miércoles, 24 de abril de 2024

«Mia madre» y «Tres pisos», de Nanni Moretti: la veta de la vida misma.

 

Título original: Mia madre (My Mother)

Año: 2015

Duración: 102 min.

País:  Italia

Dirección: Nanni Moretti

Guion: Nanni Moretti, Francesco Piccolo, Valia Santella

Reparto: Margherita Buy; Nanni Moretti; John Turturro; Giulia Lazzarini; Beatrice Mancini;

Stefano Abbati; Enrico Ianniello; Anna Bellato; Tony Laudadio; Lorenzo Gioielli; Pietro Ragusa; Tatiana Lepore; Monica Samassa; Vanessa Scalera; Davide Iacopini; Rossana Mortara; Antonio Zavatteri; Camilla Semino Favor; Domenico Diele; Renato Scarpa; Francesco Acquaroli; Francesco Brandi; Gianluca Gobbi.

Fotografía: Arnaldo Catanari.

 



                                                                            

Título original: Tre Pianiaka

Año: 2021

Duración: 119 min.

País: Italia

Dirección: Nanni Moretti

Guion: Nanni Moretti, Federica Pontremoli, Valia Santella. Novela: Eshkol Nevo

Reparto: Riccardo Scamarcio; Alba Rohrwacher; Nanni Moretti; Margherita Buy; Alessandro Sperduti; Stefano Dionisi; Adriano Giannini; Denise Tantucci; Anna Bonaiuto; Elena Lietti; Paolo Graziosi; Tommaso Ragno.

Música: Franco Piersanti
Fotografía: Michele D'Attanasio
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La difícil narración de lo cotidiano o los deslices melodramáticos.

          Por edad he visto Mia madre con la atención de quien tiene la experiencia de la que la película nos habla, aunque cada familia es un mundo, cada madre un misterio y cada hijo un enigma. Tres pisos viene a ser la ampliación *éxtima, que diría Unamuno, de esa veta cotidiana que a todos, en uno u otro sentido, nos afecta, con mayor o menor verosimilitud o mayor o menor intensidad, porque nadie está exento de la obra del azar en sus días.

          En Mia madre, dos hijos se turnan para cuidar de una madre desahuciada cuyo final ineluctable está próximo. Ella es una directora de cine que rueda una película de contenido social sobre la revuelta de unos obreros contra el gerente de la fábrica, dispuesto a meterlos en cintura. El actor invitado es un italoamericano en horas bajas, interpretado por John Turturro, quizás un poco pasado de revoluciones, y con quien la directora tiene sus más y sus menos, por la incapacidad del actor para recordar sus parlamentos y por la suma dificultad de hacerlo en el italiano que requiere el papel, y ahí es donde Turturro borda el papel a fuer de extralimitarse, si bien acaba cansando, me temo. Por medio, sin embargo, tenemos algunas escenas de rodaje, sobre todo la del automóvil, que son de lo mejorcito de la película. La directora tiene la mente en la habitación del hospital donde la madre no acaba de recuperarse, aun a pesar de que su hermano le haya insistido en que su madre está a punto de morir, que no hay nada que hacer, algo que la hija no acepta, quizás porque no ha tenido con su madre la relación cuya ausencia ahora la atormenta. Sí, de los padres nos acordamos cuando advertimos en la soledad en que los hemos dejado siempre, por vivir nuestra propia vida. Algo tan natural puede, sin embargo, convertirse en una amarga fuente de remordimientos. El hermano, interpretado por Moretti, de modo tan discreto como eficaz, es el otro polo de la melodramática hermana, cuyos sueños terribles también la atormentan, uno de los cuales parece una copia de Amor, de Haneke, tres años anterior a esta. Desde el punto de vista cinematográfico es interesante el día a día de un rodaje semicaótico y cómo quien ha de actuar como directora de orquesta se ve sobrepasada por su situación familiar y no acierta, sino a trancas y barrancas, a sacar adelante el proyecto, durante el que ha roto con su actual pareja, uno de los actores de la película que rueda. Mejora cuando la madre sale del hospital para morir en casa, y cuando se suman a la situación su hija y su exmarido.  El hijo, Moretti, aprovecha la situación de la madre para reconsiderar su vida laboral y jubilarse anticipadamente, lo que provoca la incomprensión de su jefe. La risa búdica con que acoge el personaje la sugerencia de su jefe de que a los 54 años es de muy difícil inserción laboral lo dice todo de la evolución existencial del personaje, desde luego: ¡es tan incomprensible que se escoja la vida, por humilde que sea, al triunfo o al bienestar social! La figura de la madre no es la de una madre cualquiera, sino la de una profesora de clásicas —¡qué escena tan estupenda la de la hija adolescente que se queja de tener que estudiar latín…!—, culta, que, al salir del hospital ayuda a la nieta con sus deberes y cuyo despacho es visitado con doloroso respeto por sus hijos. Y ahí sí que la película, a los lectores empedernidos y aficionados a las letras, el latín incluido!, nos coge por el gaznate y nos aprieta el lagrimal, porque se nos vienen a las mientes las coplas de Manrique y su ubi sunt estremecedor, ante la sola idea de no estar ya junto a esos abarrotados anaqueles donde se ha ordenado y desordenado al tiempo nuestra vida: la presencia inmaterial de la madre entre esos libros, en esa mesa de trabajo, sobre el vade de cuero. La película puede no ser redonda, pero sí contener alguna escena extraordinaria, como la que describo. Pasaba lo mismo con La familia, de Ettore Scola y aquel pasillo que recorría el personaje para simbolizar la travesía de su vida, de edad en edad…

          Tres pisos tiene su valor en el artificio narrativo que yuxtapone tres historias muy diferentes que afectan a personajes que viven en el mismo edificio. A partir de un accidente en el que un coche que ha perdido el control atropella y mata a una mujer, para acabar estrellándose contra el bajo de una de las viviendas del bloque donde vive también el conductor, accidente que es contemplado, a su vez,  en su ida hacia el hospital para dar a luz por otro de las vecinas del inmueble se nos van a contar tres historias familiares, como la anterior, pero de muy diversa naturaleza, como corresponde a los tres cuentos que forman parte de la obra original, con el mismo título, publicados por el autor israelí  Eshkol Nevo. El causante del accidente es el hijo de un juez que nunca parece haberle hecho demasiado caso y que ha sido sobreprotegido por la madre, quien lo idolatra como si fuera, para ella, más importante que su propio marido, aunque el fracaso de esa doble deseducación es evidente y lleva a que su hijo se distancia de ella incluso tras la muerte del padre. La parturienta es una mujer frágil que está convencida de haber heredado la enfermedad mental de la madre, y cuyo marido, que trabaja en el extranjero solo va a verla muy de vez en cuando. La pésima no relación del marido con su hermano, aparentemente un triunfador, en realidad un estafador de cuello blanco, acaba siendo la causa de un enfrentamiento entre los esposos, cuando se entera de que el hermano, huido de la justicia, se ha refugiado unos días en la casa, sin aceptar, además, que sea capaz de un genuino afecto por su sobrina. El hombre a quien el joven hijo del juez ha destrozado el bajo, ¡y qué impactante la imagen del coche detenido ante la hija de la pareja que habita en ese bajo!, deja a su hija al cuidado de los vecinos jubilados, un vecino que se porta con la hija como un abuelo entregado, pero, por la desorientación propia de su principio de senilidad o de Alzheimer, el hombre se pierde con la cría y es encontrado por la joven parturienta. A partir de ahí, el hombre desarrolla la malsana idea de que el viejo ha abusado sexualmente de su hija y se le acaba convirtiendo en una obsesión. Finalmente, el anciano es ingresado y muere, pero, para entonces, el hombre obsesionado ha sido seducido por la nieta de ese hombre, quien, tras comprobar que el hombre no está dispuesto a dejarlo todo por ella, lo acusa de violación. Su esposa, tras el desengaño inicial, está dispuesta a apoyar a su marido para conseguir restablecer la verdad: que no fue una violación, sino que hubo consentimiento y que el asunto no fue más allá de una inexplicable infidelidad, propia de un ser obsesivo, incapaz de reconocer en él al depredador que él consideraba que era el viejo que cuidaba a su hija.

          La habilidad de Moretti para ir de unas a otras historias, contando el elíptico paso de los años que nos permiten verlas en perspectiva, algo así como el famoso qué fue de los personajes después del presente que hemos visto en pantalla, compone un fresco social e individual en el que las psicologías torturadas nos muestran que el drama no es algo que ocurre lejos de nosotros, sino en nuestra propia escalera de vecinos, a poco que, como ocurre en este caso, haya unos mínimos de relación entre esos vecinos. La dirección de Moretti toma cierta distancia respecto de los personajes y los vemos evolucionar desde la mayor objetividad posible. No hay identificación ninguna con nadie, ni siquiera con los perdedores, porque todos, en una u otra manera, lo son: es lo que tiene el drama, mancha indeleblemente. Las actuaciones son notabilísimas, porque no es fácil sacar adelante personajes tan atormentados o aparentemente trastornados, como la parturienta inicial,  Alba Rohrwacher, hermana de la directora que acaba de estrenar La quimera, el obsesivo Riccardo Scamarcio, que llega a hacerse a nuestros ojos tan odioso como a los ojos de su propia mujer… o Alessandro Sperduti, en el difícil papel del hijo resentido contra unos padres que no lo han entendido nunca ni lo han ayudado, una historia muy de nuestro tiempo, en el que los padres parecen haber abdicado de la educación de sus hijos, dando por sentado que es una labor de la escuela.

          La vida cotidiana, cuando se la contempla con ojos desprejuiciados, encierra un potencial narrativo que estos Tres pisos han sabido contar con una delicadeza soberbia, porque en ningún momento hay una mirada moralizante que nos guíe. Somos nosotros quienes hemos de tomar partido y entender o condenar las acciones de los personajes. Ocupamos, de algún modo, «el lugar del juez» que deja a su hijo solo ante la Justicia y sus actos.

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