viernes, 16 de octubre de 2020

«La casa de la colina» y «La casa encantada», de Robert Wise: Dos casas, dos géneros.


El doble terror de los espacios: la casa donde habitamos y la intimidad donde nos desconocemos...

 

Título original: The House on Telegraph Hill

Año: 1951

Duración: 93 min.

País: Estados Unidos

Dirección:Robert Wise

Guion: Elick Moll, Frank Partos (Novela: Dana Lyon)

Música: Sol Kaplan

Fotografía: Lucien Ballard (B&W)

Reparto: Richard Basehart, Valentina Cortese, William Lundigan, Fay Baker, Gordon Gebert.

 

Título original: The Haunting

Año: 1963

Duración: 112 min.

País: Reino Unido

Dirección: Robert Wise

Guion: Nelson Gidding (Novela: Shirley Jackson: The haunting of Hill House.)

Música: Humphrey Searle

Fotografía: Davis Boulton (B&W)

Reparto: Julie Harris, Claire Bloom, Richard Johnson, Russ Tamblyn, Fay Compton, Rosalie Crutchley, Lois Maxwell, Valentine Dyall.

        

         No he seguido, en el visionado de estas dos películas de Robert Wise, el orden cronológico, y me arrepiento, porque en La casa de la colina hay una casa relativamente parecida a la de La casa encantada, aislada y tenebrosa por fura, intimidante y desasosegadora por dentro, como comprueban las dos protagonistas de cada una de ellas, aunque por razones «normales» una y por razones «paranormales» la otra. Robert Wise fue el montador de Ciudadano Kane, a requerimiento de Welles, y rodó algunas escenas de El cuarto mandamiento, aunque no figure en los títulos de crédito. Es el oscarizado director de West Side Story y el elegante y magnífico director de muchas otras que los buenos aficionados guardan en la memoria como hitos de la Historia del Cine, y ahí está esa joya que es Nadie puede vencerme, narrada en tiempo real, esto es, la película dura lo que dura la historia, una película que inspiró Toro salvaje de Scorsese.

         La casa de la colina es una compleja historia que arranca en el campo de concentración de Bergen-Belsen, así que una interna suplanta la personalidad de una amiga fallecida en el encierro y cuyo hijo vive en San Francisco, heredero de una gran fortuna. Una vez que consigue llegar a Usamérica, el gobierno usamericano fue muy generoso con los refugiados, ha de convencer, primero, a los abogados que gestionan dicha herencia, con uno de los cuales acaba casándose. Cuando llega a la casa y se enfrenta con su hijo, se percata de que la cuidadora del mismo la ve llegar como una intrusa que se va a interponer entre su dedicación al niño y este. Poco a poco, al estilo de un thriller psicológico en la onda de Hitchcock, ¡y no faltará ni el vaso de leche, aquí de naranjada!, quien era su encantador marido se va convirtiendo, para ella, en una amenaza, sobre todo cuando descubre que entre él y la cuidadora del niño hay una relación que va más allá de lo estrictamente profesional. Con ese juego de suplantaciones y de malentendidos, más el descubrimiento inquietante de un espacio abierto al vacío dentro de una caseta auxiliar que hay en el escaso jardín de la casa, y que descubre accidentalmente, jugando al béisbol con su hijo, lo que da pie a una escena impactante, los espectadores vamos reconsiderando a mil por hora, y un poco más perdidos que en la Sospecha de don Alfredo, el juego de falsos culpables y motivos ocultos que mueven a los personajes, porque la presencia de una madre con cuya muerte contaban todos trastoca los planes de todos los personajes del drama. Poco a poco progresa, pues, una tensión que se inicia ya en el mismo momento en que la compañera de barracón decide suplantar a la amiga a quien ha protegido en el campo y de quien conoce su vida mejor que la suya propia.

         La transformación del dinero que, de repente, le llueve a la madre impostora permite que la película se mueva en el círculo de una high class con un vestuario esplendoroso y en una puesta en escena, la casa de la colina, tan llena de lujo como de amenazas: la que sufre la madre impostora y la que sufre el hijo verdadero, ajeno a esa lucha de ambiciones y codicia que lo tiene por objeto. La mezcla de dos actores tan discretos como eficaces, Richard Basehart y Valentina Cortese, le confiere a la película una verosimilitud que otras estrellas quizás, con su glamour inevitable, hubieran debilitado. La película, estructurada como un flash back, narra una historia transcontinental, llena de misterio y en la que, curiosamente, una hermosa mentira se convierte en la única verdad aceptable, pero eso es mejor que lo vea el espectador y que juzgue al respecto.

         La casa encantada, que pertenece al género del terror parapsicológico, quizá no cumple hoy las altas expectativas que exigimos los aficionados en ese género tan difícil y que tan maltratado ha sido por el gore y otras deturpaciones relativamente actuales, pero tiene un sinfín de virtudes que hacen el visionado muy recomendable. Todo nace como un experimento de tipo académico: investigar in situ si son explicables racionalmente ciertos fenómenos que se producen en una mansión supuestamente habitada por espíritus que provocan dichos fenómenos contra los invasores de sus dominios. Lo que parecía que iba a ser una «tribu» de investigadores, queda reducido a cuatro personas: el investigador-jefe, un heredero de la casa y dos mujeres con especiales habilidades para la captación de lo paranormal. La mansión, de la que las tomas exteriores sirven como fundidos para transitar de uno a otro de los capítulos de la narración, está decorada de una suntuosa manera barroca, muy recargada, y sus espacios interiores, distorsionados por las diferentes lentes de la cámara, van a permitir un juego extraordinario para la creación de una atmósfera propia de las películas de terror. De hecho, el único terror perceptible en pantalla es el producido por el movimiento de la cámara, por el juego de los primerísimos planos, los barridos, los zooms y otros recursos exclusivamente visuales, a los que se suman los sonidos y la sugerencia de lo que ocurre fuera de campo, es decir, lo terrorífico es, precisamente lo que nunca se ve. Decía en el título que el terror alternaba el interior de la casa y el interior de los personajes, pero esto ultimo solo se cumple en uno de ellos que es, además, el único para el que la casa es “su” destino, porque ha huido de la casa donde vivía con su hermana y su cuñado y se lanza a la aventura, dejándolo todo atrás. Se trata de una mujer de mediana edad, trastornada, que oye voces y que ha vivido sometida a su madre, a la que ha cuidado hasta su muerte y, sin vida propia alguna, ahora vive sometida a su hermana y a su marido, de ahí la necesidad de dar un paso adelante y huir de esa casa. De todos los participantes en el experimento, solo ella es quien parece ser más susceptible de dejarse poseer por los «fantasmas» que habitan la casa y dictan su ley a propios y extraños. La doncella que va recibiendo a los invitados ya les anticipa que entran en un territorio vedado a los intrusos, y les recuerda que, de noche, estarán aislados. La compañera de la protagonista, Julie Harris -la coprotagonista de Al este del Edén, de Elia Kazan-. Es la enigmática Claire Bloom, quien, en algún momento inicial de la película, cuando deciden dormir, por miedo, en el mismo dormitorio, tiene algún atisbo de insinuación lésbica que no va más allá, aunque, y no puede considerarse una represalia por la indiferencia frígida de Eleanor Lance, la perturbada protagonista, la ridiculiza ante los colegas masculinos con quienes realiza el experimento.

         Es sorprendente que una película de atmósfera, porque apenas hay historia propiamente dicha, salvo la mínima de la  intención de protagonizar el experimento que da pie a la reunión de tan diferentes personas en la casa; pues sorprende, decía, que, con tan escasos ingredientes, Robert Wise sea capaz de ir encadenando secuencias que van creando un crescendo que arrastra a los espectadores de sobresalto en sobresalto, que no de susto en susto, porque no se recurre en la película a truco alguno, sino que todo el terror se nos regala con el uso de la cámara, como he dicho antes, y con algunas secuencias inolvidables, como el agujero del frío glacial que atraviesa la casa como una columna invisible o el rescate de Eleanor del final de la escalera de caracol que se tambalea porque amenaza ruina y arrastrar con ella al doctor que asciende para «rescatar» a Eleanor.

         Sí, podemos calificar la cinta como una película gótica, si nos atenemos al espacio señorial y a la historia del mismo, que nos pone en relación con una vida vivida en él, antaño, como una maldición resuelta en muerte; pero en ningún momento vamos siguiendo un objetivo concreto ni esperamos que se materialice fantasma o fuerza ancestral alguna. Vemos a los personajes tomar falsa posesión de la mansión y no nos ocultan sus miedos ni sus desdenes, e incluso el heredero de la mansión se permite ciertas bromas con la facilidad o la dificultad para alquilar o vender un espacio como ese. Robert Wise fue un director polivalente, y aunque ya dirigió alguna película de este género como El ladrón de cuerpos, la presente tiene más de experimento visual que propiamente de historia truculenta. El terror nace en nuestra propia perturbación, que distorsiona la percepción de lo que nos rodea, que es exactamente lo que le pasa a la protagonista. Y para ello está claro que la puesta en escena y los efectos visuales conseguidos por la cámara son determinantes. Las interpretaciones de los personajes, que se reparten los «tipos»: el científico, el escéptico, la perturbada y la seductora, por esquematizar al servicio de la funcionalidad propia de todos ellos, se ajustan a la perfección a la propuesta del director, y no sobreactúan en ningún momento, sino que acompasan sus reacciones con el crescendo de las manifestaciones extrañas de la mansión, cuya vida propia e inexplicable acaba imponiéndose a todos ellos.

         Yo he disfrutado de lo lindo, que conste…

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