jueves, 27 de junio de 2024

«Ripley», de Steven Zaillian, una puesta en escena «maestosa»

 

Un festival de planos clásicos para una historia bianchinera dominada por el azar, algunos golpes contundentes y una interpretación magistral

 

Título original: Ripley

Año: 2024

Duración: 480 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Steven Zaillian (Creador), Steven Zaillian

Guion: Steven Zaillian. Novelas: Patricia Highsmith

Reparto: Andrew Scott; Johnny Flynn; Dakota Fanning; Pasquale Esposito; Margherita Buy; John Malkovich; Franco Silvestri;  Maurizio Lombardi; Eliot Sumner; Lorenzo Acquaviva; Dan Matteucci; Liz Tancredi; Patrick Klein; Massimo De Lorenzo; Laurence Mazzoni; Francesca Romana Bergamo; Angelo Faraci; Kenneth Lonergan; Bokeem Woodbine.

Música: Jeff Russo

Fotografía: Robert Elswit (B&W).

 

          Bueno, apagados los ecos de la admiración general que a veces predisponen en contra de un éxito, culmino el visionado de las 8 horas apasionantes de la peripecia asesina de Ripley que me ha tenido enganchado a la pantalla con un interés y un placer, sobre todo estético, como hacía tiempo que no experimentaba. De alguna forma, me ha parecido reverdecer las emociones que me deparó La gran belleza, de Sorrentino, en quien creo que, hasta cierto punto, se ha inspirado Zaillian, siquiera sea por la puesta en escena que nos permite acceder a lo más espectacular de los interiores italianos, sea en Roma, sea en Venecia, sea en Palermo, sea en Atriani… No hay plano de edificio privado o público o calle que no constituya un espectacular deleite y la expresión, por parte del televidente, de una admiración continua. ¡Solo hay que pensar en las escenas que transcurren en la Via Appia Antica para reparar en el prodigio de iluminación y fotografía de esta larguísima película de ocho horas que exigiría un visionado seguido, del mismo modo que vimos, en su momento, las algo más de cuatro de la admirabilísima Los misterios de Lisboa, del director chileno Raúl Ruiz, autor de una «joyita» poco frecuentada, me parece: Genealogías de un crimen. Quien así lo haga, ¡qué gran decisión la suya! No ignoro que hay amantes de estos «maratones», y en este caso está más que justificado.

          La última versión, protagonizada por Matt Damon me pareció insufrible, y guardo muy buen recuerdo de la de Alain Delon, A pleno sol, de René Clement. De El amigo americano, de Wenders, hice no hace mucho una crítica de su revisión, y me pareció más obra maestra que cuando la vi, admirado, por primera vez el año de su estreno. La actual versión de Zaillian es una apuesta clara por la exquisitez formal y el recargamiento psicológico en un ser especialmente apto para la maquinación, el engaño y la creación y sostenimiento del riesgo, a pesar de los pesares, esto es, que ese mismo azar se conjure mucho antes de lo que lo hace, ya al final de la película, provocando un desenlace que no sorprende en modo alguno a los espectadores, pues se ha jugado con él como el típico  macguffin de Hitchcock para mantenernos en vilo durante todo el metraje, tiempo eterno en el que nos parece imposible que las circunstancias no se reúnan al azar para allanar ciertas pesquisas, para delatar ciertas arriesgadas jugadas en las que el uso de una u otra personalidad, Greenleaf o Ripley, hacen pensar al espectador que el desenlace está a punto de sobrevenir, aunque sepa que hay otros capítulos posteriores y que el rey de las versiones, el maestro de los disfraces, se habrá salido con la suya.

          Hay una película de Paul Schraeder, El placer de los extraños, sombría también, sobre las relaciones adúlteras, que transcurre en el mismo palacio veneciano escogido para residencia de Ripley, pero aquí, fotografiado en blanco y negro, y con la salida principal al canal, gana en intensidad dramática y permite unas tomas magistrales, sobre todo cuando la cámara, estando la novia del desaparecido Dickie Greenleaf hospedada en casa de Ripley, nos enfoca, debajo de la cama de Tom la maleta con las iniciales del novio desaparecido sin dar explicaciones de ningún tipo.

          La desaparición de Dickie,  vía expedita del asesinato…, va a constituir una ausencia alrededor de la cual Ripley va a tejer una y mil historias, sea suplantando su personalidad, sea manteniendo la suya propia, con las que va a ir enfrentándose no solo a la novia, sino a la familia de él y, una vez que Ripley se ha deshecho del supuesto enamorado o amante de Greenleaf, una inquietante presencia sexualmente ambigua, que ata cabos sobre su desaparición, Freddie Miles, quizás los mejores capítulos de la historia, también a la policía, ¡y menuda interpretación fastuosa la de Maurizio Lombardi como el inspector Ravini! Ese aspecto del Ripley «creador» narrativo adquiere en esta versión una dimensión casi cervantina, por el modo como juega con las personalidades, los hechos y lo que se sabe o se oculta acerca de ellos. Ripley emerge, en la obra, como un director de orquesta que subraya tal o cual pasaje de la obra para deleite de quienes admiramos ese temple inaudito, ese saber estar y, sobre todo, ese saber componer la escena como si siguiera el ejemplo del pintor que se toma como referencia durante toda la obra: Caravaggio. La entrevista de Ripley con el inspector Ravini, camuflado, con las luces indirectas, es elocuente al respecto.

          Capítulo aparte son los recepcionistas de los hoteles o pensiones o pisos particulares, que de todo hay, que contribuyen a acentuar un cierto tono de comedia que el sentido del humor del protagonista, nero, nero… admite con cierta socarronería. De hecho, la alternancia del inglés y el italiano bastante decente de Ripley le da a la peripecia un cierto aire de criminalidad «a la italiana», como si hasta lo más trágico tuviera siempre algún ángulo cómico que, sabiamente explotado, sirve de contrapeso al frío cinismo del personaje, cuya insensibilidad ante la fatalidad ajena, bien que llegada de su mano, forma parte del retrato de lo que podríamos llamar un asesino gélido, pero respetuoso, esto es, el que ejecuta porque «lo exige el guion», que decían las actrices españolas de la época del «destape».

          Hay ciertas reminiscencias en este Ripley de otros asesinos, por supuesto, porque en esto de las ejecuciones está todo casi prácticamente inventado, pero a mí, viendo evolucionar al personaje con esa frialdad elegante y un aplomo psicológico digno de El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville, me ha venido a la memoria Henry: retrato de un asesino, de  John McNaughton, aunque tendría que volver a verla para cerciorarme de que hay entre ambas la relación que a mío se me ha impuesto sin más, desde el recuerdo acrítico.

          En términos generales, el reparto cumple a las mil maravillas, y el de la parte italiana excede con mucho y deja un saber de boca excelente. El protagonista, que forzosamente lleva el peso de la serie, no defrauda en ningún momento, ni siquiera cuando el pánico cruza efímeramente por su rostro y creemos que se va a derrumbar y dejarse llevar por la inercia que siempre encarna el lado del bien, de la sociedad, de la policía. El triángulo amoroso, dada la precariedad de la relación sobre la que actúa Ripley con tanta determinación, es sostenido por Ripley con una habilidad extraordinaria, de gran creador de historias, escenas y relatos. La serie bien podría haberse llamado Los asesinatos de Tom Ripley vistos desde su privilegiado punto de vista ejecutivo o algo así.

          Cinematográficamente, a la serie no hay pero que se le pueda tener, y si desde el guion puede pensarse en la extraordinaria suma de circunstancias aleatorias que impiden que aflore la verdad,  desde el ojo de la cámara todo se resuelve con unos planos y secuencias que dejan maravillado al espectador, máxime por la materialidad plástica del blanco y negro y una iluminación como pocas veces se suelen dar en el mundo de las series. Tengo que retroceder a El hombre elefante, de Lynch, por ejemplo, ¡otro monstruo bien distinto de este aspirante a rico sin escrúpulos!, o a ciertas películas de Kuroswa o Teshigahara para sentir la misma emoción cromática ante un blanco y negro y sus no esporádicos claroscuros al dramático estilo de las composiciones de Caravaggio: alma y vida del personaje y de la película.

          En fin, un festín para los buenos aficionados.

2 comentarios:

  1. Hola. Qué casualidad, que ayer viendo un vídeo sobre "las mejores series de Netflix" (nunca veo vídeos de este tipo, ja ja) aparecía esta serie. Se ve muy elegante por el hecho de estar rodada en blanco y negro, excelente decisión. Otra cosa que me intrigó es que me sonaba mucho la cara de Andrew Scott (no suelo olvidar las caras). Sabía que lo había visto: claro, este actor irlandés da vida a Moriarty en la excelente serie 'Sherlock' de hace ya unos años.
    Solo por discrepar un poco... a mí me encantó la película con Matt Damon. Otra serie que ya me ha aparecido dos veces con excelentes criticas es Baby Reindeer (Mi reno de peluche), así que voy a estar muy atento para verlas ambas (descargadas, a poder ser).
    Excelente tu blog de cine. Muchas gracias por reseñar esta serie.

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    1. Gracias por la visita. Esta serie, como ya me pasó con "Breaking Bad", no la considero como tal, sino como una película de 8 horas fragmentada en aras de la comercialidad; como aquellos intermedios de antaño en que la pantalla la llenaba el rótulo: "Visite nuestro bar". Debe ser que tengo un "problema" con Damon, ya suele suceder... Me pasa con Kevin Costner, por ejemplo, pero me pareció excelente en "Un mundo perfecto". ¡Ay, los amores y desamores fílmicos...! Gracias de nuevo. Esta es tu casa.

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