jueves, 2 de junio de 2022

«Mátalos suavemente», de Andrew Dominik, el «neonoir» social.

Un diálogo indirecto entre el detritus social y la propaganda de la élite política.

 

Título original: Killing Them Softly

Año: 2012

Duración: 97 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Andrew Dominik

Guion: Andrew Dominik. Novela: George V. Higgins

Música: Varios

Fotografía: Greig Fraser

Reparto: Brad Pitt, Scoot McNairy, Ben Mendelsohn, Richard Jenkins, James Gandolfini, Ray Liotta, Vincent Curatola, Trevor Long, Max Casella, Slaine, Sam Shepard, Linara Washington, Christopher Berry, Ross Brodar, Kenneth Brown Jr..

 

         Autor hasta el momento de una filmografía corta, el australiano Andrew Dominik ya ha dirigido dos veces a Brad Pitt. Primero en su celebrada El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford  y ahora en este neonoir con un doble trasfondo social y psicológico que explora el mundo de los raterillos de medio pelo y de los asesinos a sueldo no del todo carentes de escrúpulos. Es cierto que Pitt es también productor de la película, pero eso confirma su excelente criterio a la hora de apostar por este director que con Mátalos suavemente ha conseguido una obra verdaderamente eficaz, sólida y compleja. El género al que se adscribe la película permite una realización de una sugestiva belleza que incluye la de la degradación social de los dos raterillos a lo que convence un modesto mafiosillo para irrumpir en una partida de póker y llevarse la recaudación y el dinero de los jugadores, en una repetición de otra atraco parecido del que salió indemne un sospechoso, el recientemente fallecido Ray Liotta, sobre el que ahora caerán todas las culpas inexorablemente.

         El arranque de la película, con un relativamente joven paria atravesando una barriada degradada bajo el cartel del «Cambio» preconizado por Obama, justo al lado del de  McCain, nos alerta de que la historia va a seguir unos derroteros en los que se va a ir mezclando el discurso de esa realidad degradada con la realidad política que habla de la macroeconomía en unos términos que chocan frontalmente con lo que los espectadores ven en sus pantallas: la historia de esos dos raterillos que, desde el momento de cometer el asalto, van a vivir bajo la angustia de ser descubiertos, porque esas timbas de póquer tiene relación directa con peces gordos que no quieren que les peligre el negocio. Y ahí entra Richard Jenkins para contratar a un asesino a sueldo que se encargará de liquidar a esos moscardones que quieren sacar tajada de la tarta de las partidas ilegales que tanto dinero mueven al margen del control del Estado. Brad Pitt es el liquidador, pero, como sucede en la economía habitualmente, él subcontrata a otro matón para hacer parte del trabajo: James Gandolfini, quien tiene una intervención breve, pero antológica.

         Pues sí, queridos lectores, el reparto de esta película es excepcional, se mire como se mire, pero la sorpresa, en ese casting, son  los dos raterillos, Scoot McNairy y Ben Mendelsohn, que bordan dos papeles a medio camino entre el cine neorrealista y la comedia de «colgados», porque uno de ellos, expresidiario, se gasta los dineros del atraco en comprar un alijo de droga con la exclusiva finalidad de colocarse, unas escenas, por cierto, de rara intensidad y belleza, cuando ambos dialogan, el uno ausente y el otro aterrorizado de que se le haya ido la lengua con quien no debe.

         No nos engañemos, la película es la historia de una venganza y del asesinato implacable de cuantos fundada o infundadamente —como en el caso del personaje interpretado por Liotta— han tomado parte en el atraco a las partidas de póquer. Hay, pues, violencia, y de todos los tipos posibles, brutal, como la paliza que recibe Lyotta, y estilizada, como el propio asesinato a cámara lenta del mismo Lyotta en unas imágenes realmente espectaculares, rodadas con la escasa luz con que se han rodado tantísimas escenas de la película, que aprovecha la puesta en escena para reforzar la estética de la narración, en cierta manera al estilo de Zodiac de Fincher y otras.

         La gran virtud de la película es que no hay maleante, sea de vía estrecha, sea sicario potente, que no reciba una atención individualizada por parte del guion. Y a ese respecto son, a su manera, muy graciosas, las penalidades amorosas del personaje de Gandolfini, quien, por un error de mucho bulto, está a punto de entrar en prisión, y de ahí que acepte el encargo por 15.000 dólares para llenar la hucha de la resistencia para cuando salga. La conversación en el bar del hotel es modélica, y el director le concede un espacio que parece romper el ritmo de la acción, pero nos convence de que ahondar en las psicologías de esos personajes evita caer en las tópicas películas en las que la acción lo domina todo, al tiempo que nos enteramos de detalles como  el que le confiesa, con excelente humor, Brad Pitt a Jenkins: «¿Tú has matado alguna vez a alguien? Es horroroso, lloran, llaman a su madre… No me gustan las escenas emocionales…», si no recuerdo mal.

         Está fuera de discusión, sobre todo por los diálogos entre los personajes de Pitt y Gandolfini que esta película está en las antípodas —y no por ser el director australiano, ciertamente…— de la corrección política, esa con la que los hechos de la trama mantienen un diálogo indirecto que se manifiesta  a través de los continuos mensajes sobre el estado de la economía que emiten Bush y Obama desde los media, constantemente. De hecho, la diatriba del asesino a sueldo contra el sistema y en defensa del talante usamericano de la salvación individual es apabullante, no solo por la crítica al esclavista Jefferson, sino por una última «perla» que adquiere categoría de postulado político (no en vano el autor de la novela fue miembro de la Fiscalía de Boston): «Dicen (los políticos que peroran en los media) que somos una comunidad, pero solo somos un negocio».

         Peter Yates dirigió El confidente, basada en otra novela del mismo autor, y que no recuerdo haber visto, pero, dada la calidad de Mátalos suavemente, me parece de todo punto necesario revisarla.

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