Título original: Honor de cavalleria
Año: 2006
Duración: 110 min.
País: España
Dirección: Albert Serra
Guion: Albert Serra. Novela:
Miguel de Cervantes
Música: Ferran Font
Fotografía: Christophe
Farnarier, Eduard Grau
Reparto: Lluís Carbó, Lluís
Serrat, Albert Pla, Glynn Bruce.
Título original: Liberté
Año: 2019
Duración: 133 min.
País: Francia
Dirección: Albert Serra
Guion: Albert Serra
Fotografía: Artur Tort
Reparto: Helmut Berger, Marc
Susini, Baptiste Pinteaux, Iliana Zabeth, Lluís Serrat, Laura Poulvet, Théodora
Marcadé, Catalin Jugravu, Francesc Daranas, Xavier Pérez, Alexander García
Düttmann, Montse Triola, Safira Robens.
Entre el disparate sin fronteras y la exploración apasionada más allá del clasicismo: dos muestras desiguales de un cineasta que no deja indiferente.
Ignoraba por
qué me resistía a ver la primera película estrenada públicamente de Albert
Serra, Honor de cavalleria, pero en cuanto se ha acabado, he sabido
plenamente por qué, y me veo en la obligación de explicarlo, sobre todo para
avisar a los incautos, ingenuos y modernillos. Anticipo, para los suspicaces,
que Història de la meva mort y La muerte de Luis XIV me
parecieron dos obras muy notables e interesantes, e intuyo que su última película,
cuya presentación vi en el programa de televisión «Días de cine», Pacifiction,
tiene todos los números para gustarme.
Sin embargo, y por muy diversa razón, Honor de cavalleria y, en menor
grado, Liberté, no me han parecido películas logradas, aunque la última,
Liberté, tiene unas cualidades formales muy apreciables, en parte
despreciadas por la escenificación ritual y archirrepetida de las
transgresiones sexuales del libertinaje, toda ella servida en una constante oscuridad
de la que emergían a veces, con brillo propio, pero muy relativo interés, los
perfiles de las turgencias carnales y los rasgos severos decrepitud de los
viejos aficionados a las perversiones de tan limitado repertorio. La excelente
fotografía, el color tangible, la boscosa puesta en escena y la construcción
narrativa que nos hace atravesar una noche, casi en plano fijo, para acabar la
película con un brillante amanecer, son virtudes que no justifican el encomio
de la obra, que peca no tanto de morosa cuanto de irrelevante, porque la
transgresión sexual de los nobles con las novicias no constituyen ni una
novedad ni, sus imágenes, una descarga eléctrica en la mirada de los
espectadores. Compárese con el Salò
de Pasolini, por ejemplo…
Mi indignación,
no obstante, se centra en la interpretación libérrima que hace Albert Serra de
los personajes de Cervantes para
mostrárnoslos «fuera de campo» de su archiconocida historia, esto es, en
los descansos de sus variopintas hazañas y en una intimidad cotidiana alejada
de los destinos trascendentales de ambos personajes. No acabo de entender,
ciertamente, qué necesidad tenía el director de escoger a personajes tan señalados
para una película que bien podría haberse inspirado en la obra de Llull Llibre
de l’orde de cavalleria, sin necesidad de obligar a los espectadores a
situarse en una comparación constante de la complejidad de los personajes de Cervantes
frente al estereotipo bucólico que nos ofrece Albert Serra. Incluso podría haber
ido más allá de la novela y ofrecernos la secuela bucólica que le propone
Sancho a su señor, convirtiéndolo en el pastor Quijótiz, para evitar que muera
y lo deje desamparado.
Sé que puede
malinterpretarse lo que voy a decir, pero como lo he vivido durante la proyección,
ahí voy: la versión libérrima de Serra prueba que la historia de don Quijote no
podía haber nacido en el ámbito de la catalanidad, que hay en los personajes
cervantinos una «cordialidad» profunda y un amor al «diálogo» que chocan
profundamente con el tarannà esquerp de ambos personajes en su «versión
catalana». He de reconocer que cada vez que Lluís Carbó (QEPD) gritaba sus «Sanchu!» , y
a fe que lo hacía reiteradamente, se multiplicaba por años luz la distancia
entre el original de Cervantes y esta transgresión de todos los respetos
habidos y por haber, llegando incluso a lo más parecido a la versión paródica
de una creación universal que, en la película de Serra, se empequeñece hasta la
nanosidad, si no es permitida la expresión, dada la insignificancia del
caballero y del escudero.
La cámara va
siguiendo a ambos personajes por lo que, de acuerdo con el original, más parece
Sierra Morena que los secarrales de La Mancha por donde andaban caballero y
escudero en plena y desesperante canícula. Y lo primero que le choca al
espectador es el pavoroso silencio que se adueña de la historia, cuando el
original bien pudiera considerarse casi una novela dialogada. Serra es muy
libre de ofrecer «su» versión de ambos personajes, pero el problema radica en
la falta de asentimiento del espectador a esa visión. Es cierto que hay muchos
planos verdaderamente notables, e incluso alguno de ellos sobrecogedor, pero el
conjunto se nos ofrece como una historia deslavazada, totalmente carente de
interés y más propia de una improvisación constante que de un plan
minuciosamente urdido para, pongamos por caso, ofrecer una imagen insólita, aunque
sea inverosímil, de los populares personajes. El silencio, por más que en el
cine de Serra adquiera un relieve casi de protagonista, no basta para «comulgar»
con la narración. La ausencia evidente de un sentido narrativo, más allá de
mostrarnos a los personajes en los «descansos narrativosω de la obra de
Cervantes, fortalece la impresión de estafa que, al menos este espectador, ha
sufrido durante el visionado de la película. Mientras la veía, mi hija iba
entrando en el campo para sumarse a mi visionado, y, enalteciéndole yo la película
como una obra maestra del Séptimo Arte, miraba a los tres, a Sancho, a don Quijote
y a mí, y se hacía cruces sobre quién daba más muestras de auténtica locura: si
ellos o yo. En fin, tenía que verla,
estaba claro, porque uno se obliga a ciertas cosas con insólita disciplina. Y
ahí espera El hombre que mató a don Quijote, de Terry Gilliam, que me
resisto a ver a pesar de que a mi amigo Joselu, de excelente criterio
cinematográfico, le pareció una obra magnífica.
Está claro que
ciertos referentes artísticos universales no siempre son fáciles de adaptar
desde una óptica tan excesivamente subjetiva como, en este caso, la de Albert
Serra, quien gana mucho con producciones costosas en las que apreciar
complementos narrativos como el vestuario, la puesta en escena y la fotografía.
Tuve la misma impresión sobre esta película, que era poco cervantina, y que no expresaba la riqueza de la relación entre los dos personajes basada en el diálogo. A mí me aburrió tanto que a la media hora la dejé colgada para otra próxima vez. Además oír a nuestros héroes en catalán era algo raro y poco adecuado. Sin embargo, la película de Terry Gilliam no es que sea magnífica, que no lo es, sino que es profundamente cervantina. Presupone un conocimiento excelente del mundo del Quijote por parte del director británico-norteamericano cuya relación antigua con el texto es emocionante tras varios fracasos. Ha sido la obra de toda una vida. La película es discreta, no maravillosa pero ese empeño quijotesco, llevado a cabo contra viento y marea, me cautivó. Es una película con alma aunque su realización no sea el de ser una obra maestra, que no lo es.
ResponderEliminarSi el "alma" de la película es totalmente cervantina, ya merecerá la pena verla, seguro. Lo que no sé es cuándo me tropezaré con ella, pero ese día ya te tendré al corriente.
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