domingo, 10 de marzo de 2019

«Green Book», de Peter Farrelly, una aproximación a los racismos…



Una impecable visión de los múltiples racismos que han desvertebrado la sociedad usamericana, algunos de los cuales siguen vigentes: una actuación fuera de lo común de Viggo Mortensen…

Título original: Green Book
Año: 2018
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Peter Farrelly
Guion: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga
Música: Kris Bowers
Fotografía: Sean Porter
Reparto: Viggo Mortensen,  Mahershala Ali,  Iqbal Theba,  Linda Cardellini,  Ricky Muse, David Kallaway,  Montrel Miller,  Harrison Stone,  Mike Young,  Jon Michael Davis, Don DiPetta,  Mike Hatton,  Dimiter D. Marinov,  Craig DiFrancia,  Gavin Lyle Foley, Randal Gonzalez,  Shane Partlow.

Confieso que ver una versión puesta del revés de Paseando a Miss Daisy, de Bruce Beresford, de quien me pareció muy notable El última bailarín de Mao, no entraba dentro de mis apetencias inmediatas a la hora de meterme en una sala para ver una película. Me dejé arrastrar por la selección hecho por dos buenos amigos, Pauli y Charo, y allá que fuimos los cuatro a la total aventura, porque, al margen de que le concedieran el Oscar a la mejor película, nada sabía de ella excepto una crítica volandera que le «perdonaba la vida». En estas ocasiones cuando más disfruto de una película que acaba llenando las expectativas que no tenía, y sobrepasándolas. Aunque con altibajos de guion inevitables, la película sorprende y tiene un planteamiento lo suficientemente estimulante como para que el director no la eche a perder y nos deleite con una narración in crescendo que, al hilo del esquema de la road movie, permite desarrollar un conocimiento mutuo entre los dos protagonistas de la película: un virtuoso del piano y un mafioso italiano al que contrata como chófer para la gira que hará por el sur y en la que ambos conocerán la segregación racial en todo su apogeo, lo que irá dando pie a una transformación de la mentalidad de cada cual que permitirá una aceptación del otro. El título de la película alude a la guía de hoteles donde podían alojarse los negros, porque, a pesar de ser recibido en los círculos de la aristocracia blanca del sur profundo como un admirado artista, a la hora de «convivir» con él, se alzaba la enorme barrera que separaba a ambas razas, como cuando, en un momento dado de la película, estando dando un concierto en una lujosa mansión, y mientras hacen un breve descanso, pregunta el artista dónde está el servicio y le indican una destartalada cabaña exterior donde hacer sus necesidades. La película, al enfrentar a dos personajes que son la noche y el día, superpone al conflicto racial un conflicto de clase, porque el esmerado pianista es un ser exquisito, educadísimo y con un nivel cultural en las antípodas de la zafiedad e incultura del chófer italiano, un clásico, «chico de la calle» que ha crecido y se ha educado solo en ella, aunque haya aprendido cómo desenvolverse e incluso como ganarse la vida y formar una familia. Su carácter rudo, deslenguado y pícaro le permite a un sobreengordado Viggo Mortensen «dar el papel» con un grado de verosimilitud excepcional. Se trata, como se dice al final, pero ello en modo alguno chafa a los espectadores ninguna sorpresa, de una historia real, lo que aumenta sobremanera el interés sobre ella, porque, más allá de deslindar lo real de lo ficticio, lo importante es que la película ha sabido transmitir a la perfección el fondo de verdad que hay en ella. Los protagonistas no están edulcorados ni dulcificada la realidad que «atraviesan» en una especie de descenso a los infiernos al que se somete el protagonista para no olvidar ni sus raíces ni su condición de ser afortunado que deja boquiabiertos a los sureños negros que ven acaso lo nunca visto: un negro con un chófer blanco. Está claro que la situación entra dentro de lo previsible en este tipo de enfrentamientos en los que se produce ese mágico encuentro que definía Martin Buber entre el Yo y el Tú como parte de lo real auténtico, porque solo ese tipo de encuentro íntimo de genuinidades es capaz de hacernos sentir realmente la verdadera dimensión de los seres humanos que somos. ¿Por qué han otorgado a Green Book el Oscar a la mejor película? Dejemos de lado la lucha actual entre Netflix y la Academia, un encontronazo -porque ese sí que no es un «encuentro»-, que bien puede haber perjudicado a Roma en la disputa «en buena lid» para conseguir tal galardón, y pensemos en que a una historia muy potente y a unas interpretaciones fuera de lo común, se une una puesta en escena cuidadísima en su recreación de los primeros años 60: escenarios, coches, vestuarios, moteles, gasolineras, paisajes…, todo suma para conseguir una película que, ¿no lo he dicho aún?, pues sí, un espectáculo que le hace pasar a los espectadores una tarde deliciosa y llena de humor y del profundo sentido trágico de la condición de la negritud en Usamérica. La dimensión cómica de la película, del director de Algo pasa con Mary, no puede considerarse como algo circunstancial, sino como un eje potente del relato que si no convierte a la película en una comedia clásica, porque el trasfondo es esencialmente ominoso, el de la segregación racial, sí que consigue momentos auténticamente hilarantes, expresión unánime del acierto de no pocos episodios logradísimos de la película que le dejan a los espectadores el regusto de esas viejas comedias ingeniosas al estilo de Adivina quién viene esta noche, de Stanley Kramer, por ejemplo. La  reivindicación de la nobleza genuina de los seres humanos, sea cual sea su condición social o su formación intelectual o artística conforma una visión de la realidad que nos hace mucha falta en estos tiempos en que se ahonda cada vez más la división económica e intelectual entre unas clases y otras a pesar de los poderosos esfuerzos de los estados por que ello no sea así, pero hay, en el fondo, un último reducto de esfuerzo personal en la conquista de la cultura que, desgraciadamente, asusta a muchísima gente. La película está llena, de principio a fin, de situaciones magníficamente resueltas, en ambos ejes temáticos, el de la comedia de situación entre seres tan disímiles como el mafiosillo y el exquisito pianista homosexual,  y en el de la sangrante realidad de la discriminación racista. Entré sin saber qué me depararía el azar y mi recompensa ha colmado de sobra las expectativas que no me había forjado. ¡Feliz visionado! ¡Y es sumamente injusto que Mortenssen no haya conseguido un Oscar por esta interpretación «a lo De Niro»!, que conste.

2 comentarios:

  1. Coincido en mi valoración excelente de esta película que fui a ver sin ninguna referencia y supuso una sorpresa muy estimulante como bien expresas con acierto. Es muy buena. Yo añadiría a tu espléndida critica que el negro concertista proviene de una cultura exquisita, formada en Leningrado, lo que le lleva a ser un hombre aislado del mundo de la cultura popular negra que incluso desdeña. Es el chófer quien conoce a los músicos negros. El músico está triplemente marginado, por ser negro en una Norteamérica racista, por ser exquisito y sentirse marginado de sus propias raíces negras y además, en tercer lugar, por ser homosexual. Viggo Mortensen está totalmente integrado en su ambiente espagueti -no creo que sea un mafioso, como tú dices-, tiene familia. Se juntan un hombre sociable y un solitario elitista. Y lo bueno es que cada uno transforma al otro. El músico acude a la casa del italiano y termina en un club tocando música popular negra. Una sesión muy agradable haber asistido a la proyección de esta película, aunque creo que Roma merece más el premio a mejor película.

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    1. Una precisión: se mueve en un ambiente mafioso, el de matón de club, recuerda, que, luego, se insinúa, es incluso perseguido por los sicarios de un mafioso, lo que le obliga a poner distancia de por medio, aceptando la "tournée".

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