Un diálogo indirecto
entre el detritus social y la propaganda de la élite política.
Título original: Killing Them Softly
Año: 2012
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Andrew Dominik
Guion: Andrew Dominik. Novela: George V. Higgins
Música: Varios
Fotografía: Greig Fraser
Reparto: Brad Pitt, Scoot McNairy, Ben Mendelsohn, Richard Jenkins,
James Gandolfini, Ray Liotta, Vincent Curatola, Trevor Long, Max Casella,
Slaine, Sam Shepard, Linara Washington, Christopher Berry, Ross Brodar, Kenneth
Brown Jr..
Autor hasta el momento de una
filmografía corta, el australiano Andrew Dominik ya ha dirigido dos veces a Brad
Pitt. Primero en su celebrada El asesinato de Jesse James por el cobarde
Robert Ford y ahora en este neonoir
con un doble trasfondo social y psicológico que explora el mundo de los raterillos
de medio pelo y de los asesinos a sueldo no del todo carentes de escrúpulos. Es
cierto que Pitt es también productor de la película, pero eso confirma su
excelente criterio a la hora de apostar por este director que con Mátalos
suavemente ha conseguido una obra verdaderamente eficaz, sólida y
compleja. El género al que se adscribe la película permite una realización de
una sugestiva belleza que incluye la de la degradación social de los dos
raterillos a lo que convence un modesto mafiosillo para irrumpir en una partida
de póker y llevarse la recaudación y el dinero de los jugadores, en una repetición
de otra atraco parecido del que salió indemne un sospechoso, el recientemente
fallecido Ray Liotta, sobre el que ahora caerán todas las culpas inexorablemente.
El arranque de
la película, con un relativamente joven paria atravesando una barriada
degradada bajo el cartel del «Cambio» preconizado por Obama, justo al lado del
de McCain, nos alerta de que la historia
va a seguir unos derroteros en los que se va a ir mezclando el discurso de esa
realidad degradada con la realidad política que habla de la macroeconomía en
unos términos que chocan frontalmente con lo que los espectadores ven en sus
pantallas: la historia de esos dos raterillos que, desde el momento de cometer
el asalto, van a vivir bajo la angustia de ser descubiertos, porque esas timbas
de póquer tiene relación directa con peces gordos que no quieren que les peligre
el negocio. Y ahí entra Richard Jenkins para contratar a un asesino a sueldo
que se encargará de liquidar a esos moscardones que quieren sacar tajada de la
tarta de las partidas ilegales que tanto dinero mueven al margen del control del
Estado. Brad Pitt es el liquidador, pero, como sucede en la economía
habitualmente, él subcontrata a otro matón para hacer parte del trabajo: James
Gandolfini, quien tiene una intervención breve, pero antológica.
Pues sí,
queridos lectores, el reparto de esta película es excepcional, se mire como se
mire, pero la sorpresa, en ese casting, son los dos raterillos, Scoot McNairy y Ben
Mendelsohn, que bordan dos papeles a medio camino entre el cine neorrealista y
la comedia de «colgados», porque uno de ellos, expresidiario, se gasta los dineros
del atraco en comprar un alijo de droga con la exclusiva finalidad de
colocarse, unas escenas, por cierto, de rara intensidad y belleza, cuando ambos
dialogan, el uno ausente y el otro aterrorizado de que se le haya ido la lengua
con quien no debe.
No nos
engañemos, la película es la historia de una venganza y del asesinato
implacable de cuantos fundada o infundadamente —como en el caso del personaje
interpretado por Liotta— han tomado parte en el atraco a las partidas de
póquer. Hay, pues, violencia, y de todos los tipos posibles, brutal, como la
paliza que recibe Lyotta, y estilizada, como el propio asesinato a cámara lenta
del mismo Lyotta en unas imágenes realmente espectaculares, rodadas con la
escasa luz con que se han rodado tantísimas escenas de la película, que
aprovecha la puesta en escena para reforzar la estética de la narración, en
cierta manera al estilo de Zodiac de Fincher y otras.
La gran virtud
de la película es que no hay maleante, sea de vía estrecha, sea sicario
potente, que no reciba una atención individualizada por parte del guion. Y a
ese respecto son, a su manera, muy graciosas, las penalidades amorosas del
personaje de Gandolfini, quien, por un error de mucho bulto, está a punto de
entrar en prisión, y de ahí que acepte el encargo por 15.000 dólares para
llenar la hucha de la resistencia para cuando salga. La conversación en el bar
del hotel es modélica, y el director le concede un espacio que parece romper el
ritmo de la acción, pero nos convence de que ahondar en las psicologías de esos
personajes evita caer en las tópicas películas en las que la acción lo domina
todo, al tiempo que nos enteramos de detalles como el que le confiesa, con excelente humor, Brad
Pitt a Jenkins: «¿Tú has matado alguna vez a alguien? Es horroroso, lloran,
llaman a su madre… No me gustan las escenas emocionales…», si no recuerdo mal.
Está fuera de
discusión, sobre todo por los diálogos entre los personajes de Pitt y Gandolfini
que esta película está en las antípodas —y no por ser el director australiano,
ciertamente…— de la corrección política, esa con la que los hechos de la trama
mantienen un diálogo indirecto que se manifiesta a través de los continuos
mensajes sobre el estado de la economía que emiten Bush y Obama desde los
media, constantemente. De hecho, la diatriba del asesino a sueldo contra el
sistema y en defensa del talante usamericano de la salvación individual es
apabullante, no solo por la crítica al esclavista Jefferson, sino por una
última «perla» que adquiere categoría de postulado político (no en vano el
autor de la novela fue miembro de la Fiscalía de Boston): «Dicen (los políticos
que peroran en los media) que somos una comunidad, pero solo somos un negocio».
Peter Yates
dirigió El confidente, basada en otra novela del mismo autor, y que no
recuerdo haber visto, pero, dada la calidad de Mátalos suavemente, me
parece de todo punto necesario revisarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario