Título original: Hamlet
liikemaailmassaaka
Año: 1987
Duración: 86 min.
País: Finlandia
Dirección: Aki Kaurismäki
Guion: Aki Kaurismäki
Reparto: Pirkka-Pekka
Petelius; Esko Salminen; Kati Outinen; Elina Salo; Esko Nikkari; Kari Väänänen;
Pentti Auer; Mari Rantasila; Aake Kalliala; Turo Pajala.
Música: Dmitri Shostakovich
Fotografía: Timo Salminen
(B&W).
Título original: La vie de bohème
Año: 1992
Duración: 100 min.
País: Finlandia
Dirección: Aki Kaurismäki
Guion: Aki Kaurismäki.
Novela: Henri Murger
Reparto: Matti Pellonpää; Evelyne
Didi; André Wilms; Kari Väänänen; Louis Malle; Christine Murillo; Jean-Pierre
Léaud; Samuel Fuller; Sylvie van den Elsen; Kenneth Colley; Alexis Nitzer; Jean-Paul
Wenzel; Dominique Marcas; Mark Lavis.
Fotografía: Timo Salminen
(B&W).
Una insólita comedia
boreal basada en Hamlet y una visión genial de la bohemia a partir de la
novela en que se inspiró La Bohème, de Puccini.
Nadie ignora
que el cine de Kaurismäki es, acaso, de los más singulares de la cinematografía
europea, y eso que desde Tarr hasta Lanthimos, pasando por viejas glorias como
Greenaway o Tarkovski, el cine europeo tiene una nómina de «raros» bien
extensa. Se trata de un cine en absoluto comercial y más propio de una
reflexión muy personal del hecho cinematográfico que suele desconcertar a ese
ente abstracto denominado «el gran público» y entusiasmar a la mayoría de los
cinéfilos. No es, a mi parecer, un cine difícil o excesivamente retórico, sino,
sobre todo, «singular», porque se identifica en muy pocas secuencias quién es
el autor de la película. Yo descubrí a Kaurismäki en El hombre sin pasado,
que, literalmente, me hechizó. Poco a poco fui recuperando obras suyas, pero como
mis visionados los determina Azar, no el afán estudioso, aún me quedan obras
que ver, y entre ellas, curiosamente, su ópera prima, Crimen y Castigo,
que, al estar en el repertorio de Filmin, no creo que tarde en «caer».
Hamlet se
mete a hombre de negocios es una divertida adaptación de la obra de
Shakespeaere en la que Hamlet se nos presenta como el heredero de un magnate a
quien la madre y el asesino de su padre consideran poco menos que un imbécil,
un tipo que el actor escogido para representarlo encarna perfectamente, porque
nos pasamos la película dudando de si su capacidad mental se corresponde con la
extrema agudeza y perspicacia del original. El contraste es lo suficientemente
atractivo como para seguir sus peripecias con admiración y una permanente
sonrisa en los labios, dado que el idiota, que hereda, con la muerte de los
padres el 51% de las acciones de la compañía,
frustra los designios que personajes como el padre de Ofelia se traen
entre manos, una Ofelia, por cierto, que fuma puros con su padre y maquina cómo
deshacerse de un enamorado que arrastra su soledad a través de la trama sin
dejar títere con cabeza, con ese gracejo hierático finlandés que es marca de
fábrica del genial director. La escena en la que se desembaraza de uno de sus
aspirantes a asesinos hundiéndole la radio en a cabeza y subiendo el volumen
acto seguido para atormentar a su víctima es de un humor surrealista de altos
quilates. Toda la historia se ciñe a unos pocos personajes que, en espacios
desiertos, sean interiores o exteriores, esbozan apenas algunas señales de sus
vidas, como si fueran secretos deambulantes ajenos a la necesidad del discurso.
Es muy propio de los personajes de Kaurismäki: las miradas, los silencios y
ciertos contactos corporales más propios e la timidez congénita que de la
confianza espontánea. De hecho, poca naturalidad parece haber en el
comportamiento de sus personajes.
Me parece relevante
el interés del director por las secuencias de la producción industrial, algo
muy específico de los buenos directores, atentos siempre a la fotogenia de los
procesos industriales. E igualmente destacable es la secuencia de la reunión del
Consejo de Administración de la empresa, una secuencia casi surrealista, en la
que se van pasando un patito de plástico de consejero en consejero, evaluando
lo que habrá de ser el nuevo «producto» en el que volcarán sus esfuerzos industriales,
una vez hayan vendido la empresa a un competidor. Mientras se celebra esa
sesión, el accionista mayoritario, Hamlet, está sentado en una silla junto a la mesa
central, afanándose en dibujar una casa absolutamente infantil, acorde con la
supuesta «imbecilidad» que le atribuyen el resto de los personajes, a quienes
poco a poco va sorprendiendo con ardides que la desmienten. Por eso nos acaba
sorprendiendo el final, pero en ese punto ya hemos disfrutado lo que teníamos
que disfrutar de una adaptación que nos ha dejado secuencias memorables en la
memoria, como la propia de la muerte de Ofelia o la famosa réplica de Hamlet: Palabras,
palabras, palabras…, mientras lee un cómic, por ejemplo. O la aparición del
fantasma del padre que sube a disfrutar del frío, harto del calor del infierno.
Se trata, por lo tanto, de una comedia en la que en ningún momento el humor se
deriva de ningún exceso histriónico, sino, antes al contrario, de una oposición
entre los gestos y las acciones que todos los intérpretes respetan con sobria
contención.
La vida de
bohemia, de factura más clásica, tanto en el desarrollo como en la
cinematografía, es una vieja historia conocida, sobre todo a través de la
ópera, porque fue un éxito de Giacomo Puccini, cuyos libretistas se inspiraron
en el mismo texto que adapta Kaurismäki con una sensibilidad y una poesía que convierten esta película en una auténtica
joya. No solo por cómo está filmada París, con un blanco y negro exquisito, sus
jardines o los interiores del piso bohemio de donde es expulsado un escritor
Marcel Marx por falta de pago y entra un músico que lleva el mismo camino del anterior
y donde acabará volviendo a vivir el escritor, invitado por el músico. Falta
Rodolfo, el pintor albanés, inmigrante ilegal en Francia, con quienes formará
una suerte de sociedad bohemia fraternal. Es este, Rodolfo, el protagonista principal
de la historia, quien recoge por una noche a Mimi, cuando esta llega de Rouen y
no tiene dónde dormir. A partir de ese momento se inicia una bellísima historia
de amor que nos llevará hasta el final de una historia muy conocida, como para
que yo destripe un final universalmente conocido. La interpretación de Jean-Pierre Leaud y los
cameos de Louis Malle y Samuel Fuller añaden un plus cinematográfico a esta
película filmada con una sensibilidad especial, y con unas interpretaciones que
nos acercan honesta y poéticamente a un modo de vida ya trasnochado, la vieja
bohemia que intenta sobrevivir a través del arte o de su mixtificación, que
tiene su momento culminante en la venta exclusiva de la obra de Rodolfo y la interpretación
de la composición musical Bleu, llena de reivindicación social y
tremendismo armónico.
Los vaivenes
de la historia de amor, la expulsión del país de Rodolfo y la vuelta clandestina
en el maletero de un coche sirven para reanudar una historia que se complica con
la enfermedad de Mimí, momento «dulce» de una historia conmovedora que en
ningún momento nos ha exhibido arrebato alguno, sino una vivencia del amor y de
la amistad, más allá del efectismo y muy acá de los más profundos sentimientos.
A mí,
particularmente, me ha sorprendido y pasmado el repertorio de la puesta en
escena y de la iluminación, además de los primeros planos expresivísimos de
todos los protagonistas, porque, aunque la historia de Rodolfo y de Mimí, tiene
un papel destacado, bien podríamos hablar de una historia coral en la que el
resto de los personajes tiene papel destacado. La banda sonora, llena de
canciones propias de la vida bohemia, y algunas tan oportunas en cuanto a su
letra como la que nos dice: Yo bebo, sistemáticamente, para olvidar a los amantes
de mi mujer, una canción de Boris Vian cantada por él mismo. Los planos de
Kaurismäki que se fijan en la naturaleza o en los objetos tienen, a menudo, una
función de contrapunto a las historias de los personajes, como si quisieran
recordarnos la condición pasajera, fugitiva de estos últimos frente a la solidez
de la realidad que permanece, en sus construcciones o en sus manifestaciones
naturales.
Pueden parecer,
a primera vista, destinos vitales demasiado excéntricos, como si no quisieran
aceptar el imperativo del trabajo como maldición bíblica y trampear, como los pícaros,
fuera la única manera de vivir. Pero hay, en esa sólida renuncia a ser
explotado y poder vivir, o malvivir, libremente, una sutil grandeza que los personajes
encarnan con altiva dignidad. El camarero le pregunta al burgués Malle si cree
que va a poder recuperar su dinero de un vagabundo como Rodolfo, quien no puede
pagar, porque en el metro un carterista le ha birlado la cartera, pero Malle le
responde que eso no tiene ninguna importancia, como si intuyera la grandeza e
pintor robado. Por cierto, la secuencia de la espera de Rodolfo en la escalera
de la entrada del metro es una preciosa muestra el arte cinematográfico de
Kaurismäki. ¡Qué belleza! El sentido de la composición del plano que tiene el
director finlandés es, mutatis mutandis, muy parecida a la del danés Dreyer, de
quien imagino que habrá aprendido no poco. En suma, una película que ningún aficionado
a su cine debería perderse, y toda una revelación para quien aún no hayan vito
nada de este autor de primera magnitud. Su última obra, Fallen Leaves,
ha tenido un merecido éxito. Pues esta yo creo que la supera.


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