Una película con escenas antológicas, claroscuros de
Caravaggio, y una Jean Wallace… What are you waiting for…! Imprescindible.
Título original: The Big Combo
Año: 1955
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Joseph H. Lewis
Guion: Philip Yordan
Música: David Raksin
Fotografía: John Alton (B&W)
Reparto: Cornel Wilde, Richard Conte, Brian Donlevy, Jean Wallace,
Robert Middleton, Lee Van Cleef, Earl Holliman, Helen Walker, Jay Adler, John
Hoyt, Ted de Corsia, Helene Stanton, Roy Gordon, Whit Bissell, Steve Mitchell.
La vi
antes de abrir este Ojo a la curiosidad ajena, y por esa razón, además
de recordarla por su título original, The Big Combo, no figura en esta
colección de miradas la crítica de la misma. Como el otro día la volví a ver
con mi Conjunta, reparo esa carencia y me remito a la que sí hice de El
demonio de las armas, otro gran descubrimiento del mismo autor.
Agente
especial tiene un comienzo capaz de atrapar la atención de cualquier
espectador: una rubia espectacular vestida con un traje negro de ensueño huye
de dos sicarios que la vigilan por los corredores en penumbra de los bajos de
un estadio donde se celebra una velada de boxeo a la que asiste su hombre y «propietario»,
quien patrocina a uno de los boxeadores, el que pierde, y al que despide en una
escena inicial que es todo un retrato psicológico del personaje. No son dos
sicarios cualesquiera, por supuesto, sino Lee Van Cleef, mucho antes de El
bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone, y Earl Holliman, dos secundarios
de lujo, como el resto del reparto, en el que Brian Donlevy nos ofrece un
retrato inolvidable del hombre débil que no se atreve a disputarle a un
atrevido Richard Conte el puesto que este le ha arrebatado.
Conte
es un mafioso inmaculado que no deja huella, y a quien se enfrenta un «agente
especial», Cornel Wilde, con serias carencias interpretativas, pero con entidad
suficiente para interpretar esa suerte de capitán Ahab que persigue, más allá
de lo que los dineros de los contribuyentes lo permiten, a una pieza cuya
captura le va a dar sentido a su vida. Su jefe enseguida nos pone en
antecedentes: lo que le ocurre es que se ha enamorado de la mujer del mafioso.
Durante
la huida de la mujer del combate de boxeo, el guardaespaldas la lleva donde
ella quiere, a cenar. Enel restaurante se encuentra con un viejo amigo a quien
pide que la saque a bailar, momento en el que ella cae redonda en la pista
después de confesar que ha ingerido una sobredosis de somníferos…
A
partir de su ingreso en el hospital, el agente especial trata de cerrar el
cerco sobre el mafioso para incriminarlo, a pesar de que tiene muy escasas
pruebas contra él. Un nombre, sin embargo, Alicia, como el Rosebud que
dispara la «indagación» sobre los secretos del protagonista de Ciudadano Kane
de Orson Welles, pronunciado por la enferma cuando es conducida en la camilla
hacia el lavado de estómago, se erige en motivo dinámico de una investigación
que pueda llevarlo a detener a un asesino cuyo abogado y antiguo rival lo
preserva de cualquier peligro policial.
La
película bien podría considerarse de serie B a juzgar por la economía de medios
con que fue rodada, pero, en clasificación de índole económica, merecería la triple
AAA, sobre todo por la fotografía de un mago de la luz como John Alton, uno de
los grandes cinematografistas y cuya marca personal imprimió en las películas
en las que colaboró. La puesta en escena
es tan austera que bien puede decirse que, salvo la casa del mafioso o la
tienda de antigüedades, el resto se reduce a algunos espacios casi vacíos en
los que el juego de luz y de sombras destaca poderosamente el contenido de las
secuencias. No quiero entrar en detalles, porque prácticamente no hay escena,
incluidas las de transición narrativa, que tenga desperdicio, pero recomendaría
vivamente a quienes se acerquen a la película, y quienes no lo hagan no saben
lo que se pierden, que presten mucha atención a la terrible tortura a la que el
mafioso somete al policía y el hallazgo estético de la liquidación de su
lugarteniente, verdaderos highlights de la película, aunque las
sugerencias eróticas de la misma no le van a la zaga, sobre todo el
acercamiento del mafioso a la bellísima suicida.
Sorprende
que, después de esta película, la protagonista apenas volviera a rodar nada tan
intenso, pero, dos años después de rodarla se casó con Cornel Wilde, una unión que
duró 30 años. La protagonista ha de representar una tentativa de suicidio, pero
la actriz, dos años antes de la película, había cometido dos tentativas de
suicidio, una por sobredosis de pastillas y otra por herirse con un arma blanca,
es decir, que ese pathos que requiere la situación en que se encuentra
la protagonista, que ha dejado su vocación de concertista de piano tras haberse
enamorado de un hombre posesivo que la anula y la trata como un mero objeto
decorativo de su propiedad, Jean Wallace lo conocía a la perfección. Su voz
algo rota y la impresión de tedio vital absoluto que le hace insoportable la
vida tiene en esta película una de las interpretaciones más convincentes que
uno haya visto en este género de películas en las que la mujer fatal o la
vampiresa suelen responder a un cliché. No aquí, desde luego, y eso hace mucho
por la película.
La
trama discurre muy centrada en el caso y apenas se desvía, de ahí la duración tan
ajustada de la película. Nada accesorio tiene cabida en ella, y la «persecución»
del agente lo ocupa todo. Insisto, Cornel Wilde siempre me ha parecido
demasiado «tosco», pero aquí el papel le sienta como el clásico guante y
responde a la perfección al cinismo y al sadismo del mafioso, papel en el que
Richard Conte se mueve como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.
Ignoro
si es muy conocida o poco conocida esta película, aunque el director Josep H.
Lewis no figura en la nómina de los nombres dorados de Hollywood, si bien, poco
a poco, va atrayendo la atención de los especialistas, como le pasó a Edgar G.
Ulmer, por ejemplo. Si hemos de juzgar por Agente especial, Lewis
merece un lugar de honor en el género negro, sin duda.
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