lunes, 17 de febrero de 2014



Blue Jasmine: “Confiaba ciegamente en mi marido…”


Título original: Blue Jasmine
Año: 2013
Duración: 98 min.
País: Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Alle
Música: Varios
Fotografía: Javier Aguirresarobe






            No sé si el azar escribe la Historia, pero esta vez sí que ha escrito el arranque de esta crítica, porque ayer sábado me despedí del día en los Icària oyéndole jurar por activa y por pasiva a una magnificent Cate Blanchet -montada en el tranvía que lleva al deseo de toda actriz: el Óscar-  el titulo de esta crítica, al que podría añadir parte de la retahíla de disculpas que desgrana a lo larga de la escasa pero intensa hora y media de proyección: “¿Cómo iba yo a saber?” “ Yo me limitaba a firmar lo que él me ponía delante”. “¿Cómo podía sospechar yo que hubiera algo ilegal en sus negocios?” “Ni se me pasó por la cabeza que todo fuera un estafa”; y esta mañana de domingo me despierto con la prensa del día en cuya portada una elegante y sonriente infanta Cristina –nada que ver con aquel bodrio de Vicky, Cristina, Barcelona, seguramente la peor película de Allen, junto con la disparatada y descalabrada historia del director de cine invidente: Un final made in Hollywood- repite monótonamente la retahíla de la protagonista de Blue Jasmine, una obra meritoria de Allen, pero hecha de retales de su filmografía, como suele ser habitual, salvo error genial, en el director neoyorquino.
La actualidad de los entresijos mafiosos de la economía especulativa sólo tangencial, aunque poderosamente, afectan a esta verdadera  historia de lucha de caracteres sociales que transparenta su verdadero fondo de dura lucha de clases, representada en el propio seno de la familia, una suerte de Hombre rico, hombre pobre, en versión femenina con separación, “Tú a Nueva York y yo a San Francisco”, de por medio. Y no deja de ser significativo, desde el punto de vista de los escoliastas de Allen, que la versión corrupta e hipócrita del ser humano sea la hermana neoyorquina, una consumada maestra de la impostura, y que la versión espontánea y entrañablemente humana, flaquezas incluidas, sea la sanfranciscana, una interpretación de la amazing Sally Hawkins, quien, con todo merecimiento, tiene poderosas razones interpretativas para conseguir el Óscar a la mejor actriz de reparto. De hecho, el protagonismo que va adquiriendo a medida que transcurre la historia nos hace echarla de menos cuando la historia se centra en el drama de la hermana banal, mediocre y pija,  y cada vez que aparecen juntas le va robando cámara a la Blanchet, alguna que otra vez excedida en su recreación de la Blanche de Williams. Dos hermanas que casi no lo son, ambas adoptadas, muestran dos caras del ser humano absolutamente antagónicas, y sobre esa oposición entre la impostura y la espontaneidad construye Woody Allen su película.
El trasunto argumental de Un tranvía llamado Deseo que es Blue Jasmine, no desmerece en modo alguno el guión, sino que lo enriquece con unas resonancias clásicas que permiten al espectador establecer analogías y practicar de continuo el entretenido juego de las semejanzas y diferencias. No olvidemos, por si alguien no lo recuerda, lo que El tranvía llamado Deseo debe de haber significado en la formación de Allen como escritor y director. Seguro que sus seguidores no han olvidado una recreación de Blanche que el propio Allen realizó, en forma de parodia, en aquella película clásica El dormilón, que tanto nos hizo reír a una generación, orgasmatrón incluido…

La película tiene un ritmo ágil al narrar de forma alterna el desolado presente de la protagonista y su esplendoroso pasado, que incluye también, como contrapunto grotesco, el de su hermana-cenicienta que va a visitarla a Nueva York recién casada con su polaco –y también aparece éste en camiseta blanca de tirantes en una escena, como exige el guión…-; una historia que progresa hacia la cuidada descripción de los dos personajes femeninos de una manera compleja y emocionante, porque hay un combate de rechazos, emulaciones, desprecios, compasión, miserias, fingimientos, mentiras y, sobre todo, alienaciones que casi logra convencernos de que estamos ante una verdadera tragedia. En todo caso, se trataría de “la tragedia de una mujer ridícula”, parafraseando el título de aquella olvidable película de Bertolucci. Es impagable el proceso de adaptación a su nueva realidad de la contrafigura de la señora de Madoff, en cuyo caso se inspira directamente la película, reacción del hijo de ambos incluida, aunque en la realidad uno de los hijos de Madoff se suicidó, y las escenas de la recepción del dentista nos retrotraen al Allen ácido y burlón de tantísimas películas; del mismo modo que la aparición de su nuevo príncipe azul está rodado en clave de fotonovela, la actual telenovela, cuando la protagonista recupera, fugazmente, la ilusión de volver “a su sitio”, del que un encuentro inesperado, un auténtico “encontronazo” la exilia al Hades de la insignificancia social y la pobreza, esto es, a la locura como único horizonte; un episodio que se desdobla en la versión “cutre” del aventurero extramatrimonial que induce a creer a Ginger que por fin la “clase” que ella merece, según el proceso de idealización absurda del que le imbuye su hermana, ha entrado en su vida. Ginger recupera a su mecánico, fantástica interpretación también, por cierto, la de Bobby Cannavale, con una escena de mucho mérito en el súper donde trabaja su prometida; pero Jasmine, marchita y enajenada, derruida, en un cul-de-sac de consulta secesionista, acaba como homeless enajenada sin interlocutor posible para sus alucinaciones, porque, en el fondo, es la descripción de una alucinación, que deviene realidad, lo que se nos canta en la película: Blue moon, You saw me standing alone. Without a dream in my heart. Without a love of my own.

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