sábado, 22 de junio de 2024

«Winter’s Bone», de Debra Granik, o la eterna Usamérica profunda.

El tradicional orgullo usamericano como way of life caiga quien caiga…

 

Tíulo original: Winter's Bone

Año: 2010

Duración: 100 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Debra Granik

Guion: Debra Granik, Anne Rosellini. Novela: Daniel Woodrell

Reparto: Jennifer Lawrence; John Hawkes; Lauren Sweetser; Sheryl Lee; Kevin Breznahan;

Isaiah Stone; Ashlee Thompson; Shelley Waggener; Garret Dillahunt; Dale Dickey; Valerie Richards; William White.

Música: Dickon Hinchliffe

Fotografía: Michael McDonough.

 

          Los supongo que miles de seguidores de Jennifer Lawrence estarán de enhorabuena con esta película. A mí , particularmente, esta actriz me deja indiferente, porque no me transmite nada. Madre, de Aronofsky es la única película en la que he llegado a establecer un mínimo contacto, pero ha de decirse que en esa película trabaja más la cámara que ella, aunque reconozco que salva el papel con nota. Aunque no es la primera película en la que interviene, en esta película, dada su cara niñada, hace pasar sus veinte años por diecisiete y se nos presenta como una heroína que, con un padre en prisión y una madre enferma, ha de cuidar de sus dos hermanos, de la casa,  y todo ello sin ingresos regulares con los que hacer frente al hambre que los lleva a cazar ardillas para sobrevivir.

La historia se inicia con la comunicación oficial del sheriff de que su padre ha salido con fianza de la cárcel, pero que ha puesto como aval de la fianza la casa y las tierras, las cuales madre e hijos perderán si el prisionero en libertad condicional no se presenta, sobre todo porque una de las empresas dedicadas a esos menesteres es la que ha adelantado el dinero. Con esta premisa, está claro que la hija está decidida a hacer lo posible y lo imposible para encontrar a su padre, para que se presente y que puedan, ella y su madre y hermanos, seguir disfrutando del único y humildísimo bien que poseen.

Se inicia, entonces, una ronda de visitas a los familiares, empezando por el drogadicto hermano mayor suyo, un papel que borda John Hawkes, a quien muchos espectadores de series recordarán por su papel en la cuarta temporada de una serie que gozó del éxito popular, True Detective: Noche polar, de Issa López. El rechazo que sufrirá la sobrina será el primero de los muchos otros que vendrán después, porque en una sociedad en la que rige, como en la mafia, la ley de la omertá, y en la que no preguntar es la primera norma de convivencia, se cierne sobre el padre de la protagonista unos augurios funestos que, a pesar de su insistencia y de las poderosas razones que la inducen a perseverar en ella, acabarán haciéndose realidad. La ausencia del padre funciona aquí, no como un referente moral o emocional, sino como el clavo ardiendo al que agarrarse para no perderlo todo, bienes y la más que probable separación de la familia, que pasaría a ser responsabilidad de la administración. No es, pues, una película de mucho diálogo, sino de muchos sobreentendidos entre los que el espectador ha de moverse con mucha atención para que no se le escape el tenue hilo de la trama que nos habla del trapicheo de drogas, del inconveniente de la delación a los propios y de la inevitable venganza que ello supone. En todo caso, y a pesar de las muy duras situaciones que ha de afrontar la joven, la cruel violencia física entre ellas, su objetivo está claro: ha de presentar ante las autoridades la evidencia física de la muerte del padre, y ese sí que es un momento estremecedor: el modo como consigue hacerse con los «restos» del desdichado.

Es frecuente hablar del “sur profundo” para referirnos a los territorios usamericanos en los que la degradación moral se plasma en conductas que, a menudo, nos producen terribles escalofríos. Faulkner abundó en ellas. En esta película, propia de Misuri, en el centro de Usamérica, y relativamente cerca de la capital del country, Nashville, la historia nos ofrece los modos de vida de una pequeña comunidad muy cerrada y con costumbres muy apegadas a las tierras y al ganado: las escenas en la feria de ganado son espectaculares y forman parte de una tradición del cine usamericano, cercanas a las películas de rodeos o a los westerns de ganaderos, estén en lucha o no contra los agricultores, aquella épica que dio pie a tantos filmes gloriosos. Tiene, el recorrido de la joven de casa en casa, en el crudo tiempo invernal, algo de western también, porque se da a entender que, implícitamente,  pueda haber un afán de venganza por la muerte del padre, aunque, como es lógico, la joven tenga todas las de perder, contra una estructura social con tan férreas leyes, entre las que la que más nos sorprende es la sumisión incondicional de las mujeres a «sus» hombres, lo que las lleva a ser agentes físicas del escarmiento que recibe la joven por intentar ir más allá de lo que esas leyes permiten: al delator le aguarda la muerte, no hay más.

La búsqueda del padre es, por supuesto, y de forma paralela, la búsqueda de una solución para sus hermanos y su madre, en caso de que se ejecute la deuda por la fianza y lo pierdan todo, lo cual no excluye el alistamiento militar para cobrar los 40.000$ que ofrecen por hacerlo, aunque el ingreso llegaría más tarde que la ejecución de la deuda, y, además, no puede hacerlo hasta cumplir los 18. Ahí entra, casi de rondón, y en sueños terribles en blanco y negro, un sentido de pertenencia a la tierra que se traduce en el futuro nefasto de la posa de árboles centenarios para abrir espacios que permitan la edificación y la transformación de un espacio casi virgen en un eslabón más de la cadena degradante del supuesto «progreso».

Al espectador, a cualquiera, por fuerza ha de chocarle, no solo ese apego, sino, en términos generales, por las casas de los familiares, vecinos y amigos, el nivel de limitación económica, de relativa pobreza y de vida austera que domina entre los personajes de la trama. Claro que hay droga de por medio e ingresos que se entienden han de ser pingües, pero, por las costumbres, los bares donde domina el country o la fiesta en la que la música tiene un protagonismo casi reverencial, la forma de vida de los personajes, su manera de vestir y de actuar, tan rudimentario todo, sin la más mínima señal de sofisticación, nos habla de unos hábitos de austeridad que hunden sus raíces en los primitivos colonos del gran continente.

No olvidemos, por otro lado, la presencia de las armas y cómo la protagonista inicia a sus hermanos pequeños en su uso, defensivo y alimentario. Todo, en resumen, muy propio del middle west profundo y triste, con dejes de orgullosa independencia como signo primero de identidad: «Nunca pidas aquello que te ha de ser ofrecido», alecciona la protagonista a su hermano cuando le dice si les piden algo de lo que están cocinando a sus vecinos.

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