Título original: Daisy
Miller
Año: 1974
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Peter Bogdanovich
Guion: Frederic Raphael. Historia: Henry James
Música: Angelo Francesco
Lavagnino
Fotografía: Alberto Spagnoli
Reparto: Cybill Shepherd, Barry Brown, Cloris Leachman, Mildred Natwick, Eileen Brennan, Duilio Del Prete, James
McMurtry, Nicholas Jones.
George Morfoge
Título original: The Portrait of a Lady
Año: 1996
Duración: 142 min.
País: Reino Unido
Dirección: Jane Campion
Guion: Laura Jones. Novela:
Henry James
Música: Wojciech Kilar
Fotografía: Stuart Dryburgh
Reparto: Nicole Kidman, John Malkovich, Barbara Hershey. Martin
Donovan, Christian Bale, Mary-Louise
Parker, Shelley Winters, Richard E. Grant, Viggo Mortensen, John Gielgud,
Valentina Cervi, Shelley Duvall.
Una tragicomedia chispeante y la sutil depravación psicológica entre pinceladas academicistas o por qué Henry James, a veces, data…
Tocaba Henry James y nada mejor que dos adaptaciones de cineastas
muy diferentes, Peter Bogdanovich y Jane Campion, más incisivo el primero, que
nos ofrece una tragicomedia muy ajustada y nada complaciente, ni con la
historia ni con los personajes, y, por otro lado, el barroquismo imaginativo de
una autora que no desperdicia un plano para dejar su impronta en él,
independientemente de que se resienta el conjunto de la película. Y al fondo,
claro, el mundo de un autor, James, cuyas preocupaciones se van alejando de la
sensibilidad moderna y se ofrecen a la contemplación de los espectadores como las
antiguallas de aquellos entrañables Estudio 1 que tanto hicieron, en mi caso,
sin embargo, por cubrir lagunas formativas con máximo acierto, pero deplorable
puesta en escena.
Por orden
cronológico, Bogdanovich escoge un cuento, en gran medida cómico, de James y lo
lleva a la pantalla con dos actores realmente en estado de gracia: Cybill
Shepherd y Barry Brown, alguien que me ha recordado enormemente, en su actuación,
a Ryan Gosling, y cuya triste historia, se suicidó a los 27 años, lo hace acreedor
a ser mejor conocido por la audiencia, porque sus dotes innegables se
complementaban con su enorme capacidad para la escritura. Los personajes y el
ambiente de Daisy Miller se complementan a la perfección, porque se trata de
gente rica usamericana dispuesta a disfrutar de todos los placeres y la Historia
y el Arte de la vieja Europa. Y ahí
aparece un joven «galán» que descubre la insólita belleza casi renacentista de
una joven que si de algo peca es de ignorancia y alarmante vulgaridad en sus
maneras (las manners, tan definitorias para cierta clase social!) y,
sobre todo, en su torrencial manera de hablar casi sin respirar y sin dejar que
en ningún momento se establezca eso tan refinado y señorial a lo que solemos
llamar «diálogo». Con todo, y a pesar de los cínicos avisos de su tía, la
insuperable Mildred Natwick, a quien todos recordarán por su gracioso papel
como madre de Jane Fonda en Descalzos por el parque, de Gene Sacks o en
algunas películas emblemáticas de Ford, como El hombre tranquilo o Los
tres padrinos; a pesar de esos avisos que lo inducen a mantener distancia
con una familia y una joven tan poco refinados, el enamorado sobrino persistirá
en su campaña de acoso militar a la fortaleza de la joven, y de ahí nacen unos
recorridos turísticos, como el del Château de Chillon a orillas del lago
Lemán, en Suiza, por cuyo interior la cámara hace un recorrido de notable
belleza. La inaccesibilidad de la joven, y su disparatado monólogo constante se
explican en cuanto el joven accede al conocimiento de la madre, interpretado
por una actriz, Cloris Leachman, que tiene una interpretación archidestacadísima
en La última película, también de Bogdanovich, y se percata de que ambas
mujeres, madre e hija, padecen de idéntica incontinencia verbal. Los
chismorreos en las altas esferas de la sociedad solo se distinguen de los
chismorreos de vecindario en la riqueza de los primeros, pero la vulgaridad de
los Miller, por acaudalados que sean, da pábulo para una descalificación frente
a la que se erige el joven Winterbourne, enamorado de aquella ingenuidad y
belleza ignaras a la que asedia, pero sin acabar de decidirse a dar el asalto
final a la fortaleza, por lo que deja el campo abierto al rival italiano que
irá ocupando el puesto al lado de la joven que a él le hubiera gustado llenar.
La soberbia interpretación de Shepherd y de Barry Brown, con un repertorio de miradas
y de medias sonrisas que recuerdan el encanto de Cary Grant, convierte la película
de Bogdanovich en una delicia que se apreciaría mejor si la copia de que
dispone Filmin no tuviera tan mala calidad y no tuviera los desenfoques que
prácticamente la hacen invisible, aunque es tanta la calidad de la película que
no he podido por menos que seguir viéndola incluso en tan malas condiciones. Escenas
soberbias las hay a lo largo de todo el metraje, pero el té con la tía en la
piscina de aguas termales es insuperable…
Retrato de una
dama insiste en ese tópico tan caro a James de los usamericanos en Europa,
aunque aquí se extiende lo suyo para conseguir un acabado retrato de
Isabel Archer, una pariente pobre de un acaudalado tío suyo, inglés que la dota
con una herencia que le permite conocer mundo y conocer a otras personas, en
busca del amor de su vida, si bien la novela arranca con el rechazo a un
candidato, Lord Warburton, y la indiferencia amorosa a su primo tísico, Ralph,
quien, sin embargo, está profundamente enamorado de ella. De viaje por Italia,
acabará conociendo a un extravagante artista arruinado que la impresionará de
tal manera que echará por tierra sus planes de seguir siendo una joven
independiente y moderna, dispuesta a no someterse al yugo del matrimonio, sino
a vivir todas las experiencias, aceptadas y prohibidas, que ensanchen su juicio
sobre la realidad y los hombres. Que la ingenuidad y el romanticismo han de
sufrir en su contraste con la realidad es un tópico en el mundo literario de
James que también se cumple en este Retrato…¿Quién encarna el mefistofélico
personaje capaz de subyugar a la joven idealista? Gilbert Osmond, el “artista”,
la personificación de la quintaesencia de la exquisitez, la delicadeza y, ¡ay!,
la perversión. ¿Y quién podría encarnar la ambigüedad de ese personaje mejor
que quien se consagró con Las amistades peligrosas, de Stephen Frears?
En efecto, el siempre brillante John
Malkovich. Su entrada en escena es el preludio de una subida de nivel de lo que
hasta ese momento discurría por una planicie hasta cierto punto monótona, excepción
hecha de la poderosa belleza de las imágenes que busca la directora para casa
cualquier plano, ¡un mérito descomunal para una película de casi dos horas y
medio de metraje! Se aprecia la generosa
inversión en la casi superproducción de la película, y en buena medida eso
supone un aliciente para regodearse en la realización que lo destaca en todo
momento, más allá de la inmersión psicológica
en una protagonista cuya patética ingenuidad y desequilibrado romanticismo casi
la hacen acreedora a la ejemplarizante estafa amorosa de que es objeto, y ha de
reconocerse que es muy dura la lección que aprende. Si de algunas películas
destacamos que son pre-code (anteriores al Código Hays que censuraba las
películas); de la actuación de Nicole Kidman podemos decir que es
pre-quirúrgica, y ya nos entendemos. Lo que queda realzada es la ingenua
naturaleza de la joven, desconocedora, a pesar de los aires de avanzada que se
da, de los retorcimientos psicológicos que estarán a punto de hacerla
picadillo. Al espectador le resulta difícil «asentir» a ese personaje, y tiende
a identificarse con su primo, el amante desdeñado a quien su enfermedad le ha
marcado un plazo inexorable, y tampoco los otros pretendientes, ni Lord Warburton
ni un apasionado y joven admirador interpretado por Viggo Mortensen, en uno de
sus primeros papeles destacados.
De la
inevitable comparación de las dos películas saca este crítico la conclusión de
que el cine, a menudo, es bastante más que la plasmación de las más bellas imágenes
que unos medios y una puesta en escena excepcional pueden depararnos, que hay
algo a lo que llamamos «narración» que exige un «ritmo» y que potencia o menoscaba la historia que se
nos explica; y ahí es donde Bogdanovich le gana la partida a Campion, y ello
sin que Daisy Miller sea un
prodigio de fluidez, si bien la presencia de la voz en off a lo largo de
la película contribuye a la sensación de que la historia fluya hacia no sabemos
exactamente dónde, y de ahí el choque del final tan sorprendente.
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