La Aventura del
soul en los castigados barrios obreros de Dublín: humor y amor a la música
a partes iguales o un cruce entre Ken Loach y Stanley Donen…
Título original: The Commitments
Año: 1991
Duración: 114 min.
País: Reino Unido
Dirección: Alan Parker
Guion: Dick Clement, Ian La Frenais, Roddy Doyle (Novela: Roddy Doyle )
Música: Wilson Pickett
Fotografía: Gale Tattersall
Reparto: Robert Arkins, Michael Aherne, Angeline Ball, Maria Doyle
Kennedy, Dave Finnegan, Bronagh Gallagher, Felim Gormley, Glen Hansard, Dick
Massey, Johnny Murphy, Colm Meaney, Andrew Strong, Kenneth McCluskey, Anne
Kent, Andrea Corr.
Ignoro, dada mi devoción al musical,
por qué no acabé viendo The Commitments en su día en las salas de
cine, aunque tal derramamiento de esfuerzos en tan variado abanico de
actividades como he vivido me lo justifican casi todo, desde luego. Lo usual no
es que lo lamente, sino que me alegre, porque, me pasa con cualquier arte,
cuando me acerco a obras de las que se da por descontado que «tienes que» haber
conocido, ahora me siento más seguro de no acabar teniendo una impresión equivocada.
La experiencia siempre es un grado. ¿A quién no le ha pasado que grandes
referentes de la adolescencia o la juventud
se le caigan de las manos o simplemente se pregunte quién era él cuando
con tanto entusiasmo acogió la obra que ahora no hay por dónde cogerla?
The
Commitments es una historia coral en el seno de los barrios degradados de
Dublin, esos mismos barrios en los que, en Inglaterra, sitúa la acción de sus películas
Ken Loach, en los que un emprendedor decide crear una banda de música que lleve
a los escenarios la música que para él encarna el mayor grito de libertad
contra la opresión del sistema: el soul. En reproducción casi exacta del
propio casting que en la película hicieron para escoger a los miembros de
la improvisada orquesta que se formó en esa película y que, ¡magia del cine!,
acabó teniendo vida real durante un tiempo en los auditorios, el joven soñador,
que se defiende en la vida con la venta ambulante de todo tipo de mercancía,
principalmente cintas y películas, entre las que no puede faltar el guiño de
una del propio Parker, en una sucesión de entrevistas casi surrealistas acaba
escogiendo a los jóvenes en quienes va a insuflar su particular «militancia» soul.
Como dice expresamente, ellos son los negros de Irlanda en los barrios más
degradados imaginables, y en esas condiciones, nada mejor que el soul
para poder expresarse y llevarles a sus conciudadanos la esencia de una música
liberadora.
La película
comienza como comienza el último musical de fama, Bohemian Rhapsody, con
dos músicos desengañados del grupo en el que tocan y decididos a buscarse la
vida por otras direcciones que no sea la de las actuaciones en la calle, pero,
en vez de encontrarse con Freddy Mercury se encuentran con el joven manager que
alimenta la ficción de crear una banda de soul ¡nada menos que en Dublín!,
y en un barrio en el que, como luego sabremos por el padre del emprendedor,
Elvis aún continúa siendo un referente para la generación de sus padres.
La película
viene a ser algo así como un retrato «sin acritud» de la juventud tan pasada de
rosca como desesperada que retrataría
años más tarde Danny Boyle en Trainspotting, allá en la «brumosa»
Escocia. La condición católica de los irlandeses, tan acentuada en algunos muy
buenos gags de la película, el joven cura musicófilo incluido, seguro que marca
diferencias con aquellos otros «descreídos» escoceses.
La acción
transcurre casi como una exhalación, sin momentos de respiro, porque los
obstáculos que han de superar para poder ponerse delante del público, en una
primera actuación memorable que luego se va superando poco a poco, a fuerza de
ensayos, hasta llegar a cuajar un sonido auténticamente Tamla Motown, por la
línea de viento y por la voz privilegiada del cantante, que luego hizo modesta
carrera en solitario, y que en la película le toca jugar el rol del payaso egocéntrico
que quiere apropiarse de los méritos de todos.
La nómina de
protagonistas, contra lo que pudiera pensarse a priori, está escogida con mimo,
y retratada con esmero por Parker, especialmente el trompetista representado
por Johnny Murphy, el «experimentado» músico que literalmente hechiza a todo el
mundo con sus relatos de musico de estudio con los grandes de la música y a quien
el emprendedor no sabe nunca si creer o considerarlo un fantasioso mayor aún
que él, que se pasa la vida imaginando las entrevistas que le hacen para los
medios.
El soul es
música para adeptos. Y esto lo dice quien, nada más comprar el single de
Otis Redding, Sentado en el muelle de la bahía, lo oyó cincuenta veces
seguidas en el tocadiscos, para desesperación de sus compañeros de salón en la
Residencia Blume de Madrid. Y doy fe de que las versiones de The Commitments
cumplen con todos los requisitos de calidad exigidos para esta música sagrada.
En mi caso, pues, está claro que esta película solo podía decepcionarme si esas
versiones no hubieran alcanzado el nivel que se espera de quien se atreva con
ellas. La voz de Andrew Young, muy parecida a la de Joe Cocker, lo pone todo
para que te llegue a lo más profundo esta música que sale de esas four
letters muy distintas de las clásicas four letters tradicionales del
inglés.
La película,
basada en una novela dialogada está llena de réplicas y contrarréplicas excelentes
que vehiculan una crítica social no por el entorno amable de la creación de la
banda menos ácida. He tenido la sensación de que este rodaje de The Commitments
ha de haber sido muy parecido al de Grease, otro musical por el que no pasan
los años: un rodaje en estado de gracia, porque, si no, no se explica la
maravillosa naturalidad con que actúan todos en la película, logrando
transmitir semejante carga de vitalidad: cualquier proyecto, por disparatado
que sea, puede llegar a convertirse en realidad si hay detrás la perseverancia
y el esfuerzo necesarios.
Lo dicho, ¡a
gozar!
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