Con guion de Jo Swerling, un alegato contra la guerra a
través del enfrentamiento entre criaturas: Hombres
de mañana a quienes el mañana,
1945-1949, se los llevó por delante.
Título original: No Greater Glory
Año: 1934
Duración: 74 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Frank Borzage
Guion: Jo Swerling (Novela: Ferenc Molnár)
Música: R.H. Bassett
Fotografía: Joseph H. August (B&W)
Reparto: George P.
Breakston, Jimmy Butler, Jackie Searl,
Frankie Darro, Donald Haines.
Supongo que Frank
Borzage, de quien ha desaparecido buena parte de la obra que rodó en la época
del cine mudo, seguirá escalando poco a poco en el escalafón de la crítica especializada,
a poco que se revisen sus obras. Que en FilmAffinity no haya ni una sola
crítica de esta película me indica lo poco que se frecuenta su cine, y no es
justo. En este Ojo me he hecho eco de
Deseo y de El ángel de la calle, ambas estupendas, sobre todo la segunda. Como
no suelo “perseguir” películas, sino dejar que lleguen a mis manos para
pasárselas a mi Ojo deseante, ahora
ha caído en ellas este alegato antibelicista que se basa en la popular novela
de Fernec Molnár A Pál utcai fiúk (“Los
muchachos de la calle Pál”), publicada en 1906, que no tardó en convertirse en
un clásico de la literatura juvenil. Situada en Hungría, a comienzos del siglo
XX, la historia relata el enfrentamiento entre dos bandas, una de niños y otra
de adolescentes que se disputan un solar abandonado en el que los segundos
tienen su espacio de juego. Ambas bandas están organizadas al modo militar, con
su jerarquía, sus grados, sus hojas de servicio y un gorro identificador. A partir
de un preámbulo en que un herido de guerra abomina en una arrebato de ira de la
guerra y del nacionalismo, el director funde el grito de desprecio del herido
con el adoctrinador elogio del nacionalismo y de la defensa armada de la patria
que les endilga un profesor a sus alumnos, más preocupados estos de pasarse una
nota para convocar a una asamblea de su “ejército” para defender su solar, su
patria chica, frente a la amenaza de lavanda rival que lo desea, que de seguir
las palabras del maestro, aunque el resto de la película será una
ejemplificación de las mismas. Con una
estructura melodramática, porque uno de los niños que ha querido robarles a los
“enemigos” su bandera en su guarida, es sumergido en el río y a consecuencia de
ese “castigo” acaba cogiendo una pulmonía que, al final, en un final de
exaltado sentimentalismo, acabará segándole la vida, sobre todo porque se
empeña en tirarse del lecho donde agoniza para ir a combatir contra los “enemigos”.
La escena en la que el chico febril se enfrenta al cabecilla de la banda rival y
consigue arrancarle la bandera, lo que significa la victoria en la lucha, es excepcionalmente
emotiva. Trabajar con niños o tempranos adolescentes es un riesgo reconocido
por todos los directores, pero no es menos cierto que cuando se sale con éxito
del empeño, las películas suelen tener un aire de vida plena difícil de igualar
con actores profesionales. Sucede con La
guerra de los botones, de Yves Robert, por ejemplo, pero también con Emilio y los detectives, de Gerhard
Lamprecht, con guion, por cierto, de Billy Wilder. No sé si se ha de haber
jugado de niño a la guerra, sea entre vaqueros e indios, policías y ladrones o
aliados y nazis para captar lo mucho de simulación del futuro que hay en esos
juegos que entrenan, con la reproducción fidelísima de todos los tópicos
recurrentes, para un futuro que, como digo en el título, acabaría llevándose por
delante en la Segunda Guerra Mundial a buena parte de esas generaciones a las
que les fue imposible sacar ninguna enseñanza del desastre moral y material de
la Primera. La película es excelente, dicho así, en una palabra. La batalla
final es un prodigio de ritmo narrativo y de acierto visual, así como la súbita
aparición del niño enfermo, que lo paraliza todo y aun hasta hiela la sangre de
todos los contendientes por igual. Porque, ¡ay, aquellos tiempos!, hay una
suerte de código de honor que preside, con sus reglas imperativas, el
enfrentamiento entre las bandas. No existe el todo vale y, desde el inicio, se
han negociado los límites e lo posible y lo indeseable, en un ejercicio de
honestidad bélica que supone una crítica feroz a la barbarie en que acabó sumergido
el continente con la expansión belicista el nazismo. Borzage dirigió también
una versión de otra obra, no menos exitosa, de Molnár, Liliom, de la que Fritz Lang hizo una versión cuando estuvo en
Francia, antes de emigrar definitivamente a Usamérica. Espero que esta crítica
sirva para que no duden en tratar de verla cuantos no solo aman el cine, sino
también la denuncia de ese espíritu nacionalista que ha significado la ruina de
tantos pueblos.
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