Título original: Ah-ga-ssi
Año: 2016
Duración: 145 min.
País: Corea del Sur
Dirección: Park Chan-wook
Guion: Park Chan-wook, Jeong Seo-Kyeong. Novela: Sarah Waters
Reparto: Kim Min-hee; Kim Tae-ri; Ha Jung-woo; Cho Jin-woong; Moon So-ri;
Kim Hae-sook; Lee Yong-nyeo; Lee Dong-hwi; Yoo Min-chae.
Música; Jo Yeong-wook
Fotografía: Chung Chung-hoon.
Título original: Heojil kyolshimaka
Año: 2022
Duración: 138 min.
País: Corea del Sur
Dirección: Park Chan-wook
Guion: Jeong Seo-Kyeong, Park Chan-wook
Reparto: Tang Wei; Park Hae-Il; ; Park
Yong-woo; Yoo Seung-mok; Kim Shin-young; Lee Jung-hyun;
Seo Hyun-woo; Park Jung-min; Jeong Ha-dam; Go Min-si; Go Kyung-pyo; Jung
Yi-seo; Lee Hak-ju; Yoo Teo.
Música: Cho Young Wuk
Fotografía: Kim Ji-yong.
Los
caminos inusuales del amour fou en Asia: una fábula moral y un thriller sin
sorpresas.
Después de una película tan floja como
Lazos perversos, que difícilmente se sostiene a partir de un endeble
guion y unas actuaciones peregrinas,
Park Chan-wook probó fortuna con una película «de época» que le permitía
aventurarse en un mundo relativamente lejano desde una perspectiva estilizadora
que, apoyada en una escenografía y vestuario magnificentes, levantaba un sólido
guion lleno de giros sorprendentes que
potenciaban la historia desde una perspectiva transgresora que tiene la
sexualidad, y sus perversiones, como
tema central, aunque se trata, paradójicamente, de una adaptación de la novela Falsa
identidad de la escritora británica Sarah Waters. Si de Lazos
perversos me pareció que el silencio crítico era lo más piadoso para una
obra mediocre, de estas dos cumbres del cine actual deseo fervientemente, desde
que las vi, hacer la crítica para que nadie deje de verlas, porque Chan-wook
despliega en ambas un poderío creador que, sobre todo desde el punto de vista
de la fotografía y el encuadre, que deja boquiabiertos a los espectadores, o al
menos a quien este firma.
La doncella tiene una estructura
dividida en tres partes en las que grandes trechos de la narración se nos
vuelven a contar desde la perspectiva de otros personajes. Tres son, en esta
historia los personajes principales, Hideko, la heredera de una gran fortuna, que vive con
su tío y tutor, quien la adiestra para ser la gran sacerdotisa de un culto sexual
de un reducido grupo de notables a quienes deleita narrando expresivamente
libros eróticos. Un supuesto conde Fujiwara que está dispuesto a todo para
conseguir casarse con la heredera y hacerse con su fortuna, y, finalmente, la «doncella»,
Sook-hee, una criada que ha sido educada en un lupanar, algo así como un patio
de Monipodio, al que también pertenece el falso conde, aunque esto se sabrá más
adelante.
El escenario es una casa de dos
estilos: inglés y japonés, aunque la trama sucede en Corea. La llegada de la
supuestamente cándida criada va a suponer un revulsivo para la joven sin
experiencia sexual que no tarda en descubrir la intensidad de los placeres
sexuales lésbicos con la criada, en unas escenas ciertamente llenas de
exquisitez y sensualidad, pero ese criterio estetizante lo empapa todo: los
espacios, principalmente el dormitorio de ella, el salón donde recibe clases de
pintura del conde, la impresionante biblioteca del tío y los alrededores, con
especial hincapié fotográfico en el árbol majestuoso donde aparece ahorcada su
tía y educadora, asesinada por su tío, quien, tras torturarla en los sótanos
con los que siempre amenaza a Hideko, simula el ahorcamiento. La doncella
revela a Hideko que su madre también murió de la misma manera, si bien por la «madama»
del burdel sabremos que su madre era una ladrona de primera a la que solo
pillaron y ahorcaron una vez.
La trama va evolucionando con la
seducción del conde, pero, en vez de tener la colaboración de Sook-hee,
supuesta beneficiaria de la estafa conyugal, porque el botín ha de ser
repartido en el ámbito del burdel al que ambos pertenecen, la doncella se
afanará en obstaculizarla, dada el intenso nivel de «compenetración» que ha
establecido con su ama. Esta, sin embargo, ve en la promesa de boda del conde
una liberación del férreo control que su tío ejerce sobre su vida. El personaje
del tío, Goo-gai, es el único en el que el relato ha cargado en exceso las tintas —y
no lo digo por la costumbre de mojar el pincel con que escribe y dibuja en la
lengua, que la ha vuelto asquerosamente negra—, porque acaba teniendo un cierto
aire caricaturesco que choca, sin embargo, poderosamente, con e alto grado de
violencia y crueldad con que se conduce en la mansión. Como de vez en cuando,
para comerciar con esos libros eróticos, pasa unos días fuera, ello favorece los
planes de escapatoria de los inciertos amantes. Camino de su liberación, los
amantes escenifican la locura de la heredera para internarla en un sanatorio
mental de tintes tan lúgubres como el sótano del tío.
Y en ese mismo momento se inicia de
nuevo el relato desde el punto de visto de Hideko, quien narra su tortuosa
niñez bajo el imperio violento de su tío, quien la educa para ser una lectora
magistral de los relatos eróticos que han de complacer a los nobles que asisten
a ellos, en una suerte de ritual que vagamente recuerda, hasta cierto punto, el depravado de Eyes Wide Shut, una de
las películas más flojas, si acaso no la única, de Kubrick. En esta segunda
parte se desarrolla con mayor intensidad explicita el romance entre la doncella y su ama, lo que va
a significar un giro en la narración que acaba desmontando el final de la
primera parte.
La tercera parte tiene que ver con la
venganza diferida de las dos mujeres contra el conde, de quien se encarga el
tío con toda su refinada crueldad, en unas secuencias de aire gótico propias de
la Hammer, con la presencia espectacular de un pupo gigantesco en una pecera,
un efeto que vale por todo el desenlace, bastante flojo en lo que a las dos
amantes se refiere, pero ello no invalida, en modo alguno, el festival inagotable
de belleza que supone el visionado de esta película tan cuidada en todos sus
aspectos técnicos. Aquí sí que la imagen se impone a la historia, aunque las interpretaciones
son sobresalientes, y extraordinariamente ardorosas las escenas lésbicas.
Decision to leave es un thriller
sin sorpresas, esto es, sabemos desde que arranca la película que el inspector
de policía que trata de esclarecer el caso de un escalador que se ha
precipitado desde lo alto de un farallón, aislado en el paisaje, descubre con
relativa rapidez que la mujer del escalador
es la principal sospechosa y, en un
momento dado —¡esas manos rasposas…!—, la asesina no confesa. ¿Qué ocurre? Pues
que ella es china y el inspector coreano se enamora de ella hasta las trancas
y, quítame una prueba aquí y hago la vista gorda allí, se convierte en cómplice
de ella, rendido a sus pies, a su encanto y a sus artes conciliadoras del sueño.
Sí, la invención del inspector es el gran hallazgo de la película, porque se
trata de un hombre que padece insomnio y se pasa la película administrándose
lágrima artificial en los ojos para poder ver con nitidez. La protagonista, que
trabaja como cuidadora de ancianas y tiene conocimientos de masajes y otras
artes similares, se presta a combatir con él el pertinaz insomnio, usando una
técnica usamericana, dice, que consiste en acompasar la respiración del policía
y la suya hasta conseguir atraer el sueño.
El policía vive en otra ciudad distinta de donde trabaja, porque allí su mujer tiene el trabajo, que no puede dejar. Ella le sugiera que pida traslado a donde ella está, aunque eso significaría una pérdida de categoría, por supuesto, como se advierte cuando, abandonado por la mujer china, después de un desagradable encuentro con un compatriota que la acusa de haber dejado morir a su madre, a la que cuidaba, él pide el traslado y le asignan una ayudante algo más que rudimentaria. Su paz, sin embargo, no tarda en verse alterada cuando, paseando por la calle, de forma muy casual, acaso excesivamente casual, la protagonista, casada con otro hombre, se tropieza con el policía y su esposa. A partir de ahí, los fantasmas del pasado reciente reaparecen, y no tarda en sobrevenir la muerte del marido en una escena muy particular., en mitad del crudo invierno, en la piscina. De nuevo volvemos al principio, de nuevo el insomne sucumbe al hechizo de la mujer, un cásico ejemplo de femme fatal que no se ajusta al modelo vampiresa, sino al de una extraña belleza perturbadora que, sin los rasgos clásicos de las curvilíneas seductoras del cine usamericano, trastorna por completo al hombre. Recordemos que, antes de desaparecer ella, habían convivido, y había sido ella la que le había ayudado a determinar que su obsesión por los casos no resueltos —un mural de su casa con todas las fotos y pistas de esos casos, disimulado tras una cortina que lo ocultaba a los visitantes— era la causa definitiva de su insomnio: no poder dejar de pensar en ellos; lo que en la terapia Gestalt llaman las «gestalts inconclusas», que han de resolverse antes de poder rendirse al sueño.
Se trata, aunque sea un thriller, de
una película poética en la que son innumerables las secuencias con una estética
que impacta al espectador, y no necesariamente porque implique la presencia de
ambos personajes en una relación sensual. Hay planos cenitales de la playa, un
camino y unos terrenos que tiene un poderoso efecto pictórico, por ejemplo; del
mismo modo que en la visita a los templos hay ángulos y enfoques que van más
allá, propiamente, de los personajes, aunque estén ellos en el plano.
En películas así la interpretación es
determinante, y la figura del inspector Park Hae-Il, con un bagaje de más de
cuarenta películas en su haber y una maestría en la expresión de los estados de
ánimo con el mínimo despliegue de gestos, miradas y voces que logran llegar a
los espectadores de un modo muy potente. Su fragilidad de insomne perdido en el
tormento, en el martirio, de no poder conciliar el sueño, logra hacernos
empatizar enseguida con él y con su súbito y poderoso enamoramiento de quien,
como china que es, él ve como una persona necesitada de protección, aunque
acabe descubriendo que es una asesina en serie. Es evidente que la morosidad en
el desarrollo de la trama persigue crear un clima emocional en el que la
extraña unión entre el policía y la asesina quede justificada por ese amour fou
que gobierna al policía, más que a ella, aunque la deriva hacia el
reconocimiento de que también la asesina es presa del mismo sentimiento supondrá
un acercamiento hacia la tragedia, en ningún caso a un imposible happy
ending. Tang Wei, por su parte, sabe jugar con la inocencia y la
perversidad a partes iguales, en una exhibición interpretativa que la va
aupando a un puesto de honor en el firmamento cinematográfico, adonde llegó
tras su rodaje con Ang Lee en Deseo, peligro, donde compartió reparto con
otro monstruo de la pantalla: Tony Leung, el inolvidable protagonista de Deseando
amar, de Wong Kar-wai en una historia de marcado acento hitchcockiano.









