La más triste, bella y dolorosa de las historias: la pureza de los marginados.
Título original: Yin Ru Chen Yanaka
Año: 2022
Duración: 131 min.
País: China
Dirección: Li Ruijun
Guion: Li Ruijun
Reparto: Wu
Renlin; Christina Hai; Guangrui Yang; Dengping Zhao; Cailan Wang; Yunzhi Wu; Zhanhong
Ma.
Música: Peyman Yazdanian
Fotografía: Wang Weihua.
El título y el
avance de esta película me han llevado a ver una de las películas más emocionantes
y conmovedoras que he visto desde hace mucho tiempo, exceptuando los dos Ordet,
el de Molander y el de Dreyer. En el contexto de las políticas de expansión
capitalista china, que intenta reducir las comunidades rurales y convertir a
los agricultores en urbanitas y mano de obra barata, la película muestra el
choque brutal entre el nuevo capitalismo, con tintes incluso mafiosos, y el
viejo mundo rural chino «de toda la vida», personalizado, además, en el ínfimo
peldaño de la escala social: los marginados, los idiotas, en términos
dostoyevskianos, los corazones sencillos y ajenos aun a la explotación que
sufren y contra la que no luchan, mientras son capaces de salir adelante con su
trabajo honesto y su austeridad forzosa. Ma es una mujer con variadas
patologías e incontinencia urinaria que es, a todas luces, un estorbo para su
familia. Cao es el hijo taciturno y tomado por tonto en el seno de una familia
que lo mantiene como un criado. Ambas familias se ponen de acuerdo para
bendecir el matrimonio de ambos, de modo que se «independicen» a la fuerza y se
valgan por ellos mismos.
A partir de
esta situación inicial, la historia de la relación entre ambos esposos
obligados, quienes, ante la iniciativa de las autoridades de demoler las casas
de adobe para trasladar a sus habitantes a los pisos en las ciudades, deciden
construir por sí mismos la suya, un proceso totalmente artesanal y en el que
vemos que son usadas las más elementales técnicas de construcción, con adobes
secados al sol —¡Qué grandiosa, por cierto, la secuencia de la lluvia que cae
sobre ellos y que obliga, en plena noche de verano, a ambos esposos a correr a
protegerlos con plásticos para salvarlos!—, un momento que marca el inicio, con ambos
habiendo resbalado y caído sobre el barrizal formado, riendo como dos niños,
una evolución afectiva intensísima, que no por ello va a cambiar sus vidas,
sino a estrechar y hacer más dulce y llevadero el matrimonio forzado. El
destino tiene esas cosas, a veces, la comunión de los desgraciados, de los
abandonados por los dones de la Fortuna, se convierte en un regalo de los
dioses, o de esos antepasados suyos de quienes, de forma ritual, como los romanos a
sus lares, invocan su protección quemando billetes de banco en una pequeña
hoguera, a modo de tributo y homenaje.
La película
fue merecidísima Espiga de Oro en Valladolid, ¡y no era para menos!, porque la
película es un canto exultante de la comunión de las personas con la tierra y
sus dones, con lo que cultivan con esfuerzo, el trigo y el maíz, y con los
animales que la pueblan, no solo el asno que es su animal de trabajo y de
locomoción, sino las gallinas que crían desde que incuban los huevos, hasta el
cerdo que acaban comprando y, por supuesto, los nidos de las golondrinas que
buscan sus aleros. De todo ello se deriva una visión poética del mundo rural que
choca con el contexto deshumanizador de ese capitalismo del que hablábamos. Una
familia mafiosa —«montada» en el lujo occidental y en la práctica ancestral de
la sumisión al poderoso, a quien les compra a los campesinos sus cosechas y les
estafa en el precio y el peso—, cuyo patriarca, enfermo, necesita transfusiones
de un tipo de sangre que solo Cao posee en la comunidad, obliga al hombre a
sacrificarse por el bien de la comunidad y, de tanto en tanto, es llevado a la
ciudad para donar sangre para el señor feudal a quien ni siquiera conoce, pero
sí al hijo de apariencia macarra que llega en un BMW a buscarlo. El detalle de
la incontinente dejándose ir en el coche del «señorito Iván» de esta versión
oriental de Los santos inocentes, se complementa con la protección plástica
sobre la que se tienen que sentar ambos esposos cuando van a buscar a Cao para
la siguiente donación.
El proceso de
conocimiento entre ambos esposos es tan lento como constante la colaboración
estrecha entre ambos, a pesar de las incapacidades físicas de ella, desde el
primer momento de su unión. Codo con codo siembran, levantan la casa, ¡su
máximo orgullo!, crían sus bestias y se acompañan en la soledad compartida de
su marginación social. No sé si es exagerado decir que nace el amor entre
ellos, pero, para el espectador, no hay duda de que lo que sienten el uno por
el otro, a pesar de alguna reacción destemplada, como cuando cargan los haces
de espigas en su humilde carro, es una de las más bellas historias de amor que
han pasado por nuestros televisores, pues solo poco más de 900 militantes del
cine la vieron en pantalla —a mí me pasó desapercibida y, extrañamente, ningún
amigo cinéfilo me habló de ella—, para recaudar poco más de 70.000€. Ello
prueba, en última instancia, una cierta desorientación crítica, porque, a mi
modesto entender, esta emotiva historia de estilizado aire neorrealista no solo
se debería de haber visto masivamente, sino que debería de haber estado
presente en la conversación de los aficionados a esa quintaesencia artificiosa
de la vida que son las películas. Todo en ella: los paisajes, la música, una fotografía
de calidad extraordinaria, las interpretaciones mayúsculas de dos actores cuyo
trabajo se te mete por las entretelas del corazón hasta emocionarte de la
manera más genuina posible. El director ha elegido un título que, curiosamente,
parece beber en la tradición semítica, más que en la oriental, porque utiliza
el versículo 3,19 del Génesis: «Polvo eres y en polvo te convertirás».
Pero lo propio
es dejar que el espectador se relaje, se tome su tiempo, respire hondo y se
sumerja en los ritmos pausados de la naturaleza, que son los propios de este
largometraje tan intenso. Renovarse espiritualmente es una bendición impagable.
Esta película contribuye a ello con un poder imaginativo que nos reconforta. Jaime
Vándor publicó un libro excepcional, cuyo título hubiera podido serlo, también
de esta película tan terrible como hermosa: Los ricos de espíritu. Tal
cual.
La vimos en el cine en su momento y nos causó una grata impresión por la sensibilidad y humanidad que late tras los dos protagonistas, desdeñados por la comunidad. Lo has explicado muy bien. Salimos reconfortados. No te pierdas ahora Perfect Days, merece la pena la película de Win Wenders.
ResponderEliminarLa de Wenders, leída en críticas, me da mucha pereza, por el artificioso guion en que se basa. No sé si esperaré a que llegue a Netflix o a Filmin...
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