domingo, 12 de octubre de 2025

«Llueve sobre mi corazón», de Francis Ford Coppola, justo antes de «El Padrino».

 

Una película intimista sobre la mujer, la enfermedad mental y la crueldad social.

 

Título original: The Rain People

Año: 1969

Duración: 102 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Francis Ford Coppola

Guion: Francis Ford Coppola

Reparto: Shirley Knight; James Caan; Robert Duvall; Tom Aldredge; Marya Zimmet; Andrew Duncan; Laurie Crewes; Margaret Fairchild; Sally Gracie; Alan Manson; Robert Modica.

Música: Ronald Stein

Fotografía: Bill Butler.

 

         


       

Que se trate de la película que Coppola rodó antes de El Padrino debería avisarnos de que en ella ha de haber «algo» que anuncie el clásico que después filmó. Y no se trata de una maravilla escondida, desapercibida para crítica y público, pero sí de una película muy sólida y con una fuerte carga de crítica social frente al destino de los auténticamente «desvalidos», una historia que se mezcla con el de la búsqueda de sí misma de una mujer casada que, al quedarse embarazada, se cuestiona ambas cosas: si quiere ser madre y si quiere seguir casada con un marido al que solo conoceremos por la voz a través del teléfono cuando ambos hablen durante la larga escapada de la mujer.

          Huir con el coche, después de una parada fugaz en casa de los padres, quienes no acaban de entender qué le pasa a su hija y por qué quiere echarlo todo a rodar, teniendo, como ellos piensan, una vida feliz, estable y acomodada; huir con el coche, digo,  convierte a la película en una más del socorrido género de las road movies, que es tan viejo como la mismísima Odisea. Las mil y una aventuras que cambiar de lugar te promete se quedan reducidas a solo una, porque desde que decide subir en el coche a un autoestopista, «Killer», que va camino de un empleo que le fue prometido hace tiempo, la vida de ambos va a dar un giro profundo.

          Jimmy «Killer» Kilgannon era una estrella del fútbol usamericano en el College, y, mientras estaba en pleno uso de sus facultades, una novia bebía los vientos por él y el padre de ella, entusiasmado con el exitoso jugador, le ofrecía ir a trabajar con él. Un mal día recibe un golpe en la cabeza y se convierte en algo así como un autómata con reducidísimas capacidades mentales. El College le paga mil dólares por los servicios prestados, tras haberlo subempleado como jardinero en el campus, después del accidente que lo incapacitó mentalmente, y él decide ir en busca del empleo que le prometió el padre de la novia.

          Pues este es el apuesto joven al que Natalie coge en su coche, no sin habérselo pensado mucho, aunque, al final, puede más en ella la sed de aventuras, después de un monótono, y se intuye que soso, matrimonio con Vinny, quien, en sus conversaciones con ella irá retratándose como si estuviera ante nosotros: patriarcal, dominante, amenazador, etc. Un retrato, sin embargo, que, al hilo de la narración, irá evolucionando hacia la aceptación y comprensión de la situación de su mujer y de sus miedos y desconciertos existenciales.

          Puede parecer algo pueril el planteamiento de Natalie, pero que necesite experimentar la libertad absoluta después de haber sido la obediente y complaciente esposa en un matrimonio no precisamente estimulante, es la mar de comprensible. De lo que no acaba de percatarse es de que su compañero de aventuras, mentalmente muy limitado, le va a poner las cosas muy difíciles, porque bien puede decirse que «Killer» solo paree programado para obedecer y carece, en principio, de cualquier deseo sexual acuciante que sacie la «necesidad» de Natalie. La relación es de tal manera frustrante que, tras un encuentro en la habitación del motel de ella, muy bellamente fotografiado, con un juego de espejos muy original, a Natalie le va a resultar muy duro «deshacerse» del joven, porque su desamparo se le ha clavado en el corazón de futura madre y no tardamos en percibir que esa, y no otra, es la relación que les acaba uniendo: materno-filial.

          La crueldad del recibimiento de la novia cuando llega a su casa y reniega de él, gritándole a Natalie que allí no les puede dejar «eso», que se lo lleve, a pesar de las protestas de Natalie de que nada tiene que ver con él, es desgarradora. El padre está dispuesto a darle un empleo en el autocine que regenta, pero la hija insiste en que no quiere ni verlo, reniegos que, preceptivamente, se entremezclan con las imágenes de cuando estaba enamoradísima de su galán estrella del fútbol.

          Las road movies se construyen por episodios y, después de haber sacado Natalie a «Killer» de donde no lo quieren bajo ningún concepto, la protagonista aparece en una Parade en Chattanooga, Tennessee, con motivo del Memorial Day. Unas secuencias rodadas con técnica de documental, porque «Killer» se suma al desfile ante las caras de estupefacción de quienes desfilan, quienes se preguntan unos a otros con la mirada qué hace ese tipo en el desfile. Allí intenta abandonarlo una vez más, tras haber tenido otra de sus conversaciones intermitentes con Vinnie, pero, finalmente, Natalie asume que su «deber» —algo que a nuestros contemporáneos les debe de sonar a cuento chino…— es encontrarle un trabajo y seguir su camino con la conciencia tranquila.

          El episodio de la «granja animal» pertenece, por méritos propios, a lo mejor de las películas de horror e incluso del neorrealismo. Y ahí emerge Tom Aldredge como un portento para representar a un villano preceptivamente sin entrañas que va a contrastar, sin estar muy lejos de él, con el policía que, tras dejar a «killer» en ese infierno, la caza circulando a excesiva velocidad, por el arrebato de alejarse de «killer» cuanto antes y cuanto más lejos mejor, y comienza entonces el tramo final de la película, un episodio construido al milímetro para redondear una realidad degradada que paree incitarla a volver a la «aburrida» y segura vida anterior. Y si Tom Aldredge se luce esplendorosamente, el policía donjuanesco que protagoniza Robert Duvall, quien vive en una caravana con su hija, es literalmente de antología. ¡Menuda perita en dulce le ofreció Coppola al que luego sería el impecable abogado de don Vito Corleone!

          Obviamente, dejo en silencio la totalidad de ese episodio último que bien puede verse como un corto, por la densidad dramática de la historia que se nos narra. Deja algunos flecos sueltos, el desenlace, pero lo sustancial está contado y muy bien contado. Que Shirley Knight sea la actriz que nos lleve de la mano de sus inseguridades y miedos de principio a fin de la historia solo cabe decir que es un acierto fundamental. Al comienzo y en las primeras conversaciones en las que acaba colgándole al marido no parece que sea capaz de transmitir la entidad de su compleja situación existencial, pero esa impresión dura poco, y con un trabajo espectacular va haciendo crecer a su personaje hasta el mismísimo desenlace.

          Una película que merece un visionado atento, porque da muchísimo más de lo que su modesta producción aparenta. Algo que no debe sorprendernos en quien después, con un presupuesto casi sin límites, rodó El Padrino. Recordemos, además, para onere e conexto adecuado a la crisis existencial de Natalie, que estamos en 1969, al final de la Década Prodigiosa que cambió radicalmente muchas mentalidades.

         


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