domingo, 4 de diciembre de 2022

«Daisy Miller» de Peter Bogdanovich y «Retrato de una dama», de Jane Campion. Adaptaciones de Henry James…

Título original: Daisy Miller

Año: 1974

Duración: 91 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Peter Bogdanovich

Guion: Frederic Raphael. Historia: Henry James

Música: Angelo Francesco Lavagnino

Fotografía: Alberto Spagnoli

Reparto: Cybill Shepherd, Barry Brown, Cloris Leachman, Mildred Natwick, Eileen Brennan, Duilio Del Prete, James McMurtry, Nicholas Jones.

George Morfoge

 

 

 


Título original: The Portrait of a Lady

Año: 1996

Duración: 142 min.

País:  Reino Unido

Dirección: Jane Campion

Guion: Laura Jones. Novela: Henry James

Música: Wojciech Kilar

Fotografía: Stuart Dryburgh

Reparto: Nicole Kidman, John Malkovich, Barbara Hershey. Martin Donovan,  Christian Bale, Mary-Louise Parker, Shelley Winters, Richard E. Grant, Viggo Mortensen, John Gielgud, Valentina Cervi, Shelley Duvall.      


Una tragicomedia chispeante y la sutil depravación psicológica entre pinceladas academicistas o por qué Henry James, a veces, data… 

 

            Tocaba Henry James y nada mejor que dos adaptaciones de cineastas muy diferentes, Peter Bogdanovich y Jane Campion, más incisivo el primero, que nos ofrece una tragicomedia muy ajustada y nada complaciente, ni con la historia ni con los personajes, y, por otro lado, el barroquismo imaginativo de una autora que no desperdicia un plano para dejar su impronta en él, independientemente de que se resienta el conjunto de la película. Y al fondo, claro, el mundo de un autor, James,  cuyas preocupaciones se van alejando de la sensibilidad moderna y se ofrecen a la contemplación de los espectadores como las antiguallas de aquellos entrañables Estudio 1 que tanto hicieron, en mi caso, sin embargo, por cubrir lagunas formativas con máximo acierto, pero deplorable puesta en escena.

         Por orden cronológico, Bogdanovich escoge un cuento, en gran medida cómico, de James y lo lleva a la pantalla con dos actores realmente en estado de gracia: Cybill Shepherd y Barry Brown, alguien que me ha recordado enormemente, en su actuación, a Ryan Gosling, y cuya triste historia, se suicidó a los 27 años, lo hace acreedor a ser mejor conocido por la audiencia, porque sus dotes innegables se complementaban con su enorme capacidad para la escritura. Los personajes y el ambiente de Daisy Miller se complementan a la perfección, porque se trata de gente rica usamericana dispuesta a disfrutar de todos los placeres y la Historia y el Arte  de la vieja Europa. Y ahí aparece un joven «galán» que descubre la insólita belleza casi renacentista de una joven que si de algo peca es de ignorancia y alarmante vulgaridad en sus maneras (las manners, tan definitorias para cierta clase social!) y, sobre todo, en su torrencial manera de hablar casi sin respirar y sin dejar que en ningún momento se establezca eso tan refinado y señorial a lo que solemos llamar «diálogo». Con todo, y a pesar de los cínicos avisos de su tía, la insuperable Mildred Natwick, a quien todos recordarán por su gracioso papel como madre de Jane Fonda en Descalzos por el parque, de Gene Sacks o en algunas películas emblemáticas de Ford, como El hombre tranquilo o Los tres padrinos; a pesar de esos avisos que lo inducen a mantener distancia con una familia y una joven tan poco refinados, el enamorado sobrino persistirá en su campaña de acoso militar a la fortaleza de la joven, y de ahí nacen unos recorridos turísticos, como el del Château de Chillon a orillas del lago Lemán, en Suiza, por cuyo interior la cámara hace un recorrido de notable belleza. La inaccesibilidad de la joven, y su disparatado monólogo constante se explican en cuanto el joven accede al conocimiento de la madre, interpretado por una actriz, Cloris Leachman, que tiene una interpretación archidestacadísima en La última película, también de Bogdanovich, y se percata de que ambas mujeres, madre e hija, padecen de idéntica incontinencia verbal. Los chismorreos en las altas esferas de la sociedad solo se distinguen de los chismorreos de vecindario en la riqueza de los primeros, pero la vulgaridad de los Miller, por acaudalados que sean, da pábulo para una descalificación frente a la que se erige el joven Winterbourne, enamorado de aquella ingenuidad y belleza ignaras a la que asedia, pero sin acabar de decidirse a dar el asalto final a la fortaleza, por lo que deja el campo abierto al rival italiano que irá ocupando el puesto al lado de la joven que a él le hubiera gustado llenar. La soberbia interpretación de Shepherd y de Barry Brown, con un repertorio de miradas y de medias sonrisas que recuerdan el encanto de Cary Grant, convierte la película de Bogdanovich en una delicia que se apreciaría mejor si la copia de que dispone Filmin no tuviera tan mala calidad y no tuviera los desenfoques que prácticamente la hacen invisible, aunque es tanta la calidad de la película que no he podido por menos que seguir viéndola incluso en tan malas condiciones. Escenas soberbias las hay a lo largo de todo el metraje, pero el té con la tía en la piscina de aguas termales es insuperable…

         Retrato de una dama insiste en ese tópico tan caro a James de los usamericanos en Europa, aunque aquí se extiende lo suyo para conseguir un acabado retrato de Isabel Archer, una pariente pobre de un acaudalado tío suyo, inglés que la dota con una herencia que le permite conocer mundo y conocer a otras personas, en busca del amor de su vida, si bien la novela arranca con el rechazo a un candidato, Lord Warburton, y la indiferencia amorosa a su primo tísico, Ralph, quien, sin embargo, está profundamente enamorado de ella. De viaje por Italia, acabará conociendo a un extravagante artista arruinado que la impresionará de tal manera que echará por tierra sus planes de seguir siendo una joven independiente y moderna, dispuesta a no someterse al yugo del matrimonio, sino a vivir todas las experiencias, aceptadas y prohibidas, que ensanchen su juicio sobre la realidad y los hombres. Que la ingenuidad y el romanticismo han de sufrir en su contraste con la realidad es un tópico en el mundo literario de James que también se cumple en este Retrato…¿Quién encarna el mefistofélico personaje capaz de subyugar a la joven idealista? Gilbert Osmond, el “artista”, la personificación de la quintaesencia de la exquisitez, la delicadeza y, ¡ay!, la perversión. ¿Y quién podría encarnar la ambigüedad de ese personaje mejor que quien se consagró con Las amistades peligrosas, de Stephen Frears? En efecto, el  siempre brillante John Malkovich. Su entrada en escena es el preludio de una subida de nivel de lo que hasta ese momento discurría por una planicie hasta cierto punto monótona, excepción hecha de la poderosa belleza de las imágenes que busca la directora para casa cualquier plano, ¡un mérito descomunal para una película de casi dos horas y medio de metraje!  Se aprecia la generosa inversión en la casi superproducción de la película, y en buena medida eso supone un aliciente para regodearse en la realización que lo destaca en todo momento, más allá de la inmersión  psicológica en una protagonista cuya patética ingenuidad y desequilibrado romanticismo casi la hacen acreedora a la ejemplarizante estafa amorosa de que es objeto, y ha de reconocerse que es muy dura la lección que aprende. Si de algunas películas destacamos que son pre-code (anteriores al Código Hays que censuraba las películas); de la actuación de Nicole Kidman podemos decir que es pre-quirúrgica, y ya nos entendemos. Lo que queda realzada es la ingenua naturaleza de la joven, desconocedora, a pesar de los aires de avanzada que se da, de los retorcimientos psicológicos que estarán a punto de hacerla picadillo. Al espectador le resulta difícil «asentir» a ese personaje, y tiende a identificarse con su primo, el amante desdeñado a quien su enfermedad le ha marcado un plazo inexorable, y tampoco los otros pretendientes, ni Lord Warburton ni un apasionado y joven admirador interpretado por Viggo Mortensen, en uno de sus primeros papeles destacados.

         De la inevitable comparación de las dos películas saca este crítico la conclusión de que el cine, a menudo, es bastante más que la plasmación de las más bellas imágenes que unos medios y una puesta en escena excepcional pueden depararnos, que hay algo a lo que llamamos «narración» que exige un «ritmo»  y que potencia o menoscaba la historia que se nos explica; y ahí es donde Bogdanovich le gana la partida a Campion, y ello sin que  Daisy Miller sea un prodigio de fluidez, si bien la presencia de la voz en off a lo largo de la película contribuye a la sensación de que la historia fluya hacia no sabemos exactamente dónde, y de ahí el choque del final tan sorprendente.

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