sábado, 16 de mayo de 2020

«Un crimen por hora», de John Ford. La película «brittish» de un yankee irlandés...



Entre la sorna de Hitchock y las comedias de la Ealing, un Ford que sorprenderá a propios y extraños…

Título original: Gideon’s Day or Gideon of Scotland Yard  
Año:1958
Duración: 118 min.
País: Reino Unido
Dirección: John Ford
Guion: T.E.B. Clarke (Novela: John Creasey)
Música: Douglas Gamley
Fotografía: Freddie Young, Charles Lawton Jr.
Reparto: Jack Hawkins, Dianne Foster, Cyril Cusack, Andrew Ray, James Hayter, Ronald Howard, Howard Marion-Crawford, John Le Mesurier.

Había entrado en el Ojo con otra intención, hacer una crítica de una cutre película de Roger Corman -un director de la talla de John Ford, esto es, una auténtica «institución» del Séptimo Arte-, La mujer avispa, que tanto encandiló a un maestro de lo fantástico y el terror como Cronenberg, pero habré de dejarlo para más tarde, porque, siguiendo mi noble aspiración, visionar todas las películas de John Ford, voy hoy a por la trigésimo tercera en mi haber.
Con un color muy contrastado y una maestría habitual para el ritmo y los encuadres harto significativos, John Ford, apoyado en un guion de un maestro de los estudios Ealing, T.E.B. Claerke, de quien basta recordar guiones como los de Hue and Cry, de Charles Crichton,  Passport to Pimlico, de Henry Cornelius y The Lavender Hill Mob, también de Charles Crichton, para acreditarlo como un maestro, sobre todo la primera, ya criticada en este ojo y que recomiendo fervorosamente; con esos ingredientes, digo, John Ford narra con una naturalidad deslumbrante, casi cómplice, un día en la vida de un inspector de Scotland Yard. El tono básico de comedia en que se desarrolla la actividad del detective no está reñido con momentos dramáticos e incluso m muy duros, como el asesinato de una joven a cargo de un amigo de la madre que ha salido de una institución mental, algo que se intuye -¡esa habilidad de los maestros!- desde que, al entrar en la casa y saludar a la hija que, vestida con una bata que se cruza pudorosamente, sube la escalera, el amigo sigue los pasos de la madre por el pasillo mirando, sin embargo hacia arriba. Cuando, dejados solos por la madre un momento, él sube por la escalera con una mano crispada a la espalda y una tenue iluminación que acentúa el drama por venir, sabemos exactamente, sin verlo, qué ocurrirá.
Momentos así llenan la película sin perder una naturalidad que nos ofrece una policía «de andar por casa», nada crispada, casi «funcionarial», en el peor sentido de la palabra. Más cerca del Scotland Yard de Sherlock Holmes que del actual o el de los mismísimos finales de los 50 de la película.
En la medida en que el inspector George Gideon es el núcleo central de la película, el guion añade a su agenda sin horas un compromiso familiar, el concierto de su hija mayor, que se convierte en un motivo recurrente a lo largo del día y que le será recordado constantemente.
Toda la película está llena de esa «jovialidad» con que los ingleses afrontan la cotidianeidad y sus muchos inconvenientes, que soportan con resignación y con una ironía tan suya que se ha hecho justamente famosa. Aquí no falta, desde luego, porque el encadenamiento de casos, sospechosos, declaraciones, etc. volverían loco al más pintado. Gideon, sin embargo, tiene un temple especial, pipa en labio permanentemente -y el arte de encender las cerillas con una sola mano forma parte del despliegue de «habilidades» simpáticas que obligan al espectador a extender una sonrisa que rara vez abandona en el visionado de la película y que, a veces, se convierte en franca carcajada-, y no pierde los papeles en ningún momento, aunque el teléfono le marque constantemente la dirección de sus pasos.
Desde la indagación sobre un compañero que acepta sobornos y cuya esposa quiere defenderlo más allá de las evidencias incontestables, hasta unos ladrones de bancos «aficionados», la película juega con unas puestas en escena muy realistas: la cámara acorazada, la casa bohemia de una cantante de cabaret o una parroquia y, por supuesto, la oficina de Scotland Yard desde la que se advierte el tráfico de la ciudad como un refuerzo de la ciudad que no descansa ni para, para el bien y para el mal. Todo ello vehiculado, ya digo, a través de la figura del inspector Gideon, que lleva todo el peso de la película con una solvencia extraordinaria, muy en la línea de las actuaciones del actor emblemático de Ford, John Wayne. Cyril Cusak y otros, por supuesto, habituales en las producciones británicas, refuerzan notablemente el elenco y confieren a la película un sabor de vida auténtica y profundamente británica.
Las escenas familiares del inspector, con un matrimonio ya asexuado, arrancan con una escena de desayuno deliciosa, en la que el padre de dos criaturas llegadas, parece, «a destiempo», no se corta lo más mínimo para exhibir una extravagancia muy propia de los isleños. La multa de tráfico que «sufre» poco después, y que sirve para introducirnos a un agente que acabará teniendo un gracioso papel en la trama, forma parte de esa cadena de contrariedades que recuerdan, a su modo, a aquella vieja película de Scorsese, de horrible título traducido: ¡Jo, qué noche! La trama se nos ofrece en un «crescendo» cuya clímax no parece llegar nunca, y cuando creemos que ha llegado, nos vuelve a sorprender con un añadido que no esperábamos y          ue agradecemos. Es un detalle sin importancia que la mujer le haya encargado un salmón y que el inspector ande arriba y abajo con él durante todo el desarrollo de la trama, por supuesto…
Seguro que a muchos lectores les parecerá que exagero, pero el tono cordial y realista de la película, un fresco de una profesión cuya institución máxima es conocida en todo el mundo, deja un excelente sabor de boca no solo a los incondicionales de Ford como yo lo soy, sino a quienes están dispuestos a ver una película sin los anteojos del prejuicio ni el hipercriticismo. No podemos decir que Londres sea otro «personaje» de la película, pero los recorridos que hace la cámara por él bastan para acreditar a Ford como un sabio captador de las esencias de la City. Si quieren pasar un rato entretenido y disfrutar con un inglés exquisito, acudan a YouTube y véanla, no se arrepentirán. Son tantos los pequeños detalles que le dan solidez a la historia que recomendaría no pasarlos por alto y estar muy atentos. Repárese en cómo se resuelve, por ejemplo, a lo Roberto Alcázar y Pedrín, la burla constante que hacen los zagales de una parroquia del joven cura recién llegado, o la relación disparatada del inspector con su jefe, cabeza de alce por medio, by the way…

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