Entre la
corrupción política y la adicción al sexo: la desesperación del «pardillo»
corrupto.
Título original: Romeo is Bleeding
Año: 1993
Duración: 109 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Peter Medak
Guion: Hilary Henkin
Música: Mark Isham
Fotografía: Dariusz Wolski
Reparto: Gary Oldman; Lena Olin; Roy
Scheider; Annabella Sciorra; Juliette Lewis; Will Patton; David Proval; Ron
Perlman; Dennis Farina; Larry Joshua; William Duff-Griffin; Gene Canfield; Paul
Butler; James Cromwell; Michael Wincott;
Tony Sirico; Joe Paparone; Neal Jones; Vicctoria Bastel; Gary Hope; James
Murtaugh.
Imagino que no le haría ninguna
gracia a Tom Waits que el título de una de sus canciones, una suerte de romance
sobre un violento delincuente, se transformara en Doble juego para anunciar
la película de Peter Medak. De ahí que yo lo haya respetado en el encabezado de
mi crítica. Ciertas traducciones rompen el contexto muy desconsideradamente.
Dicho esto, no sé a cuándo se remonta en la Historia del cine la aparición del neonoir
como género, pero de las listas al azar que he consultado en Google, en ninguna
aparece El amigo americano, de Wim Wenders, que tan maravillado me dejó
la segunda vez que la vi hace relativamente poco, algo a lo que me atreví
contra mi criterio de que lo que guardo con un excelso sabor de boca no he de
revisarlo, por si las moscas…
Romeo is
Bleeding no añade argumentalmente nada nuevo al cine negro, pero la
explosiva combinación de la estética, la música, los potentísimos personajes y
la puesta en escena hacen de ella una película que realmente impresiona,
descontando algunos excesos poco consistentes, como la muerte de la amante del
protagonista, interpretada por una convincente Juliette Lewis, en su undécima
película y, por lo tanto, con sobrada experiencia.
Es la pareja
protagonista, Gary Oldman, que venía de hacer el Drácula de Coppola, y,
sobre todo, Lena Olin, quienes nos ofrecen un duelo interpretativo que arranca
con una seducción que acaba con el policía en el suelo, inmovilizado por la delincuente,
mientras los agentes del FBI entran por la puerta para encontrarse con la
escenita humillante para el pardillo, para el nada avispado policía corrupto.
Esa imagen de policía con buena planta y muy escasas luces, seductor y banal,
la da a la perfección Gary Oldman, convincente en todo momento, incluida la
desesperación por el error suyo que le ha costado la vida a la amante con quien
ensayaba el espectáculo del sexo de pago de los ricos que contempla como un
mirón excitado y envidioso.
Llama la atención
esa circunstancia: que los espectadores no puedan simpatizar con ninguno de los
personajes principales de la película, el mafioso para quien trabaja, Roy
Scheider, su rival «del Este», la diabólica Mona de Marcow, y, por supuesto, el
inmoral policía corrupto que se estrena para los espectadores con una delación
de dónde los federales tienen escondido a un testigo de cargo al que liquida,
tras el soplo, junto con los federales, compañeros, en el fondo, del delator.
Es cierto que, por momentos, parece que algún conflicto ético se cuela entre
las preocupaciones del protagonista, pero el cobro de sus recompensas, 65.000 $
por cada trabajito, pronto las relega al olvido.
El soplo sobre
De Markow se complica, porque cuando los liquidadores llegan al piso, resulta
que se han trasladado a otro espacio seguro. Entre la espada y la pared, el
policía delator ha de convertirse en «liquidador» para protegerse a sí mismo y
a su mujer de la represalia de su «jefe» mafioso. A partir de ese momento se
inicia un carrusel de persecuciones que tendrán diferentes alternativas, porque
a un policía corrupto solo se le puede disuadir de sus compromisos con una
recompensa mayor. De ahí que de su alianza con su jefe pase a aceptar la oferta
de de Marcow para enfrentarse al primero, en comandita con la asesina sin
entrañas, cuya voz y, sobre todo, su risa, marcan un antes y un después en el
género de las «mujeres fatales». ¡Impresionante, la actuación de Lena Olin!,
una auténtica diosa del neonoir. Una actriz que ha envejecido
maravillosamente, como he podido comprobar en la última película, a las órdenes
de su marido, Lasse Hällstrom, Hilma, criticada también en este Ojo.
Hay mucha
violencia en la película, cierto, pero también, como es propio del género, con
una estilización que, sin desmentirla, la enmarca en una dimensión esteticista
que la hace más soportable. Lo importante es que hay una evolución de los
personajes y un interés que se mantiene desde que el policía corrupto sabe que
acaba de meterse en un laberinto de traiciones del que no puede salir indemne.
Es él mismo, con omnipresente voz en off, quien nos va guiando por esos
callejones oscuros de la deslealtad, el sueño de la riqueza y la sempiterna adicción
al sexo, siempre dispuesto a dejarse perder por la seducción del círculo de
mujeres, muy distintas, que lo rodea.
Como un gran flashback,
técnica idiosincrásica del género, además de la voz en off, la historia va regresando,
por sus sangrientas barbaridades contadas, al presente en el que el
protagonista, envejecido y literalmente perdido en medio del desierto, alimenta
los sueños, la nostalgia, como única actividad posible en medio de la nada.
Antes, sin embargo, la acción tiene un desenlace espectacularmente rodado. Y
uso este adjetivo, porque el mimo con que Peter Medak rueda todas las escenas
de acción tiene en ese desenlace su apoteosis.
Pasó un poco
sin pena ni gloria por las carteleras, dominadas por Forrest Gump, de
Robert Zemeckis, en aquel tiempo, pero todos aquellos que no la hayan visto, se
van a sorprender por la calidad de la cinta y el buen saber hacer no solo de la pareja protagonista, sino
también de, en este caso, secundarios de lujo como Roy Scheider, Juliette Lewis y Annabella Sciorra. ¡Ah, y no
se pierda de oído la banda sonora de Mark Isham, puro jazz al servicio de un
personaje con más matices que los de su pueril superficialidad…!
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