martes, 13 de septiembre de 2022

«La peor persona del mundo», de Joachim Trier o el empoderamiento de la indecisión.

La compleja vida en pareja o cuando uno más uno solo suman dos.

Título original: Verdens verste menneskeaka

Año: 2021

Duración: 128 min.

País: Noruega

Dirección: Joachim Trier

Guion: Joachim Trier, Eskil Vogt

Música: Ola Fløttum

Fotografía: Kasper Tuxen

Reparto: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum, Silje Storstein, Maria Grazia Di Meo, Hans Olav Brenner, Marianne Krogh, Vidar Sandem, Sofia Schandy Bloch, Anna Dworak, Eia Skjønsberg, Thea Stabell, Mina Elise Friesl-Stavdal, August Wilhelm Méd Brenner, Lasse Gretland, Deniz Kaya, Karla Nitteberg Aspelin, Savannah Schei, Tumi Løvik Jakobson, Helene Bjørnebye, Karen Røise Kielland.

 

         La dejé a medias porque la noche en que empecé a verla me llegó la noticia de la más que inminente muerte de mi madre y, finalmente, hube de desplazarme a Madrid y allá quedó, suspendido, el visionado de pago de una película que Boyero trató, raro en él, con guante de seda, aunque sin un excesivo entusiasmo. Ahora, gratis en Movistar+, hemos acabado de ver las peripecias de una protagonista empoderada de indecisión, como digo en el título, y que no sabe ni exacta ni aproximadamente qué quiere hacer con su vida ni con quien vivirla ni de qué modo.

         La historia arranca siendo ella la pareja de un dibujante de cómics cuyos álbumes tienen cierto éxito, aunque ella, fotógrafa por afición, duda de a qué dedicar su vida y, en consecuencia, se interroga constantemente por el grado de satisfacción o insatisfacción de la vida que lleva.

Está claro que la película la tiene como protagonista absoluta y que cualesquiera personajes con los que tiene contacto son, simplemente, su «circunstancia», una situación en la que, como se irá viendo, ella no se siente inmersa ni vinculada íntimamente, sino que se nos presenta como una «observadora» imparcial, no involucrada emocionalmente en aquello que vive, como en las secuencias de la invitación a la casa de campo de la familia de él, donde tiene la posibilidad de ver en acción otros modelos de parejas, con niños, y las dificultades que conlleva esa responsabilidad.

Julie, que parece ir a la deriva en su relación con Aksel, el novelista gráfico, se deja arrastrar a situaciones que suponen un desafío a su especie de aburrimiento sideral. Una de ellas consiste en «colarse» en una boda, donde acaba ligando con un invitado que, a su vez, está casado. La relación erótica, pero sin contacto carnal, le deja un regusto de aventura triunfal que no se le irá de la cabeza. Menos aún cuando, en su trabajo como dependienta de una librería, se le presenta esa joven y sabe, de una vez por todas, que va a ser inevitable establecer una relación apasionada con él, como así sucede. Todo discurre con el sabor transgresor del adulterio de ambos y acaba en la disolución de sus propias parejas para acabar unidos. Son dos jóvenes sin excesivas ambiciones, uno empleado en un restaurante y ella en una librería, pero ella no tardará en sufrir el mal con el que se diría que se ha hecho adulta: la insatisfacción. Estamos, pues, ante una mujer casi especializada, por sus propias limitaciones, en abortar relaciones e ir pasando de una en otra sin acabar nunca de encontrar su sitio en el mundo.

El giro melodramático de los acontecimientos es el súbito cáncer de páncreas del novelista gráfico, un trágico hecho que va a coincidir con su no deseado embarazo. En un acercamiento más lleno de piedad y compasión que de otra cosa, Julie acompañará a Aksel en sus momentos finales, hasta que decide revelarle a su pareja actual su embarazo.

Me es obligado dejar la sinopsis aquí, porque no conviene arruinarle el desenlace a los espectadores, pero el novelista, cuando ella le revela que está embarazada, le pregunta: «¿Y qué vas a hacer, dejarlo?», porque él sabe bien que el método expeditivo de «la peor persona del mundo» es salir corriendo, desertar e iniciar una nueva andadura, y por eso se lo pregunta, por si está incubando una decisión de esa naturaleza.

La intérprete, Renate Reinsve, expresa a la perfección esa indecisión en la que vive permanentemente la protagonista: una mujer que no quiere convertirse simplemente en «la mujer de», pero que no acaba de encauzar su vida hacia una plena realización de sus propios intereses dominantes, quizás porque incluso ella ignora cuáles sean. La película da la impresión de haber querido retratar a una mujer en busca de sí misma, de ser una suerte de road movie psicológica y emocional cuyo final nunca se sabe si es realmente «el» final.

Lo que es innegable es la delicadeza con que el director encara el retrato de Julie, algo que se extiende a los momentos finales de su relación con Aksel, cuando este viaja al lugar donde transcurrió su infancia y le descubre el origen de su pasión por los colores en unos virios pintados a través de los cuales contemplaba la realidad que lo rodeaba. Anders Danielsen le da una excelente réplica, y destaca en un par de secuencias brillantes: en su entrevista en televisión, donde lo atacan por ser políticamente incorrecto, y en la habitación del hospital cuando, ajeno a la presencia de Julie, está remedando, con sumo acierto, la batería de una canción que oye a través de los cascos.

La peor persona del mundo es una invitación a reflexionar sobre los límites del compromiso en el seno de la pareja y hasta qué punto el individualismo extremo se vuelve incapaz de trenzar y mantener una convivencia en la que surja una comunidad de intereses: sexuales, emocionales, materiales, existenciales, etc. Cada vez es mayor el número de personas que no quiere comprometerse en una relación sólida de pareja, con niños, y está claro que no todos tienen las mismas razones, pero la película lo que sí nos ofrece es la perspectiva de un único resultado.

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