lunes, 13 de febrero de 2023

«Cerdita», de Carlota Pereda, o el desbarre ensangrentado.

 

Una decepción o las leyes muy distintas del corto y el largo.

 

Título original: Cerdita

Año: 2022

Duración: 99 min.

País:  España

Dirección:Carlota Pereda

Guion: Carlota Pereda

Música: Olivier Arson

Fotografía: Rita Noriega

Reparto: Laura Galán; Carmen Machi: Julián Valcárcel; Richard Holmes; Claudia Salas; Pilar Castro; Camille Aguilar; José Pastor; Chema del Barco;

Irene Ferreriro: Stéphanie Magnin Vella; Fernando Delgado-Hierro.

 

         Confieso mi profunda decepción tras haber visto un corto excepcional que, alargado, se pierde por el terreno de la indefinición, en un marasmo de contradicciones absurdas del  que la película, muy errática,  no sale indemne. Mientras la historia mínima funcionaba estupendamente en el corto, que aquí se incluye como los primeros compases del largo, el resto, que se desvía por el patrón de los crímenes sangrientos rituales muy morbosos, acaba no teniendo más pie ni cabeza que esas escenas hemoglobínicas con una muy cuidada puesta en escena, todo se ha de decir, y una música que subraya y aun personifica el miedo que ha de correr por las venas de los espectadores, aunque la doble naturaleza del desenlace deje perplejo a estos.

         Tras la desaparición de las amigas que se burlan cruelmente de la protagonista, aquejada de obesidad mórbida, la película toma unos derroteros costumbristas que tienen muy escaso desarrollo, con unos personajes muy levemente definidos —rayanos incluso en la caricatura— y con una protagonista que, obligada a guardar silencio por la lealtad hacia el extraño secuestrador, y posterior asesino, que se solidariza con ella frente al desprecio miserable de sus supuestas amigas, se constriñe en un mutismo que, además de la obesidad, parece añadirle el retraso mental. Añádase a todo ello la preferencia de los directores por el habla “natural” de actores que no vocalizan  y se nos completa un panorama que no invita al entusiasmo. Máxime cuando el principal sospechoso se mueve con total libertad en una población menos que mediana y que, cuando nos acercamos a él en plano medio y le oímos hablar, no encontramos sino una mirada enajenada y un susurro casi inaudible, amén de cierta torpeza «ejecutora» incomprensible.

         A su manera, me sucedió lo mismo con la ampliación de otro corto, muy distinto, pero también muy bueno, Madre, de Rodrigo Sorogoyen, una historia que llevada al largo, años después de la acción del corto, eso sí, es tan sin propósito y errática como esta Cerdita, que  merecía una mejor ampliación por unos derroteros que aquí se desdeñan y se nos dan ya como un sufrimiento absoluto y estático, sin progresión ninguna, por fuerte que sea la situación inicial, aunque el forcejeo con la red tenga fácil escapatoria sumergiéndose, lo que resulta evidente para el espectador más descuidado. Pero las historias han de contar con un cierto dinamismo, han de desarrollarse en el tiempo y han de ir de un planteamiento a un desenlace. Sintiendo los espectadores que nos han «desplazado» entre ambos, y hemos vivido, por el camino, lances que nos han ayudado a entender mejor la historia. Ese flujo de la vida está ausente en esta película, y se alarga demasiado la intriga de lo sucedido en la piscina como para que cuando el asesino va adquiriendo mayor relieve, podamos hacer otra cosa que asistir algo incómodos a un desarrollo tópico de los acontecimientos. Es cierto que hay escenas, como la del asalto a la casa de la protagonista que suenan totalmente a inexplicables, como si el asesino enamorado se hubiera equivocado de enemigo, o la torpe resolución de la búsqueda forestal de los móviles de las secuestradas, cuando descubren el cadáver de una de las tres desaparecidas, pero ello se debe a la escasa imaginación con que se ha planteado la continuación, dado que se acentúa más lo que tiene de suspense  el descubrimiento del asesino que lo que tiene de problema social o vivencia emocional de un serio problema de acoso, algo que se diluye poco a poco en la trama y que tampoco ocupa una vivencia interiorizada de la protagonista, devastada por la culpa de no revelar que han sido secuestradas con su consentimiento implícito. Esa veta del remordimiento, del inusual «poder» de disponer de la vida de los otros, no acaba de aflorar en la protagonista, quien está más preocupada de no ser involucrada en el «suceso» y de sacudirse el dominio abusivo de su madre que de otra cosa.

         Este espectador sigue la trama con escaso interés, decepcionado por la figura del asesino y más aún por un desenlace que lleva de lleno la película a un género sangriento al que no es nada aficionado y que, en las nuevas generaciones ha pasado por lo que antiguamente llamábamos cine «de terror» o de miedo.

         El tono excesivamente costumbrista pretende añadir un humor paralelo al dramatismo de la desaparición de las jóvenes, encarnado en la desesperación de la madre que busca a su hija y su lucha contra la madre de la escarnecida; y a ello contribuye también la pareja padre-hijo de la Guardia Civil, pero son salvas de fogueo. Ni el acoso da para bromas, ni aun macabras, ni el malo nos hace temblar como debería.

         En fin, aguardaremos la próxima entrega de quien ha de reflexionar cuanto antes sobre la diferente naturaleza de los cortos y de los largos. No todo vale para todo.

        

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