Una inusual y
un punto surrealista historia de amor fou en la España de 1971.
Título original: Love and Pain
and the Whole Damn Thing
Año: 1973
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Alan J. Pakula
Guion: Alvin Sargent
Música: Michael Small
Fotografía: Geoffrey
Unsworth
Reparto: Maggie Smith; Timothy
Bottoms; Emiliano Redondo;
Jaime de Mora y Aragón; May Heatherly: Elmer Modlin.
¡Bendito invento el de Filmin,
que nos permite acceder a rarezas tan entrañables como esta película de Pakula
rodada en España después de Klute y antes de El último testigo! A
diferencia de buena parte del cine del autor, orientado hacia el thriller
político, Pakula se permitió el lujo de rodar una extraña historia de amor
entre dos personajes desiguales, una mujer inglesa en su treintena y un
universitario retraído y con asma cuyos padres lo envían a unas vacaciones turísticas
en España en bicicleta. Los protagonistas son magníficos; Maggie Smith, que ya
ha rodado Los mejores años de Miss Brodie, de Ronald Neame y la pujante
estrella Timothy Bottoms, que acababa de rodar ese mismo año, 1971, La última
película, de Peter Bogdanovich, una parte de la cual guarda relación, el romance
imposible con Cloris Leachman, con esta película que pasó dos años en el cajón
de los proyectos acabados de la productora antes de ser estrenada, y de ahí la
fecha equivocada de realización de la película. Quizás fuera debido al éxito
internacional que alcanzó Love Story, de Arthur Hiller, lo que provocó ese retraso, porque también en
esta la enfermedad tiene una presencia relevante en la trama, si bien el propio
título ya da a entender un tratamiento en nada parecido al de la película de Hiller.
Para los
espectadores españoles es un regalo añadido el hecho de que haya sido rodada en
nuestro país y que, en la medida en que ambos personajes son turistas, se
dedique buena parte el rodaje a mostrar hermosos rincones de nuestro país, si
bien nos choca lo suyo la imagen eminentemente rural y atrasada que se ofrece
de nuestro país en 1971, a un paso, como quien dice del final del franquismo.
Si a la selección tópica de espacios, paisajes y paisanos que aparecen sumamos
dos episodios totalmente surrealistas: el don Juan que pretende seducir a la
protagonista con sus imitaciones del canto de los pájaros, interpretado en
clave jardeliana por Emiliano Redondo, quien en las locas comedias chuscas españolas
del destape se especializaría en papeles de homosexual amanerado, y la
irrupción romántica de un duque que rescata a la desvanecida protagonista y se
la lleva a lomos de un brioso corcel negro a su castillo, donde intentará también
seducirla con untuosas maneras, interpretado ¡nada menos que por el vividor
Jaime de Mora y Aragón, el alma de las fiestas marbellíes!, el giro cómico
surrealista nos deja totalmente hechizados, porque la puesta en escena del
interior lujoso del castillo choca enormemente con su exterior parcialmente en
ruinas.
Debido al asma,
el protagonista abandona el programa cicloturista y se apuna a un programa de
visita en autobús, y ahí es donde entra
en contacto con Lila Fisher, si bien de un modo tan accidentado que todo da a
entender que ella saldrá huyendo del tosco joven que le ha tocado como
compañía. Lo curioso de la película es que, respondiendo ambos a dos estereotipos,
la solterona inglesa amante de la belleza y el joven inseguro, patoso e inexperto amante, todo
vaya progresando en el sentido de un acercamiento entre ambos, no exento de mil
y una dificultades. Muchas de las accidentadas situaciones que jalonan su relación
caen del lado cómico y están tan bien conseguidas que la película parece
haberse inspirado en la screwball comedy, aunque sin llegar al ritmo
frenético que ese género exige. La compartida timidez de Lila y Walter y su
convencimiento de ser extraños y ajenos al mundo del común de los mortales, y
no solo por la diferencia de edad entre ambos, ¡y el hecho, para aquella época,
casi pecaminoso de que la mujer sea mayor que el hombre!, imprimen a la
película un ritmo lento y reflexivo que habilita no pocos momentos líricos, como
cuando Lila evoca los versos del himno de Cecil Frances Aleander: All things
bright and beautiful,/All creatures great and small,, el segundo verso del
cual da nombre a una serie televisiva recién estrenada con bastante éxito.
Cuando ambos se
cansan, pero sobre todo él, de la pauta rígida de la visita en autobús, el joven
la persuade para seguir camino en una destartalada caravana, con matrícula de
Murcia, por cierto, de la que tira un no menos destartalado Citroen 2CV. Ese
nuevo comienzo de su visita nos trae a la memoria Un remolque larguísimo,
de Vincente Minnelli o Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges,
especialmente cuando los sorprende un tormentón y refugiarse dentro del
remolque es casi más complicado que permanecer a la intemperie y aguantar el
chaparrón. Son escenas cómicas, pero rodadas con un ritmo y con una efectividad
que acreditan a Pakula como dominador de un género en el que nunca volvió a
rodar nada, ni remotamente parecido. Está claro que al buen fin de esas escenas
contribuye mucho el trabajo de Maggie Smith y el de Timothy Bottoms, quienes
parecen pasárselo de lo lindo no solo en esas escenas, sino, también, en otras
como su subida al tablado flamenco, donde bailan con los profesionales, o
mientras visitan un mercadillo o se reúnen junto a unos supuestos gitanos
trashumantes dedicados al espectáculo alrededor de una hoguera. Ni que decir
tiene que nada está rodado con descuido, sino con una sensibilidad para los
encuadres y la iluminación que permiten contemplar la película como una sucesión
de escenarios magníficos que constituyen, a mucho toro pasado, la mejor
propaganda turística posible de un país aún en vías de desarrollo como el
nuestro. El director de fotografía, que lo fue de 2001: una odisea del
espacio, de Kubrick, Geoffrey Unsworth, es toda una garantía al respeto y
ha de ponerse en su haber el mimo como ha tratado a Maggie Smith, de quien ha
sacado un partido excepcional, fotográficamente.
La película, ya
lo anticipo, es una soberana rareza y puede que a algunos espectadores les desconcierte
la extraña mezcla de folclore, amor tormentoso y comedia surrealista, pero ni
hay cursilería ni el dramatismo se convierte en dramón decimonónico: todo está
medido y ajustado a unos personajes que se van dibujando poco a poco en sus
grandezas y miserias, como debe ser.
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