Una decepción
o las leyes muy distintas del corto y el largo.
Título original: Cerdita
Año: 2022
Duración: 99 min.
País: España
Dirección:Carlota Pereda
Guion: Carlota Pereda
Música: Olivier Arson
Fotografía: Rita Noriega
Reparto: Laura Galán; Carmen
Machi: Julián Valcárcel; Richard Holmes; Claudia Salas; Pilar Castro; Camille
Aguilar; José Pastor; Chema del Barco;
Irene Ferreriro: Stéphanie
Magnin Vella; Fernando Delgado-Hierro.
Confieso mi
profunda decepción tras haber visto un corto excepcional que, alargado, se
pierde por el terreno de la indefinición, en un marasmo de contradicciones
absurdas del que la película, muy
errática, no sale indemne. Mientras la
historia mínima funcionaba estupendamente en el corto, que aquí se incluye como
los primeros compases del largo, el resto, que se desvía por el patrón de los
crímenes sangrientos rituales muy morbosos, acaba no teniendo más pie ni cabeza
que esas escenas hemoglobínicas con una muy cuidada puesta en escena, todo se ha
de decir, y una música que subraya y aun personifica el miedo que ha de correr
por las venas de los espectadores, aunque la doble naturaleza del desenlace
deje perplejo a estos.
Tras la
desaparición de las amigas que se burlan cruelmente de la protagonista, aquejada
de obesidad mórbida, la película toma unos derroteros costumbristas que tienen
muy escaso desarrollo, con unos personajes muy levemente definidos —rayanos
incluso en la caricatura— y con una protagonista que, obligada a guardar
silencio por la lealtad hacia el extraño secuestrador, y posterior asesino, que
se solidariza con ella frente al desprecio miserable de sus supuestas amigas, se
constriñe en un mutismo que, además de la obesidad, parece añadirle el retraso
mental. Añádase a todo ello la preferencia de los directores por el habla “natural”
de actores que no vocalizan y se nos
completa un panorama que no invita al entusiasmo. Máxime cuando el principal
sospechoso se mueve con total libertad en una población menos que mediana y
que, cuando nos acercamos a él en plano medio y le oímos hablar, no encontramos
sino una mirada enajenada y un susurro casi inaudible, amén de cierta torpeza «ejecutora»
incomprensible.
A su manera, me
sucedió lo mismo con la ampliación de otro corto, muy distinto, pero también
muy bueno, Madre, de Rodrigo Sorogoyen, una historia que llevada al
largo, años después de la acción del corto, eso sí, es tan sin propósito y
errática como esta Cerdita, que
merecía una mejor ampliación por unos derroteros que aquí se desdeñan y
se nos dan ya como un sufrimiento absoluto y estático, sin progresión ninguna,
por fuerte que sea la situación inicial, aunque el forcejeo con la red tenga fácil
escapatoria sumergiéndose, lo que resulta evidente para el espectador más
descuidado. Pero las historias han de contar con un cierto dinamismo, han de desarrollarse
en el tiempo y han de ir de un planteamiento a un desenlace. Sintiendo los espectadores
que nos han «desplazado» entre ambos, y hemos vivido, por el camino, lances que
nos han ayudado a entender mejor la historia. Ese flujo de la vida está ausente
en esta película, y se alarga demasiado la intriga de lo sucedido en la piscina
como para que cuando el asesino va adquiriendo mayor relieve, podamos hacer
otra cosa que asistir algo incómodos a un desarrollo tópico de los
acontecimientos. Es cierto que hay escenas, como la del asalto a la casa de la
protagonista que suenan totalmente a inexplicables, como si el asesino
enamorado se hubiera equivocado de enemigo, o la torpe resolución de la búsqueda forestal de los
móviles de las secuestradas, cuando descubren el cadáver de una de las tres
desaparecidas, pero ello se debe a la escasa imaginación con que se ha
planteado la continuación, dado que se acentúa más lo que tiene de suspense el descubrimiento del asesino que lo que tiene
de problema social o vivencia emocional de un serio problema de acoso, algo que
se diluye poco a poco en la trama y que tampoco ocupa una vivencia interiorizada
de la protagonista, devastada por la culpa de no revelar que han sido
secuestradas con su consentimiento implícito. Esa veta del remordimiento, del
inusual «poder» de disponer de la vida de los otros, no acaba de aflorar en la
protagonista, quien está más preocupada de no ser involucrada en el «suceso» y de
sacudirse el dominio abusivo de su madre que de otra cosa.
Este espectador
sigue la trama con escaso interés, decepcionado por la figura del asesino y más
aún por un desenlace que lleva de lleno la película a un género sangriento al
que no es nada aficionado y que, en las nuevas generaciones ha pasado por lo
que antiguamente llamábamos cine «de terror» o de miedo.
El tono
excesivamente costumbrista pretende añadir un humor paralelo al dramatismo de
la desaparición de las jóvenes, encarnado en la desesperación de la madre que
busca a su hija y su lucha contra la madre de la escarnecida; y a ello
contribuye también la pareja padre-hijo de la Guardia Civil, pero son salvas de
fogueo. Ni el acoso da para bromas, ni aun macabras, ni el malo nos hace
temblar como debería.
En fin,
aguardaremos la próxima entrega de quien ha de reflexionar cuanto antes sobre
la diferente naturaleza de los cortos y de los largos. No todo vale para todo.
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