Título original: The House on Telegraph Hill
Año: 1951
Duración: 93 min.
País: Estados Unidos
Dirección:Robert Wise
Guion: Elick Moll, Frank
Partos (Novela: Dana Lyon)
Música: Sol Kaplan
Fotografía: Lucien Ballard
(B&W)
Reparto: Richard Basehart, Valentina Cortese, William Lundigan, Fay
Baker, Gordon Gebert.
Título original: The
Haunting
Año: 1963
Duración: 112 min.
País: Reino Unido
Dirección: Robert Wise
Guion: Nelson Gidding (Novela: Shirley Jackson: The haunting of Hill
House.)
Música: Humphrey Searle
Fotografía: Davis Boulton
(B&W)
Reparto: Julie Harris, Claire Bloom, Richard Johnson, Russ Tamblyn, Fay
Compton, Rosalie Crutchley, Lois Maxwell, Valentine Dyall.
No he seguido, en el visionado
de estas dos películas de Robert Wise, el orden cronológico, y me arrepiento,
porque en La casa de la colina hay una casa relativamente parecida a la
de La casa encantada, aislada y tenebrosa por fura, intimidante y
desasosegadora por dentro, como comprueban las dos protagonistas de cada una de
ellas, aunque por razones «normales» una y por razones «paranormales» la otra.
Robert Wise fue el montador de Ciudadano Kane, a requerimiento de
Welles, y rodó algunas escenas de El cuarto mandamiento, aunque no figure en
los títulos de crédito. Es el oscarizado director de West Side Story y
el elegante y magnífico director de muchas otras que los buenos aficionados
guardan en la memoria como hitos de la Historia del Cine, y ahí está esa joya
que es Nadie puede vencerme, narrada en tiempo real, esto es, la película
dura lo que dura la historia, una película que inspiró Toro salvaje
de Scorsese.
La casa de
la colina es una compleja historia que arranca en el campo de concentración
de Bergen-Belsen, así que una interna suplanta la personalidad de una amiga fallecida
en el encierro y cuyo hijo vive en San Francisco, heredero de una gran fortuna.
Una vez que consigue llegar a Usamérica, el gobierno usamericano fue muy
generoso con los refugiados, ha de convencer, primero, a los abogados que
gestionan dicha herencia, con uno de los cuales acaba casándose. Cuando llega a
la casa y se enfrenta con su hijo, se percata de que la cuidadora del mismo la
ve llegar como una intrusa que se va a interponer entre su dedicación al niño y
este. Poco a poco, al estilo de un thriller psicológico en la onda de
Hitchcock, ¡y no faltará ni el vaso de leche, aquí de naranjada!, quien era su
encantador marido se va convirtiendo, para ella, en una amenaza, sobre todo
cuando descubre que entre él y la cuidadora del niño hay una relación que va
más allá de lo estrictamente profesional. Con ese juego de suplantaciones y de
malentendidos, más el descubrimiento inquietante de un espacio abierto al vacío
dentro de una caseta auxiliar que hay en el escaso jardín de la casa, y que
descubre accidentalmente, jugando al béisbol con su hijo, lo que da pie a una
escena impactante, los espectadores vamos reconsiderando a mil por hora, y un
poco más perdidos que en la Sospecha de don Alfredo, el juego de falsos
culpables y motivos ocultos que mueven a los personajes, porque la presencia de
una madre con cuya muerte contaban todos trastoca los planes de todos los
personajes del drama. Poco a poco progresa, pues, una tensión que se inicia ya
en el mismo momento en que la compañera de barracón decide suplantar a la amiga
a quien ha protegido en el campo y de quien conoce su vida mejor que la suya
propia.
La transformación
del dinero que, de repente, le llueve a la madre impostora permite que la película
se mueva en el círculo de una high class con un vestuario esplendoroso y
en una puesta en escena, la casa de la colina, tan llena de lujo como de
amenazas: la que sufre la madre impostora y la que sufre el hijo verdadero,
ajeno a esa lucha de ambiciones y codicia que lo tiene por objeto. La mezcla de
dos actores tan discretos como eficaces, Richard Basehart y Valentina Cortese,
le confiere a la película una verosimilitud que otras estrellas quizás, con su glamour
inevitable, hubieran debilitado. La película, estructurada como un flash
back, narra una historia transcontinental, llena de misterio y en la que,
curiosamente, una hermosa mentira se convierte en la única verdad aceptable,
pero eso es mejor que lo vea el espectador y que juzgue al respecto.
La casa
encantada, que pertenece al género del terror parapsicológico, quizá no
cumple hoy las altas expectativas que exigimos los aficionados en ese género
tan difícil y que tan maltratado ha sido por el gore y otras deturpaciones
relativamente actuales, pero tiene un sinfín de virtudes que hacen el visionado
muy recomendable. Todo nace como un experimento de tipo académico: investigar in
situ si son explicables racionalmente ciertos fenómenos que se producen en
una mansión supuestamente habitada por espíritus que provocan dichos fenómenos contra
los invasores de sus dominios. Lo que parecía que iba a ser una «tribu» de
investigadores, queda reducido a cuatro personas: el investigador-jefe, un
heredero de la casa y dos mujeres con especiales habilidades para la captación
de lo paranormal. La mansión, de la que las tomas exteriores sirven como
fundidos para transitar de uno a otro de los capítulos de la narración, está
decorada de una suntuosa manera barroca, muy recargada, y sus espacios interiores,
distorsionados por las diferentes lentes de la cámara, van a permitir un juego
extraordinario para la creación de una atmósfera propia de las películas de
terror. De hecho, el único terror perceptible en pantalla es el producido por el
movimiento de la cámara, por el juego de los primerísimos planos, los barridos,
los zooms y otros recursos exclusivamente visuales, a los que se suman
los sonidos y la sugerencia de lo que ocurre fuera de campo, es decir, lo
terrorífico es, precisamente lo que nunca se ve. Decía en el título que el
terror alternaba el interior de la casa y el interior de los personajes, pero
esto ultimo solo se cumple en uno de ellos que es, además, el único para el que
la casa es “su” destino, porque ha huido de la casa donde vivía con su hermana
y su cuñado y se lanza a la aventura, dejándolo todo atrás. Se trata de una
mujer de mediana edad, trastornada, que oye voces y que ha vivido sometida a su
madre, a la que ha cuidado hasta su muerte y, sin vida propia alguna, ahora
vive sometida a su hermana y a su marido, de ahí la necesidad de dar un paso
adelante y huir de esa casa. De todos los participantes en el experimento, solo
ella es quien parece ser más susceptible de dejarse poseer por los «fantasmas»
que habitan la casa y dictan su ley a propios y extraños. La doncella que va
recibiendo a los invitados ya les anticipa que entran en un territorio vedado a
los intrusos, y les recuerda que, de noche, estarán aislados. La compañera de
la protagonista, Julie Harris -la coprotagonista de Al este del Edén, de
Elia Kazan-. Es la enigmática Claire Bloom, quien, en algún momento inicial de
la película, cuando deciden dormir, por miedo, en el mismo dormitorio, tiene algún
atisbo de insinuación lésbica que no va más allá, aunque, y no puede
considerarse una represalia por la indiferencia frígida de Eleanor Lance, la
perturbada protagonista, la ridiculiza ante los colegas masculinos con quienes
realiza el experimento.
Es sorprendente
que una película de atmósfera, porque apenas hay historia propiamente dicha,
salvo la mínima de la intención de
protagonizar el experimento que da pie a la reunión de tan diferentes personas
en la casa; pues sorprende, decía, que, con tan escasos ingredientes, Robert
Wise sea capaz de ir encadenando secuencias que van creando un crescendo que
arrastra a los espectadores de sobresalto en sobresalto, que no de susto en
susto, porque no se recurre en la película a truco alguno, sino que todo el
terror se nos regala con el uso de la cámara, como he dicho antes, y con
algunas secuencias inolvidables, como el agujero del frío glacial que atraviesa
la casa como una columna invisible o el rescate de Eleanor del final de la
escalera de caracol que se tambalea porque amenaza ruina y arrastrar con ella
al doctor que asciende para «rescatar» a Eleanor.
Sí, podemos
calificar la cinta como una película gótica, si nos atenemos al espacio señorial
y a la historia del mismo, que nos pone en relación con una vida vivida en él,
antaño, como una maldición resuelta en muerte; pero en ningún momento vamos
siguiendo un objetivo concreto ni esperamos que se materialice fantasma o fuerza
ancestral alguna. Vemos a los personajes tomar falsa posesión de la mansión y
no nos ocultan sus miedos ni sus desdenes, e incluso el heredero de la mansión
se permite ciertas bromas con la facilidad o la dificultad para alquilar o
vender un espacio como ese. Robert Wise fue un director polivalente, y aunque
ya dirigió alguna película de este género como El ladrón de cuerpos, la
presente tiene más de experimento visual que propiamente de historia truculenta.
El terror nace en nuestra propia perturbación, que distorsiona la percepción de
lo que nos rodea, que es exactamente lo que le pasa a la protagonista. Y para
ello está claro que la puesta en escena y los efectos visuales conseguidos por
la cámara son determinantes. Las interpretaciones de los personajes, que se
reparten los «tipos»: el científico, el escéptico, la perturbada y la seductora,
por esquematizar al servicio de la funcionalidad propia de todos ellos, se
ajustan a la perfección a la propuesta del director, y no sobreactúan en ningún
momento, sino que acompasan sus reacciones con el crescendo de las
manifestaciones extrañas de la mansión, cuya vida propia e inexplicable acaba
imponiéndose a todos ellos.
Yo he
disfrutado de lo lindo, que conste…
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