viernes, 9 de septiembre de 2022

«Honor de cavalleria» y «Liberté», de Albert Serra, otro…cine.

 

Título original: Honor de cavalleria

Año: 2006

Duración: 110 min.

País:  España

Dirección: Albert Serra

Guion: Albert Serra. Novela: Miguel de Cervantes

Música: Ferran Font

Fotografía: Christophe Farnarier, Eduard Grau

Reparto: Lluís Carbó, Lluís Serrat, Albert Pla, Glynn Bruce.

 









Título original: Liberté

Año: 2019

Duración: 133 min.

País:  Francia

Dirección: Albert Serra

Guion: Albert Serra

Fotografía: Artur Tort

Reparto: Helmut Berger, Marc Susini, Baptiste Pinteaux, Iliana Zabeth, Lluís Serrat, Laura Poulvet, Théodora Marcadé, Catalin Jugravu, Francesc Daranas, Xavier Pérez, Alexander García Düttmann, Montse Triola, Safira Robens.

 

     Entre el disparate sin fronteras y la exploración apasionada más allá del clasicismo: dos muestras desiguales de un cineasta que no deja indiferente.


        Ignoraba por qué me resistía a ver la primera película estrenada públicamente de Albert Serra, Honor de cavalleria, pero en cuanto se ha acabado, he sabido plenamente por qué, y me veo en la obligación de explicarlo, sobre todo para avisar a los incautos, ingenuos y modernillos. Anticipo, para los suspicaces, que Història de la meva mort y La muerte de Luis XIV me parecieron dos obras muy notables e interesantes, e intuyo que su última película, cuya presentación vi en el programa de televisión «Días de cine», Pacifiction,  tiene todos los números para gustarme. Sin embargo, y por muy diversa razón, Honor de cavalleria y, en menor grado, Liberté, no me han parecido películas logradas, aunque la última, Liberté, tiene unas cualidades formales muy apreciables, en parte despreciadas por la escenificación ritual y archirrepetida de las transgresiones sexuales del libertinaje, toda ella servida en una constante oscuridad de la que emergían a veces, con brillo propio, pero muy relativo interés, los perfiles de las turgencias carnales y los rasgos severos decrepitud de los viejos aficionados a las perversiones de tan limitado repertorio. La excelente fotografía, el color tangible, la boscosa puesta en escena y la construcción narrativa que nos hace atravesar una noche, casi en plano fijo, para acabar la película con un brillante amanecer, son virtudes que no justifican el encomio de la obra, que peca no tanto de morosa cuanto de irrelevante, porque la transgresión sexual de los nobles con las novicias no constituyen ni una novedad ni, sus imágenes, una descarga eléctrica en la mirada de los espectadores. Compárese con el  Salò de Pasolini, por ejemplo…

         Mi indignación, no obstante, se centra en la interpretación libérrima que hace Albert Serra de los personajes de Cervantes para  mostrárnoslos «fuera de campo» de su archiconocida historia, esto es, en los descansos de sus variopintas hazañas y en una intimidad cotidiana alejada de los destinos trascendentales de ambos personajes. No acabo de entender, ciertamente, qué necesidad tenía el director de escoger a personajes tan señalados para una película que bien podría haberse inspirado en la obra de Llull Llibre de l’orde de cavalleria, sin necesidad de obligar a los espectadores a situarse en una comparación constante de la complejidad de los personajes de Cervantes frente al estereotipo bucólico que nos ofrece Albert Serra. Incluso podría haber ido más allá de la novela y ofrecernos la secuela bucólica que le propone Sancho a su señor, convirtiéndolo en el pastor Quijótiz, para evitar que muera y lo deje desamparado.

         Sé que puede malinterpretarse lo que voy a decir, pero como lo he vivido durante la proyección, ahí voy: la versión libérrima de Serra prueba que la historia de don Quijote no podía haber nacido en el ámbito de la catalanidad, que hay en los personajes cervantinos una «cordialidad» profunda y un amor al «diálogo» que chocan profundamente con el tarannà esquerp de ambos personajes en su «versión catalana». He de reconocer que cada vez que Lluís  Carbó (QEPD) gritaba sus «Sanchu!» , y a fe que lo hacía reiteradamente, se multiplicaba por años luz la distancia entre el original de Cervantes y esta transgresión de todos los respetos habidos y por haber, llegando incluso a lo más parecido a la versión paródica de una creación universal que, en la película de Serra, se empequeñece hasta la nanosidad, si no es permitida la expresión, dada la insignificancia del caballero y del escudero.

         La cámara va siguiendo a ambos personajes por lo que, de acuerdo con el original, más parece Sierra Morena que los secarrales de La Mancha por donde andaban caballero y escudero en plena y desesperante canícula. Y lo primero que le choca al espectador es el pavoroso silencio que se adueña de la historia, cuando el original bien pudiera considerarse casi una novela dialogada. Serra es muy libre de ofrecer «su» versión de ambos personajes, pero el problema radica en la falta de asentimiento del espectador a esa visión. Es cierto que hay muchos planos verdaderamente notables, e incluso alguno de ellos sobrecogedor, pero el conjunto se nos ofrece como una historia deslavazada, totalmente carente de interés y más propia de una improvisación constante que de un plan minuciosamente urdido para, pongamos por caso, ofrecer una imagen insólita, aunque sea inverosímil, de los populares personajes. El silencio, por más que en el cine de Serra adquiera un relieve casi de protagonista, no basta para «comulgar» con la narración. La ausencia evidente de un sentido narrativo, más allá de mostrarnos a los personajes en los «descansos narrativosω de la obra de Cervantes, fortalece la impresión de estafa que, al menos este espectador, ha sufrido durante el visionado de la película. Mientras la veía, mi hija iba entrando en el campo para sumarse a mi visionado, y, enalteciéndole yo la película como una obra maestra del Séptimo Arte, miraba a los tres, a Sancho, a don Quijote y a mí, y se hacía cruces sobre quién daba más muestras de auténtica locura: si ellos o yo.  En fin, tenía que verla, estaba claro, porque uno se obliga a ciertas cosas con insólita disciplina. Y ahí espera El hombre que mató a don Quijote, de Terry Gilliam, que me resisto a ver a pesar de que a mi amigo Joselu, de excelente criterio cinematográfico, le pareció una obra magnífica.

         Está claro que ciertos referentes artísticos universales no siempre son fáciles de adaptar desde una óptica tan excesivamente subjetiva como, en este caso, la de Albert Serra, quien gana mucho con producciones costosas en las que apreciar complementos narrativos como el vestuario, la puesta en escena y la fotografía.

2 comentarios:

  1. Tuve la misma impresión sobre esta película, que era poco cervantina, y que no expresaba la riqueza de la relación entre los dos personajes basada en el diálogo. A mí me aburrió tanto que a la media hora la dejé colgada para otra próxima vez. Además oír a nuestros héroes en catalán era algo raro y poco adecuado. Sin embargo, la película de Terry Gilliam no es que sea magnífica, que no lo es, sino que es profundamente cervantina. Presupone un conocimiento excelente del mundo del Quijote por parte del director británico-norteamericano cuya relación antigua con el texto es emocionante tras varios fracasos. Ha sido la obra de toda una vida. La película es discreta, no maravillosa pero ese empeño quijotesco, llevado a cabo contra viento y marea, me cautivó. Es una película con alma aunque su realización no sea el de ser una obra maestra, que no lo es.

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    1. Si el "alma" de la película es totalmente cervantina, ya merecerá la pena verla, seguro. Lo que no sé es cuándo me tropezaré con ella, pero ese día ya te tendré al corriente.

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