domingo, 26 de octubre de 2025

«Hamlet se mete a hombre de negocios» y «La vida de bohemia», de Aki Kaurismäki, antes del 2000.

Título original: Hamlet liikemaailmassaaka

Año: 1987

Duración: 86 min.

País: Finlandia

Dirección:  Aki Kaurismäki

Guion: Aki Kaurismäki

Reparto: Pirkka-Pekka Petelius; Esko Salminen; Kati Outinen; Elina Salo; Esko Nikkari; Kari Väänänen; Pentti Auer; Mari Rantasila; Aake Kalliala; Turo Pajala.

Música: Dmitri Shostakovich

Fotografía: Timo Salminen (B&W).

 







Título original: La vie de bohème

Año: 1992

Duración: 100 min.

País: Finlandia

Dirección: Aki Kaurismäki

Guion: Aki Kaurismäki. Novela: Henri Murger

Reparto: Matti Pellonpää; Evelyne Didi; André Wilms; Kari Väänänen; Louis Malle; Christine Murillo; Jean-Pierre Léaud; Samuel Fuller; Sylvie van den Elsen; Kenneth Colley; Alexis Nitzer; Jean-Paul Wenzel; Dominique Marcas; Mark Lavis.

Fotografía: Timo Salminen (B&W).

 

Una insólita comedia boreal basada en Hamlet y una visión genial de la bohemia a partir de la novela en que se inspiró La Bohème, de Puccini.

 

 

          Nadie ignora que el cine de Kaurismäki es, acaso, de los más singulares de la cinematografía europea, y eso que desde Tarr hasta Lanthimos, pasando por viejas glorias como Greenaway o Tarkovski, el cine europeo tiene una nómina de «raros» bien extensa. Se trata de un cine en absoluto comercial y más propio de una reflexión muy personal del hecho cinematográfico que suele desconcertar a ese ente abstracto denominado «el gran público» y entusiasmar a la mayoría de los cinéfilos. No es, a mi parecer, un cine difícil o excesivamente retórico, sino, sobre todo, «singular», porque se identifica en muy pocas secuencias quién es el autor de la película. Yo descubrí a Kaurismäki en El hombre sin pasado, que, literalmente, me hechizó. Poco a poco fui recuperando obras suyas, pero como mis visionados los determina Azar, no el afán estudioso, aún me quedan obras que ver, y entre ellas, curiosamente, su ópera prima, Crimen y Castigo, que, al estar en el repertorio de Filmin, no creo que tarde en «caer».

          Hamlet se mete a hombre de negocios es una divertida adaptación de la obra de Shakespeaere en la que Hamlet se nos presenta como el heredero de un magnate a quien la madre y el asesino de su padre consideran poco menos que un imbécil, un tipo que el actor escogido para representarlo encarna perfectamente, porque nos pasamos la película dudando de si su capacidad mental se corresponde con la extrema agudeza y perspicacia del original. El contraste es lo suficientemente atractivo como para seguir sus peripecias con admiración y una permanente sonrisa en los labios, dado que el idiota, que hereda, con la muerte de los padres el 51% de las acciones de la compañía,  frustra los designios que personajes como el padre de Ofelia se traen entre manos, una Ofelia, por cierto, que fuma puros con su padre y maquina cómo deshacerse de un enamorado que arrastra su soledad a través de la trama sin dejar títere con cabeza, con ese gracejo hierático finlandés que es marca de fábrica del genial director. La escena en la que se desembaraza de uno de sus aspirantes a asesinos hundiéndole la radio en a cabeza y subiendo el volumen acto seguido para atormentar a su víctima es de un humor surrealista de altos quilates. Toda la historia se ciñe a unos pocos personajes que, en espacios desiertos, sean interiores o exteriores, esbozan apenas algunas señales de sus vidas, como si fueran secretos deambulantes ajenos a la necesidad del discurso. Es muy propio de los personajes de Kaurismäki: las miradas, los silencios y ciertos contactos corporales más propios e la timidez congénita que de la confianza espontánea. De hecho, poca naturalidad parece haber en el comportamiento de sus personajes.

          Me parece relevante el interés del director por las secuencias de la producción industrial, algo muy específico de los buenos directores, atentos siempre a la fotogenia de los procesos industriales. E igualmente destacable es la secuencia de la reunión del Consejo de Administración de la empresa, una secuencia casi surrealista, en la que se van pasando un patito de plástico de consejero en consejero, evaluando lo que habrá de ser el nuevo «producto» en el que volcarán sus esfuerzos industriales, una vez hayan vendido la empresa a un competidor. Mientras se celebra esa sesión, el accionista mayoritario, Hamlet,  está sentado en una silla junto a la mesa central, afanándose en dibujar una casa absolutamente infantil, acorde con la supuesta «imbecilidad» que le atribuyen el resto de los personajes, a quienes poco a poco va sorprendiendo con ardides que la desmienten. Por eso nos acaba sorprendiendo el final, pero en ese punto ya hemos disfrutado lo que teníamos que disfrutar de una adaptación que nos ha dejado secuencias memorables en la memoria, como la propia de la muerte de Ofelia o la famosa réplica de Hamlet: Palabras, palabras, palabras…, mientras lee un cómic, por ejemplo. O la aparición del fantasma del padre que sube a disfrutar del frío, harto del calor del infierno. Se trata, por lo tanto, de una comedia en la que en ningún momento el humor se deriva de ningún exceso histriónico, sino, antes al contrario, de una oposición entre los gestos y las acciones que todos los intérpretes respetan con sobria contención.

          La vida de bohemia, de factura más clásica, tanto en el desarrollo como en la cinematografía, es una vieja historia conocida, sobre todo a través de la ópera, porque fue un éxito de Giacomo Puccini, cuyos libretistas se inspiraron en el mismo texto que adapta Kaurismäki con una sensibilidad y una poesía  que convierten esta película en una auténtica joya. No solo por cómo está filmada París, con un blanco y negro exquisito, sus jardines o los interiores del piso bohemio de donde es expulsado un escritor Marcel Marx por falta de pago y entra un músico que lleva el mismo camino del anterior y donde acabará volviendo a vivir el escritor, invitado por el músico. Falta Rodolfo, el pintor albanés, inmigrante ilegal en Francia, con quienes formará una suerte de sociedad bohemia fraternal. Es este, Rodolfo, el protagonista principal de la historia, quien recoge por una noche a Mimi, cuando esta llega de Rouen y no tiene dónde dormir. A partir de ese momento se inicia una bellísima historia de amor que nos llevará hasta el final de una historia muy conocida, como para que yo destripe un final universalmente conocido.  La interpretación de Jean-Pierre Leaud y los cameos de Louis Malle y Samuel Fuller añaden un plus cinematográfico a esta película filmada con una sensibilidad especial, y con unas interpretaciones que nos acercan honesta y poéticamente a un modo de vida ya trasnochado, la vieja bohemia que intenta sobrevivir a través del arte o de su mixtificación, que tiene su momento culminante en la venta exclusiva de la obra de Rodolfo y la interpretación de la composición musical Bleu, llena de reivindicación social y tremendismo armónico.

          Los vaivenes de la historia de amor, la expulsión del país de Rodolfo y la vuelta clandestina en el maletero de un coche sirven para reanudar una historia que se complica con la enfermedad de Mimí, momento «dulce» de una historia conmovedora que en ningún momento nos ha exhibido arrebato alguno, sino una vivencia del amor y de la amistad, más allá del efectismo y muy acá de los más profundos sentimientos.

          A mí, particularmente, me ha sorprendido y pasmado el repertorio de la puesta en escena y de la iluminación, además de los primeros planos expresivísimos de todos los protagonistas, porque, aunque la historia de Rodolfo y de Mimí, tiene un papel destacado, bien podríamos hablar de una historia coral en la que el resto de los personajes tiene papel destacado. La banda sonora, llena de canciones propias de la vida bohemia, y algunas tan oportunas en cuanto a su letra como la que nos dice: Yo bebo, sistemáticamente, para olvidar a los amantes de mi mujer, una canción de Boris Vian cantada por él mismo. Los planos de Kaurismäki que se fijan en la naturaleza o en los objetos tienen, a menudo, una función de contrapunto a las historias de los personajes, como si quisieran recordarnos la condición pasajera, fugitiva de estos últimos frente a la solidez de la realidad que permanece, en sus construcciones o en sus manifestaciones naturales.

          Pueden parecer, a primera vista, destinos vitales demasiado excéntricos, como si no quisieran aceptar el imperativo del trabajo como maldición bíblica y trampear, como los pícaros, fuera la única manera de vivir. Pero hay, en esa sólida renuncia a ser explotado y poder vivir, o malvivir, libremente, una sutil grandeza que los personajes encarnan con altiva dignidad. El camarero le pregunta al burgués Malle si cree que va a poder recuperar su dinero de un vagabundo como Rodolfo, quien no puede pagar, porque en el metro un carterista le ha birlado la cartera, pero Malle le responde que eso no tiene ninguna importancia, como si intuyera la grandeza e pintor robado. Por cierto, la secuencia de la espera de Rodolfo en la escalera de la entrada del metro es una preciosa muestra el arte cinematográfico de Kaurismäki. ¡Qué belleza! El sentido de la composición del plano que tiene el director finlandés es, mutatis mutandis, muy parecida a la del danés Dreyer, de quien imagino que habrá aprendido no poco. En suma, una película que ningún aficionado a su cine debería perderse, y toda una revelación para quien aún no hayan vito nada de este autor de primera magnitud. Su última obra, Fallen Leaves, ha tenido un merecido éxito. Pues esta yo creo que la supera.

         

No hay comentarios:

Publicar un comentario