Frente al
blanqueo socialista de ETA, una película que le devuelve el protagonismo a
quien lo tuvo para acabar con los terroristas.
Título original: Un fantasma
en la batalla
Año: 2025
Duración: 105 min.
País: España
Dirección: Agustín Díaz
Yanes
Guion Agustín Díaz Yanes
Reparto: Susana Abaitua; Andrés
Gertrúdix; Iraia Elias; Raúl Arévalo; Ariadna Gil; Almagro San Miguel;
Jaime Chávarri; Mikel Losada;
Eduardo Rejón; Iñaki Balboa; Diego Paris; Antón Soto; Eneko Sanz; Ander Lacalle;
Guillermo San Emeterio; Anartz Zuazua; Cristina Iglesias; Javier Godino; Fernando
Tato; Mikel Larrañaga; Elisabeth Bonjour; Manu Hernández; Maite Lorenzo; Rosalinda
Galán; Manuel Rodal; Dan Adams; Cuco Usín; Xabier Leal; Cesare Maglioni; Dorleta
Urretabizkaia.
Música: Arnau Bataller
Fotografía: Paco Femenía.
Aunque hayan
coincidido en el tiempo dos guiones sobre las infiltradas de la Guardia Civil
en la estructura de ETA para obtener información, desde dentro, con la que
acorralar a la banda hasta empujarla al abandono de las armas, ambas películas
son muy estimables y pueden verse con el mismo interés, sin necesidad de
establecer una comparación entre ambas. Coinciden, además, en dos estupendas
interpretaciones de las protagonistas y en el buen quehacer del coro de
secundarios que, en esta, elevan mucho el listón. Me ha sorprendido muy
gratamente la actuación de una actriz, Ariadna Gil, que, sin maquillaje, compone una
«madama» de la organización terrorista que mete el espanto en el cuerpo apenas
le pones el ojo encima. A mí, particularmente, nunca me ha gustado, pero reconozco
que en esta está que se sale, a pesar del escaso papel que tiene, lo mismo que
Chávarri. El peso de la representación lo llevan Susana Abaitua e Iraia Elias,
quienes cumplen a la perfección sus cometidos, aunque el guion, sin hacer
trampa permite que se imponga la narración sobre la verosimilitud. La
infiltrada respondía a un caso concreto y la mujer en la que se inspira aún
sigue en ejercicio, en el más absoluto de los anonimatos. La película de Yanes
recoge varios casos, pero es un ejercicio de ficción, por más que el uso de
material documental para ciertas partes de la película la acerquen tanto a la
realidad como sucedía en el caso de La infltrada.
Mientras que
esta tenía un guion que se acercaba mucho más al thriller y a las angustiosas
películas de infiltrados, siempre al borde de ser descubiertos o de cometer un
fallo que los deje con el culo al aire y ponga en peligro su misión y la vida
de muchos, comenzando por la propia; La sombra en la batalla progresa de un
modo más natural, dadas las habilidades filológicas del personaje, inglés y
francés, y su dominio del eusquera, lo que permite salvar no pocos escollos de
desconfianza y, sobre todo, ganarse la confianza de con quienes se va acercando
al núcleo de la dirección, aunque haya un momento de abandono tras haber
disparado contra un compañero del Cuerpo que había exagerado la verosimilitud
de su encuentro y está a punto de estrangularla. Vale decir, con todo, que la
muy peculiar psicología de la protagonista, amante de la soledad y sin lazos
comprometedores que la impidan desempeñar su misión, es un elemento decisivo
para embarcarse en esa terrible aventura de ganarse la confianza de los
asesinos.
Y la visión de
los miembros de ETA como asesinos a sangre fría, con la patética coartada de la
ideología que los va a llevar a
«liberar» a un pueblo vasco que ya vive en democracia, es uno de los más
sólidos valores de la película, frente a la reescritura de la Historia que el
infame interés político del PSOE está llevando a cabo con el blanqueamiento del
terror de ETA, de sus sicarios y dirigentes como Otegui o quienes se sientan en
el Congreso de los Diputados y se atreven a levantar la voz para dar lecciones
de democracia al resto de la Cámara.
El uso de
fuentes documentales permite mantener un discurso firme de condena de unos
salvajes asesinos que mataron cuarenta y cuatro personas en el franquismo y más
de setecientas en el periodo democrático. Hemos llegado a una degradación
democrática en nuestro país de tal naturaleza que el tal Otegui, condenado por
terrorista, es un «hombre de paz y de Estado» y el secuestrado Ortega Lara un
peligroso fascista. Por suerte, no hay más que ver desde la serenidad y la
ecuanimidad la obra de unos y otros para saber de qué lado se decanta la
balanza de los inocentes y de cuál la de los culpables.
Cinematográficamente,
la película ha sabido escoger una puesta en escena con decorados que parecen de
estudio, a juzgar por la belleza de los planos que permiten componer y la
iluminación bajo la que ruedan. Lo mismo cabe decir de los paisajes, tanto del
País Vasco como de Francia, adonde se traslada la trama porque las
protagonistas han de dar el «salto» para huir del acoso de la Guardia Civil.
Los contactos
de la infiltrada con sus mandos se establecen a partir de un código que usa
canciones italianas para transmitir información, y eso sí que es un acierto,
porque esas hermosas canciones, parte esencial de la narración, se convierten
en una espectacular banda sonora que acompaña muchas imágenes con una gran
capacidad emocional, algo que se acentuará en el tramo del desenlace, cuando la
emisión de una canción en la radio puede significar la vida o la muerte de la
infiltrada, cuyos sudores de muerte se multiplican cada vez que nuevos miembros
de la banda han de ser llevados por ella, quien actúa como conductora para los
movimientos de los terroristas en sus infinitos desplazamientos, ya sea para
atentar como para huir del acoso policial.
Me ha parecido
que Un fantasma en la batalla tenía una entidad cinematográfica algún grado
superior a La infiltrada, si bien esta consigue un ritmo narrativo y un
suspense mucho más acentuado que la otra, más atenta a las repercusiones
sociales de los actos de ETA, como las nutridas manifestaciones que quisieron
impedir la ejecución de Miguel Ángel Blanco, representada desde una perspectiva
panorámica que permite aliviar la profunda tensión con que la mayoría de los
españoles vivimos aquellas terribles horas. No ocurre lo mismo con otros
asesinatos, como el de Gregorio Ordóñez, por ejemplo, pero el autor no se
recrea en la filmación de los mismos, aunque sí en el temor de esos asesinos
que, sin embargo, huyen con pasmosa tranquilidad del lugar de los hechos.
Estamos ante una película que nos hace revivir experiencias muy dolorosas, lo
cual nos permite calibrar en su justa medida lo mucho que de traición a todas
las víctimas, las del propio PSOE entre ellas, por supuesto, ha significado
pactar en el Congreso con los herederos ideológicos de aquellos asesinos que
incluso han llegado a figurar en las listas electorales. Una democracia en la
que «eso» vale es una democracia seriamente enferma.

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