La ambigüedad
moral y los «deberes» filiales en el oeste moderno.
Título original: Hell or High Water
Año: 2016
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Mackenzie
Guion: Taylor Sheridan
Reparto: Jeff Bridges; Chris Pine; Ben Foster; Gil Birmingham; Katy
Mixon; Dale Dickey; ;
Kevin Rankin; Melanie Papalia; Lora Martinez; Amber Midthunder; Dylan
Kenin; Alma Sisneros: Martin Palmer; Danny Winn; Crystal Gonzales; Terry Dale
Parks; Debrianna Mansini; John-Paul Howard.
Música: Nick Cave, Warren
Ellis
Fotografía: Giles Nuttgens.
Comienzo
con una precisión terminológica, pero el
título buscado para traducir una expresión coloquial como Come Hell or
High Water, me parece muy fuera de lugar, no solo porque ni siquiera el
término, *Comanchería, que significa «tierra de los comanches», está
aceptado por la RAE, sino porque ese modismo inglés sí tiene que ver con la
historia que se narra en la película: «cueste lo que cueste», «sí o sí» o algo
por el estilo hubieran estado más cerca de esa obstinación en cumplir una misión
«caiga quien caiga», y bien que se intuye que alguno o algunos han de «caer»,
porque el empeño de la pareja protagonista no es otro que rescatar a un banco
la propiedad de un rancho enajenado por la madre por una suerte de hipoteca
inversa, pero mediante atracos a los propios bancos, a fin de reunir el dinero necesario
para ello.
Dos hermanos se reúnen apenas el mayor de
ellos ha salido de la cárcel, donde ha pasado cinco años. Se trata de un hombre
violento y arrojado, que no duda ante ningún peligro. El hermano pequeño,
recién divorciado, quiere rescatar el rancho heredado de su madre para
legárselo a sus hijos, sobre todo ahora que acaban de encontrar petróleo en él.
El único medio a su alcance para reunir la suma de dinero exigida para cancelar
la hipoteca es robar esa suma en los bancos, algo que llevan a cabo no sin
cierta impericia pero, al tiempo, con férrea determinación, porque les va en
ello el patrimonio familiar. Son dos personas muy distintas, y el hermano menor
sabe que la insensatez del mayor puede causarles serios problemas a ambos e
incluso abortar su estrategia sin haberla podido llevar a cabo.
No tarda en
aparecer la figura del ranger que ha de encargarse de perseguirlos por
un territorio desértico, fotografiado con una extraña mística paisajística, y
acaso de ahí el recurso del nombre para bautizar la película. Por esos caminos,
desiertos, pueblos polvorientos y
sierras de Dios discurren las andanzas de los dos hermanos, hábiles en el
camuflaje y prestos en la conducción para librarse de cualquier persecución.
Por otro lado, el de la ley, la actuación parsimoniosa del ranger
próximo a jubilarse halla en su compañero de origen indio el complemento
perfecto para ofrecernos una «extraña pareja» con difícil complicidad, porque
el ranger encarnado por Jeff Bridges, con evidentes rasgos racistas, lo
que lo equipara a aquel mítico sheriff encarnado por Rod Sgteiger en En el
calor de la noche, de Normnan Jewison, suele hacerle la vida imposible a su
compañero, quien no deja de reconocer el instinto policial del viejo agente, lo
que los lleva a acertar con la localidad donde los hermanos van a dar su
próximo golpe, en el que, para perfecta animación de la trama, el hermano
excarcelado acabará matando al policía del banco e hiriendo a un cliente, antes
de, como el propone a su hermano, seguir cada cual por un camino: el menor, con
el botín, hacia el escondite; el mayor, con sus armas, hacia el despiste de la
policía para favorecer la huida del hermano, aunque ello implique una suerte de
juego más que peligroso.
No se trata,
especialmente, de una película en la que abunden los diálogos, porque todo lo
que ha de decirse quienes han de oírlo ya lo saben. El guion, por lo tanto, está
atento a fijar las motivaciones de los personajes, la estrategia para salirse
con la suya, burlar a la Justicia, a la policía y a los bancos, y vengar así la
vejez amarga de la madre, y prestar atención a algunas escenas de carácter costumbrista
que le dan sabor local a la historia, como el encuentro del hermano menor con
la camarera en un bar restaurante enfrente de un banco que al final atraca su
hermano de modo muy chapucero, y que lo obliga a salir por piernas de la
localidad, o el restaurante donde comen los rangers, y en el que la
camarera les pregunta «qué no querrán», en vez de lo contrario, una escena la
mar de graciosa y que se desvela en su propio desarrollo.
El guion ha
sido escrito por Taylor Sheridan, también director, de quien he criticado muy
favorablemente en este Ojo su ópera prima Wind River. Sheridan, natural
de Texas, escogió la localidad de Archer City para el primer atraco, pero se da
la circunstancia de que en Archer City se rodó La última película, de
Bogdanovich, lo cual habla bien a las claras del mensaje metacinematográfico
que palpamos enseguida en esas tomas de los pueblos amplios, semivacíos y
crepusculares donde atracan, con mayor o menor fortuna los hermanos, lo que da
pie a situaciones propiamente de cine cómico. Esa comicidad que aparece en la
película aquí y allá atenúa el drama de la vida al límite que viven ambos
hermanos y que se resolverá de un modo que lo ha de ver el espectador por sí
mismo, porque, a buen seguro, le va a levantar serias sospechas sobre la
moralidad o amoralidad de una película que, en última instancia, nos habla de
una Usamérica en la que la supervivencia exige, a veces, aventuras delirantes
como la que se narra en *Comanchería.
Las
interpretaciones, todas ellas muy ajustadas, dotan a la película de un grado de
verdad muy propio de este neowestern crepuscular en el que la vida y la muerte,
la venganza, la amoralidad y los buenos sentimientos se cruzan sin saber nunca
muy bien donde empiezan y acaban las razones de cada cual para hacer lo que
hace. El sentido de la amistad entre colegas o hermanos, sin embargo,
resplandece como un brochazo de humanidad en lo que, para todos los personajes
de la película, es una auténtica selva donde se escenifica la lucha por la vida
(y el patrimonio).
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