jueves, 18 de enero de 2024

«La oferta», de Michael Tolkin («et alii») o el cine por de dentro…

Los notabilísimos entresijos de la creación de una obra maestra del cine: El padrino o los compadres son los productores… Una serie imprescindible para conocer la «cocina» industrial de una obra maestra.

 

Título original: The Offer

Año: 2022

Duración: 550 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Michael Tolkin (Creador), Dexter Fletcher, Adam Arkin, Colin Bucksey, Gwyneth Horder-Payton

Guion: Michael Tolkin, Nikki Toscano, Leslie Greif, Mona Mira, Russell Rothberg, Kevin J. Hynes. Libro: Albert S. Ruddy

Reparto:  Miles Teller; Matthew Goode;  Dan Fogler;  Juno Temple;  Giovanni Ribisi; Burn Gorman; Colin Hanks; Patrick Gallo; Josh Zuckerman; Nora Arnezeder; Jake Cannavale; Anthony Ippolito; Frank John Hughes; Lou Ferrigno; Justin Chambers; Danny Nucci; Paul McCrane; James Madio; Michael Rispoli; Stephanie Koenig; Joey Russo; Anthony Skordi; Meredith Garretson; Lavinia Postolache; Ron Roggé; David M Sandoval Jr.; Michael DeBartolo; Eric Balfour; Ross McCall; Kirk Acevedo; Raelynn Harper; Natasha Sill; Sal Landi; Jake Regal; Brett Robert Culbert; Matthew Furfaro; Daniel J. Silva; Michael Gandolfini; Louis Mandylor; Michael Landes; Mimi Gianopoulos; Ted Monte; Corey Landis; Andre Boyer; Mandy May Cheetham.

Música: Isabella Summers

Fotografía: Salvatore Totino, Elie Smolkin.

 

          Ignoraba la existencia de esta serie entre el número infinita de ellas que asedian a los telespectadores de unos años acá, lo que hace imposible tener un ligero conocimiento de «lo que hay que ver», porque a alguien que no viva solo para ese género televisivo, a veces artístico, a veces simplemente comercial, por fuerza han de pasarle desapercibidas obras que, como en este caso, merecerían la atención, al menos, de los apasionados aficionados al cine, porque nos ofrece una visión del mismo muy poco habitual: el lado de los productores y su labor indispensable para que los creadores puedan llevar a cabo la película que han visto, ¡o soñado!, a partir de un guion trabajado hasta la extenuación, como fue el caso del de El Padrino, de Francis Ford Coppola.

          La serie nos ofrece la irrupción en el mundo del cine de quien inventó y dirigió una serie televisiva de gran éxito en la TV usamericana Los héroes de Hogan, que abandonó a los 5 años para lanzarse a la aventura de introducirse en el mundo de la producción de películas, cayéndole en suerte nada menos que organizar la producción de una película llamada a ser, si sorteaba todos los peligros que acecharon su nacimiento y crecimiento, una obra capital del siglo XX: El Padrino.  Albert S. Ruddy escribió un libro sobre ese rodaje y su propia carrera como productor, de la mano del famosísimo productor Bob Evans, creador de éxitos de taquilla como Love Story, de Arthur Hiller, interpretada por quien, entonces, era su mujer, Ali McGraw, quien acabaría divorciándose de él porque era un hombre más comprometido con su trabajo que con su matrimonio; La semilla del Diablo, de Polanski, o la que se anuncia en la serie que quieren rodar: Chinatown, también del director polaco.

          En el cine la figura del productor ha dado películas tan inolvidables como la que destaca por encima de todas ellas: Cautivos del mal, de Vincente Minnelli; pero esta serie nos invita a profundizar en las vidas y buenas y malas artes del otro lado de las películas, la trastienda donde se forjan los éxitos o los fracasos que luego aplauden o silban los espectadores en las salas, teniendo siempre presente, eso sí, que el arte está supeditado, cruelmente, a los ingresos por taquilla. Los productores usamericanos quieren, sobre todas las cosas, hacer dinero con las películas, y aunque no sean insensibles al arte que pueda haber en ellas, a lo que no están dispuestos es a perder ni un centavo de sus accionistas. De ahí la importancia capital de un productor como Robert Evans, quien, con un exquisito olfato artístico, pero también comercial, supo ver cuáles eran las demandas del público para darle las películas que «estaban esperando». Arriesgó mucho, y ganó muchas veces; pero lo muy interesante de esta serie es que, al menos en Usamérica, estar en la cima no significa que uno puede confiarse lo más mínimo, porque igual que estás, puedes dejar de estarlo casi de un día para otro, sobre todo si hay quienes ambicionan ese puesto y pueden minar la confianza de los altos ejecutivos, a quienes es fácil asustarlos con la palabra amedrentadora por excelencia: ¡pérdidas! Ese es el papel que representa en la película Colin Hanks, con absoluta propiedad.

          Anecdóticamente, antes de entrar en las muchas bondades de esta serie fantástica, que todos los aficionados, no solo a Ford Coppola, sino al cine, han de ver obligatoriamente, déjenme citar una película criticada en este Ojo hace unos meses, Desenfocado, de Paul Schrader, una oscura película sobre el intérprete del éxito televisivo de Albert S. Ruddy, Los héroes de Hogan, Bob Crane, cuya biografía desmitificadora se narra en la película. Ese mismo Ruddy es, justo un año después de dejar de emitirse su serie en TV, quien decide arriesgarlo todo para convertirse en productor de cine, para lo que pide una oportunidad al todopoderoso Evans, para quien produce El precio del fracaso, de Sidney J. Furie, con un pujante Robert Redford y un secundario de lujo Michael J. Pollard. De ahí pasa al proyecto de El Padrino, aprovechando, la Paramount, el éxito del libro de Mario Puzo, con cuyo fracaso literario arranca la serie hasta que su mujer le convence de que escriba sobre los mafiosos que ha conocido de siempre en su barrio, lo que acabará dando pie no solo a uno de los mayores éxitos literarios, sino también cinematográficos, cuando dos usamericanos de ascendencia italiana, Puzo y Coppola se unen alrededor de la cocina y del arte… La serie se centra en las vidas de ambos productores, Ruddy y Evans, pero también en el dueño de la Paramount, representado por un jefe extravagante, y casi rozando la demencia, con una actuación impecable de Burn Gorman, un pelín sobreactuado, pero siempre con indudable vis cómica. Su mundo es el de sus relaciones de pareja que se resienten de su dedicación absorbente al trabajo, lo que llevará al divorcio en ambos casos. Muy destacable es la peripecia paralela a la película, que es la razón de ser de la serie: la oposición de la mafia neoyorquina a que se hiciera una película contra ellos. La relación del productor con uno de los jefes de la organización, que va de la intimidación inicial, tiroteo de aviso incluido, a una sincera amistad, es uno de los ejes de la serie, pero no el dominante, porque los entresijos de la creación de las películas, cómo un proyecto llega a convertirse en una obra de arte, pongamos por caso las negativas de uno de los jefes de la Paramount, rival de Evans, a que se gaste el dinero en una trama sobre el agua y la corrupción en Los Angeles, unas secuencias que no tienen desperdicio y harán las delicias de cualquier aficionado. Recordemos la vertiente crematística de los estudios frente a la posible vertiente artística de los productores. Oír de labios del rival de Evans, un estupendo Colin Hanks —sí, hijo del célebre Tom Hanks—, el resumen del argumento de Chinatown nos retrata a la perfección la odisea que supone convertir una idea inicial, original o de préstamo literario, en una película, ¡y las que se habrán quedado por el camino! La relación entre Evans y el personaje de Hanks es otro aliciente más para una serie a la que le sobran.

          El equipo que forma Ruddy con su secretaria, la fantástica Juno Temple, tiene todo el aire de gran película de Hollywood sobre el cine, y, en el caso particular de su producción de El Padrino, no puede entenderse el trabajo de Ruddy sin el trabajo de su auxiliar, de su mano derecha, de su otro yo, gracias al cual un equipo engrasado a la perfección salva todos los obstáculos, ¡que son infinitos!, para sacar adelante el proyecto. Cualquiera que lea un mínimo de información previa, sabrá que Ruddy alzó la estatuilla del Oscar en el apartado de mejor producción, algo que, años después, volvería a conseguir con One million Dólar Baby, de Clint Eastwood. Y en esta serie podemos ver al joven «emprendedor» que persigue el sueño usamericano del triunfo desde la convicción en estar predestinado a él, pero sin escatimar todo el esfuerzo y el trabajo que ello conlleva, incluida la propia vida íntima. En este sentido, la serie es muy usamericana, pero está tan omnipresente la «vida íntima» del cine, digámoslo así, que toda nuestra atención queda absorbida por el funcionamiento descarnado de la industria. Claro que la veta artística, sobre todo con la presencia de Coppola, magistralmente interpretado por la muy verosímil interpretación de Dan Fogler, nos arrastra y nos induce, a medida que avanzan los episodios y asistimos a algunas tímidas escenas reales de rodaje, a volver a ver de nuevo la gran película; máxime cuando nos enteramos de todas las dificultades que hubo de superar y de las que poco se sabían hasta que Ruddy ha escrito sus memorias sobre el rodaje y sobre sí mismo. Curiosamente, y supongo que por cuestión de derechos, en la serie no se ve ni un solo fotograma de la película, lo que incita aún más a verla de nuevo. Lo que un espectador más podría temer, la aparición de Brando, se ha resuelto de la mejor de las maneras, tanto por la presencia física  como, sobre todo, por el trabajo con la voz, lo que resulta en una potente verosimilitud que favorece la credibilidad de la serie en su conjunto.

          A pesar de todo lo dicho, si la serie tiene un personaje destacado ese no es otro que el del productor carismático de la Paramount, Robert Evans, aquí interpretado con una solvencia y brillantez descomunales por un inspiradísimo Matthew Goode, a quien Mike Teller, el actor que interpreta a Ruddy, y en quien me ha sido imposible ver al joven protagonista de la extraordinaria película Whiplash, de Damien Chazelle, le da la réplica con eficacia, para construir una historia doble, de amistad y colaboración profesional en lo que bien puede considerarse auténtico territorio «minado», porque cada paso en falso puede acabar con el proyecto que se traen entre manos.

          Prepárense a disfrutar  de 550 minutos de excelente cine, con  un ritmo mantenido y un suspense permanente al que contribuye la historia paralela de las relaciones de Ruddy con la mafia y especialmente con uno de sus capos, interpretado con notable caracterización por Giovanni Ribisi, perfectamente secundado, en ese aspecto por quien aquí actúa de secundario, Lou Ferrigno y, en su día, fue protagonista de la serie El increíble Hulk.

          Es probable que a los «entendidos» no les descubra nada nuevo, pero a los apasionados del cine ver el lado que casi nunca es protagonista en la pantalla, el de la industria y los productores ejecutivos, es todo un descubrimiento.

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