martes, 25 de mayo de 2021

«El vicio del poder», de Adam Mckay o la tenebrosa trastienda del Poder.

 

Un retrato antológico del encumbramiento de la mediocridad: Dick Cheney, de ordenanza político a titiritero de Bush Jr.

 



Título original: Vice

Año: 2018

Duración: 132 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Adam McKay

Guion: Adam McKay

Música: Nicholas Britell

Fotografía: Greig Fraser

Reparto: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Jesse Plemons, Eddie Marsan, Alison Pill, Stefania Owen, Jillian Armenante, Brandon Sklenar, Brandon Firla, Abigail Marlowe, Liz Burnette, Matt Nolan, Brian Poth, Joey Brooks, Joe Sabatino, Tyler Perry, Bill Camp, Shea Whigham, Cailee Spaeny, Fay Masterson, Don McManus, Adam Bartley, Lisa Gay Hamilton, Jeff Bosley, Scott Christopher, Mark Bramhall, Stephane Nicoli, Kirk Bovill, Naomi Watts, Alfred Molina, Lily Rabe.

 

         Adam McKay ha pasado de dirigir películas cómicas de escaso interés a un modelo de cine político trepidante y con cierto distanciamiento brechtiano de por medio que, de momento, ha alumbrado dos películas excelentes: La gran apuesta y esta que hoy critico: Vice. Con anterioridad, leo que ha dirigido presuntos bodrios como Los otros dos o Los amos de las noticias que no me voy a atarear en confirmarlos, pero que intuyo en la línea de las comedias usamericanas pasadas de rosca que ni siquiera se acercan al género de la screwball comedy, sino que se configuran como un repertorio de gags del mundo del que procede McKay como guionista: Saturday Night Live.

         El descubrimiento de la vertiente política de su cine, en la línea de Dinero sucio, de Soderbergh y los documentales-denuncia de Michael Moore, ha conseguido que McKay nos haya ofrecido dos películas de mucho interés. La primera, cronológicamente, es un retrato de la famosa crisis de las subprime que supuso una alerta sobre la fragilidad del capitalismo especulativo, capaz de hundir las economías reales a partir de productos financieros tóxicos. De ella, McKay ha pasado al falso biopic, y ha escogido, para ello, al representante del político anodino y mediocre por excelencia, Dick Cheney, un modelo que hoy ocupa los primeros puestos de la política en casi todo el mundo, ahora que Merkel, la última estadista aún en el cargo, se acaba de retirar.

         Vice es una película interesantísima, no solo desde la perspectiva de la construcción de un político «en la sombra», sino porque, además, este lo es de un político tan o más sombrío que él mismo, como el presidente George Bush Jr. al que teledirige desde esa oscuridad en la que se toman decisiones que solo admiten responsabilidad «ante Dios y ante la Historia», como muy bien se encarga Cheney de arrancarle a su consejero legal, para hacer una interpretación de la Constitución que deja literalmente las manos «libres» al Presidente y, por ende, a quien lo maneja.

         El doble significado de Vice, «vicio» y reducción familiar de «vicepresidente», marca desde el inicio lo que vamos a ver en pantalla, pero en modo alguno arruina un retrato que McKay va dibujando con suma inteligencia para que entendamos a la perfección los entresijos de la política usamericana, un mecanismo tan alejado del nuestro que, no por conocido, deja de sorprendernos. Dick Cheney tenía todos los números para ser un típico loser, y el comienzo de la película es, en ese sentido, de un dramatismo sobrecogedor, sobre todo por la reacción de los colegas de quien ha caído de un poste de la luz en el que trabajaba y yace en el suelo con la pierna totalmente rota, si no hubiera sido por la determinación de su esposa para hacerlo reaccionar ante la amenaza de, en caso contrario, divorciarse de él. La relación entre los esposos es una de las grandes bazas de la película, y a ello contribuyen Christian Bale y Amy Adams con unas interpretaciones soberbias que suponían un reto interpretativo de primera magnitud. La transformación física de ambos para ajustarse a la caracterización que exigían los personajes reales contribuye poderosamente a la verosimilitud de la narración.

         De alguna manera, y aunque sea en la peor orientación de esa señal de identidad usamericana, Cheney es un ejemplo del self made man, y comienza en la política como asistente personal en el Congreso, esto es, de «chico de los recados» que escoge, por parecerle de su cuerda, a un deslenguado y sarcástico Donald Rumsfeld, quien se convierte en su mentor y, al tiempo, en su ejemplo, y a quien acaba ganándole la partida de la influencia política que mueve los verdaderos hilos de la política norteamericana al más alto nivel. Steve Carell, por cierto, compone un Donald Rumsfeld perfecto.

         A través de la discreción, de tener los oídos bien abiertos y de hablar lo justo y lo necesario, Cheney va construyendo una reputación que le va abriendo camino en la Administración Republicana hasta que la llegada de Carter acaba con sus sueños políticos, momento en que se pasa con armas y bagajes a la empresa privada para asegurar esa fortuna que acaso un día le permita competir por la Presidencia, algo que cualquier usamericano lleva escrito en los genes. La revelación del lesbianismo de su hija se convierte en el gran impedimento para la realización de esa ambición, pero ello no impide que luche por el Congreso o que, más tarde, prácticamente retirado, acepte el ticket presidencial como «Vice» de Bush Jr, lo que nos lleva a lo más alto de su carrera política.

         La película, sabiamente estructurada, arranca con la situación de alarma provocada por el atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y con la asunción de toda la responsabilidad en las decisiones por parte de Cheney, ante la ausencia del Presidente, en ese momento en un acto público en una escuela de Florida. Esos instantes dan pie a que los espectadores se pregunten exactamente lo que McKay quería: ¿cómo ha llegado hasta esa responsabilidad quien se ve en el trance de tomar decisiones que afectan a la primera potencia del planeta? Y la película satisface con creces esa curiosidad, sin dejar detalle que sirva para explicar la forja de un político en un sistema como el usamericano, tan peculiar y tan democrático.

         Mientras la veía no podía dejar de acordarme de los grandes clásicos del cine político como Siete días de mayo, de John Frankenheimer, ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick  o de El ultimo Hurra, de John Ford, y admitía que hay una diferencia enorme en la manera como se filmaba y como ahora McKay nos lleva a la pantalla esta historia, a medio camino entre el falso documental, el biopic de superación personal y la crítica corrosiva a unas prácticas políticas opacas y peligrosas para la democracia. Lo que hace el director es ofrecernos la «construcción» de una mentalidad conservadora que, por otro lado, llega, por su valoración de la «familia» como prioridad absoluta a la aceptación del lesbianismo de su hija, con total naturalidad.  

         Si alguien se pregunta cómo es posible que America first o Make America great again le dieran una presidencia al payaso Trump, en esta película hallará las claves para desentrañar una mentalidad ultraconservadora que para defender su visión parcial del país es capaz incluso de alentar al asalto a la sede de la soberanía popular. Hace muy poco, por cierto, y de ahí mi interés por ver la película, la hija de Cheney, Liz, quien «rompió» con su hermana al oponerse pública y políticamente al matrimonio homosexual cuando competía para el Congreso, ha sido cesada de su cargo en el Partido Republicano por oponerse a las mentiras de Trump. O sea, la saga sigue viva, porque el «demonio» de la política se mama también en el propio hogar…

         Una lamentación final, ¿para cuándo, en España, películas tan clarividentes como esta sobre la vida (y la muerte) políticas?

 

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