domingo, 6 de mayo de 2018

"Hombres de mañana", de Frank Borzage: el antibelicismo necesario.



Con guion de Jo Swerling, un alegato contra la guerra a través del enfrentamiento entre criaturas: Hombres de mañana a quienes el mañana, 1945-1949, se los llevó por delante.

Título original: No Greater Glory
Año: 1934
Duración: 74 min.
País:  Estados Unidos
Dirección: Frank Borzage
Guion: Jo Swerling (Novela: Ferenc Molnár)
Música: R.H. Bassett
Fotografía: Joseph H. August (B&W)
Reparto: George P. Breakston,  Jimmy Butler,  Jackie Searl,  Frankie Darro,  Donald Haines.

Supongo que Frank Borzage, de quien ha desaparecido buena parte de la obra que rodó en la época del cine mudo, seguirá escalando poco a poco en el escalafón de la crítica especializada, a poco que se revisen sus obras. Que en FilmAffinity no haya ni una sola crítica de esta película me indica lo poco que se frecuenta su cine, y no es justo. En este Ojo me he hecho eco de Deseo y de El ángel de la calle, ambas estupendas, sobre todo la segunda. Como no suelo “perseguir” películas, sino dejar que lleguen a mis manos para pasárselas a mi Ojo deseante, ahora ha caído en ellas este alegato antibelicista que se basa en la popular novela de Fernec Molnár A Pál utcai fiúk (“Los muchachos de la calle Pál”), publicada en 1906, que no tardó en convertirse en un clásico de la literatura juvenil. Situada en Hungría, a comienzos del siglo XX, la historia relata el enfrentamiento entre dos bandas, una de niños y otra de adolescentes que se disputan un solar abandonado en el que los segundos tienen su espacio de juego. Ambas bandas están organizadas al modo militar, con su jerarquía, sus grados, sus hojas de servicio y un gorro identificador. A partir de un preámbulo en que un herido de guerra abomina en una arrebato de ira de la guerra y del nacionalismo, el director funde el grito de desprecio del herido con el adoctrinador elogio del nacionalismo y de la defensa armada de la patria que les endilga un profesor a sus alumnos, más preocupados estos de pasarse una nota para convocar a una asamblea de su “ejército” para defender su solar, su patria chica, frente a la amenaza de lavanda rival que lo desea, que de seguir las palabras del maestro, aunque el resto de la película será una ejemplificación de las mismas.  Con una estructura melodramática, porque uno de los niños que ha querido robarles a los “enemigos” su bandera en su guarida, es sumergido en el río y a consecuencia de ese “castigo” acaba cogiendo una pulmonía que, al final, en un final de exaltado sentimentalismo, acabará segándole la vida, sobre todo porque se empeña en tirarse del lecho donde agoniza para ir a combatir contra los “enemigos”. La escena en la que el chico febril se enfrenta al cabecilla de la banda rival y consigue arrancarle la bandera, lo que significa la victoria en la lucha, es excepcionalmente emotiva. Trabajar con niños o tempranos adolescentes es un riesgo reconocido por todos los directores, pero no es menos cierto que cuando se sale con éxito del empeño, las películas suelen tener un aire de vida plena difícil de igualar con actores profesionales. Sucede con La guerra de los botones, de Yves Robert, por ejemplo, pero también con Emilio y los detectives, de Gerhard Lamprecht, con guion, por cierto, de Billy Wilder. No sé si se ha de haber jugado de niño a la guerra, sea entre vaqueros e indios, policías y ladrones o aliados y nazis para captar lo mucho de simulación del futuro que hay en esos juegos que entrenan, con la reproducción fidelísima de todos los tópicos recurrentes, para un futuro que, como digo en el título, acabaría llevándose por delante en la Segunda Guerra Mundial a buena parte de esas generaciones a las que les fue imposible sacar ninguna enseñanza del desastre moral y material de la Primera. La película es excelente, dicho así, en una palabra. La batalla final es un prodigio de ritmo narrativo y de acierto visual, así como la súbita aparición del niño enfermo, que lo paraliza todo y aun hasta hiela la sangre de todos los contendientes por igual. Porque, ¡ay, aquellos tiempos!, hay una suerte de código de honor que preside, con sus reglas imperativas, el enfrentamiento entre las bandas. No existe el todo vale y, desde el inicio, se han negociado los límites e lo posible y lo indeseable, en un ejercicio de honestidad bélica que supone una crítica feroz a la barbarie en que acabó sumergido el continente con la expansión belicista el nazismo. Borzage dirigió también una versión de otra obra, no menos exitosa, de Molnár, Liliom, de la que Fritz Lang hizo una versión cuando estuvo en Francia, antes de emigrar definitivamente a Usamérica. Espero que esta crítica sirva para que no duden en tratar de verla cuantos no solo aman el cine, sino también la denuncia de ese espíritu nacionalista que ha significado la ruina de tantos pueblos.

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