martes, 28 de octubre de 2025

«Un fantasma en la batalla», de Agustín Díaz Yanes o la memoria histórica.

 

Frente al blanqueo socialista de ETA, una película que le devuelve el protagonismo a quien lo tuvo para acabar con los terroristas.

 

Título original: Un fantasma en la batalla

Año: 2025

Duración: 105 min.

País:  España

Dirección: Agustín Díaz Yanes

Guion Agustín Díaz Yanes

Reparto: Susana Abaitua; Andrés Gertrúdix; Iraia Elias; Raúl Arévalo; Ariadna Gil; Almagro San Miguel;

Jaime Chávarri; Mikel Losada; Eduardo Rejón; Iñaki Balboa; Diego Paris; Antón Soto; Eneko Sanz; Ander Lacalle; Guillermo San Emeterio; Anartz Zuazua; Cristina Iglesias; Javier Godino; Fernando Tato; Mikel Larrañaga; Elisabeth Bonjour; Manu Hernández; Maite Lorenzo; Rosalinda Galán; Manuel Rodal; Dan Adams; Cuco Usín; Xabier Leal; Cesare Maglioni; Dorleta Urretabizkaia.

Música: Arnau Bataller

Fotografía: Paco Femenía.

 

          Aunque hayan coincidido en el tiempo dos guiones sobre las infiltradas de la Guardia Civil en la estructura de ETA para obtener información, desde dentro, con la que acorralar a la banda hasta empujarla al abandono de las armas, ambas películas son muy estimables y pueden verse con el mismo interés, sin necesidad de establecer una comparación entre ambas. Coinciden, además, en dos estupendas interpretaciones de las protagonistas y en el buen quehacer del coro de secundarios que, en esta, elevan mucho el listón. Me ha sorprendido muy gratamente la actuación de una actriz, Ariadna Gil, que, sin maquillaje, compone una «madama» de la organización terrorista que mete el espanto en el cuerpo apenas le pones el ojo encima. A mí, particularmente, nunca me ha gustado, pero reconozco que en esta está que se sale, a pesar del escaso papel que tiene, lo mismo que Chávarri. El peso de la representación lo llevan Susana Abaitua e Iraia Elias, quienes cumplen a la perfección sus cometidos, aunque el guion, sin hacer trampa permite que se imponga la narración sobre la verosimilitud. La infiltrada respondía a un caso concreto y la mujer en la que se inspira aún sigue en ejercicio, en el más absoluto de los anonimatos. La película de Yanes recoge varios casos, pero es un ejercicio de ficción, por más que el uso de material documental para ciertas partes de la película la acerquen tanto a la realidad como sucedía en el caso de La infltrada.

          Mientras que esta tenía un guion que se acercaba mucho más al thriller y a las angustiosas películas de infiltrados, siempre al borde de ser descubiertos o de cometer un fallo que los deje con el culo al aire y ponga en peligro su misión y la vida de muchos, comenzando por la propia; La sombra en la batalla progresa de un modo más natural, dadas las habilidades filológicas del personaje, inglés y francés, y su dominio del eusquera, lo que permite salvar no pocos escollos de desconfianza y, sobre todo, ganarse la confianza de con quienes se va acercando al núcleo de la dirección, aunque haya un momento de abandono tras haber disparado contra un compañero del Cuerpo que había exagerado la verosimilitud de su encuentro y está a punto de estrangularla. Vale decir, con todo, que la muy peculiar psicología de la protagonista, amante de la soledad y sin lazos comprometedores que la impidan desempeñar su misión, es un elemento decisivo para embarcarse en esa terrible aventura de ganarse la confianza de los asesinos.

          Y la visión de los miembros de ETA como asesinos a sangre fría, con la patética coartada de la ideología  que los va a llevar a «liberar» a un pueblo vasco que ya vive en democracia, es uno de los más sólidos valores de la película, frente a la reescritura de la Historia que el infame interés político del PSOE está llevando a cabo con el blanqueamiento del terror de ETA, de sus sicarios y dirigentes como Otegui o quienes se sientan en el Congreso de los Diputados y se atreven a levantar la voz para dar lecciones de democracia al resto de la Cámara.

          El uso de fuentes documentales permite mantener un discurso firme de condena de unos salvajes asesinos que mataron cuarenta y cuatro personas en el franquismo y más de setecientas en el periodo democrático. Hemos llegado a una degradación democrática en nuestro país de tal naturaleza que el tal Otegui, condenado por terrorista, es un «hombre de paz y de Estado» y el secuestrado Ortega Lara un peligroso fascista. Por suerte, no hay más que ver desde la serenidad y la ecuanimidad la obra de unos y otros para saber de qué lado se decanta la balanza de los inocentes y de cuál la de los culpables.

          Cinematográficamente, la película ha sabido escoger una puesta en escena con decorados que parecen de estudio, a juzgar por la belleza de los planos que permiten componer y la iluminación bajo la que ruedan. Lo mismo cabe decir de los paisajes, tanto del País Vasco como de Francia, adonde se traslada la trama porque las protagonistas han de dar el «salto» para huir del acoso de la Guardia Civil.

          Los contactos de la infiltrada con sus mandos se establecen a partir de un código que usa canciones italianas para transmitir información, y eso sí que es un acierto, porque esas hermosas canciones, parte esencial de la narración, se convierten en una espectacular banda sonora que acompaña muchas imágenes con una gran capacidad emocional, algo que se acentuará en el tramo del desenlace, cuando la emisión de una canción en la radio puede significar la vida o la muerte de la infiltrada, cuyos sudores de muerte se multiplican cada vez que nuevos miembros de la banda han de ser llevados por ella, quien actúa como conductora para los movimientos de los terroristas en sus infinitos desplazamientos, ya sea para atentar como para huir del acoso policial.

          Me ha parecido que Un fantasma en la batalla tenía una entidad cinematográfica algún grado superior a La infiltrada, si bien esta consigue un ritmo narrativo y un suspense mucho más acentuado que la otra, más atenta a las repercusiones sociales de los actos de ETA, como las nutridas manifestaciones que quisieron impedir la ejecución de Miguel Ángel Blanco, representada desde una perspectiva panorámica que permite aliviar la profunda tensión con que la mayoría de los españoles vivimos aquellas terribles horas. No ocurre lo mismo con otros asesinatos, como el de Gregorio Ordóñez, por ejemplo, pero el autor no se recrea en la filmación de los mismos, aunque sí en el temor de esos asesinos que, sin embargo, huyen con pasmosa tranquilidad del lugar de los hechos. Estamos ante una película que nos hace revivir experiencias muy dolorosas, lo cual nos permite calibrar en su justa medida lo mucho que de traición a todas las víctimas, las del propio PSOE entre ellas, por supuesto, ha significado pactar en el Congreso con los herederos ideológicos de aquellos asesinos que incluso han llegado a figurar en las listas electorales. Una democracia en la que «eso» vale es una democracia seriamente enferma.

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