lunes, 16 de octubre de 2023

Las ilusiones perdidas, de Xavier Giannoli y Eugénie Grandet, de Marc Dugain o dos inmensas versiones fílmicas de Balzac.

 

Título original: Illusions perdues

Año: 2021

Duración: 149 min.

País: Francia

Dirección: Xavier Giannoli

Guion:  Xavier Giannoli, Jacques Fieschi. Novela: Honoré de Balzac

Fotografía: Christophe Beaucarne

Reparto:  Benjamin Voisin; Cécile De France; Vincent Lacoste; Xavier Dolan; Salomé Dewaels; Jeanne Balibar; Gérard Depardieu; André Marcon; Louis-Do de Lencquesaing; Jean-François Stévenin; Alexis Barbosa; Arnaud de Montlivaut; Marie Cornillon; Saïd Amadis; Raphaël Magnabosco; Mathieu Cayrou; Morgane de Vargas; Michèle Clément; Aurélia Frachon.

 

 



Título original: Eugénie Grandet

Año: 2021

Duración: 99 min.

País: Francia

Dirección: Marc Dugain

Guion: Marc Dugain. Novela: Honoré de Balzac

Música: Jeremy Hababou

Fotografía: Gilles Porte

Reparto: César Domboy; Olivier Gourmet; Joséphine Japy; Valérie Bonneton; Philippe du Janerand: Bruno Raffaelli; Nathalie Bécue; François Marthouret; Pierre-Olivier Scotto; Anne-Marie Philipe.

 

El avaro rural miserable y un apasionante retrato de la época de la Restauración monárquica hasta la Revolución de 1830.


             Después de mi primera incursión lectora en Balzac con la asombrosa La piel de zapa, saqué de la estantería Eugénie Grandet para seguir disfrutando. Al azar descubrí en Movistar una adaptación cinematográfica que, una vez vista, no me ha impedido disfrutar de la lectura de la novela, sobre todo porque el final de ambas obras es muy diferente, y la película propone una lectura feminista que se aparta enormemente del original, como supuse al acabar de ver la película y confirmé en la lectura. Junto a ella, asomó la patita Las ilusiones perdidas, que no pudimos dejar de ver, después del inmejorable sabor de ojos que nos dejó la de Eugénie Grandet. Un día de estos me llegará la novela, un hermoso volumen de 700 páginas en el que me sumergiré gustoso, porque la película, que tiene trazas de ser el retrato pormenorizado de toda una época, y que incluye la ambición del éxito literario como motor del relato, estoy convencido de que se habrá de corresponder con un novelón soberbio, teniendo en cuenta la sabiduría narrativa de Balzac y su amplísima gama de intereses humanos y divinos, lo que sazona sus obras con reflexiones y realidades muy dignas de ser leídas.

        A Balzac le sienta bien el cine, como, en otro extremo creador, a Simenon. Su realismo crítico y el minucioso retrato de las psicologías de sus personajes, sin descuidar los usos y costumbres propios de cada época, permiten al realizador cinematográfico lucirse sobradamente, aunque no es menos cierto que la puesta en escena ha de estar a la altura de las exigencias, en el caso de Las ilusiones perdidas con el derroche lujoso de la emergente aristocracia. Salvando las distancias, todo lo relativo al teatro y a las distracciones artísticas reflejadas en la película me han traído a la memoria Los niños del paraíso, de Marcel Carné; pero también otras de espíritu galante como Las amistades peligrosas, de Stephen Frears, e incluso, muy al fondo, Barry Lyndon, de Kubrick.

        La historia de un joven impresor que aspira a convertirse en poeta reconocido y admitido en la nobleza, para lo cual pretende reivindicar un título al que cree tener derecho por parte de madre, Lucien de Rubempré, frente al vulgar Lucien Chardon con que rebajan sus enemigos sus aristocráticas pretensiones. Tras cortejar a una mecenas casada, a quien dedica sus composiciones, y ser amenazado por el marido, Lucien se instala en París, dispuesto a triunfar, primero como amante de su noble provinciana, después, por sus propios medios, que lo acaban llevando al mundo del periodismo satírico, cultural y político, que quita o pone prestigios en función de lo que se pague por ello. Todo ese mundo está descrito en la película fastuosamente, y es, sin duda, al menos para mí, lo más interesante, porque la aventura nobiliaria de Rubempré, que acaba enemistándolo con sus antiguos amigos y con la nueva clase a la que se asocia como lacayo al que se soporta pero no se estima ni aprecia sigue un curso muy trillado y previsible. Su unión con una actriz encumbrada por el venal jefe de una claca que, como los periodistas, también ensalza o humilla reputaciones, sí tiene más miga, porque se cruza no solo con la devoción de Rubempré a su protegida provinciana, sino con una provocación libertina que se retrata en secuencias extraordinarias, como la fiesta en la ostentosa casa a la que se mudan para exhibir su poder social, la misma que, en los tiempos de la adversidad, ella ya enferma de tuberculosis, irá quedándose vacía hasta que ellos mismos son expulsados.

        Las ilusiones perdidas tiene a un mequetrefe arribista con cierto talento como protagonista, y esa mezcla extraña de ingenuidad y de perversidad es un aliciente muy notable para seguir una película cuyo ritmo no cede en ningún momento, con un reparto impecable en el que sobresale la delicada marquesa que lo protege, Cécile de France, pero también el poeta «rival» y luego amigo protagonizado por Xavier Dolan, lleno de matices.

        Al parecer el deslumbramiento que produce el lujo en el protagonista está tan fielmente retratado porque lo comparte con el autor, Balzac, pero este, a diferencia de su pisaverde y lechuguino, admite el distanciamiento crítico que, aun no exento de admiración legítima a la belleza de las cosas, de los materiales de que están hechas, objetiva los procesos de degradación moral a que cualquier sujeto no agraciado por la cuna puede someterse para conseguirlo.

De su director, Xavier Giannoli, había visto con anterioridad Madame Marguerite, una comedia también ambientada en las clases altas, de excelente factura e inmejorable interpretación a cargo de la siempre eficacísima Catherine Frot.

        Eugénie Grandet es un retrato rural, muy distinto del parisino de Las ilusiones perdidas, aunque también en esta hay cierto provincianismo ineludible en los comienzos de la trama. Aunque lleva el nombre de la protagonista, la obra no tarde en centrarse en el verdadero protagonista, el señor Grandet, un propietario cuya ambición de acumular capitales lo lleva, por el lado de la vida cotidiana, a ser un avaro que guarda, colgada del cuello, la llave de la despensa, donde se guarda el pan cuyas raciones él fija de buena mañana para el resto del día. El retrato de Grandet es excepcional, incluso en la película, aunque la aventura galante de Eugénie con su primo, quien ha sido enviado por su padre a casa de su hermano antes de suicidarse tras haber quebrado sus negocios, no tarda en hacerle la competencia, aunque, a mi juicio, ¡dónde va a parar!, el insulso amor de la joven ingenua y dominada o secuestrada por su padre no le llega a la altura del zapato al retrato del padre. En cualquier caso, el intimismo de la realización, a cargo del novelista Marc Dugain, sabe extraer no solo una belleza muy notable de los espacios exteriores, sino un juego de claroscuros muy a lo Rembrandt en los humildes interiores de la casa pueblerina donde vive la familia, a pesar de su enorme riqueza acumulada. La deuda de honor de su tío acabará afectando a las pretensiones del primo, que ha hecho fortuna en su viaje a Sudámerica, de donde regresa para incumplir la promesa hecha a Eugénie, porque «no concibe la felicidad en el seno del matrimonio», y sí un matrimonio que lo aúpe a un título nobiliario y a un empleo en la Corte. Así es la vida de los petimetres y de las ingenuas, y ambos cumplen a la perfección con lo que se espera de ellos. El desenlace literario de la novela a buen seguro que dejó muy frío a Dugain, y ello lo animó a «enmendarle la plana» al autor de Tours y «construir» una Eugénie ajustada al molde del feminismo actual. Es una opción, desde luego, y la historia queda «redonda», ciertamente, pero hay innovaciones, a mi entender, poco respetuosas. Tampoco es mucho pedir que hagamos un ejercicio de contextualización con épocas pasadas, en vez de desnaturalizarlas, lo que puede crear una confusión histórica muy notable en los espectadores.

        La puesta en escena de la película es una de sus grandes bazas, así como el intimismo del retrato de la mujer en un espacio gobernado desde la escasez avara por quien podría vivir como un rico. A su virtud contribuye el retrato de la vida provinciana, en el que el director no se extiende tanto como el novelista, porque concentra el foco en la sumisión en que vive la heroína, a quien la llegada de su primo descubre un mundo de ensueño que se le presenta como el paraíso, respecto de su vida corriente y moliente, aunque no deja de llamar la atención lo interiorizado que lleva el respeto al poder de su padre, bajo el que vive sometida, aunque el padre sepa que ella será su única heredera. En las novelas del XIX son importantísimas las cuestiones relativas a las herencias y a las reclamaciones de títulos y honores, que suelen mezclarse con amores imposibles o transgresores de la moral común, y de todo ello hay en la película, y tratado con buen criterio. En fin, un programa doble balzaciano que sabrán apreciar cuantos aprecien la novela del XIX en lo que esta tiene de invención y de documento.


2 comentarios:

  1. Te estaba leyendo y al hilo del personaje y la historia que relatas del personaje de Rubempré en Las ilusiones perdidas, he recordado una peli que se titula BEL AMI, historia de un seductor donde tb se narra el ascenso de un joven sin escrúpulos y carente de talento como periodista, que llega al París de finales del XIX procedente de Argelia, y se da cuenta que desplegando sus encantos puede ascender socialmente, Adaptación de la novela homónima de Guy de Maupassant. El argumento es muy semejante al que comentas, aunque espero que tu película sea mejor…te la menciono solo por la semejanza de las historias, pero no te la recomiendo. Respecto de la otra película, Eugénie Grandet y su ambientación rural, tv me ha recordado otra, sobre todo por el ambiente rural de la época que sin embargo si te recomiendo, DELICIOSO , no es deliciosa, pero merece la pena por el retrato tan curioso que hace de la época, finales del siglo XVIII ; )

    Te agradezco mucho todo lo que has comentado sobre las dos películas, me las apunto, siempre me ha atraído mucho esa época del siglo XVIII hasta finales del XIX, es donde se fraguó las bases del sistema que hoy impera en todo, para bien y para mal: )

    Un beso! Ah! y no eres nada pesado, quítatelo de la cabeza. Requieres mucho tiempo para disfrutarte como merecen tus letras, pero cuando consigo encontrarlo, siempre merece muchísimo la pena. Gracias otra vez!

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    1. Hola María, Bel Ami, en efecto, ha tenido fortuna cinematográfica. Yo recuerdo haber visto una adaptación antigua, pero ninguna moderna. Del mismo director, Albert Lewin, vi "Soberbia", inspirada en la vida de Gauguin, muy recomendable. Supongo que todos estos "trepas" tienen su modelo en el Julien Sorel, de "Rojo y Negro". Curiosamente, en Las ilusiones perdidas y en Bel Ami se retrata un mismo mundo el del periodismo que se va convirtiendo en el "cuarto poder", poco a poco.

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