
cuesta entender que no sea esta una de las películas de Kurosawa que más se
recomienda ver.
¡Véanla, no lo duden, me lo agradecerán!
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