jueves, 10 de abril de 2025

«Ariel», de Aki Kaurismäki, un estilista de la desolación.

 

La radical aventura de vivir desde el desengaño, pero con la esperanza.

 

Título original: Ariel

Año: 1988

Duración: 70 min.

País: Finlandia

Dirección: Aki Kaurismäki

Guion: Aki Kaurismäki

Reparto: Turo Pajala; Susanna Haavisto; Matti Pellonpää; Eetu Hikamo; Erkki Pajala; Hannu Viholainen; Matti Jaaranen; Jorma Markkula; Tarja Keinänen; Eino Kuusela; Kauko Laalo; Jyrki Olsonen; Esko Nikkari; Marja Packallen.

Música: Olavi Virta, Rauli Somerjoki, Taisto Tammi, Bill Casey, Melrose

Fotografía: Timo Salminen.

 

          El cine de Aki Kaurismäki se define por un estilo personalísimo, de los que dejan huella y muchos seguidores que tratan de acercarse a su particular manera de encuadrar la acción de los personajes en unos espacios anodinos, liberados y opresivos al tiempo, con unos colores saturados y muy contrastados. Si le añadimos la escasa o nula locuacidad de sus personajes y esa cierta desgana vital con que afrontan la existencia, nada en ninguna de sus películas nos sorprenderá, pero en todas reconoceremos su «marca de fábrica» como un valor añadido a la historia.

          En Ariel se nos habla de un minero cesante que ha de abandonar el trabajo por cierre empresarial. El padre, antes de suicidarse, en los lavabos de un bar, a escasos metros de su hijo, le dice que coja su coche, un Cadillac descapotable y que se vaya buscando otros aires. El protagonista es un hombre de mediana edad, pero aspecto juvenil, de buena planta y silencioso hasta la exasperación, además de algo torpe, porque hereda el descapotable de su padre y no sabe ni cerrar la capota, lo que le obliga a conducir abrigándose la cabeza y el cuello con una bufanda, un contraste bastante significativo entre el clima y la estampa casi hollywoodiense que componen el conductor y el vehículo, como si se tratara del vaquero solitario que atraviesa el desierto de Arizona, abierto a cualquier encuentro que le dé algo de sentido a su vida.

          La historia se estructura a través de los contratiempos que sufre el personaje, el primero de los cuales es  el robo de la liquidación que le han hecho al despedirlo de la mina. En el modo como acepta lo que le ocurre se advierte una suerte de fatalismo que evita que el personaje se convierta en una víctima de las circunstancias empecinada en deplorar su suerte maldita. Lo único que hace es amoldarse a su nueva situación, buscar trabajo e instalarse en un dormitorio colectivo público, una suerte de albergue para pobres de solemnidad de donde sale tanto para trabajar como para divertirse en bares donde beber y fumar en silencio, a la espera de que haya un encuentro que cambie el curso de los acontecimientos. Ello ocurre, sin embargo, cuando la vigilante del control de estacionamiento de los vehículos en la calle, deslumbrada por el vehículo y la apostura del dueño, renuncia a multarlo y, al mismo tiempo, abandona el trabajo, con la promesa de una cena compensatoria, a la que le sigue una noche de tranquila pasión (ella se asegura de que él no sea de los gritones, pues convive con un hijo preadolescente).  Como si fuera una prolepsis de manual, y una vez ida la madre a trabajar en su nutrido pluriempleo, el hijo despierta al «intruso» encañonándole la nariz con un revolver, levantándolo y llevándolo al comedor para servirle el desayuno… Antes, hemos oído de sus labios cómo le decía a la madre del niño que su encuentro no era flor de una noche, sino una relación sin fecha de caducidad.

          El segundo contratiempo sucede cuando se encuentra en el metro con quien lo atracó, al dejar la mina; la seca pelea casi ritual entre ambos se resuelve con su detención, no con la del ladrón. Un juicio rápido lo condena a un año de prisión. La extraña amistad que forja con su compañero de celda, y a pesar de que su compañera está dispuesta a esperar a que cumpla condena, lo lleva a elaborar un plan que no tiene como objetivo, solamente, salir de prisión, sino salir del país en un barco, Ariel, que los llevaría, a la nueva familia y al compañero, a Sudamérica.

La visión, en prisión, de la película de Raoul Walsh, El último refugio, ha de entenderse como un paralelismo entre las situaciones de la película y la suya real, al tiempo que confirma la línea simbólica que nació con el Cadillac heredado: un culto al cine negro usamericano que va a resolverse en el atraco en que ambos se ven obligados a participar para obtener la documentación falsa y comprar el viaje clandestino en el buque mercante Ariel. A resultas del atraco, el compañero de celda resulta herido de gravedad y solo gracias a su generosidad sacrificial logra burlar la voluntad de los mafiosos para quienes trabajan, liquidarlos y quedarse con el dinero del golpe y la documentación para el protagonista y su pareja.

Ni que decir tengo que ese nuevo personaje, entre aventurero y altruista, con una inclinación letal a resolver los asuntos a tiro limpio, se convierte en uno de los atractivos de la trama, aunque es tan poco locuaz como el protagonista y su pluriempleada enamorada. ¡Qué largos y elocuentes son los silencios en las películas de Kaurismaki! Se trata de un cine fronterizo con el cine mudo, aunque sin la hiperbólica gesticulación de este; antes al contrario: la contención expresiva es la seña de identidad de los personajes en el cine del director finlandés, lo que, indirectamente, se convierte en una suerte de crítica de una mentalidad y unas costumbres que tienden al aislamiento, a la introversión y, en el extremo más lejano , al alcoholismo y a las tendencias suicidas.

Las bandas sonoras de las películas de Kaurismäkis suelen adoptar una función narrativa complementaria, y a veces explicativa de alguna psicología de los personajes, o de varios. A los espectadores amantes de este cine no les sabrá mal que yo les chafe la sorpresa final de la última canción que acompaña la peripecia de los personajes: Over the Rainbow, de Arlen y Harburg, perteneciente, y lo digo solo para los más jóvenes, a la famosísima película  El mago de Oz, de Victor Fleming. Y a buenos entendedores…

         

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