viernes, 23 de agosto de 2024

«La viuda Couderc», de Pierre Granier-Deferre, sobre un relato de Simenon.

Un caminante entre dos deseos y la utopía, para el extranjero, de una vida «normal», acompasada a los ritmos de la naturaleza.

 

Título original: La veuve Couderc

Año: 1971

Duración: 87 min.

País: Francia

Dirección: Pierre Granier-Deferre

Guion: Pierre Granier-Deferre, Pascal Jardin. Novela: Georges Simenon

Reparto:  Alain Delon; Simone Signoret; Ottavia Piccolo; Jean Tissier; Monique Chaumette; Boby Lapointe; Jean-Pierre Castaldi; Pierre Collet.

Música: Philippe Sarde

Fotografía: Walter Wottitz.

                   

          Honrando la memoria de Alain Delon, a quien tanto quisimos cuando admiramos su trabajo en tantísimas películas…, hemos visto tres muestras muy distintas de su trabajo: A pleno sol, de René Clément, que ni de lejos puede compararse con la serie Ripley, de Steven Zaillian, El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville que sigue siendo un polar majestuoso, y esta joyita perdida acaso en su amplia filmografía, La viuda Couderc, de Pierre Granier-Deferre, un director que adaptó también otras dos obras de Simenon, El tren y El gato., ambas tan espléndidas como la presente.

          Un autobús, la protagonista sentada en la última fila de asientos, un caminante con aire de vagabundo, un extraño, un levente, hacia quien ella vuelve su mirada porque el ejemplar de macho impone la visión detallada. La mujer llega a la parada del pueblo y el conductor le deja a los pies el pesado equipaje adquirido en la ciudad. En ese instante llega el caminante sin destino. Le ofrece su ayuda para llevarle el pesado bulto. Ella la acepta. Atraviesan una pequeña villa y han de aguardar a que la encargada baje el puente levadizo que permite a los barcos navegar por el canal fluvial. Cruzan al otro lado sin cruzar una palabra con la guardesa del puente. Al otro lado ya, ella dice dos palabras: «mi cuñada». Y llegan a la casa donde un hombre, el suegro de ella, comparte la vivienda.  La atracción animal que siente la mujer, en la edad fronteriza de la madurez avanzada, por ese extranjero sin oficio ni beneficio ni destino alguno la incita a preguntarle si busca trabajo. Y ahí se inicia una historia que va a entretejer varios destinos, familiares y no familiares, porque el enfrentamiento de la viuda Couderc, que entró en la familia del suegro como doncella hasta convertirse, por un matrimonio, en la señora de la casa, con la cuñada que vive enfrente de ella y que le disputa la herencia de la gran casa que ocupa junto a su suegro, alimentará la narración y la acabará conduciendo al trágico final que sella la historia de un amor imposible, una lealtad sorprendente y un brillante futuro, enunciado como la fábula de la lechera…, truncado por esos odios familiares de los que se desentiende la joven sobrina de la madura viuda, quien acaba tentando, verde racimo, el ardiente deseo del recién llegado, poco dado a pararse en barras, si de conquistar tan jugoso premio se trata.

          La película tiene un ritmo tan lento como el del paso de los barcos que atraviesan  la localidad, porque el canal la divide en dos; barcos que tanto son de trabajo como de diversión, que tanto llevan la bandera francesa como la usamericana, y en los que se oye un jazz propio de la época histórica en la que se sitúa la acción: 1934 y el nacimiento del antisemitismo y de los movimientos totalitarios. La vida misma no tiene otro ritmo que el pausado de las faenas del campo, entra las que vamos conociendo los enfrentamientos entre la protagonista y la cuñada, porque esta quiere que el padre firme ante notario la cesión a la hija de la propiedad, para «quitársela» a la viuda de su hermano, aunque el suegro prefiere vivir con la viuda.

          La vida cotidiana adquiere un relieve protagonista en la película, como se aprecia en la secuencia del baile en que las jóvenes cifran su esperanza de hallar pareja para formar una familia. Llama la atención del uso del tocadiscos para amenizar con música el baile, y la desbordante alegría de los participantes, especialmente de la sobrina, a quien rescata el extranjero para llevársela y gozar de ella en unas escenas que fueron suprimidas por la censura franquista.

          Poco a poco el hombre acabará jugando las dos barajas, la de la viuda y la de la joven, por un lado, el deseo de la juventud, por otro, el de la estabilidad económica, y lo dirá claramente cuando es interpelado por la viuda, a quien le dice que su vejez no puede competir con la lozanía de la joven sobrina, una escena realmente dramática en la que la verdad sin tapujos es encajada por la viuda de un modo casi heroico, lo cual no obstará para que ambos sigan manteniendo su extraña relación. A diferencia de la novela, el  origen del extraño solo se conoce mediante una leyenda antes de los títulos de crédito, pero conviene recordar que el extraño posee una pistola que, descubierta por la viuda, esta se encarga de apartar de su lado, escondiéndola en la chimenea, junto al atadijo de sus dineros.

          Cuando la sobrina se cuela en la casa y roba la documentación falsa del joven, que ha confesado a la viuda que ha salido de la cárcel, se inicia la persecución del extraño a partir de la denuncia de la cuñada. Entonces se pone en marcha el aparato represivo y nos extraña a los espectadores el despliegue de tropas a pie, a caballo y motorizadas para reducir a un hombre de quien, hasta ese momento, no hemos visto tendencia hacia la crueldad ninguna y sí un deseo firme de «establecerse» junto a la viuda y convertirse en criador de pollos para venderlos al por mayor. No se resalta demasiado en la película esa tendencia hacia la violencia sin razón aparente propia del extraño que lo emparentaría con la famosa novela de Camus, cuyo éxito sorprendió a Simenon, dada la semejanza de tema entre ambas.

          En cualquier caso, la realización de Graniere-Deferre, apegada a los planos descriptivos de la vida cotidiana, al lento deslizarse de los barcos por el canal y a la celebración del deseo, amén de la lealtad del extraño a la viuda que lo acoge en su casa, describe un ritmo de vida en el que parece que sea imposible un final como al que asistimos con algo de incredulidad, y que se aparte del propio de la novela de Simenon. Al final, todo parece indicar que el vínculo extraño entre la viuda y el caminante sella el destino de ambos, en un giro poético que nos hace pensar casi en el final de Bonnie y Clyde.

          Si El gato es un extraordinario análisis psicológico de la ruina de la convivencia marital, La viuda Couderc saca a la luz las entrañas de las egoístas rivalidades familiares en el contexto de una Francia en la que triunfará el orden totalitario y el antisemitismo, propiciadores de la ocupación alemana.

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